PRIMERO
Llegó
a las oficinas de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje para cubrir la fuente laboral. Le gustaba su
nueva asignación. Le permitía estar cerca de los movimientos laborales y saber
más del movimiento de huelgas y sindicatos, aunque no los entendía muy bien.
Su
amigo Ernesto, secretario de actas, andaba muy ocupado. Levantó sus lentes
cuadrados encima de la nariz después de sacudir y cambiar de lugar archivos con
pastas de cartoncillo color pastel, agarrados con clips.
— Cata, ¿ya supiste? No
es de la junta local, es de la federal, me acabo de enterar –lo dijo de un
tirón sentado desde su escritorio antes de
arrepentirse o lo fueran a oír sus jefes.
—¿Qué, otra huelga?
— Sí, acaban de cerrar
la mina de Nacozari. Fueron los del sindicato minero nacional, de Poncio
Ramírez, no los de la CTM.
A
Cata se le iluminaron las ideas. ¡Otra huelga minera, y en Nacozari! Hacía unos
meses que ella se perdió la huelga de Cananea, tanta alharaca en su periódico y
con el Ismael Mercado escribe y escribe en su columna al respecto. Ella había
querido ir, se imaginaba cubriendo la heroica lucha obrera, pues eso era lo que
siempre representaban las huelgas ¿qué no?
No
salía de “enviada” a otro lugar del estado, eso estaba reservado a Gonzalo o Daniel,
reporteros de fuentes importantes. Le gustaba viajar, ver paisajes, salir de la
rutina, conocer personas nuevas, pero eso lo hacía por su cuenta, no trabajando.
Ahora ella quería salir, qué mejor viaje
si el destino era una huelga.
Ernesto
le dio los datos de otras huelgas menores, tomó apuntes. Quería hacer las notas
del día y pedir irse a Nacozari. Ojalá ni
el Camello ni el Chino pusieran reparos.
Disfrutaba
su libertad. No tenía idea de lo que era estar condicionada por alguien, no
“pedía permiso” a sus padres para hacer tal o cual cosa, a pesar de que varias
de las muchachas de su edad lo seguían haciendo. Ella incluso vivía a medias
con su mamá, en un departamento detrás de la entrada principal, como para estar
cerca pero separada e independiente.
Cata vivía antes con sus amigos, Gisela y Carlos, pero ellos decidieron mudarse
a una casa más chica; eso la obligó a regresar a su hogar familiar, aunque todo
había cambiado. La nueva vivienda le fue ofrecida a cambio de una renta simbólica, que ella ni
siquiera podía pagar, aun así fue recibida de nuevo.
Contó
sus notas en la libreta: ya llevaba tres pequeñas. Regresó en camión a su
periódico, José el fotógrafo le había dado raite,
por eso dejó la bicicleta en el taller.
Lo primero que hizo fue encarar al Camello. Sabía que él manejaba de
cerca lo que hacían los reporteros. El director, a quien le decían “El Chino”,
estaba fuera de la organización diaria de los trabajos del periódico, para así
encargarse de las relaciones “importantes” con el exterior.
Así
que platicó con su jefe de redacción y, poco después, ya iba rumbo a Nacozari
con cinco horas de fluctuante y bella carretera por delante. Solo le dieron
dinero para los boletos del autobús, esa fue la condición para que reportara de
cerca la huelga de mineros.
Cata
se las arreglaría, quién sabe cómo pero lo haría.
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