Por Pina Saucedo*
Conocí a Anna St. Clair un verano, no aquí, no en este siglo. No en una
fiesta ni en la escuela. La conocí en algún lugar buscando notas para un
periódico. En Hermosillo fue, sin embargo. Desde entonces, un ala de mi cometa
imaginario ha volado con ella y quizá está de más que lo diga, pero somos
amigas desde siempre, desde antes de conocernos.
Pina Saucedo junto a la autora, en el ITG. |
Viene esto a colación porque sucede que hoy debí hacer una presentación
formal de su obra. Un escrito que no fue posible. ¿Por qué? ¿burocracia?,
trabajo arduo?, ¿noches llenas de trabajo que me llenan la agenda? ¿Días en los
que no llega el agua a la tubería de la casa y hay que esperar a que llegue y
hacer más alta la montaña de ropa sucia y eso nos estresa porque representa un
pendiente extra y nos da menos posibilidades de redactar un buen texto? ¿O es
simplemente que no soy la que quisiera ser: esa crítica que puede hablar con
fluidez y llenar páginas y páginas para hablar del escritor de visita y atinar
en mis comentarios o dar más luz a su obra? No lo sé. Sólo puedo afirmar con
honestidad que estoy feliz de que Anna Georgina St. Clair se encuentre aquí, a
un lado mío y que su motivo sea para algo parecido a repartir dulces en una
piñata, cerveza en una carne asada en un día caluroso, un trozo de pan cuando
el hambre nos hace casi desfallecer, la medicina que alivia nuestro dolor
insoportable; pues viene a compartir su obra, lo que hace con sus manos, su
corazón y su mente, eso que le quita noches de sueño, pero que a cambio le
regala las más gratas satisfacciones: hacer lo que sabe y que más le gusta
hacer: escribir, vivir, compartir eso que vive.
Es obvio entonces que al no tener elementos para dejar en esta página el
texto que su espacio espera, tendré que aventarme un rollo que no sea
suficiente para complacer a los asistentes. Sin embargo, me disculpo por esa
falta y prometo que quien se asome a los textos de Anna se convertirá en un pasajero
más en el vehículo por el cual nos lleva a pasear, como el de Catalina,
personaje femenino en la novela Tacones en el Jardín, quien desde su bicicleta,
nos lleva por distintos sitios de una de las ciudades más calientes del mundo y
su modo de vivir nos hace partícipes de todas las batallas tiene que enfrentar
una reportera con un sueldo miserable, al tal grado que sobrevive “a costa de
sus amigos que a regañadientes no le cobraban renta y no le decían nada cuando
tomaba de su comida” Y sin embargo es también la chava cuya mente “estaba en la
calle, en lo que pasaba todos los días en las manifestaciones, con lo que
pensaban los funcionarios y lo que pasaba en su periódico..."
"Despertó tarde. Carlos y Gisela ya se habían ido a trabajar. Como
siempre, dejaron el lavatrastes limpio y el refrigerador lleno. Tomó agua de la
llave con un vaso todavía húmedo, decidió bañarse ahora que no estaban.
Últimamente se sentía mal de estar allí, pues Gisela le reclamaba no aportar a
la casa. Y es que no tenía nada qué dar, y cuando traía dinero, lo usaba para
comer o para comprarse libros. Pero estando sola, podía utilizar el shampú que
olía a manzanas y el jabón de baño que dejaban ahí.
Jamás pensó que algo así podría cobrarse, aunque en los últimos años
había visto a su mamá cobrar renta. El salirse de su casa había sido un gesto
de dignidad contra sus padres, pero hasta ahora que vivía aparte consideró que
debía comprarse sus propios productos de higiene y hasta su desodorante y
perfume, acostumbrada como estaba a tomarlos del baño de su mamá cuando ella no
estaba..."
Ese simple fragmento me hizo recordar el lado más frecuente de los
humanos. Quién no ha sentido la necesidad de comprar un jabón de baño, un
champú o hasta una pasta dental? En ese detalle giró mi mente cuando leí esa
novela y tuve la sensación de querer abrazar a ese personaje que tan fielmente
nos retrata.
Sobra decir que ese no es el tema de esta novela, pero quise dar una
probadita de esta novela que en realidad nos podemos leer en una sentada, así
como lo hice mientras esperaba en la sala de Urgencias de un hospital.
Sólo agregaré que acercarse a leer a Anna Georgina St. Clair es
introducirse a un tobogán del cual no nos arrepentiremos de habernos subido.
Gracias, Anna, por haber regresado a este lugar y regalarnos la
posibilidad de vivirlo.
Auditorio del Instituto Tecnológico de Guaymas, Sonora. Miércoles 25 de marzo del 2015.
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*Pina Saucedo. Periodista, poeta, fotógrafa y escritora. Responsable del Departamento de Comunicación Social del Instituto Tecnológico de Guaymas.
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