viernes, 18 de noviembre de 2022

La asombrosa autopista Durango-Mazatlán. Ecos de mi viaje noviembre 2022.

 

La luz al final del túnel. 

De repente se nos hizo completa oscuridad, traíamos los ojos acostumbrados al perfecto sol  de tres mil metros de altura a las cuatro de la tarde. Apenas si alcanzamos a ver la raya doble amarilla de no rebasar. Combrobé traer las luces encendidas,  nos dio miedo pero el carro no podía regresar y tampoco se podía quedar varado (mediante un frenazo que pudiera ser más contraproducente aún) en esa negrura tan absoluta. Así que decidí, sin ver más que a metros delante de mí, seguir andando y escudriñar el fondo a ver si en esa curva tan pronunciada, aparecía, aunque suene poco original,  la luz al final del túnel.  No había carro en el carril contrario, así que avanzamos hundidos en una negrura casi total unos segundos que parecieron horas.

De regreso Mazatlán-Durango, una semana después, la circulé con la última hora de noche, confiada en su perfecto trazo, su amable línea y su señalización nocturna. Me encontré con dos ambulancias, una me rebasó y otra la vi entrar por la carretera libre, que en algunas partes coincide con la de cuota. Llegué a Durango sin contratiempos ni accidente a la vista. Después sabría en dónde se ocuparon, y me alegré de mi suerte.

Nunca creí posible que pudiera atravesar tantos puentes y túneles en tan poco tiempo. Perfectamente señalizados, con su nombre, longitud y advertencias, circular a través de ellos fue una delicia y al mismo tiempo una tensión especial.


Andaba  en la autopista de cuota Durango-Mazatlán, construida en 2012. Yo estaba preparada (pero nunca la realidad se iguala a las expectativas) mentalmente para asombrarme. No podía comparar directamente lo que el útil Google Maps me aseguraba: que andando en una poco quebrada carretera de cuota, me ahorraría 2 horas 13 minutos de viaje, aunque debiera pagar 668 pesos por derecho de vía. Sólo tenía la referencia de mi mamá, que hace como cuarenta años llegó muy lastimada con Raymundo, de un viaje “al sur” de los muchos que hacía, platicando que  habían chocado con una vaca negra a medianoche en la carretera Durango Mazatlán. El carrito viejo del muchacho, desecho en el fondo de un barranco se había quedado. Me dejó muy impresionada.

Pero ahora fue distinto. Decidida a cambiar de ruta y conocer otros estados de la República, ubiqué que ya había tramo nuevo, y en alguna parte había escuchado nombrar lo impresionante que era. Bueno, para dos horas menos de camino y menos riesgo, pues fuimos por ahí. Y económicamente hasta nos convenía en materia de cuotas, pues entre Querétaro y Durango no hay cuotas qué pagar y resultó estar en muy buenas condiciones la carretera federal.  A diferencia del tramo entre Querétaro Mazatlán, que para circular seguros y con caminos en buenas condiciones,  hay que pagar altísimos peajes.  Fueron 250 kilómetros muy emocionantes.

Del túnel al puente. 
Las dos horas  desde Durango están bastante tranquilas, claro, con algunos puentes y un paisaje impresionante y escarpado de la sierra. Casi inmediatamente vimos entre pinos y cedros y mahueyales, bella  flora de montaña, además de que el aire se enfrió de forma agradable. Llevábamos tres túneles medianamente iluminados cuando entramos literalmente a un agujero negro. Lo bueno es, a pesar del miedo que nos dio, en que confiamos en que en algún punto aparecería el otro extremo, aunque tardamos algunos segundos de zozobra. Apareció la luz y lo verde del paisaje, y respiramos aliviados. Ahí me di cuenta que los dos o tres túneles tenían iluminación, aunque fuera tenue  y que éste adolecía de las señales reflejantes. Afortunadamente fue el único.

 

Después de dos horas de caminos más o menos rectos y con pocos túneles, además de poco tráfico de camiones y coches, nos encontramos con algo extraordinario que nunca había experimentado.  Era como si a un gigante le hubiesen dado la tarea de trazar una línea con ligeras curvas y con pocas diferencias de altitud, entre montañas escarpadas y hondos barrancos.  Así, ese trazo muy agradable al manejo, atraviesa tramos cerriles, desde 60 mts hasta 2 km de longitud, con túneles perfectamente estructurados. Y saliendo de los túneles, pasamos sobre puentes por cañadas cuyo fondo era imposible de ver, máxime habiendo tanta vegetación lateral y circulando en una carretera con pocos lugares en dónde detenerse y apreciar el paisaje.

Llegamos a recorrer 61 túneles y dos puentes atirantados, es decir, sostenidos por tirantes anclados cada uno en una montaña.  Uno de ellos, el puente “Baluarte Bicentenario”, tenía hasta el año pasado el record guiness del puente atirantado más grande del mundo.


En el Mirador. Al fondo, el puente Baluarte. 

Antes de llegar a ese puente, nos estacionamos en un lugarcito que se llama “El Mirador”, que era de los pocos puestecitos con baño y comida regional que vimos en la carretera. El motivo fue ir al baño, pero al dar la vuelta me encontré con la razón de su nombre: a lo lejos, se divisaba el puente Baluarte, al tiempo que me di cuenta de que abandonábamos el precioso y desconocido estado de Durango y entrábamos al querido estado de Sinaloa.

El asombro fue creciendo conforme entramos al puente. Rumbo a Mazatlán no alcanzamos a tomar fotos por lo mismo de que no se permite detenerse y Emi y yo no cabíamos en nuestro asombro, admirando esa obra de ingeniería que, al igual que todo lo hecho en esa autopista, me enorgullece como mexicana.

Estructuras gigantes sostienen los tirantes en 
el puente Baluarte. 

Trajimos un ratito el sol al ras de los ojos mientras recorríamos los últimos cien kilómetros en una serie interminable y asombrosa de túneles y puentes sin cesar. Ese gigante había atinado tan bien en el trazo que no resultaron pesadas esas tres horas y media de camino. Pude aspirar aroma a pinos, ver cuántos pueblos están asentados aún en las zonas más altas de Durango –y cómo la autopista las conecta de todos modos aunque exista la carretera más antigua en funcionamiento- y asombrarme de lo escarpado de las montañas de la sierra madre occidental, una de las dos columnas montañosas de mi país.

De regreso Mazatlán-Durango, una semana después, la circulé con la última hora de noche, confiada en su perfecto trazo, su amable línea y su señalización nocturna. Me encontré con dos ambulancias, una me rebasó y otra la vi entrar por la carretera libre, que en algunas partes coincide con la de cuota. Llegué a Durango sin contratiempos ni accidente a la vista. Después sabría por qué.

Emi en el atardecer en la sierra de Durango. 


Al día siguiente, cuando fui por mi relleno de café americano al Oxxo de Durango, en la mañanita antes de aventarme el último día de viaje, me detuvo un periódico de nota roja: “Aparatoso choque de frente:  tres muertos”, que había sucedido entre un camión de pasajeros y un coche particular, en la libre entre Durango y Mazatlán, por eso las ambulancias.

Me quedé impresionada. Pensé en cómo hubiera podido evitarse esa tragedia, que imagino no es la primera ni la última. Que bajen  o quiten la cuota tan alta de la autopista que yo circulé, concluí. Apenas así evitaríamos tanto accidente. Ya van diez años de cuotas altas, ¿ya se habrán pagado esas obras tan impresionantes de ingeniería, o cuánto les falta?

Por esas situaciones que vi, creo que deberían ya hacerla gratuita o bajar la cuota de recuperación, pues por ser tan alta, provoca que mucha gente todavía utilice la peligrosa, larga y tardada autopista libre.

NOTA A LAS FOTOGRAFÍAS:  La gran mayoría las tomó Emiliano, yo estaba muy ocupada manejando. Y son del viaje de regreso Mazatlán-Durango, cuando ya sabíamos qué capturar y cómo hacerlo.  

miércoles, 16 de noviembre de 2022

DURANGO, LOS ALACRANES Y EL PASEO DEL VIEJO OESTE. Ecos de mi viaje noviembre 2022.

 

Yo le había dicho a Aída que cuando fuera a Durango me iba a comer un taco de alacrán, medio en broma y medio en serio. Pues si,  había un puesto de tacos de carne asada (claro que no podía faltar, ¡ya estábamos en el norte de México! ) que también preparaba tacos de alacrán.



Antes, me había tomado una foto con un atractivo vaquero que me sorprendió porque sacó su pistola sin preguntarme si estaba de acuerdo o no.

Déjenme platicarles antes porqué estuvimos en Durango.

En este viaje a mi ciudad natal, hice cambio de ruta terrestre: tenía toda mi vida (en viajes cada seis meses o cada año) transitando a Hermosillo vía Guadalajara, a excepción de una ocasión que se me ocurrió ir por Chihuahua, así también, para variar.

Por eso me decidí en acudir vía Durango-Mazatlán-Hermosillo, para conocerla y pasar por estados y ciudades con los que no estoy familiarizada y a los que rara vez acudo.  Durango no conocía, a Zacatecas había ido una sola vez y a San Luis Potosí también, cuando fui de paso rumbo a la Huasteca.  

No me metí a las ciudades, y de la inseguridad de la que tanto se publicita sobre todo en Zacatecas, me di cuenta por la gran presencia y  movilidad de elementos de Guardia Nacional circulando por la carretera; en un retén, de los dos que pasé en ese estado, un muchacho con uniforme de Guardia me pidió amablemente mi licencia de conducir, luego de preguntarme de dónde viene y a dónde va. Le dije mis planes para ese día, pues contestar esa pregunta en relación con mi vida entera se me hubiera hecho muy difícil.  Me alegró darle un uso a mi licencia  porque casi nunca me había hecho falta.

Así, fuimos a Durango desde Querétaro en un solo día. Tras nueve horas de camino llegamos a la ciudad que me dio más aires norteños que del centro de México.  Ahí descansamos en un céntrico y económico hotel,  y al día siguiente fuimos al famoso Paseo del Viejo Oeste, un set cinematográfico de infinidad de películas de vaqueros del oeste tanto mexicanas como norteamericanas, situado a 14 kilómetros de la ciudad. El costo de la entrada fue bastante económico, tomando en cuenta el pase gratuito a personas con discapacidad como Emi, y un 50% de descuento a las de tarjeta INAPAM, como la que acabo de adquirir, es decir, solo pagamos 35 pesos.



El lugar es espectacular, ambientado en tres modos diferentes los ambientes de las películas western: las del pueblo yanqui del siglo antepasado, con cantinas,  banco, los restaurantes, la central de carretas con caballos, el post office, todo de madera crujiente.

 La del pueblo mexicano, con tres pequeñas cuadras que escenificaban la casa de hacendado con sus dos pisos y su fuente, la casa de adobe descarapelada, la casita del campesino llena de aditamentos de arado y flores al frente, el banco y la iglesia católica-española. 



Los responsables de las tiendas y otros habitantes del pueblo (que resultaron ser actores de los sketches),  andaban ataviados con vestimenta típica vaquera, mexicana antigua o indígena del norte de América.  




Ahí me tomó Emi la foto con el guapo empistolado, que sin preguntarme me pasó la mano por los hombros y con la otra sacó una pistola grande, de utilería, que me sorprendió y me dio risa.


Y finalmente, el espacio  de los indios, lo más cliché de lo salvaje, lo oscuro, con ahorcados de juguete posando en la entrada, osos y pumas de utilería en actitud de ataque, ofrendas más parecidas a la santería con incienso…. y su sonido de tambores y de rugidos de tigres accionados por actores muy morenos disfrazados al estilo de los apaques, comanches y demás indios del norte de América. Como vivienda, se aposentaron los famosos huipis blancos, como un asentamiento provisional. Tal parecía que en esa área dedicada a los indios ingresabas al espacio donde accionabas tus propios miedos más profundos,  lo primitivo y a la vez donde estaban más elementos de la naturaleza integrados a la vida cotidiana de los primeros pobladores de América.  Qué decir que las mejores y más bonitas artesanías estaban  en esta sección.



Desde media hora antes de la hora establecida para el inicio,  las maderas apostadas a lo largo de la calle principal del pueblo yanqui estaban ocupadas por los visitantes que, aleccionados a no atravesar la polvosa calle ni a gritar o levantarnos de nuestros asientos, esperábamos ansiosos lo que a continuación sucedió: un desfile con las banderas de los comercios de artesanías, comidas y bares instalados en cada uno de las casitas de los tres espacios, todos disfrazados con ropa de la época, incluyendo las meretrices que salieron en llamativos atuendos rojos y negros.  



Luego, un sketch de media hora, que incluyó como uno de los personajes principales a un brujo indio con el mismo atuendo que Jhonny Depp usó en la película “El llanero solitario” de Disney,  llamado “Tonto”.  El sketch incluyó bandidos, indios, ladrones, dueña de banco, cajero y claro, un número tipo Can-can con las meretrices. Bien actuado y muy entendible el guión, hasta yo me reí.  También pasaron jinetes indios  y  carretas, todas jaladas por caballos. Me gustó que todos tuvieran micrófonos ocultos, lo que hacía que pudiéramos escuchar perfectamente los diálogos, así los disfrutamos tanto los que estábamos frente a los actores como los que apenas alcanzaron lugar al final de la calle. 

Nos dimos el gusto de montar un ratito a caballo, darle una vuelta al pequeño pueblo turístico-cinematográfico, al ritmo relajante de las cuatro patas que dan pasos seguros y rítmicos. Fue la primera vez que montaba desde hacía varios años y la sensación es única. Emi también disfrutó,  él acude a su equinoterapia en sus Manos Capaces una vez por mes.  

Yo le había dicho a Aída que cuando fuera a Durango me iba a comer un taco de alacrán, medio en broma y medio en serio. Pues había un puesto de tacos de carne asada (claro que no podía faltar, ¡ya estábamos en el norte de México! ) que también preparaba tacos de alacrán. Pedí explicaciones y me dijeron que asan uno y lo ponen, sazonado y con limón, encima de un taco de carne asada. Me los mostraron de dónde los toman, vivos… una pecera con rocas, tierra y tronquitos secos, en donde los alimentan con grillos para tenerlos listos para el cliente. Solo de verlos caminar con sus pinzas y cola  levantadas, me erizó la piel de los brazos y de la cabeza y salí corriendo. Recordé las hordas de alacranes que como plaga aparecían en la casa de mi papá en Kino, o las dos veces que me picaron en Hermosillo. La primera ocasión, tenía yo nueve años, me puse grave y sin poder respirar bien durante un rato, pues no tenían antialacránico en el Seguro, a donde me llevó mi mamá.

 La verdad, la comida de ahí no se me antojó. Los recuerdos como llaveros, imanes  sí, pues estaban bastante económicos y eran muy vistosos, al parecer es el lugar donde tienen las artesanías y cosas típicas más baratas de Durango, por lo que pude comparar con el mercado Gómez Palacio (así se llama su mercado municipal) a donde habíamos ido a desayunar.

Nos invitaron los actores a esperarnos media hora más, pues en el área mexicana hacían otro sketch diferente. Nosotros teníamos una cita con la nueva carretera (nueva es un decir, ya tiene diez años pues se inauguró en 2012) panorámica y acorta-tiempo Durango Mazatlán, de la que tanto había oído hablar. Salimos de ahí contentos y listos para continuar nuestro camino.

Íbamos a transitar la espectacularidad en caminos, más emociones para ese día nos aguardaban. Pero eso es para la próxima entrega.