martes, 27 de diciembre de 2016

Amor en la Era Glacial: Los Hijos de la Tierra, de Jean M Auel.



Terminé por fin la saga de “Los hijos de la tierra”, de Jean Auel. Y me quedé huérfana de prehistoria y de  Era Glacial, huérfana de la gran Madre dadora de vida a la que adoraban. Y me falta la familia extendida a la que finalmente la heroína se integró, con una hija recién nacida.

Extraño sus campos llenos de herbívoros gigantes, que les surtían de carne durante todo el año. Un mundo ideal en donde todo se resuelve con las buenas gestiones de los líderes naturales por clan o por caverna. Los bosques con sus ríos, poblados de peces gigantes. Las llanuras con granos salvajes, antecedentes de nuestros consumidos trigo, centeno, cebada.


Entendí los albores de lo que somos y de lo que fuimos definido con la domesticación de los animales, el arte de la curación del cuerpo y del alma, el conocimiento milenario de las hierbas y sus efectos medicinales, las herramientas, la elaboración de prendas de vestir, los utensilios para cocinar, el uso del fuego y la organización familiar.

Un mundo ideal, donde el hombre durante miles de años –se supone que esta historia sucedió hace veinte mil años –convivió en paz y respetando la naturaleza, su medio ambiente.

Integré toda la información suelta que tenía acerca del devenir humano de ese tiempo. Incluso, su mezcla con los neandertal, cuyos genes perviven todavía en las personas de origen europeo.

Asimismo, le dio vida a un clan de Neandertal, con quienes la heroína fue criada, con una visión libre de prejuicios, dedicada más bien a entender la dinámica interna de estos prehumanos que poblaron Europa en pequeños grupos antes que nuestros ancestros directos.

El trabajo de la escritora fue admirable. Fue convertir un cúmulo gigante de información antropológica, geológica, botánica, zoológica, incluso astronómica, en una historia vivible, suspirable, amable. No exenta de dolor y sufrimiento, con una heroína que busca su pertenencia a una comunidad,  a través del amor sin reservas a un joven igual de valiente y hábil que ella.

 Aunque a veces se excedió en explicaciones, la historia logró tenerme en vilo durante más de dos mil páginas, distribuidas en sus cinco libros: El clan del oso cavernario, El valle de los caballos, Los cazadores de mamuts, Llanuras en Tránsito y Los refugios de piedra. Aprendí de las costumbres de los diversos grupos humanos asentados desde el mar negro, en la actual Rusia, hasta las cuevas de Francia, pasando por Checoslovaquia, Suiza y Alemania, por darles los nombres actuales.

Me capturó la humanidad observada en estos ancestros nuestros, que a pesar de tener precarias condiciones de vida –según nuestro punto de vista- llegaban a elaboradas formas de explicación de su mundo y de integración en él. Me condolí por prácticas añejas que la mayor parte de la humanidad ha abandonado, prácticas que nos mantenían cerca de nuestros orígenes y de nuestra sobrevivencia elemental, muy lejanas al hecho de acudir todos los días a un trabajo, recibir una paga por él y de ahí comprar lo necesario para subsistir.

En síntesis, es una excelente obra literaria para adentrarnos en el mundo de los humanos de la Era Glacial. Y para reconocer nuestros orígenes: venimos de la tierra y a ella debemos volver. Vivos o muertos.

martes, 15 de noviembre de 2016

Aprendiendo a revisar mis textos: un ejercicio de paciencia.

No hay nada romántico en la revisión y  corrección de los textos que uno escribe y quisiera ver publicados. Nada de emoción, nada de soltarse la greña o seguir ese filo inconsciente que se asoma cuando la pluma es llevada por el impulso mágico. Se supone que una escritora vive referida a sus ocurrencias –lo cual es cierto, en parte- pero la autocrítica,  la lógica, el ordenamiento, la gramática y sintaxis  y  las reglas de estilo, también forman parte de su oficio.

Después de varios meses de dejar reposar una novela, en mi caso, me apropié de la vena asesina que aflora cuando mato a uno de mis pollos. ¿Mi herramienta? La sección de “revisar” de Word, con sus tachados, correcciones, globitos para hacer comentarios mordaces al calce y mucha, pero mucha concentración. Y café, agua, té chai, café descafeinado, vitaminas y más agua, en ese orden.

Ya llevo dos meses estudiando cómo despojar de sus aristas filosas e inadecuadas a mi texto. Me regalé pacientemente la lectura y hechura de los ejercicios del manual “Escribir ficción” de la escuela de escritores de Gotham, viejito pero muy útil. Y me dediqué a fondo.

 Y descubrí muchas cosas de mí.

Para empezar, que odio corregirme, quizá pienso que soy una chingona escribiendo en modo semiautomático, lo cual quizá está bien para un primer borrador. Que luego he ejercido una negación complaciente que me hizo publicar mi libro de relatos a medio corregir, pensando que todos irían a ver lo padre que escribo, pasando por alto los errores. Me dicen que sólo los reporteros  escriben y publican, casi sin cambiar nada. Oh descubrimiento, pues eso fui en mi otra vida, y las malas mañas son las más difíciles de erradicar.

De mi libro de poemas (el primero) no tengo queja, pensé tanto en autopublicarlo que quité y recorté poemas, los acomodé y los reorganicé tantas veces que me salió un libro que me gusta mucho todavía.

Después de la publicación de mis relatos me di cuenta que había que corregir, así que recurrí a una experta. Entregué  mis siguientes tres novelas cortas a su hábil mano, lo cual salió bastante bien. Hasta que en mi última novela  -que no sé si publicaré algún día o no- el tema, el desarrollo de los personajes, el suspenso, estaban tan malos que ni su inteligente  acción la pudo mejorar. Eso lo sabía yo.

Entonces, todo se derrumbó dentro de mí. DEBÍA aprender a corregirme, a reconocer en qué había fallado y dar marcha atrás, hacer borradores nuevos y/o mejorar el ya hecho, revisar el guión sobre lo ya desarrollado, preguntarme a dónde voy, qué quise decir, incluso sin saberlo.

Esta última novela me ha sentado en la necesidad de desarrollar otras habilidades referentes a la escritura que yo pensaba ya las tenía. Pero la negación era muy grande. ¿Cómo, después de cinco libros con un relativo éxito de ventas, hasta donde alcancé a promoverlos, seguiría necesitando corregirme más y revisarme?

Es que me dormí en mis laureles. Me trepé a un ladrillo y me sentí la reina de mi creación. Pero siempre he querido hacer diferente cada novela, así que en esta última investigué más, quise meter poesía y otros menjurjes. Me salió forzado, sin ton ni son, soso para leer. Y si yo lo digo, que soy la autora, ¿qué dirían otros lectores?

Y el Manuel diciéndome con tono medio enojado que si por qué no corrijo lo que hago;  él tuvo que corregir mis crónicas, yo se las mandé tal cual las había publicado hacía veinte años. Y me entero que un editor moderno no corrige tus textos, tienes qué mandárselos lo más limpios posibles, pues bastante trabajo tiene con la impresión y la mercadotecnia.

Al reposar mi última novela me pregunté por qué no soy igual de cabrona con mis escritos como lo soy con lo que leo. No tolero frases de más, vericuetos innecesarios, lugares comunes, verbos dilatados… a menos que sea un estilo, y bueno, conozco estilos barrocos como los de Alejo Carpentier, Fernando del Paso, Fernando Lezama Lima…  una maravilla, sus escritos están hechos con un garbo y una cadencia inigualables.

Pero no, no es mi estilo, por lo menos en mis novelas me gusta ser simple, directa, a lo que voy.

Ahora me encuentro corrigiendo y reelaborando el guión, en un segundo borrador con base en el primero. Si no me gusta, haré nuevamente otro borrador. Y eso toma tiempo, dedicación, la parte lógica del cerebro y litros y litros de café por las mañanas.

Disciplinar mi mente ha sido lo más pesado. No debo ser la ligera mariposa que anda de picaflor. Soy una elefanta que emigra cada año de un terreno a otro, llevando a toda su familia consigo. Sabe en qué época del año hay cuáles frutos y vegetales y en dónde se inunda para dar paso después a los pastizales. Y camina días y meses, a veces sin alimento y con poca agua. Pero la recompensa es grande. Sobrevive ella, sobrevive su familia y ella misma, mantiene unidos a los suyos y los ve crecer, fuertes y lozanos.

No se distrae, piensa en lo importante y deja lo urgente. No se desvía del camino y su intuición la resguarda de seguir falsos caminos o exageradas atracciones.

Mis pasos ahora son lentos pero seguros. ¿Terminaré y haré algo publicable? No lo sé, pero sé a dónde me dirijo y hacia allá voy, por más difícil y árido que parezca el camino. No voy sola. Esta temporada me ha hecho más fuerte, reflexiva y definida en mi vocación. No son peritas en dulce, de eso estoy segura. Detrás de cada libro hay mucho trabajo, no sólo físico, también vital.

También he pensado que soy una persona de dos mundos, como Tarzán, pero de eso te platicaré en otra ocasión.

viernes, 23 de septiembre de 2016

El encierro y la rebeldía. “Alguien voló del nido del cuco”, de Ken Kesey (1962).



"Los has engañado, Jefe. Los has engañado a todos".

Inicié su lectura por recomendación de un curso de ficción online, esperando encontrar un relato acerca de un grupo de enfermos siquiátricos que viven en un manicomio. Y sí lo encontré, pero hubo mucho más que me dejó con un buen sabor de boca.  El narrador, el Jefe, esboza su realidad vista a través del tamiz de su propios problemas, una realidad en donde ve arribar al centro, decidido a romper el aburrido orden,  a un presidiario que ha fingido demencia para escapar de los trabajos forzados. Este extrapolado pone de cabeza a la institución, cuestionando las reglas y animando a sus compañeros a ser proactivos en su bienestar y a enfrentar las rígidas reglas del hospital.
Así, presencié cómo la comedia de la vida moderna se desarrollaba en su más exagerada versión. Cómo la manipulación de las inseguridades y los miedos convergían en la necesidad de las autoridades de “alinear” a una conducta “adecuada y correcta” a los internos.  Ello incluía el uso casi indiscriminado de medicamentos que supuestamente les ayudarían a todo para lo que denotaban incapacidad: dormir, autocontrolar sus emociones más arrolladoras, establecer relaciones armónicas con los demás, seguir horarios, etcétera.
El Jefe (de alguna semiextinta tribu indígena del norte del continente americano)  que es testigo sordomudo por decisión propia y no por atributo físico, retrata en primera persona a esta sociedad hiperindustrializada y moderna que, a cambio de total sumisión y casi perfecta conducta, nos entregaría como premio supuestamente la seguridad, el confort y la satisfacción de nuestros más caros anhelos. Pero ¡oh decepción!, el sistema nos trae como burros tras la zanahoria, corre que tienes qué llegar a tiempo, compórtate y te querrán tus cercanos, obedece y no serás encarcelado, alíneate en esas casas de cartón que simulan concreto para que sigas un horario y nos regales tu vida a cambio de unos pesos que te ayudarán a seguir sobreviviendo.
Y todos lo que no se ajustan a estas normas, deberán ser castigados y puestos a confinamiento en cárceles o manicomios, pues supuestamente representan un peligro para la sociedad.
De ahí que todavía se confina a la cárcel a activistas sociales, políticos o ecológicos, junto con asesinos y depravados sexuales, pues en ambos casos su presencia destruye el orden y el tejido social convenientes para una perfectamente organizada sociedad industrial, claro, desde la óptica de los dueños del poder económico y político.
Pero ¿qué sucede cuando ni siquiera ese tejido social existe? Hablemos de nuestra sociedad mexicana actual, en donde la conveniente actitud y capacitación para el trabajo de la población económicamente activa, no garantiza  la sobrevivencia personal y menos familiar. Hablamos de una crisis de las estructuras y andamiaje social y económico que caracterizaron al México del siglo XX. Ante la gran necesidad económica, muchos se ven obligados a delinquir, siendo sólo los más capaces, los mejor organizados, los más violentos (en el caso de estar fuera de la ley) quienes logran los mejores frutos;  o los más corruptos y hábiles para robar sin ser detectados, en el caso de empresarios y políticos.
Es como si de repente desapareciera el manicomio, las enfermeras y los medicamentos. Como si no existiera un lugar más allá de las rejas contra el cual pelear, como si no hubiese castigo para las conductas que atentan contra la vida de los demás y como si ni siquiera existiese una sociedad rígida (en el caso de la novela, personificada por la Gran Enfermera) qué cuestionar.
El Jefe, nos relata la novela, ha pasado por épocas terribles en su vida, desde pelear en el frente en la guerra, hasta trabajar en plataformas petroleras, pero lo más terrible de su situación es la sensación de no pertenencia, es la pérdida de su hábitat natural que a su grupo originario y familiar les arrebataron por unos cuantos dólares. Es el haber sido arrancado de su tierra y cultura propias del que eran dueños por generaciones, y trasplantados a la tierra de todos y de nadie que es la gran ciudad.
Pero el grupo de los internos menos afectados, denominado los Agudos, se integra a la rebeldía y amor por la vida de McMurphy, el expresidiario. El Jefe poco a poco regresa de sus ensoñaciones con las que revivía su dolor y, como los demás, toma fuerzas para tomar en sus manos su futuro, despojándoselo al sistema, Tinglado como él lo denomina.
Escena de "Atrapado sin salida" (1975).
Leí con gusto, enojo, risa y tristeza la novela. Me llevó de la mano por todos esas emociones. De repente me pareció repetitiva y lenta, sobre todo a la mitad, pero tuve paciencia y nuevamente me sorprendieron muchos acontecimientos que me tuvieron muy aferrada.
Busqué en internet y no tardé en encontrar la película online, con Jack Nickolson como protagonista, realizada en 1975 y dirigida por Milos Forman. En español la titularon “Atrapados sin salida”.  Me gustó la adaptación, aunque la riqueza de la visión del Jefe no la retomaron y solo se enfocaron en el revuelo que la estancia de MacMurphy levantó en el psiquiátrico. Creo que la cinta se ganó a pulso los cinco Óscares: Óscar a la mejor película, Óscar al mejor director (Miloš Forman), Óscar al mejor actor (Jack Nicholson), Óscar a la mejor actriz (Louise Fletcher) , y el Óscar al mejor guión adaptado.
Si la quieres leer,  el vínculo es éste y la puedes descargar directamente. Asimismo, este es para la película.



viernes, 26 de agosto de 2016

"Mientras crecen los árboles": retazos de un Querétaro antiguo y nuevo.

Para Francisco Garrido Guzmán.


He visto que es necesario elaborar algunas reflexiones sobre los libros que he publicado. Desde mi ojo de escritora antes no lo veía necesario, pero al tener ya seis publicaciones y encontrar que poco he abundado en su contenido, para mí como lectora es importante conocer más de cerca los procesos que llevaron a la publicación de un libro, las motivaciones del escritor, etcétera. Eso acerca y quizá, crea interés en la lectura.
Iniciaré con mi último libro publicado: "Mientras crecen los árboles" *.

Me surgió la idea de entrevistarme, como si fuera una reportera que ya leyó mi libro, y responder, como la autora que soy. Me quedé en la primera pregunta. Las respuestas me surgieron naturales; creo además que fue  la necesidad de ahondar más en el proceso que me llevó a la escritura de las crónicas, cómo las hice y por qué no retomé temas “típicos”.
¿Cómo, cuándo y por qué me surgió la idea de escribir las crónicas?
Paco Garrido Guzmán, coordinador de ediciones en el H. Ayuntamiento de Querétaro 1994-1997, nos presentó la idea de una revista que integrara crónicas acerca del municipio y de la ciudad. Como era parte de un grupo de apoyo político,  me ofrecí a colaborar, así durante varios  meses aparec publicado un texto en Crónica Municipal, así se le llamó. Era una revista muy bonita, muy bien diseñada y con colaboraciones de escritores y personajes de la vida cultural queretana.  Hice nueve textos, que me pedían fueran breves y sustanciosos. De ahí, veinte años después, las integré en “Mientras crecen los árboles” .
 

En ese entonces me di a la tarea de hacer un escrito por cada delegación,  acababa de hacerse la división política, por eso están “cubiertas” la mayor parte de las zonas de la ciudad.
Intenté hacerlas lo más vivas posible, incluso a algunas las fui a visitar para escribir sobre ellas, así fue el caso de Santa Rosa Jáuregui, pues no la conocía bien.
Yo tenía apenas cinco años en Querétaro, no conocía mucho de la ciudad, pero en algunos lugares ya había vivido como en Hércules o en Lomas, de ellas me fue más fácil escribir. Asimismo, acudí a la Casa de la Zacatecana, en el centro histórico, atraída por la historia que se supone acaeció ahí. Del texto sobre la entrada del ferrocarril nacional a la ciudad, me surgió la inquietud de las fechas e investigué varios documentos, también  me di un clavado al archivo que en ese tiempo tenían resguardados documentos históricos en los altos de la biblioteca del H Congreso. De ahí surgió el texto “Me lleva el tren”, que integré con una crónica de la época, tomada del Diario Oficial "La Sombra de Arteaga" de 1882.
Portada de la "Crónica municipal" no. 3.
Yo quería alejarme de los temas queretanos, como los concheros, las leyendas urbanas de las casonas o escribir de lo clásico que se supone caracteriza a la ciudad hablando turísticamente: las artesanías, la gastronomía… Muchos cronistas de la ciudad han abundado en ellos, con publicaciones auspiciadas por instituciones públicas de la cultura o de la educación. Creo que Querétaro como ciudad y como formadora de queretanos de nacimiento o avencidados, tiene una naturaleza  más profunda.
Esa naturaleza la avizoro en varios textos;  es, podríamos decirlo, una confluencia entre lo urbano y lo rural, lo tecnológico y lo impasible de sus construcciones de siglos, lo industrial y lo ritual sagrado. Claro que en general la forma “agrícola” o rural de ser se va perdiendo entre más urbanizada esté la ciudad, pero de aquello siempre  queda algo. ¿Tendrá algo que ver en esto el hecho de que muchas órdenes religiosas tenían aquí su base durante la colonia? Necesariamente creo que sí, sobre todo en la preservación de las formas “educadas” del trato, el no expresar de viva voz sentimientos negativos a nadie y, claro, las costumbres y ritos que año con año se manifiestan en las fechas religiosas clave en muchos pueblos y barrios de la ciudad. A mí, que no soy religiosa, me ha enseñado la tolerancia a dejar que la gente que sí lo es, se manifieste, y eso es especialmente ostentoso en esta ciudad.
He de confesar, si necesidad de confesión necesitas, lector, que cuando escribí las crónicas no conocía mucho de Querétaro. Quizá por ello son frescas y mi ojo ve lo que el queretano no. Y es un ojo de mujer joven, de medianos recursos, mexicana pero norteña y por ello ajena a muchas costumbres que quizá sean comunes a toda esta región del centro de la República. Son crónicas que ya exhiben nostalgia por esos lugares que me recibieron por unos meses antes de dirigirme a lo que sería mi hogar actual, en la colonia Desarrollo San Pablo.
Cuando integré las crónicas antiguas en un libro, intenté de alguna forma “actualizar” la información dada en las crónicas antiguas, sobre todo en referencia a los problemas que también había señalado. Además, escribí sobre dos eventos que me sucedieron me parecieron factibles de integrar al libro, que representaban atmósferas y personajes que pudieran ser representativos. Me refiero a la “Visita al Tlacote” y “Una familia de Lomas”. No sé si la medida fue adecuada o no, pero el libro ahí está, para que tú, lector queretano, le des un vistazo y me digas si ese Querétaro que describí ya se fue con las continuas oleadas de migrantes o pienses, como yo, que algo se impregna en tu ser de su naturaleza mansa, laboriosa, gustosa de las cosas bellas y muy apegada a sus costumbres familiares y religiosas.
Cierto es que no cubro todo, sería imposible en un solo volumen, pero pongo mi granito de arena para comprender y preservar partes del municipio que en muchos sentidos, ya no están. Mis retazos para la gran manta queretana que seguimos construyendo, están entregados ya.

* St.Clair, Anna Georgina. Mientras crecen los árboles. Ed. Orbis Press, CA. 2016.

domingo, 7 de agosto de 2016

Apuntes personales de Mexicanidad sin fronteras.

 7 agosto 2016.
Mi mente divagaba entre la tibieza del río Concá en Adjuntas, los pavorreales de Tequisquiapan , la exaltación poética de los asistentes a la noche bohemia de Dolores Hidalgo y la atenta participación en la última presentación en el Museo de la Ciudad de Querétaro.Asimismo, reconocía en mi persona el reencuentro con las huellas que la historia mexicana dejó en el centro histórico de Querétaro, al visitarlo por enésima vez, ahora en compañía de Manuel.


 Eso me sucedía hoy, cuando el tiempo de la rutina doméstica me alcanzó.
Era un día después de la semana que mi viejo amigo compartió conmigo. Mi casa y mi familia evidenciaron, en su descuido, cuánto me necesitaban con mis viejas atenciones, pero yo no soy la misma.
Algo ha cambiado en mí y no acierto a definir qué. ¿Será de lo mucho que aprendí con mi visitante y cómplice? ¿A que me atreví a organizar una gira que no sabía si funcionaría? ¿A qué confié, siguiendo tímidamente mi intuición, nuestra manutención de varios días a personas que sólo había visto una sola vez? ¿Y a que todo salió rebasando nuestras expectativas?
¿A que revaloré la riqueza natural, cultural y humana de mi estado? ¿A que me sentí más arropada que nunca por mis amigos y especialmente mis amigas?
Me analizo y encuentro que me afiancé en mi deseo de seguir en el trayecto que me he trazado, y como cuando limpias tu casa, sigo encontrando detalles qué pulir, estantes qué reorganizar, muebles usados qué desechar, rincones qué adornar, en este mi hogar espiritual y centro que es mi río creativo.

 3 de agosto 2016.
Ya habíamos compartido letras, audiovisuales y nostalgias con los jalpenses cuando el afable Willmar nos llevó, por la tarde, a Concá a conocer al árbol milenario. Manuel quería inspiración en ese monumento natural y
yo, seguidora como siempre lo he sido de sus pasos, deseaba tambien ser llevada a lugares extraordinarios viendo el paisaje y no los detalles del asfalto.
El sabino surtidor de agua limpia como manantial nos recibio ufano, nos rregaló sombra, presencia, estabilidad y con una gran sonrisa que partía un costado de su tronco, hendido por un fugaz incendio, nos susurraba burbujas de arena blanca que hubiéramos podido beber, solo nos detuvieron los peces juguetones y el lirio naciente.

Jalpan y Concá fueron generosos con nosotros. Nos mostraron sus montañas, la tranquilidad y ternura en el trato de sus gentes, la tibieza de Adjuntas, la fragante vida que asoma por todos los poros de esta tierra fértil. No en vano es reserva ecológica de la biósfera. Tierra bendita por los humanos que solo les falta.aprender a.vivir dignamente de ella asegurando bienestar y progreso a sus hijos para que no tengan que irse de.migrantes al peligro y a la explotación inhumana al pais del norte.
Quiero presumirles que el evento literario en Jalpan fue una experiencia rica, en donde participaron activamente los reporteros de numerosos medios de comunicación y el público con mucho entusiasmo.
Que me mojé con.todo y ropa en Adjuntas, que el rio de agua tibia de la vida me llevó con una lentitud que combinaba con los latidos tranquilos de mi corazón.
Mi corazón que ahora lo siento pacificado, agradecido, pleno y listo para seguir en esta gira que he vivido hasta los huesos y bajo la piel.
Gracias gente, generoso sol, milenario árbol, oxígeno recien nacido, exigente sensibilidad de Jalpan.
Bendita seas, vida, por haberme dejado vivir estos dias y por depararme mas momentos bellos todavia, en esta gira de Mexicanidad sin fronteras.
Por último, gracias Manuel por tu visita y renovada amistad y compañía.

 1ro. de agosto 2016
Es un día que aun no termina, y ya siento su benéfico efecto en mi animo. Ayer, tuve el reencuentro con Manuel Murrieta a quien no veía desde hace 30 años. Hoy, viaje a Tequisquiapan, presentacion animada y celebrada y entuasiasta asistencia a mediodía a pesar de lo difícil del dia y hora. Luego, una deliciosa comida rodeados de pavorreales en un legendario restaurant.
Y en la tarde, acompañados.por un magnifico sol, el siempre impresionante traslado a Jalpan, cruzando el semidesierto, respirando el transparente aire de Pinal y casi tocando las cascadas que se asomaban al lado de la carretera sinuosa que baja a Jalpan.
Llegar y.encontrarnos con el espléndido equipo que nos recibió, lidereado por Hugo Márquez, muy interesados en nuestras obras y dandonos un trato amabilisimo, digno y afectuoso.
Mañana nos presentaremos en la parte superior de la biblioteca municipal, será otro dia de compartir nuestras letras, platicar con los privilegilados habitantes de estas tierras y compartir nuestra vivencia de ser sonorenses de nacimiento, migrantes de.nuestro lugar de origen y haber adoptado, pese a nuestras nostalgias y regresos, nuestro nuevo terruño sin olvidar nuestras raices.
Ese proceso esta evidenciado en nuestras letras, y al mismo tiempo estas nos han servido para procesar nuestro proceso de asimilacion. 




lunes, 9 de mayo de 2016

Olvido

Cuando te olvido
la fuerza es constante
la creación me ilumina
los planes suceden a los logrados
duermo tranquila y
un cuento
ocupa el lugar de mi pasado



Cuando conversamos
     cada vez menos
tu confusión se instala
     en mi culpa
nunca tuviste razón
pero tu lógica
sabe dónde escarbar sangre
     y sacar  alimento

¡Cuanta energía para crear
cercas de espinas!

Me alejo
no será mi carne quien te despoje
                 del dolor
mas bien
se sanará
cuando se dé cuenta
de lo importante que es
olvidarse de tí