Dispareja,
con agujeros no remendados de los nudos, con los tornillos medio
salidos algunos y otros medio chuecos, mi mesa de trabajo de 1.80x.90 ya
es una realidad en mi taller. Y digo las irregularidades primero porque
son los que la hacen más bella, más mía, así como los defectos nos
hacen más humanas. Y si, regresé el berbiquí que había comprado porque ya casi nadie vendía
las brocas especiales, y un guapo y agradable
señor de una ferretería me convenció de comprar un taladro. Mis
antiguas brocas y un juego de nuevas, me ayudaron a consolar mis
doloridas muñecas de tanto torcer la mano para meter con pura fuerza los
tornillos.
Mi bellísima mesa es una realidad, solo le falta su
segunda mano de barniz. Lista para albergar mis libros en proceso de
secado, lista para detener los bastidores recién imprimados para
secarse, lista para albergar mis hojas de guardas pintadas con agua y
esmalte de aceite, lista para sostener mis sueños creadores.
Gracias, madera preciosa y olorosa, nueva y vieja, gracias pinos y
cedros. Gracias tecnología que me ahorraste la friega de clavar, gracias
acero de los tornillos tan precisos. gracias brazos y cuerpo que no me
fallaron. Gracias cerebro por la concentración. Gracias estaciones de
radio que pusieron canciones románticas y modernas.
Gracias fonda
de mi colonia por alimentarnos a mí y a mis hijos. Gracias precioso
clima que no dejaste que se inundara de calor el taller, y me
acompañaste con lluvias en la tarde, para refrescar mi cuarto donde
descansaba. Gracias cama por tu firme soporte.
Gracias vida por
esta magnífica experiencia. Sí puedo, pero no me dedicaré a hacer más
mesas. Mis bastidores de madera me esperan para seguir pintando.
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