viernes, 30 de abril de 2021

Mi infancia, accidentada y aventurera.

 Si me preguntaran que si quisiera volver a ser niña, diría que no. Tuve una infancia muy accidentada, tanto en temas de salud como de verdaderos accidentes. Ya se imaginarán, era bastante traviesa y así me fue.

De niña, tuve tres cirugías mayores, una bronconeumonía que me tuvo al borde de la muerte (muy chica, no la recuerdo bien), un ahogamiento que por un salvavidas que me sacó el agua de los pulmones no morí, hepatitis grave y anemia por varios años... soy muy afortunada de estar viva.
Además me caí de las escaleras de la alberca del Gimnasio del Estado, en Hermosillo, en una tarde de verano en la que fui, a los 10 años, con una amiga. Del golpe se me abrió el labio inferior y la barbilla, se me dobló horrible el tobillo y posteriormente perdí un diente frontal. Muy impresionada quedé porque me llevaron en ambulancia a la Cruz Roja, con mi mamá a un lado, que apareció no sé cómo. Una vez que me puso cerca de agua hirviendo con eucalipto mi papá, (para despejarme los bronquios), se movió la palangana y me cayó agua hirviendo en los dos pies. Estuve en cama y enyesada como dos meses, recuerdo que me bañaba mi mamá en la tina, con los dos pies alzados, para que no se mojaran los yesos, acompañada por dos patos de plástico que tenían jabón de burbujas adentro.
Me picaron dos alacranes y me puse grave, pues no había antialacránico en las dos veces que me llevaron al seguro. Se me zafó un codo, jugando a que el perro era mi caballo.
Pero no me caí del tonel de 200 litros al que me subía a caminar en redondo, tampoco de los columpios, aunque me subía y me colgaba arriba con el doblez de las piernas. Tampoco me atoré en los barrotes por los que me metía, para explorar construcciones abandonadas cerca de la casa. No me quedé atorada en la chimenea de la casa, porque a pesar de que la pensé mucho (porque quería llegar desde la parte de arriba hasta la sala), no me decidí.
Tampoco llegó a mayores el terronazo que me pegaron en una ceja, cuando peleábamos de noche, en la calle frente a la casa, aunque sí fue un golpe muy escandaloso, llegué con la cara llena de sangre a la casa. Tampoco me caí de la barda limítrofe de la casa de mi amiga Cristina, aún cuando íbamos y veníamos como si nada, a unos dos metros de altura.
No me ahogué en las olas de Kino aún cuando me metía en tiempos de tormenta, con un colchón inflable, a pesar de las protestas de mi abuela Mormor, y de las variadas revolcadas que sufrí, en las cuales tragué bastante agua salada y hasta el traje de baño perdía.
De muy niña me escapaba de mi casa y me iba caminando a la casa de mis abuelos. Atravesaba, desde los 4 o 5 años, sola el Blvd. Rodríguez, aunque me perdí varias veces tratando de dar con la casa de mis Papis, sí llegaba. Muchos sueños míos son alrededor de la Juárez y Zacatecas, a como estaban antes, con la Ferretería y la CFE casi pelona, el Cine Matamoros y las rejillas absorbedoras de agua de la lluvia, que me arrastraban, frente a la casa de ellos. Y los yucatecos, altísimos, me vieron subirme a sus troncos gigantes, siguiendo a mis primos o yo sola: de ahí tampoco me caí.
En fin, me siento, como les decía, muy afortunada de estar viva.
Lo bueno es que el espíritu aventurero ahí está, quizá es la niña sin domar que fui y que soy, aunque ahora está mucho mejor cuidada por mí.
Esta foto me la tomó Mormor, tendría unos cinco o seis años de edad.