En hora y media llegamos a Xilitla,
después de cruzar tres letreros de diferente hechura que nos daban la
bienvenida a San Luis Potosí, sobre la carretera de carril sencillo, llena de
neblina.
El camino nos llevó al centro de la
ciudad, que ya mostraba el crecimiento vegetal del liquen en todas sus paredes,
pintándolas de negro primero y luego de verde. En una curva urbana no me
resistí y compré café orgánico, de un aromático almacén que lo compraba y
vendía. La bolsa de a cuarto a 25, la de medio a 50. Me llevé mi tesoro al
carro, estacionado entre un canal de desagüe pluvial (que sustituyen a las
banquetas) y una entrada al taller mecánico. ¿Cómo llegar al jardín? Los
letreros me lo precisaron, solo había que atravesar el pueblo rebosante de vida
que afloraba ante los primeros rayos directos del sol.
Siguieron las curvas aún sin salir
del pueblo y un cajero Banorte me sorprendió a la orilla del camino. A su lado,
un comedor auspiciado por alguna red de
apoyo al migrante (un letrero explicaba cómo), me invitaba a quedarme aún
cuando todavía trajéramos tamales.
Bajando entre el verde jade
fulminante (nunca nos abandonó el sol en Xilitla), pude ver a lo lejos entre la
maleza, varios camiones y camionetas estacionados. Ahí debía de ser.
Unas muchachas morenas vistiendo y cargando
ropa multicolor bordada a mano, se nos acercaron cuando di la vuelta a un lado
de los camiones estacionados. Chiapanecas o oaxaqueñas, pensé, presentes donde
hay turistas con dinero. La señal de la entrada decía Pozas 4,
pregunté a un puestecito turístico de actividades acuáticas, si era para el jardín
surrealista y sí, me metí por el camino empedrado.
Tantos nombres para lo mismo, me
dije. ¿Es lo mismo Pozas que el Jardín Surrealista? Jardín Escultórico, El castillo de Eduard James… Carros estacionados me
indicaron que también podía hacer lo propio con el mío, así que busqué un
lugarcito y apresuré a Emi a bajarse conmigo, a acompañar a grupos familiares
pequeños o de jóvenes que ya caminaban rumbo a nuestro objetivo. Emi, montado
en sus propias fantasías que despliega para su disfrute, cuando está aburrido,
se negó a abandonar la seguridad del vehículo. Ya lo ha hecho otras veces, así
que no me asusté ni me detuve. Cargué lo necesario (dinero, cámara, celular) y
me apresté a caminar lo que me faltaba, con las llaves de la marcha en la mano.
Solo le advertí, cuando me iba, que si se bajaba a seguirme, asegurara todas
las puertas.
Caminé tratando de no ver hacia
atrás, me enfoqué en encontrar lo raro y diferente, siempre entre el follaje
multicolor y brillante. La primera advertencia que encontré fue, al lado del
camino, que no debían estacionar coches pegados a la ladera del cerro, pues
había árboles en riesgo de caer, lo bueno es que dejé el mío del lado contrario.
Una fila larga de todo tipo de personas, la mayoría con atuendo de turistas
exploradores, me dijo que había llegado.
Avancé y encontré unas bancas con
respaldos altísimos, en forma de barrotes gruesos y redondos. Las bancas eran de un gris
negruzco y motes verdes con figuras sobre el mismo concreto de hojas gigantes.
Tomé fotos y divisé en la colina del frente varias formas de concreto, como
casas sin paredes, con soportes o adornos, con figuras delirantes de hojas de
parra gigantes o puntas de espadas, qué sé yo si es que quiso parecerlas a algo
conocido. Luego vi otra fila, para comprar los boletos, así que para allá me
dirigí.
Emi me llamó por cel y me dijo que
estaba bien. Yo conservé la calma y le indiqué que cuando saliera, caminara
hacia donde me vio salir, que era poco el trayecto y que yo estaba al final.
Volvió a hablar para decirme que se había quedado sin llaves y había cerrado el
carro. Aquí tengo las llaves, ven a hacer fila conmigo para entrar a ver al
castillo.
Junto a los otros conjuntos de
bancas había puestos de comida, de artesanías, además de los existentes en el
camino. Emi llegó caminando y tardó en localizarme. Vente, vamos a comprar los
boletos. No, él solo quería las llaves y quizás asegurarse de que ahí estaba, que
no me iba a ir a otro lado. Recogió las llaves y regresó. Me quedé con un poco
de pendiente porque si les gusta mi carro semiviejo empolvado y son ladrones,
se lo llevan con todo y mi hijo… Pero olvidé mis preocupaciones porque gestioné
sacar descuento de pensionada sin credencial (la olvidé) y sólo me pidieron
otra identificación, les entregué mi licencia de manejar y la hicieron válida.
Me ahorre 35 pesos con ello, aunque el gusto de que me hicieran el favor superó
al ahorro.
Entré por una puerta minúscula,
casi nadie cabíamos de frente y había qué agacharse. Las tres escaleras para
acceder, angostas y altísimas. Había la opción (siempre hubo opciones en los
caminos de piedra) de ir por otro lado en donde la gente estaba haciendo una
larga fila. Fiel a mi costumbre de evadir lo más posible las aglomeraciones, me
fui detrás de unos jóvenes decididos, se notaba que ya conocían el lugar.
Para disfrutarlo había qué
abandonar toda lógica. Anna en la selva de las maravillas viejas, desgastadas,
inacabadas. Ni sola ni en un sueño, acompañada por pedacitos de relatos de los
guías, que si Eduard James vivió hasta viejo aquí, que si un sonorense asentado
en Xilitla le enseñó por primera vez el cerro con la cascada, que si los planos
del arquitecto mexicano… Subir por escaleras de piedra, vislumbrar alguna
construcción, a veces bajar con cuidado por lo resbaladizo de la humedad,
llegar a muros enlamados, cruzar por entradas cuadradas, seguir subiendo y
llegar cruzando entradas con arcos, a ver columnas gigantes que asemejan tulipanes, orquídeas en flor, sin flor…
Al principio y hacia abajo, a la izquierda, al principio, un restaurante
cobraba caro a sus comensales su estancia ahí, en uno de los pocos cuartos
habitables de todo el conjunto. Seguí caminos, llegué a antiguas alberquitas
que de seguro le sirvieron de baño, caminé por los senderos de piedra (con
algunas piedras sueltas, a veces) y me sorprendieron castillos de bambú en
concreto, a un lado de un pequeño bosque de bambús naturales que le superan en
fortaleza y en altura.
Hice varios videos pensando en mi
mamá, que a ella le hubiera gustado muchísimo andar conmigo y que ninguna
fotografía podría mostrar el trance en el que uno entra cuando camina por ahí,
entre la gente, llegando a edificios de varios pisos sin muros, con los techos
que dan vueltas y van subiendo, en cuyo centro sólo se instalaron remedos de
orquídeas en flor. Los junté y se convirtieron en media hora de deambular por
los lugares, conmigo agitada y asombrada. Lo pueden ver en YouTube .
Me impactó saber (no quise saber
mucho antes de recorrer el lugar, me gusta más descubrir y sacar mis propias conclusiones, pero lo leí en la presentación del lugar turístico, a la entrada) que el poeta y filántropo inglés tuvo un
gran jardín con orquídeas, que se le quemaron en alguna helada y que, por
despecho, quizá para nunca volverlas a perder, mandó hacer las construcciones
en su honor. Edificios como loas a esculturas simulando esas flores raras y
exquisitas.
Subí siempre, hacia la derecha,
preguntando y procurando no resbalarme ni caer, tomando aire húmedo que me inundó
la nariz, y a veces tomando video con el cel, cuando veía algo interesante.
Todos los visitantes iban o venían, se quedaban sobre los techos, veían más,
descansaban y tomaban fotos. Cuartos oscuros con puertas clausuradas, puertas
triangulares o redondas. Caminaba y solo era esperar más sorpresas, como ese
otro edificio, ya cerca de la cascada, con chimeneas en cada piso… Jóvenes
cuidaban algunos lugares y a la gente, que temeraria quería aventurarse a
subir, tocar, ver desde algún ángulo especial los cimientos sin muros, las
orquídeas gigantes que alguna vez fueron amarillas o azules, siempre en
contraste con el verde intenso dondequiera.
Después del palacio de bambú,
llegué a las cascadas, a lo que es Pozas. La bella y ensordecedora caída de
agua arribaba a diversos muros pequeños. Todo por el gusto de redirigir el agua.
Al parecer, en tiempo de calor, los visitantes pueden bañarse ahí. Pero ese día fresco
estaba anegado de gente nomás viendo, quedándose frente al agua pura y corriente,
atrapada en esa atracción que nos ejerce cuando es natural y gratis y no es
tuya y hace muchísimo ruido y te moja el cuerpo con la brisa y sólo observas cómo se va, sin
detenerla, feliz de no ser tuya ni de nadie sino de la tierra.
Al regresar, llegamos a una terraza
al aire libre con su respectiva orquídea
gigante con rastros de color rojo, esta sí lucía, frente a la cascada. Imaginé que ahí haría su fiesta de
inauguración de la primera parte de su obra, se prestaba como para mucha gente
elegante tomara vinos y canapés frente al esplendor acuático. Pero para llegar
ahí, lo supe de regreso, había que subir tres escaleras bien altas otra vez, y
volverlas a bajar. ¿Prueba de esfuerzo y de juventud a los visitantes? Sólo él
podría decirlo. Al final, creo que ni él podía circular por todo lo que
construyó.
Regresé al camino, a mis
obligaciones maternales y a la lógica espacial, sólo bajando por las veredas de
piedra, nunca a los lados y menos hacia arriba. No me pregunten cómo, pero
terminé caminando por un techito (sin protección) sobre la más larga fila de
visitantes que quería entrar a perderse, a maravillarse, a empaparse de humedad
y sudor como yo ya venía. Algunos voltearon a verme con asombro. Yo seguía a
una muchacha que sabía lo que hacía, así lo demostraban sus movimientos.
Entregué mi pulsera electrónica y respiré
profundo, secándome el sudor o la humedad del cabello. ¿Y Emi? Calma, no ha
hablado. Caminé de regreso y entre los puestos me sorprendió una niña dibujando
papeles de cuadernos tamaño primaria. “Se vende dibujos”, aseguraba otro con
letras de colores asegurado en el piso con una piedrita.
La inspiración es contagiosa, me
dije, alegre. Volteé a ver hacia abajo del camino, más construcciones alocadas
se negaban a ser vistas por una reja con cadena y candado.
Emi me vio y me saludó alegre desde
el carro. La música a todo volumen que conectó a las bocinas desde su cel, me
dijo que todo estaba bien, que alejarnos fue necesario.
Que perderme hora y media y
regresar empapada de gusto, de esfuerzo, de locura, era lo que necesitaba, que por eso había hecho el viaje, entendí que esta era mi meta y la había logrado.
Ahora, a regresar a Querétaro.
MAÑANA: Migrantes de regreso.
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