-Señora, si quiere le ayudo.
Un joven de ojos rojos tambaleándose me habló. Yo quité mi
atención del chorro de agua potable que llenaba mi garrafón de veinte litros.
— No gracias.
— De verdad señora, yo la quiero ayudar… ¿vive por aquí?
— Gracias, pero yo puedo sola.
— En serio, señora…
— ¿Crees que no puedo, que eres más fuerte que yo? –Me levanté
cuan robusta soy. De seguro le gano con treinta kilos y treinta años, pensé.
— No sé señora –su voz pastosa no manifestó entender mi
reto. —No sea enojona, déjeme… ¿vive por aquí?
— Mmm como a una cuadra, pero yo lo puedo llevar.
— ¿Ya ve? Déjeme ayudarla.
— Eres muy amable, pero no gracias.
— No sea enojona.
El garrafón terminó de llenarse, con afán exhibicionista lo
tomé con fuerza de la manija y lo puse en el frágil diablito. — Mira ¿ya ves?
Yo puedo sola.
Él se acercó para tratar de amarrarlo con la cinta.
Me apuré y aunque intentó enganchar el garfio a la base, yo lo hice antes que
él.
— Ah señora, trae un vehículo. De todas maneras le ayudo.
¿Vive aquí cerca?
Una vez asegurado el cargador con ruedas, lo bajé a la
banqueta y con pasos amplios me alejé.
Dejé al joven de los ojos mareados, los pies trastabillando y la
voluntad de ayudarme.
Ahora creo que quería algo más, pero no acierto a dilucidar
qué.
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