viernes, 17 de diciembre de 2021

Cicatrices como mis raíces

 Las palmeras invernales me saludan

los pájaros que allá dormitaban

son los mismos que pueblan mi árbol

        en esencia

los recuerdos regresan con las estaciones

cicatrices como mis raíces

me conforman      establecen      impulsan


Buscar tus huellas    abuela

mientras ahondo en mis espinas

        refulgen y dan sombra

        protegen y hieren

una dulce miel brota de las cortadas

        abuela

energía del sol y del frío

camino recorrido con tu amor

convertido en arte que expresa

nuestro pasado y nuestro presente


Si no vivieras en mí     entonces

¿cómo perpetuar tu ser, abuela?

soy tú       viviendo donde quisiste vivir

algunos caracoles nos acompañan

el ritmo de las mareas internas

sigue moviéndose con la luna


A veces te siento presente en mis manos

tus recuerdos habitan mis sueños

junto a mis nuevos personajes


Quizá migrabas con renos

en el vientre de tu madre que todavía no era parida

bajamos hasta el Trópico de Cáncer

y tu barco te abandonó en Veracruz


Si el pasado fue futuro

tu amor me guiará en perpetuas migraciones

donde el único hogar será el éxtasis

        de la belleza terrenal

        de los colores combinados

        de las historias enraizadoras/mostradoras

                de caminos

en cada día 

de nuestra vida

jueves, 28 de octubre de 2021

Oscuros inocentes


 
En esta fecha especial 

cada quien saca su lado oscuro

una/os la adoran como una santa

otro/as la evadimos y dejamos

que visite otras casas y ahí se quede


Saquen murciélagos de su pecho

        y póngalos en las paredes

las telarañas de tu mente

        dales forma con muñecos 

        de ocho patas e hilos circundantes

        y ponlos en las esquinas

navega tu imaginación de cementerio

y rodéate de símbolos y cadenas y vendas

como si te protegieran


Invoca a tus amados fallecidos

el altar     las flores amarillas   las velas

la parafernalia de los signos inventados 

quizá les atraiga estar en espíritu y recuerdos

tómate sus manjares       la calavera dulce invoca

el papel colorido será un fugaz recordatorio

de que Mictlán vive hasta en Disney


Los monstruos de las cámaras escondidas de tu mente

tomarán cuerpos de niños pidiendo dulces

no te escondas    déjalos poblarte de pesadillas

reconócelos en su sonrisa naranja de calabaza

saca a la bruja que llevas dentro

y niégales las caries


Si te asustan la/os desaparecido/as

ahorcada/os      entambado/s    enterrada/os vivo/as

acuchillada/os           baleado/as

de las noticias o de tu barrio

exhíbela/os como muñecos fuera de tu casa

espantapájaros con alma de víctimas

convierte en habitual su impacto mediático

ríete de la posibilidad de ser una/o de ello/as mañana

y quizá en el futuro

accedas cuando te pidan ser parte

de esa cadena de transformación corporal

de ese tránsito de la vida a la muerte

        como víctima o como ejecutante

tu conciencia objetará menos


Observo con miedo las ofrendas a lo oscuro

rezo para que regresen todos ellos completitos

de donde vinieron

prendo velitas a mis muertos

devoro las empanadas de calabaza

        de mi abuela

y pido con respeto un pan de muerto chico

para el susto



miércoles, 13 de octubre de 2021

Sin agua, sin gas, sin carro y en pandemia



 Vino la peste

duramos seis meses encerrados

llegaron las vacunas    la sana distancia

y la peste se convirtió 

en uno de tantos resfriados


Llegó la lluvia

unos se inundaron   perdieron todo

otros sufrimos escasez 

          todos damnificados por igual 

llegó el agua potable por las tuberías 

y la alegría reinó 


Se acabó el gas

se descompuso el carro

todo se remedió con ayuda solidaria

y tiempo


No hay mal que dure cien años

ni santa que los aguante

la paciencia aspiiiiira

lo que la desesperación exhaaaaala

jueves, 30 de septiembre de 2021

Agua potable: una experiencia personal en Querétaro.

 

Apenas hoy tengo agua en demasía y me da miedo usarla.

Así es mi primer día de agua con presión hasta los tinacos, después de quince sin una gota desde las tuberías.  Hoy que lavamos en lavadora, hacemos un esfuerzo por subir aunque sea unas cubetas con agua de lluvia, a la segunda planta.

Se siente extraña tanta plenitud, tanto lujo que antes nos era tan cotidiano, que despreciábamos el agua almacenada de la lluvia en un tinaco de 200 litros, en el patio trasero de la casa. Se ponía verde y con gusanitos de mosquitos. Ya no será así.

Y me han dicho que si por qué no tengo una cisterna, junto con una bomba para “absorber” al agua pública y almacenarla en mi casa. Quienes han podido hacerlo, lo han hecho y en realidad, nos dejan en el último lugar de la distribución a quienes no contamos con ello, que somos la mayoría. Hay qué invertir en ampliar la capacidad de almacenamiento, en previsión de los tiempos que vienen, que no son nada prometedores.

La pipa de la CEA, surtiendo por primera vez después de 10 días
sin una gota. 

Y yo que me congratulaba de vivir en una zona elevada de la ciudad, nunca nos hemos inundado, como les ha pasado desafortunadamente a muchas familias. Pero en contraparte, ahora que fue la emergencia de que dejaron de tomar agua de la presa Zimapán (en la frontera con Hidalgo), fuimos de las 15 colonias (vivo en Desarrollo San Pablo de Querétaro) que sufrimos más por el desabasto de agua. Unas por otras.

Aprendimos a usar con cariño y atención cada litro de agua, varias veces. Una para lavar trastes, luego al escusado. Cuando lavamos ropa a mano (nos tocó de emergencia lavar a mano dos veces, yo y mis hijos), de nuevo apartarla para el escusado. Para los trastes, usamos la de lluvia, solo agregando un chorro de cloro. Y la del enjuage de la ropa, para trapear.

La última en acabarse fue la del agua caliente, del calentador solar. Es la que tiene el tinaco más grande y, como sale casi hirviendo, solo la usábamos para los trastes. Y para agregarla a la de lluvia y hacerla apta para bañarnos.

Traté de no desesperar, usando con mucho cuidado la pluvial. Afortunadamente los que venden agua embotellada para tomar aquí cerca, sí se surtían con pipas, así que me quedaba el consuelo de que de sed no íbamos a sufrir, y no sufrimos.

Último aviso de la CEA, donde decía que nos 
mandaban por horas el agua, y con pipas. 


Y sí nos llegó la pipa con agua potable, de la Comisión Estatal de Aguas. Y antes llegaron unas pipas que cobraban doscientos pesos por llenarnos los tinacos, un robo en realidad porque a ellos, el agua se las regalan en los pozos. Y doscientos pesos es el promedio de lo que muchos pagamos por el agua al mes. Me anoté el domingo en una larga lista de la pipa particular, quedé en el número 27 de una segunda hoja. Nunca llegaron.

Y la pipa de la CEA llegó con instrucciones de llenarles sus depósitos a dos hogares, de reconocidos militantes panistas. Una de ellas, mi vecina, habló al PAN para decirles que no teníamos agua, y de ahí, al parecer, les llegó una orden de que acudieran a mi calle a llenar tinacos gratuitamente. Y en los boletines de prensa, la CEA decía que nos estaban surtiendo agua por horas (mentiras) y que nos enviaban pipas (hasta esa primera que llegó, tres días antes de que se restableciera el servicio y con diez días de carestía).

Bueno, en esto de las influencias, no encuentro diferencia en el actuar entre el PRI y el PAN, que son los únicos que nos han gobernado en la ciudad y en el estado.

¿Y qué me queda? Un acercamiento con mis vecinos, que nos unimos para pedir al de la CEA que no solo surtiera a sus “encargados” sino a quienes ahí estábamos. Una valoración extraordinaria de nuestro vital líquido. Al punto de poner cubetas debajo de la manguera de la pipa pública, que tiraba una poca al momento de estar surtiendo los tinacos de los techos.

Ya no será igual nuestro uso. Es un elemento tan vital y como dolorosa y difícil su falta. Pienso en las inundaciones del centro del país: también es doloroso su exceso.

Estos son los tiempos que nos está tocando vivir.

martes, 15 de junio de 2021

San Blas, olas blancas, edificios enlamados y manglares vivos.

 Llegué buscando al mar Pacífico, casi en modo desesperado, después de dos años de su ausencia en mi vida queretana, encerrada por la pandemia y el miedo al contagio de esa enfermedad que no se ve, se siente y se conoce sobre todo por las noticias y las redes sociales.

Quería ir lejos, a un lugar desconocido para mí, llevada por la curiosidad de estar en un puerto naval de la Marina de México, el saber que está al norte de la visitada Playa Rincón de Guayabitos y reconociendo que sigue siendo parte (aunque ahora creo que no tanto) de la novedad turística de los últimos diez años denominada Riviera Nayarita.

Encontré que tres días (en realidad fue uno) es poco para estar en el mar, como siempre lo siento y pienso. Que aparte de los gastos, me tengo confianza como para irme lejos manejando con Emiliano, que él y el carro se portaron excelentemente y, que quien sale temiendo, encuentra aunque sea de lado el origen de sus miedos; pero  el no conocer rumores y dejarse amedrentar por ellos, sea razonablemente bueno. Que es más importante seguir y seguir la huella, que quedarse encerrada rumiando lo que fue y no pudo ser.

El puerto de San Blas podría ser el protagonista lateral de una novela húmeda y llena de edificios enlamados y poblada de guamúchiles gigantes, cuyos pájaros del tamaño de una gaviota, con huevos azules y graznido peculiar, anidan en sus ramas más altas y adornan de sonidos la tarde de su centro histórico. Una forma mexicana de Cien años de soledad garciamarquiano, sólo que sin montañas, con mucho mar, aire salado y vacas pastando en las islas marítimas y  con viejos edificios abandonados e inundados por vegetación.  Aunque sí es el protagonista de una famosa canción de Maná, cuya tonada la escuché por lo menos en dos neverías del puerto.        

La entrada al pueblo está rodeada de manglares, uno de cuyos habitantes es el cocodrilo, a quien se le dedica un mirador para poderlos temer, ellos tranquilos al sol, reposando peces, otros repiles y quién sabe qué más, sobre un banco de arena suave. Claro, el camino de entrada está lleno de los usuales puestos de inflables, trajes de baño, gorras y repelente, advertencias para lo que existe como parte de la cadena alimenticia del lugar. Luego un tramo con la selva cerrada por los lados  y por el cielo, con arboles tan tupidos que no dejarían pasar ni a un perro. Y el pueblo, lleno de tiendas de conveniencia, restaurantes de mariscos y anuncios de hoteles baratos y accesibles.



La entrada urbana es larga, bien adoquinada y llena de anuncios políticos: dos contrincantes se disputaron el domingo 6 de junio: Pepito, de la alianza PRI-PAN-PRD y Raquel, por Morena y otros aliados. Aquí ganó Pepito, a diferencia de la mayoría de los municipios de Nayarit, aunque viendo los resultados electorales, la gente sólo votó por él, pues el resto de las candidaturas en disputa las ganó Morena, incluyendo gobernador.

Nuestro departamento, bien instalado y céntrico, lo había apartado por AirBnb, previendo que llegaría cansada de manejar como para buscar un alojamiento ideal en pleno atardecer. Fue una elección acertada, pues desde nuestra casita, en centro histórico, nos permitió movernos por el pueblo y comprar los pocos víveres que nos hicieron falta (llevamos mucho desde casa), así como caminar y encontrar artesanías, comidas corridas y no, la plaza principal  y ubicar la central camionera, por si algún día quisiéramos regresar en autobús.

La primera tarde salimos, y al regresar de comer, fuimos a comprar repelente, ya que de tanto anunciarlo en todas las tiendas, nos prendió las alarmas de que había moscos y jejenes, un mosco minúsculo de las marismas, que ya conocía yo de los veranos en Bahía de Kino, Sonora.

Nos lo pusimos en casa, y volvimos a salir a caminar, ahora de noche. No había jejenes, sólo mosquitos que me picaron exactamente en donde no me desparramé el repelente y estaba expuesto al aire, la parte de atrás de las pantorrillas. Parece que deseaban sangre de sabor diferente.

A la mañana siguiente, al llover, se fue la luz en nuestra calle, después del característico tronido del transformador. Las vecinas me dijeron que era común eso, cuando llovía, también me lo dijo mi hospedador. Ahí sí sentimos el calor, ya nos habíamos acostumbrado al aire acondicionado de toda la noche. Eso sí, el calor ya nos había golpeado desde el día anterior, al transitar todo el camino de llegada con el sol a plomo. No se nos quitaba ni con el baño que nos dimos. Hasta entrada la noche se nos quitó.

Pero abrimos ventanas y nos alistamos para salir al mar. El día anterior caminamos al muelle, hallamos el embarcadero rodeado de anclajes pequeños, con rocas que le ganaban espacio al mar y con lanchas aparcadas, listas para llevar a turistas a las islas, a pescar o a dar la vuelta.

La playa Borrego, que creo así le dicen por las olas largas llenas de espuma que encontramos, está muy bella, pero con pasos obstruidos por restaurantes de palapas que te proporcionan regaderas, estacionamiento y sombra al carro, a cambio de que les consumas. Sólo más adelante, en donde el camino se tornaba arenoso y sinuoso, donde había palapas abandonadas y el mar estaba a menos distancia de la playa, pudimos entrar sin el condicionamiento restaurantero. Aunque me dijeron que podía estacionar el coche a una cuadra y caminar. 


Regresamos y estacioné el carro en el primer lugar, sólo pedimos refresco y cerveza y nos cambiamos y salimos a nadar. Reparé en una bandera amarilla, ya caída, en la orilla del mar. Entramos y nos llenamos del vaivén marítimo, caminamos hacia adentro y nunca nos tapó el mar, las olas venían haciendo espuma desde lejos, muy bajito el nivel, no nos pasaba de la cintura.

Otras personas también se bañaban. La temperatura del agua la sentí igual a la de mi alberca, los ideales 28 o 29 grados centígrados. Al rato de estar jugando, llegó un salvavidas y nos instó a salir con silbatos y señas. Obedecimos Emi y yo, (el resto de la bañistas no), le pregunté qué significaba la bandera amarilla, me dijo que había corrientes lejos de la orilla, que jalaban hacia adentro del mar, que tuviéramos cuidado. Además, estábamos a un lado de una división artificial de rocas, que colindaba con el puerto naval de la Marina. Que no fuéramos hacia las rocas, pues había remolinos que también nos podían arrastrar. Luego recordé una bandera roja cuando acudimos a las palapas abandonadas, supongo que ahí está prohibido entrar, aunque vi a un muchacho surfista entrar alegremente con su tabla.

En una palapa gigante, como a 50 metros del mar, nos tomamos los líquidos comprados y la cerveza y el mar me soltaron las lágrimas, tanto tiempo sin verte, mar querido, tengo pendiente salir en lancha, bucear y seguir recordando mi infancia en el Mar de Cortés, con mis papás y hermanos, esos días en las bellísimas playas vírgenes de Hermosillo y Guaymas. Fueron dos horas que pasamos con el cuerpo y espíritu llenos de mar, de arena, de aire salado, que hicieron al viaje valioso.

De regreso al pueblo, una camioneta con altavoces, seguida por gente de San Blas bailando en la calle, despacio, festejaba el triunfo de Pepito, en desfile de alegría política por las calles asfaltadas del pueblo. A  una cuadra de mi casita rentada, con calle de empedrado, dio vuelta la fiesta carnavalesca que era animada por el megáfono ambulante, que repetía una y otra vez una especie de cumbia compuesta ad hoc para el joven ganador de la presidencia. No sirven para bailar las piedras, los pequeños baches que por la llovizna matutina, ya eran charquitos. Quizá los mismos celebradores provenían de empedrados y aprovechaban para bailar las pocas calles arregladas por donde circularon.

En la tarde, decidí que caminaríamos hasta la entrada donde habíamos visto varios restaurantes de mariscos. Un hora en el inclemente sol, con manglares que se avistaban detrás de las construcciones pegadas al camino, nos llevó encontrar un lugar limpio, con gente amable, que nos atendió y platicó y llenó de abanicos eléctricos para secarnos el sudor que amenazaba con darnos un baño completo. El pescado fresco empanizado servido con ensalada de piña, cebolla empanizada, mango picado y plátano frito, además de poco arroz y pocas papas, que nunca había probado juntos, me recordó lo agradable y exquisito que puede ser combinar frutas locales con la proteína del lugar.  Recordé los manglares y platanares que vimos antes de entrar, y que volveríamos a ver de salida. De regreso, un taxista muy amable nos colocó otra vez en la plaza principal, con dos iglesias colaterales, la antigua y la moderna pintada de naranja con blanco.

En la noche, la plaza principal se llenó de gente buscando espacio en las pocas mesas de tres merenderos que había, para cenar lo típico de todas partes de México: tortas, pozole, tacos, tostadas. Accedimos a un puesto de tacos cercano a la central camionera, quería probar los tacos de res, pues se notaba, por el calor, que prosperaba más la res que el puerco. Muy ricos y baratos. Seguimos caminando entre la algarabía de la gente. A una cuadra, avistamos otra placita en donde vendían artesanías maravillosas los wiríkutas, huicholes también llamados. A un lado, el edificio del DIF, custodiado por una mujer policía, al parecer conteniendo paquetería electoral: ahí había sido una casilla, donde también ganó el PAN en la presidencia y Morena en todo lo demás.

Ya regresando a casa de noche, realmente deseé haber apartado más días en esa agradable comunidad. La gente muy alegre y platicadora, como suelen ser los costeños de todo el país (y no sé si del mundo).

Tengo una lista interminable de lugares de San Blas a los que no fui, por falta de dinero y/o de tiempo. No la quiero mencionar porque sólo me pongo triste. No fue una oportunidad desperdiciada, fue asomarme a un espacio para conocerlo y preparar, quizá, un regreso con una mejor perspectiva de las opciones a realizar. Y conocer el tiempo y energía que requiere  la manejada, además del costo y opciones de rutas libres o de cuota.

Sólo terminaré platicándoles algo que no quiero dejarme para mí: en una ruta nueva de libramiento Irapuato-La Piedad, me salvé de ser asaltada y no lo supe hasta que salí, por la boca de un muchacho que me cobró a la salida. Yo protesté porque en unos baños intermedios no había agua y él me dijo que me fue bien, pues al detenerse los vehículos ahí, había asaltos.

Yo solo recuerdo ver muy poco frecuentado ese libramiento, la actitud extraña de varios “pastores” que sentados a la orilla de la carretera, frente a un hato de ovejas, se fijaban en el paso de mi vehículo. Y fueron aproximadamente veinte minutos de ese raro libramiento.

También recuerdo que saqué un cuchillo filoso y puntiagudo de la cajuela, cuando regresábamos de los sanitarios, y lo puse entre los dos asientos delanteros, mi instinto me decía que me podría servir, como para cortar en gajos mis manzanas y no dejar que mi diente frontal puesto temporalmente se me cayera. O para defenderme, quién sabe. Lo bueno es que no tuve necesidad.

 

 

 

domingo, 16 de mayo de 2021

Hombres infieles en Facebook.

 

Son las tres de la mañana. Yo, con mi sueño intranquilo, me despierto para ir al baño. Se me ocurre (que es mala ocurrencia porque me prendo a las redes sociales y menos me duermo), revisar mi celular. Messenger de Facebook me muestra un mensaje extraño.  

No es de alguien conocido. Es uno de los cientos de “amigos” agregados en los últimos meses, que no conozco, que casi al azar elijo aceptar en su solicitud, pues me vieron en mi programa #poesiaconanna y les caí bien, o me reconocieron de hace mucho tiempo, o les gustó cómo leí y los poetas de los que investigué, o creo todo lo anterior y la realidad de los Facebook alive es otra.

Me dice que cómo era posible que siendo escritora cayera tan bajo, que “ese” hombre tenía pareja, y a continuación me envía fotos de ella con un hombre, que por cierto no estaba en la foto del perfil de él.

“Ese” hombre , al momento de hacer su “amistad” feisbukera hacía unos días, me había enviado un corto mensaje como “hola linda” y a continuación su número de celular con whatss, de la CDMX, como para que yo inmediatamente le enviara mensajes privados.

Era claro que su mujer le había agarrado su cel y ya saben, la que busca, encuentra.  Entonces me envió los mensajes a mí, pensando que yo sí había contestado a ese mensaje (lo cual no era cierto). Obviamente, este señor se había dedicado a enviar mensajes similares a varias mujeres, alguna o algunas de las cuales contestaron. Pero la despechada objeto de infidelidad cibernética, no podía saber cuál de todas.

Yo cortante, contesté que mi interés era exclusivamente literario en mis lecturas en vivo, y que debería mejor enojarse con el señor, en lugar que andarse peleando con las mujeres.

“Déjalo, no vale la pena que lo andes celando”, le dije a continuación.

Minutos después, todos los mensajes, incluidas las fotos, fueron borrados, menos el “Hola linda”, y el número de celular.

Yo bloqueé a la infiel pareja y lo retiré de ser mi “amigo” feisbukero.  Me quedó un raro sabor de boca. Recordé cuántos “amigos” nuevos tengo que me preguntan cosas que vienen públicas en mi perfil, que sólo quieren chatear, o embaucarme con historias lacrimógenas.

A casi nadie contesto ya, si quieren chatear para “conocerme mejor”.  Recordé una frase que está en el perfil de una poeta de Ensenada que acabo de agregar, a la que admiro: “No chateo”.  No quiero llegar a ese extremo, pues he encontrado gente interesante, pero casi nunca respondo a desconocidos en este medio que buscan una plática banal o sólo incrementar su número de amiga/os o algo más.  Y de todos modos hay problemas.

Tengo más aventuras feisbukeras qué contarles, será en otra ocasión. Feliz domingo.

viernes, 30 de abril de 2021

Mi infancia, accidentada y aventurera.

 Si me preguntaran que si quisiera volver a ser niña, diría que no. Tuve una infancia muy accidentada, tanto en temas de salud como de verdaderos accidentes. Ya se imaginarán, era bastante traviesa y así me fue.

De niña, tuve tres cirugías mayores, una bronconeumonía que me tuvo al borde de la muerte (muy chica, no la recuerdo bien), un ahogamiento que por un salvavidas que me sacó el agua de los pulmones no morí, hepatitis grave y anemia por varios años... soy muy afortunada de estar viva.
Además me caí de las escaleras de la alberca del Gimnasio del Estado, en Hermosillo, en una tarde de verano en la que fui, a los 10 años, con una amiga. Del golpe se me abrió el labio inferior y la barbilla, se me dobló horrible el tobillo y posteriormente perdí un diente frontal. Muy impresionada quedé porque me llevaron en ambulancia a la Cruz Roja, con mi mamá a un lado, que apareció no sé cómo. Una vez que me puso cerca de agua hirviendo con eucalipto mi papá, (para despejarme los bronquios), se movió la palangana y me cayó agua hirviendo en los dos pies. Estuve en cama y enyesada como dos meses, recuerdo que me bañaba mi mamá en la tina, con los dos pies alzados, para que no se mojaran los yesos, acompañada por dos patos de plástico que tenían jabón de burbujas adentro.
Me picaron dos alacranes y me puse grave, pues no había antialacránico en las dos veces que me llevaron al seguro. Se me zafó un codo, jugando a que el perro era mi caballo.
Pero no me caí del tonel de 200 litros al que me subía a caminar en redondo, tampoco de los columpios, aunque me subía y me colgaba arriba con el doblez de las piernas. Tampoco me atoré en los barrotes por los que me metía, para explorar construcciones abandonadas cerca de la casa. No me quedé atorada en la chimenea de la casa, porque a pesar de que la pensé mucho (porque quería llegar desde la parte de arriba hasta la sala), no me decidí.
Tampoco llegó a mayores el terronazo que me pegaron en una ceja, cuando peleábamos de noche, en la calle frente a la casa, aunque sí fue un golpe muy escandaloso, llegué con la cara llena de sangre a la casa. Tampoco me caí de la barda limítrofe de la casa de mi amiga Cristina, aún cuando íbamos y veníamos como si nada, a unos dos metros de altura.
No me ahogué en las olas de Kino aún cuando me metía en tiempos de tormenta, con un colchón inflable, a pesar de las protestas de mi abuela Mormor, y de las variadas revolcadas que sufrí, en las cuales tragué bastante agua salada y hasta el traje de baño perdía.
De muy niña me escapaba de mi casa y me iba caminando a la casa de mis abuelos. Atravesaba, desde los 4 o 5 años, sola el Blvd. Rodríguez, aunque me perdí varias veces tratando de dar con la casa de mis Papis, sí llegaba. Muchos sueños míos son alrededor de la Juárez y Zacatecas, a como estaban antes, con la Ferretería y la CFE casi pelona, el Cine Matamoros y las rejillas absorbedoras de agua de la lluvia, que me arrastraban, frente a la casa de ellos. Y los yucatecos, altísimos, me vieron subirme a sus troncos gigantes, siguiendo a mis primos o yo sola: de ahí tampoco me caí.
En fin, me siento, como les decía, muy afortunada de estar viva.
Lo bueno es que el espíritu aventurero ahí está, quizá es la niña sin domar que fui y que soy, aunque ahora está mucho mejor cuidada por mí.
Esta foto me la tomó Mormor, tendría unos cinco o seis años de edad.