viernes, 29 de diciembre de 2017

Naranjas en la Niebla. Viaje a Jalpan y Xilitla 1



Fui a Xilitla siguiendo una obsesión ajena, pero de tan fuerte se hizo mía también.
¿Ajena? Bueno, de mi mamá, que de tanto que me platicó del Jardín Surrealista Escultórico de   
Edward James, me pasó las ganas de conocerlo. Y el año pasado que visité dos veces Jalpan, una en marzo con las compañeras de Lumbre entre las Hojas y la otra con Manuel Murrieta en la gira “Mexicanidad sin fronteras”, en agosto,  pregunté:
— ¿Y por dónde se va a Xilitla?
Y el miércoles me decidí, después de ahorrar lo más posible para el viaje (tomando en cuenta las fiestas navideñas, ahorrar  fue un gran logro) y decidida a no usar la casi liquidada tarjeta de crédito.
El día era perfecto, el mecánico revisó los frenos del carro, les sacó un poco de aire y nos fuimos.
El plan era de tres días, hicimos dos. Además de conocer Xilitla y el jardín escultórico,  queríamos ir a bañarnos también a Concá, incluso llevamos trajes de baño y Emi empacó sus aletas, snorkel y careta de buceo.
Con pocos inconvenientes llegamos a Jalpan en la tarde, después de un camino lleno de curvas y una abrupta subida, tan abrupta como los cerros que rodean el valle queretano. Me sorprendió ver qué tan poco de la carretera Querétaro-Jalpan han hecho en doble carril. Solo han llegado a Higuerillas, no han tocado para nada las infames curvas que aparecen después del entronque a Peñamiller. Eso sí, forma parte de la propaganda oficial estatal de esta administración y de la anterior. Lo demás está igual, aunque siempre debo alabar los caminos queretanos, casi sin baches y siempre arreglados, a pesar de la lluvia, el frío, el calor y el uso.
Mi amigo Wilmer, siempre atento, me indicó el hotel más barato de Jalpan, con buen servicio. Era el mismo a donde llegamos Manuel y yo el año pasado.
Con Emi fascinado por registrarse en hotel, pasamos a caminar al friíto de la noche entre los puestos ubicados alrededor de la plaza de Querétaro. El sonido de los cohetes tronando de manera intermitente me dijo que algo había de especial, además de los puestos. El día siguiente se conmemoraba el Día del Migrante, con la presentación de los fabulosos “Huracanes del Norte”, anunciados con rayas multicolores en casi cada barda de contención de las ansiosas curvas: 28 DIC, HURACANES DEL NORTE, Jalpan.
Entonces le puse atención al póster que también habían editado al respecto. Decía que habría caravanas desde varias comunidades y municipios aledaños a Jalpan, que se reunirían desde la una en “La Playita”; pensé que era la playa que se hace en Adjuntas,  a donde queríamos ir a nadar en las tibias aguas del río Concá. Con el frío de la noche y la imposibilidad de reunirnos con cientos o miles de migrantes en sus carros en esa arena que tanto me gusta, bajo el puente gigante, con música norteña a todo volumen, descarté la parte acuática de nuestro viaje.
Decidí pasar todo el jueves en Xilitla y su camino. Google maps me señaló que haría una hora 30 minutos en carro, en un trayecto curveado de solo 84 kilómetros. Al día siguiente pasamos a desayunar a la central camionera de Jalpan, una ampliación de la banqueta, a la intemperie, con varias mesas largas, atendidas por solícitos señores que te ofrecen tamales, café, jugo… El señor que nos atendió, Don Pepe, me comentó que “en Xilitla hay poco qué ver, nomás está ese Jardín y las Pozas, ahorita no se puede meter  porque está fría el agua”. Él estaba contento, pues  en la noche habían caído “las primeras aguas de esta temporada”, las naranjas de su huerta iban a estar contentas, pues ya se veían tristes, me dijo con una seña de sus manos caídas, simulando hojas secas.
Tienda en Xilitla
Decidida a ahorrar en comida (aunque el gasto mayor fue la gasolina), además de desayunar, empacamos tamales, atole de teja (negro de semilla de girasol) y café. Me encantó que dondequiera se prepara y toma café desde temprano, y es riquísimo: la sierra gorda produce y consume, entre otras exquisiteces, semilla de café. En el camino se me antojó también comer chocolate, “espérate verás en una gasolinera en un Oxxo compramos unos”… Y pasamos una gasolinera, luego otra, y nada de Oxxos. Y caí en cuenta.
Nada de Oxxos, ni Aurrerás, ni SuperQ (¿no usan tarjeta de transporte?); ni de Comercial Mexicana, Soriana o Farmacia Guadalajara. En su lugar, súpers con nombres cada vez más norteamericanos, al modo de mi infancia, en mi natal Hermosillo, donde cada colonia tenía su abarrotes que luego convertían en supercito con lo necesario para surtirse para la comida. O tiendas de ropa, o mueblerías, o farmacias, cada una con su toque personal del dueño. Nada de franquicias. Recordé mientras enfilaba a Landa de Matamoros que había firmado una petición de change.org o algo similar, demandando no se abriera un Aurrerá en Jalpan.
En lugar de los horribles subways y macdonalds y pizzashut de la carretera, vi letreritos que anunciaban “La ruta del sabor” para cincuenta o cien metros más adelante, precisar la fonda de Doña Mary que vende enchiladas y tacos de guiso. Otro enunciado igual me indicaba que había mariscos (¡en lo más alto de la sierra!) y pescados y caldos revividores. Así observé varios letreros, y me gustaron. No me daba cuenta que sustituían a las franquicias gringas o globales, que tanto estorban en la carretera pero en donde finalmente termina a veces una aterrizando, porque luego no hay de otra qué comer.
Y vi los árboles de naranjas, para esto ya nos inundaba la niebla, humedad venida desde el golfo de México y dispuesta a abandonar hasta sus últimas gotas en esas laderas verdes, rebosantes de todo tipo de vida vegetal y animal. Vi platanares, bugambilias estallantes de color y luego ya no vi nada más que el camino, pues las nubes salieron a encontrarnos y a mostrarnos su callado esplendor y fuerza.
También vi letreros señalando multitud de sitios naturales turísticos, incluso Eco-cabañas. En Pinal de Amoles, un páramo a donde llegué por primera vez hace 25 años a recorrer los magníficos bosques que anteceden al pueblo, lo encontré convertido en el Campo Santo, un campamento para alojarse al aire libre. En la gasolinera de al lado me dijo la señora que atiende los baños que el Campo Santo no tiene agua en los baños, que sólo hay servicio sanitario cuando se renta para fiestas de los lugareños. Que si alguien quiere ir a acampar, debe acudir a la gasolinera cuando necesite baños. Qué mala noticia, yo que me estaba alborotando para ir y quedarme en tiempo del “calor” queretano, en lugar del multivisitado Campo Alegre, de San Joaquín.
Pero aparte de eso, lugares en dónde quedarse barato hay muchos por toda la sierra, no sólo a donde yo llegué. Y no dudo que investigando, incluso dentro de los pueblos mucha gente haya habilitado algún cuarto para recibir a extraños viajeros, llevados por la curiosidad, las ansias de lo nuevo, las obsesiones ajenas o qué se yo de evasión, que siempre anidan en los corazones migrantes, aunque sean de dos días.


MAÑANA: Un  laberinto resuelto (Xilitla).
 

1 comentario:

  1. Me dieron ganas de ir Ana. Me arrancó un suspiro tu observación sobre la ausencia de franquicias. Yo quisiera huir de ellas y lo que representan, pero... (Otro suspiro)

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