Después de ver perder durante varias semanas a mi equipo favorito, decidí que era tiempo de dejar de sufrir. Fuera del mundo televisado y enclaustrante de la TV abierta, se debatía la nefasta Ley de Seguridad Interior, que para nuestra desgracia se aprobó por ambas cámaras y se promulgó por el presidente de la República.
Finalmente la razón entró a mis emocionales preferencias. El
Exatlón es una competencia sádica, en donde se aísla a los competidores, se les
dan elementos mínimos para su sobrevivencia y se les somete a duras o irrisorias pruebas
físicas para que “se las ganen”. Se atenta a sus derechos humanos. Así es. Todo
ser humano por el hecho de serlo, tiene derecho a tener vivienda digna
(incluidas condiciones sanitarias mínimas para sus necesidades fisiológicas),
alimentación suficiente y de calidad, derecho a estar cerca de su familia (que
incluye libertad en el uso y disfrute de las telecomunicaciones actuales), a la libertad de tránsito, es decir, a
trasladarse físicamente a donde lo consideren conveniente. Y son derechos
irrenunciables, entre otros atributos. Es decir, aunque un ser humano decida
renunciar a ellos por su voluntad, en este caso por el contrato que se supone
ellos firmaron al inicio del programa. El que no en todos los países se cubran
esos derechos elementales de la población, o no toda la población tenga acceso
a ellos, no significa que sigan siendo una obligación el proveerlos y un
derecho el tenerlos. Pero México firmó la Declaración de los Derechos Humanos
Universales y se comprometió a que la respetaría, como ha firmado muchos
tratados internacionales más. Si todo fuera sólo firmar, otro gallo nos
cantaría en el país.
El conductor, Antonio Rosique, cacarea que el Exatlón es la
competencia deportiva “más demandante de la historia”, entre otros adjetivos
rimbombantes. En realidad, es la exhibición de esclavitud de atletas más infame
de la historia. La competencia del día a día inicia con citas de famosos
deportistas y atletas que “han ganado en el último segundo”, “han remontado en
el último round”, haciendo parecer que todo en la vida de los deportistas
profesionales se basa en el coraje, en las “ganas” que cada quien le eche.
Error: si vemos la historia de las medallas olímpicas y de especialidad en cada
rama del deporte organizado, vemos que ganan aquellos atletas respaldados por
todo un equipo de científicos y técnicos especializados, puestos al servicio de
los competidores. Nutriólogos, psicólogos, científicos del rendimiento humano
físico y mental. No es por casualidad entonces, que la totalidad de los Rojos
estén siendo beneficiados por todos estos conocimientos adquiridos por atletas
que han llegado a los más altos niveles de competencia como Daniel Corral,
Rommel Contreras y Ana Lago.
No es casualidad entonces, que dominen en las pruebas
deportivas mundiales los países que más han invertido en la ciencia del
deporte, que han puesto esos conocimientos al servicio de los seres humanos más
aptos para el desempeño físico: Cuba, los Estados Unidos de América, los países
componentes de la (ex)URSS, los países integrantes de Europa (sobre todo la
occidental) y los países más potentes de Asia como China y Japón.
Si sólo fuera cuestión de “ganas”, cuántos jóvenes
impulsivos de todo el mundo hubieran ganado justas atléticas,
independientemente de su origen y apoyos recibidos durante su entrenamiento, que dura años, incluso lustros
en el caso de las disciplinas más demandantes.
Entonces ¿qué vemos? Seres humanos sometidos al desgaste
físico, psicológico, moral, dándonos un show
con todo y música triste, alegre o tensa según la ocasión, con las escenas
cortadas y acomodadas para nuestro disfrute,
con intervenciones de comerciales ad hoc
para la hora familiar. Palomitas mientras se desgarran un hombro, un panqué con
leche si se pelean, unas tortillinas después de bañarte con shampú anticaspa si
se desgarran una rodilla, un rastrillo de filo perpetuo mientras tratan de
embonar unas pelotitas en un canasto metálico.
Y el Travieso Arce
tenía razón, cuando lo entrevistaron después de salir. Estaba enojado:
“a un atleta no se le deja sin comer y se le exige diario un alto rendimiento”.
Y comentó que al salir, lo “secuestraron” un sábado para que no dijera a nadie
que él había sido el expulsado. Pensé que podría demandar a la televisora por
el trato sufrido. Conociendo cómo son las leyes en este país, darían por
aceptados los malos tratos solo por el hecho de haber firmado un documento que
les daba carta blanca para muchos abusos. Y quizá eso impere también en el
resto de los participantes.
Ha corrido mucha tinta en
relación con el poder que tienen las televisoras en la vida política del país.
Los medios de comunicación ligados a la web lo están alcanzando. Estos Juegos del hambre (sin asesinatos pero
sí con muchos lesionados) mexicanos pudieran ser una desesperada medida para
atraer la atención de los televidentes que estamos abandonando la TV abierta
para optar para entretenernos y comunicarnos por el internet. Al principio la
opción parecía entretenida. Poco a poco han ido mostrando su lado oscuro y da
lástima el deterioro sufrido por los inocentes participantes.
Sólo nos queda alzar la
voz a los espectadores, con la terrible y cruda realidad: si dejáramos de
verlos sufrir y de tragarnos las citas citables de Rosique, si protestáramos
como lo hago yo ahora por el trato despreciable a los competidores, quizá
entonces, terminara esa pesadilla “en las paradisíacas playas de República
Dominicana”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Y tú ¿qué opinas?