sábado, 30 de diciembre de 2017

Un laberinto resuelto. Viaje a Jalpan y Xilitla 2



En hora y media llegamos a Xilitla, después de cruzar tres letreros de diferente hechura que nos daban la bienvenida a San Luis Potosí, sobre la carretera de carril sencillo, llena de neblina.
El camino nos llevó al centro de la ciudad, que ya mostraba el crecimiento vegetal del liquen en todas sus paredes, pintándolas de negro primero y luego de verde. En una curva urbana no me resistí y compré café orgánico, de un aromático almacén que lo compraba y vendía. La bolsa de a cuarto a 25, la de medio a 50. Me llevé mi tesoro al carro, estacionado entre un canal de desagüe pluvial (que sustituyen a las banquetas) y una entrada al taller mecánico. ¿Cómo llegar al jardín? Los letreros me lo precisaron, solo había que atravesar el pueblo rebosante de vida que afloraba ante los primeros rayos directos del sol.
Siguieron las curvas aún sin salir del pueblo y un cajero Banorte me sorprendió a la orilla del camino. A su lado,  un comedor auspiciado por alguna red de apoyo al migrante (un letrero explicaba cómo), me invitaba a quedarme aún cuando todavía trajéramos tamales.
Bajando entre el verde jade fulminante (nunca nos abandonó el sol en Xilitla), pude ver a lo lejos entre la maleza, varios camiones y camionetas estacionados. Ahí debía de ser.
Unas muchachas morenas vistiendo y cargando ropa multicolor bordada a mano, se nos acercaron cuando di la vuelta a un lado de los camiones estacionados. Chiapanecas o oaxaqueñas, pensé, presentes donde hay turistas con dinero. La señal de la entrada decía Pozas 4, pregunté a un puestecito turístico de actividades acuáticas, si era para el jardín surrealista y sí, me metí por el camino empedrado.  
Tantos nombres para lo mismo, me dije. ¿Es lo mismo Pozas que el Jardín Surrealista? Jardín Escultórico, El  castillo de Eduard James… Carros estacionados me indicaron que también podía hacer lo propio con el mío, así que busqué un lugarcito y apresuré a Emi a bajarse conmigo, a acompañar a grupos familiares pequeños o de jóvenes que ya caminaban rumbo a nuestro objetivo. Emi, montado en sus propias fantasías que despliega para su disfrute, cuando está aburrido, se negó a abandonar la seguridad del vehículo. Ya lo ha hecho otras veces, así que no me asusté ni me detuve. Cargué lo necesario (dinero, cámara, celular) y me apresté a caminar lo que me faltaba, con las llaves de la marcha en la mano. Solo le advertí, cuando me iba, que si se bajaba a seguirme, asegurara todas las puertas.
Caminé tratando de no ver hacia atrás, me enfoqué en encontrar lo raro y diferente, siempre entre el follaje multicolor y brillante. La primera advertencia que encontré fue, al lado del camino, que no debían estacionar coches pegados a la ladera del cerro, pues había árboles en riesgo de caer, lo bueno es que dejé el mío del lado contrario. Una fila larga de todo tipo de personas, la mayoría con atuendo de turistas exploradores, me dijo que había llegado.
Avancé y encontré unas bancas con respaldos altísimos, en forma de barrotes gruesos y redondos. Las bancas eran de un gris negruzco y motes verdes con figuras sobre el mismo concreto de hojas gigantes. Tomé fotos y divisé en la colina del frente varias formas de concreto, como casas sin paredes, con soportes o adornos, con figuras delirantes de hojas de parra gigantes o puntas de espadas, qué sé yo si es que quiso parecerlas a algo conocido. Luego vi otra fila, para comprar los boletos, así que para allá me dirigí.
Emi me llamó por cel y me dijo que estaba bien. Yo conservé la calma y le indiqué que cuando saliera, caminara hacia donde me vio salir, que era poco el trayecto y que yo estaba al final. Volvió a hablar para decirme que se había quedado sin llaves y había cerrado el carro. Aquí tengo las llaves, ven a hacer fila conmigo para entrar a ver al castillo.
Junto a los otros conjuntos de bancas había puestos de comida, de artesanías, además de los existentes en el camino. Emi llegó caminando y tardó en localizarme. Vente, vamos a comprar los boletos. No, él solo quería las llaves y quizás asegurarse de que ahí estaba, que no me iba a ir a otro lado. Recogió las llaves y regresó. Me quedé con un poco de pendiente porque si les gusta mi carro semiviejo empolvado y son ladrones, se lo llevan con todo y mi hijo… Pero olvidé mis preocupaciones porque gestioné sacar descuento de pensionada sin credencial (la olvidé) y sólo me pidieron otra identificación, les entregué mi licencia de manejar y la hicieron válida. Me ahorre 35 pesos con ello, aunque el gusto de que me hicieran el favor superó al ahorro.
Entré por una puerta minúscula, casi nadie cabíamos de frente y había qué agacharse. Las tres escaleras para acceder, angostas y altísimas. Había la opción (siempre hubo opciones en los caminos de piedra) de ir por otro lado en donde la gente estaba haciendo una larga fila. Fiel a mi costumbre de evadir lo más posible las aglomeraciones, me fui detrás de unos jóvenes decididos, se notaba que ya conocían el lugar.
Para disfrutarlo había qué abandonar toda lógica. Anna en la selva de las maravillas viejas, desgastadas, inacabadas. Ni sola ni en un sueño, acompañada por pedacitos de relatos de los guías, que si Eduard James vivió hasta viejo aquí, que si un sonorense asentado en Xilitla le enseñó por primera vez el cerro con la cascada, que si los planos del arquitecto mexicano… Subir por escaleras de piedra, vislumbrar alguna construcción, a veces bajar con cuidado por lo resbaladizo de la humedad, llegar a muros enlamados, cruzar por entradas cuadradas, seguir subiendo y llegar cruzando entradas con arcos, a ver columnas gigantes que asemejan tulipanes, orquídeas en flor, sin flor… Al principio y hacia abajo, a la izquierda, al principio, un restaurante cobraba caro a sus comensales su estancia ahí, en uno de los pocos cuartos habitables de todo el conjunto. Seguí caminos, llegué a antiguas alberquitas que de seguro le sirvieron de baño, caminé por los senderos de piedra (con algunas piedras sueltas, a veces) y me sorprendieron castillos de bambú en concreto, a un lado de un pequeño bosque de bambús naturales que le superan en fortaleza y en altura.
Hice varios videos pensando en mi mamá, que a ella le hubiera gustado muchísimo andar conmigo y que ninguna fotografía podría mostrar el trance en el que uno entra cuando camina por ahí, entre la gente, llegando a edificios de varios pisos sin muros, con los techos que dan vueltas y van subiendo, en cuyo centro sólo se instalaron remedos de orquídeas en flor. Los junté y se convirtieron en media hora de deambular por los lugares, conmigo agitada y asombrada. Lo pueden ver en YouTube .
Me impactó saber (no quise saber mucho antes de recorrer el lugar, me gusta más descubrir y sacar mis propias conclusiones, pero lo leí en la presentación del lugar turístico, a la entrada) que el poeta y filántropo inglés tuvo un gran jardín con orquídeas, que se le quemaron en alguna helada y que, por despecho, quizá para nunca volverlas a perder, mandó hacer las construcciones en su honor. Edificios como loas a esculturas simulando esas flores raras y exquisitas.
Subí siempre, hacia la derecha, preguntando y procurando no resbalarme ni caer, tomando aire húmedo que me inundó la nariz, y a veces tomando video con el cel, cuando veía algo interesante. Todos los visitantes iban o venían, se quedaban sobre los techos, veían más, descansaban y tomaban fotos. Cuartos oscuros con puertas clausuradas, puertas triangulares o redondas. Caminaba y solo era esperar más sorpresas, como ese otro edificio, ya cerca de la cascada, con chimeneas en cada piso… Jóvenes cuidaban algunos lugares y a la gente, que temeraria quería aventurarse a subir, tocar, ver desde algún ángulo especial los cimientos sin muros, las orquídeas gigantes que alguna vez fueron amarillas o azules, siempre en contraste con el verde intenso dondequiera.
Después del palacio de bambú, llegué a las cascadas, a lo que es Pozas. La bella y ensordecedora caída de agua arribaba a diversos muros pequeños. Todo por el gusto de redirigir el agua. Al parecer, en tiempo de calor, los visitantes pueden bañarse ahí. Pero ese día fresco estaba anegado de gente nomás viendo, quedándose frente al agua pura y corriente, atrapada en esa atracción que nos ejerce cuando es natural y gratis y no es tuya y hace muchísimo ruido y te moja el cuerpo con la brisa y sólo observas cómo se va, sin detenerla, feliz de no ser tuya ni de nadie sino de la tierra.
Al regresar, llegamos a una terraza al aire libre con su respectiva orquídea gigante con rastros de color rojo, esta sí lucía, frente a la cascada. Imaginé que ahí haría su fiesta de inauguración de la primera parte de su obra, se prestaba como para mucha gente elegante tomara vinos y canapés frente al esplendor acuático. Pero para llegar ahí, lo supe de regreso, había que subir tres escaleras bien altas otra vez, y volverlas a bajar. ¿Prueba de esfuerzo y de juventud a los visitantes? Sólo él podría decirlo. Al final, creo que ni él podía circular por todo lo que construyó.
Regresé al camino, a mis obligaciones maternales y a la lógica espacial, sólo bajando por las veredas de piedra, nunca a los lados y menos hacia arriba. No me pregunten cómo, pero terminé caminando por un techito (sin protección) sobre la más larga fila de visitantes que quería entrar a perderse, a maravillarse, a empaparse de humedad y sudor como yo ya venía. Algunos voltearon a verme con asombro. Yo seguía a una muchacha que sabía lo que hacía, así lo demostraban sus movimientos.
Entregué mi pulsera electrónica y respiré profundo, secándome el sudor o la humedad del cabello. ¿Y Emi? Calma, no ha hablado. Caminé de regreso y entre los puestos me sorprendió una niña dibujando papeles de cuadernos tamaño primaria. “Se vende dibujos”, aseguraba otro con letras de colores asegurado en el piso con una piedrita.
La inspiración es contagiosa, me dije, alegre. Volteé a ver hacia abajo del camino, más construcciones alocadas se negaban a ser vistas por una reja con cadena y candado.
Emi me vio y me saludó alegre desde el carro. La música a todo volumen que conectó a las bocinas desde su cel, me dijo que todo estaba bien, que alejarnos fue necesario.
Que perderme hora y media y regresar empapada de gusto, de esfuerzo, de locura, era lo que necesitaba, que por eso había hecho el viaje, entendí que esta era mi meta y la había logrado. 
Ahora, a regresar a Querétaro.

MAÑANA: Migrantes de regreso.

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