lunes, 26 de octubre de 2015

Viaje a la sierra sonorense: Parte tres. Jesús García y la música pilareña.

La mañana nos sorprendió con un delicioso sol acompañado de  poca neblina, en Nacozari de García. Salimos a desayunar al mercado, cuyos locales lucían abandonados menos uno, con dos activas señoras. Todo tenían, cómo no, papas con huevos estrellados para el joven, para usté su huevo con mucha verdura. ¿Por qué están abandonados los locales? Están muy caros, oiga. Bueno, a las de al lado les va bien, pero si viera que no está buena su comida.
Desayunamos agusto y encaminé a Emi a su extrañada televisión, y regresé a caminar con más atención el centro. Me encontré con un camión de la basura... donado por Grupo México, como si fuera de lo más natural regalar camiones que debieran ser municipales, organizados por el gobierno local con los impuestos limpiamente administrados por un grupo de  notables erigidos en una colonial institución que llamamos ayuntamiento. Pero me generó rechazo y desconfianza ver que en lugar de impuestos, o quizás además de, donen camiones, limpien las calles, cierren colonias enteras con policías o militares, arreglen los museos históricos y se encarguen además de dotar de mercancías baratas a la población. ¿En cuál siglo vivimos? ¿Será la organización civil y comercial de Nacozari, una premonición de lo que le espera a los pueblos que se dejan invadir y controlar por las compañías mineras? ¿Por eso muchas compañías mineras se la llevan matando y desapareciendo líderes antiminas, con la esperanza de erigirse en las amas y señoras de la región, dueñas de las personas, del agua, del subsuelo, de los terrenos habitables, del aire,  así como en Nacozari?
Shhht, no hablemos de más, se le puede acabar el ingreso al pueblo, y entonces todos sufrimos, nos quedamos sin trabajo y deberemos migrar, así como lo hicieron mis abuelos con mi papá y mi tía chiquitos en los años cuarenta de Pilares. Grave situación que les sucedió, no ser autónomos, no tener otro ingreso que el de la minera. La fiebre de los buenos sueldos, de la bonanza gambusina trasladada a los designios regios de una S.A. de C.V. Si está bien el precio del mineral, abro y contrato gente, les doto de prebendas y levanto un pueblo. Si está mal el precio, tolero huelgas, incluso las auspicio, y si de plano me llega tremenda una caída estrepitosa, pues me voy con todo y maquinaria, que la gente que se queda se las arregle como pueda, al cabo que son libres y pueden trabajar donde sea.
Con el mal gusto de boca me costó tomar fotos de la máquina 501, en pleno proceso de relimpieza y rebrillo, pues el 7 de noviembre habrá un evento para conmemorar el heroico sacrificio de Jesús García, gallardo, altivo y amado por el pueblo que no se destruyó al llevarse a cuesta arriba, el carro de dinamita, y antes de llegar al seis, terminó su vida.
Y luego de leer y fotografiar las placas agradecidas y conmemorativas del pasado, entre ellos del, oh desaparecido y de dolida historia, Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, encontré que también tuvo su detalle el Kansas City Southwestern de México, ganón de la subasta que el expresidente Zedillo realizara de las vías y trenes y lo que encuentren a su paso, en todo el país. Culpable de que ya no podamos viajar baratísimo o confortablemente en tren por todo México. Venta neoliberal que duele y se siente como puñalada todavía, como parte de mi conciencia nacionalista que obedientemente aprendí en mi escuela primaria con mis libros de texto recién estrenados desde la época de López Mateos.
Vaya a ver el museo de Silvestre Rodríguez, me dijo don Constantino Romero, ese sí está abierto. Fui y para llegar me tuve que apoyar en unas niñas que salieron al recreo, de su escuela a una placita lateral, créanmelo, no cercada, abierta al pueblo y al aire. Se va derecho, pasa por un callejón que no es, ni para arriba ni para abajo, luego va a ver una pared blanca, blanca, y enfrente más allá está el museo.
Una casona estilo Nacozari me recibió, brillante, limpia y con unas escaleras bien cuidadas, con un letrero que me indicaba que la secretaría estatal de Cultura había aportado para arreglar y cuidarlo. Vaya, qué bueno.
Entrar fue más triste para mí. Y yo muy obediente a la prohibición oficial de no tomar fotos, ni de las viejas imágenes, ni de las explicaciones. Una sala dedicada a Jesús García, con una foto gigante tomada después de la explosión en el centro de la primera sala, me recibió. Varios poemas sentidos y exquisitos alababan su sacrificio, también pinturas y dibujos le hacían homenaje. Solo de ver cuánto honor le hacen, me terminó de conmover. Si vieras, Jesús García, cómo tienen maniatada y cercada con militares a tu gente y sus descendientes que salvaste, no estarías tan contento. Si vieras que solo extraños se quedan y se van con los mejores empleos, que siguen abriendo las entrañas de tu pueblo, a tal grado que deben desaparecer pueblos aledaños. Si vieras que todo está tan bonito pero de nada son dueños. Y que el gremio ferrocarrilero que tanto te quiso, peleó con su sangre no desaparecer, para terminar deshecho en nombre del libre comercio y el adelgazamiento del estado que mejorarían -a largo plazo, claro- la situación social de los mexicanos. ¡Mentiras!
Pasé a la siguiente sala, dedicada a Silvestre Rodríguez, nacido en Michoacán y llevado por varias partes del país por sus padres, para terminar en la bonanza de Nacozari. Compositor de "La pilareña", entre otros valses e himnos, "incluso de varios más que no se le reconocen pues por falta de recursos económicos no pudo registrar a su nombre y vio con dolor cómo otros se llevaban el crédito". Sé que mis abuelos bailaron en su juventud con las orquestas organizadas por don Silvestre, sé que mi bisabuela gozó con sus amigas de la música en vivo que les alegraba el corazón mientras subían o bajaban por las escaleras de Pilares, que te enamoraron al compás de sus valses, que bailaste jubilosa por muchos días. Lo sé porque mi Mami (abuela paterna) tarareaba las viejas canciones mientras pintaba flores del campo pilareño, agobiada por el calor hermosillense, entre olor de café recién hecho y los perennes chorizos con huevo y tortillas de harina, todo hecho en casa.
¿Podré terminar alguna vez de llorar el pasado de quienes ya se fueron, de llorar sus melancolías, de vivir sus alegrías, de cantar sus canciones, de revivir su primera infancia? Supe que había llegado hasta Nacozari para rendir tributo a su pasado, para decirles desde el corazón que no, no los he olvidado, que sé de dónde fueron tan alegres, tan bailadores, tan musicales. Que sé que tus dolores de cabeza, Mami, eran de tristeza y nostalgia de un tiempo y una vida que nunca retomaste ni regresaste a despedir. Quizá a eso fui, a despedirme de todo por tí, a decirte desde mi corazón que nada es igual, que tu pueblo será destruido, que ni siquiera puedo ir a él sin un salvoconducto, pues estaban sobre una riqueza maldita, Mami, que en su momento no los dejó quedarse en su paraíso.
Salí sin ver bien las escaleras de piedra por las lágrimas, abonadas por las partituras a mano de Silvestre Rodríguez, la vieja mandolina, el piano de dos siglos de antigüedad... Mayela, la amabilísima encargada del museo, me escuchó moquear y no se sorprendió. ¡Cuánta gente habrá visto triste por un tiempo que no regresará!





2 comentarios:

  1. Magnifico Relato Anna Georgina, nos haces transportarnos al pasado de nuestro querido Pilares y su gente magnifica , te felicito y estaremos pendientes de tus publicaciones!!!! saludos Soy Cecy Solórzano, desendiente de Pilareños

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  2. De nada, Cecy Solórzano, me alegra contactar a personas con las que comparto el mismo origen. Me da mucho gusto ser leida con esa emoción especial, yo que escribí esta crónica pensando después que me había propasado en sentimientos y opiniones. Pero volví a llorar cuando recordé todo, quizá eso fue lo que se trasmitió a final de cuentas. Gracias por leerme y estamos en contacto!

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