Salir a recuperar
el espacio, el cielo. A desdecirle a la rutina el aburrimiento por lo mismo y
asombrarme de nuevo que a dos horas de carretera se encuentra el paraíso para
los que quieren ver flores en lugar de cemento, oler rumores del viento entre
pinos en lugar de motores, escuchar chicharras vibrando el aire como minúsculos
temblores.
Me recosté y el
cielo se mostró detrás de un oscilante pino, su gigantesco tronco se convertía en una
minúscula punta arañando el cielo. Fue un alivio que mis ojos no tropezaran con
el techo protector de mi casa o las líneas de electricidad que surcan por
doquier las calles.
Caminé y las
piedras refulgían los colores de las eras geológicas. Me atrajeron las plantas
que gozosas retoñaban, brotaban, me regalaban sus colores en su pequeñez
altiva.
Me extasié en una
telaraña perfecta, en el tronco de una cerca y su alambre. Saludé con alegría a
un sapito, tan grande como mi pulgar, perfectamente camuflado en una hoja,
tomando plácidamente el sol. No se inmutó con mi cercanía, se sentía seguro
conmigo, y lo estaba.
Reconozco la flor
del diente de león, de un amarillo tan puro y brillante, toda despeinada.
Encontré un diente maduro, con una parte de sus semillas echadas al viento, tan
espectacular en su ligereza, tan trasparente y tan fuerte al mismo tiempo. Amo
los dientes de león.
Todo San Joaquín
está lleno de manzanas cargando sus árboles. Señoras manzanas, la reina de las
frutas, decorando como esferas de navidad cada casa, cada esquina, cada páramo
del camino, cada patio.
Es agosto, mes
que ha regalado lluvia en dondequiera, la tierra lo agradece, y como siempre, sin importarles los asuntos humanos,
las plantas cumplen sus ciclos de vida.
Es tiempo del retoño, de la floración, ya del fruto en el caso de las
manzanas. El verde inunda el horizonte y
las nubes corren a lo lejos, perseguidas por vientos pasajeros, vientos de
tormenta, vientos de cambio.
No me quedé para
ver si la lluvia regalaba su vida, regresé con mi compañera en este viaje relámpago
que fue asomarme a un paraíso natural que está así porque citadinas como yo no
se quedan, no invadimos, no compramos y construimos. Solo admiramos,
fotografiamos, bendecimos a la vida por tantos regalos, y regresamos a la
seguridad del hogar.
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