Y pinto. Para experimentar, divertirme,
exponerme, animarme, expresarme, jugar... Y se van la melancolía, la
tristeza, las ganas de nomás ver tele por las tardes jugando SUDOKU, o
hacerme la ilusión de estar acompañada en el Facebook. Me despojo
de la sensación de abandono y solo pienso en colores, texturas, formas,
mi lógica se desgrana en componer y descomponer, armar y desarmar,
mientras mis emociones quieren contrastes que brillen, espinas que
sobresalgan, formas cactáceas que disimulen formas humanas, quiere
espinas que hieran y a la vez que sanen, drenando la savia por sus
orificios, abriendo surcos de su cerrado tejido, descubriendo la fuente
de la vida, el agua, en lo profundo mío.
Me trasculzco con los
fondos, juego con las posibilidades de texturas y la inmediatez del óleo
fresco me dice que mis locos padres impresionistas jugaban, muertos de
la risa, con pinceles y formas y colores mientras en secreto su mente
organizada las proponía acertijos que, al solucionarlos en una pintura,
los hacía brincar de alegría y gozo. Veían entonces que el día era
bueno, era su mundo, su tiempo, su lugar los indicados para que ellos
estuvieran ahí haciendo lo que hacían y dejando que su creación los
alejara de la muerte.
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