Son las tres de la mañana. Yo, con mi sueño intranquilo, me
despierto para ir al baño. Se me ocurre (que es mala ocurrencia porque me
prendo a las redes sociales y menos me duermo), revisar mi celular. Messenger
de Facebook me muestra un mensaje extraño.
No es de alguien conocido. Es uno de los cientos de “amigos”
agregados en los últimos meses, que no conozco, que casi al azar elijo aceptar
en su solicitud, pues me vieron en mi programa #poesiaconanna y les caí bien, o
me reconocieron de hace mucho tiempo, o les gustó cómo leí y los poetas de los
que investigué, o creo todo lo anterior y la realidad de los Facebook alive es
otra.
Me dice que cómo era posible que siendo escritora cayera tan
bajo, que “ese” hombre tenía pareja, y a continuación me envía fotos de ella
con un hombre, que por cierto no estaba en la foto del perfil de él.
“Ese” hombre , al momento de hacer su “amistad” feisbukera
hacía unos días, me había enviado un corto mensaje como “hola linda” y a
continuación su número de celular con whatss, de la CDMX, como para que yo
inmediatamente le enviara mensajes privados.
Era claro que su mujer le había agarrado su cel y ya saben,
la que busca, encuentra. Entonces me
envió los mensajes a mí, pensando que yo sí había contestado a ese mensaje (lo
cual no era cierto). Obviamente, este señor se había dedicado a enviar mensajes
similares a varias mujeres, alguna o algunas de las cuales contestaron. Pero la
despechada objeto de infidelidad cibernética, no podía saber cuál de todas.
Yo cortante, contesté que mi interés era exclusivamente
literario en mis lecturas en vivo, y que debería mejor enojarse con el señor,
en lugar que andarse peleando con las mujeres.
“Déjalo, no vale la pena que lo andes celando”, le dije a
continuación.
Minutos después, todos los mensajes, incluidas las fotos,
fueron borrados, menos el “Hola linda”, y el número de celular.
Yo bloqueé a la infiel pareja y lo retiré de ser mi “amigo”
feisbukero. Me quedó un raro sabor de
boca. Recordé cuántos “amigos” nuevos tengo que me preguntan cosas que vienen
públicas en mi perfil, que sólo quieren chatear, o embaucarme con historias
lacrimógenas.
A casi nadie contesto ya, si quieren chatear para “conocerme
mejor”. Recordé una frase que está en el
perfil de una poeta de Ensenada que acabo de agregar, a la que admiro: “No
chateo”. No quiero llegar a ese extremo,
pues he encontrado gente interesante, pero casi nunca respondo a desconocidos
en este medio que buscan una plática banal o sólo incrementar su número de
amiga/os o algo más. Y de todos modos
hay problemas.
Tengo más aventuras feisbukeras qué contarles, será en otra
ocasión. Feliz domingo.
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