Después de varios meses de dejar reposar una novela, en mi
caso, me apropié de la vena asesina que aflora cuando mato a uno de mis
pollos. ¿Mi herramienta? La sección de “revisar” de Word, con
sus tachados, correcciones, globitos para hacer comentarios mordaces al calce y mucha, pero
mucha concentración. Y café, agua, té chai, café descafeinado, vitaminas y más
agua, en ese orden.
Ya llevo dos meses estudiando cómo despojar de sus aristas
filosas e inadecuadas a mi texto. Me regalé pacientemente la lectura y hechura
de los ejercicios del manual “Escribir ficción” de la escuela de escritores de
Gotham, viejito pero muy útil. Y me dediqué a fondo.
Y descubrí muchas
cosas de mí.
Para empezar, que odio corregirme, quizá pienso que soy una
chingona escribiendo en modo semiautomático, lo cual quizá está bien para un
primer borrador. Que luego he ejercido una negación complaciente que me hizo
publicar mi libro de relatos a medio corregir, pensando que todos irían a ver
lo padre que escribo, pasando por alto los errores. Me dicen que sólo los
reporteros escriben y publican, casi sin
cambiar nada. Oh descubrimiento, pues eso fui en mi otra vida, y las malas
mañas son las más difíciles de erradicar.
De mi libro de poemas (el primero) no tengo queja, pensé
tanto en autopublicarlo que quité y recorté poemas, los acomodé y los
reorganicé tantas veces que me salió un libro que me gusta mucho todavía.
Después de la publicación de mis relatos me di cuenta que
había que corregir, así que recurrí a una experta. Entregué mis siguientes tres novelas cortas a su hábil
mano, lo cual salió bastante bien. Hasta que en mi última novela -que no sé si publicaré algún día o no- el
tema, el desarrollo de los personajes, el suspenso, estaban tan malos que ni su
inteligente acción la pudo mejorar. Eso lo
sabía yo.
Entonces, todo se
derrumbó dentro de mí. DEBÍA aprender a corregirme, a reconocer en qué
había fallado y dar marcha atrás, hacer borradores nuevos y/o mejorar el ya
hecho, revisar el guión sobre lo ya desarrollado, preguntarme a dónde voy, qué
quise decir, incluso sin saberlo.
Esta última novela me ha sentado en la necesidad de
desarrollar otras habilidades referentes a la escritura que yo pensaba ya las
tenía. Pero la negación era muy grande. ¿Cómo, después de cinco libros con un
relativo éxito de ventas, hasta donde alcancé a promoverlos, seguiría
necesitando corregirme más y revisarme?
Es que me dormí en mis laureles. Me trepé a un ladrillo y me
sentí la reina de mi creación. Pero siempre he querido hacer diferente cada
novela, así que en esta última investigué más, quise meter poesía y otros menjurjes.
Me salió forzado, sin ton ni son, soso para leer. Y si yo lo digo, que soy la
autora, ¿qué dirían otros lectores?
Y el Manuel diciéndome con tono medio enojado que si por qué
no corrijo lo que hago; él tuvo que
corregir mis crónicas, yo se las mandé tal cual las había publicado hacía
veinte años. Y me entero que un editor moderno no corrige tus textos, tienes
qué mandárselos lo más limpios posibles, pues bastante trabajo tiene con la impresión
y la mercadotecnia.
Al reposar mi última novela me pregunté por qué no soy igual
de cabrona con mis escritos como lo soy con lo que leo. No tolero frases de
más, vericuetos innecesarios, lugares comunes, verbos dilatados… a menos que
sea un estilo, y bueno, conozco estilos barrocos como los de Alejo Carpentier,
Fernando del Paso, Fernando Lezama Lima… una maravilla, sus escritos están
hechos con un garbo y una cadencia inigualables.
Pero no, no es mi estilo, por lo menos en mis novelas me
gusta ser simple, directa, a lo que voy.
Ahora me encuentro corrigiendo y reelaborando el guión, en
un segundo borrador con base en el primero. Si no me gusta, haré nuevamente
otro borrador. Y eso toma tiempo, dedicación, la parte lógica del cerebro y
litros y litros de café por las mañanas.
Disciplinar mi mente ha sido lo más pesado. No debo ser la ligera
mariposa que anda de picaflor. Soy una elefanta que emigra cada año de un
terreno a otro, llevando a toda su familia consigo. Sabe en qué época del año hay
cuáles frutos y vegetales y en dónde se inunda para dar paso después a los
pastizales. Y camina días y meses, a veces sin alimento y con poca agua. Pero
la recompensa es grande. Sobrevive ella, sobrevive su familia y ella misma,
mantiene unidos a los suyos y los ve crecer, fuertes y lozanos.
No se distrae, piensa en lo importante y deja lo urgente. No
se desvía del camino y su intuición la resguarda de seguir falsos caminos o
exageradas atracciones.
Mis pasos ahora son lentos pero seguros. ¿Terminaré y haré
algo publicable? No lo sé, pero sé a dónde me dirijo y hacia allá voy, por más
difícil y árido que parezca el camino. No voy sola. Esta temporada me ha hecho
más fuerte, reflexiva y definida en mi vocación. No son peritas en dulce, de
eso estoy segura. Detrás de cada libro hay mucho trabajo, no sólo físico,
también vital.
También he pensado que soy una persona de dos mundos, como
Tarzán, pero de eso te platicaré en otra ocasión.
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