Fue
la meditación en la nadada matutina, ya no tenía cosas en qué pensar y
surgieron penas pendientes de la nada. O los pedacitos de "Confieso que
he vivido" , de Neruda, hablando de México y sus espinas y sus mercados.
en radio universidad hoy en la mañana . O el cuadro que hago, cuyo
nombre me ronda en la cabeza: "yo sólo quise quererte". O los poemas
nerudianos leídos por distintos autores, entre
ellos la "Oda a las cosas", en donde ama los (mis) tejidos, las (mis)
mesas de madera... como si me hubiese conocido antes de morir, cuando yo
tenía apenas once años de edad y practicaba el piano con una maestra
que adoraba a Hitler. O esas ganas locas de lo chileno, que siempre
reprimo y que ha salido a flote ahora que mi amiguísima Carmen Coello
llegará a ¡mi casa!, con sus fantasmas y gustos y ánimos a cuestas,
para llenarla de ánimos y corazón valiente. O que decidí entrarle al
toro por los cuernos e irme a comprar vino chileno cuando era hora de
que estuviera en mi casa frente a la estufa, cocinando alguna vianda
mexicana. Lo cierto es que tomé vino chileno, me rehusé a comer la carne
asada con tortillas y sí con pan (integral, ni modo), y lloré por Pablo
Neruda.
LLoré por su dolor al ver caer a Salvador Allende, lloré
(lloro) por su amor a las cosas hechas por el hombre (o mujer), por su
amor a México y su inextrañable esencia llena de cenotes con huesos de
vírgenes, por su palabra llena de mar con marineros y mástiles y olas
gigantes, por su amor a la mujer que aunque no está, aunque esté, ya se
fue y llegó la otra con ojos grandes y pies pequeños.
Sé que deben
escribirse estas cosas en privado, esperar a que se pase la inusitada
borrachera y luego corregir, borrar las expresiones exageradas y fuera
de lugar, los errores de ortografía y de sintaxis, limar las
exageraciones emocionales y presentar brilloso y pulido el texto al
público, aunque sea del FB.
Pero me honro en escribir esto, lo
siento y lo escribí tan dentro que temo se me olvide cuando despierte,
agitada y cabezadolorida, sin nada más que sentir que un alivio pasmoso,
después de dos horas de llorar frente al vino chileno y frente al trozo
de carne asada, mientras me consuela Emiliano con referencias al Jesús
al que, según él, me debo de encomendar.
Pablo, Pablito Neruda, creo
que eres más valioso que Jesús, pues a él lo han beatificado y puesto
en un altar y a tí, solo te escuchamos y leemos y sentimos los
latinoamericanos, con esa herida abierta, profunda, de cuyas venas emana
riqueza que no repartimos, solo el corazón dividido en cachitos lo
dejaste en tus poemas, y se reproduce como panes y peces, o mejor, en
panes y carnes. El vino lo tomé a tu salud, y de todos los chilenos,
esforzados, sufridos, valientes, que no acaban por tener su patria
generosa para todos.
Esta media botella de vino fue por ustedes, amigos chilenos.
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