lunes, 15 de enero de 2024

Manzanillo y la Flor de Sal. Viaje a Colima 3

 Ya teníamos departamento, estábamos casi frente al mar. Nos decidimos a disfrutar lo máximo posible durante  tres días nuestra estancia.



Amanecer con las olas de Cuyutlán

Salimos a caminar en la mañana en la playa, nos compramos comida en un restaurant frente al mar, mirando las olas, y descansamos por la tarde las copiosas viandas. Conocimos a los perros callejeros del pueblo, tres negros que dondequiera se hacían presentes… hasta en la noche, desde la primera, una de ellas fue a ladrar frente a nuestro cuarto, avisándole a todo el pueblo que había otro perro (el mío) y que quería conocerlo… Cabezadepollo contestaba con un grfff a cada ladrido externo. Esa primera noche no dormimos bien, aunque salí del cuarto a hacer la faramaya de que le tiraba una piedra y ella corrió, la desvelada de todos modos la tuvimos.

También conocimos a los dueños de la tiendita de la esquina, que nos surtió de todo lo imaginable que nos hizo falta.

El departamento estaba muy amplio, con cinco camas y una cocineta más grande que la mía. El precio muy accesible, que incluso rebajó aún más pues el flujo turístico era casi nulo. Lo que me sorprendió es que dejó la puerta abierta para cuando fuéramos a verla, le pregunté por la inseguridad y me dijo que estábamos en un lugar seguro, que todos se conocían y no había robos. Cuando pasamos por los locales de los restaurantes frente al mar, también sus cosas, verduras, condimentos, los habían dejado así, a la vista y a la mano toda la noche. Quedé sorprendida, yo no había visto esa confianza desde hacía muchos años, en ninguna parte, ni siquiera en otros pueblos donde había estado. Así éramos en Hermosillo, cuando yo estaba muy chica, las casas ni los cercos no se cerraban con llave, sobre todo si había gente adentro.

Decidí meterme a nadar después de la caminata diaria, pero sólo me metí dos veces, la primera me revolcó una ola y como pude me salí, pues sí había viento y estaba picado el mar. La segunda vez me interné con más cuidado, no duré mucho porque era muy fuerte el arrastre de regreso y me dio miedo, máxime con la experiencia que había tenido en ese lugar. Mis hijos tampoco quisieran entrar, y menos el perro, que le tiene miedo a las olas.

Nadar a través de los traumas... y no morir en el intento. 


El dueño de los departamentos nos dijo que en Armería, un pueblo vecino, vendían pescado y mariscos para cocinar. Fuimos ahí y nos llevamos camarón, ceviche (lisa molida cruda) y marlin (atún) de la costa de Manzanillo, recién fileteada. Nos cocinamos tres opíparas  comidas, por doscientos pesos,  que nos alcanzaron hasta para comer en Querétaro.

La verdadera sal natural de mar. 
También visité una de las varias tiendas de sal, pues Cuyutlán tiene una industria productora de sal. Lo interesante es que conseguí “Flor de sal”, que es la capa espumosa de las olas que se deja secar y se envasa. Me dijo el señor de la tienda que no es tratada, es decir, que no le agregan cloruro de sodio como al resto de la “sal de mar” o sal de grano, como le decimos. Compré un saquito y me sorprendió su sabor salado pero no demasiado. Dice una propaganda que los diabéticos, enfermos de los riñones e hipertensos la podemos consumir, pues es rica en muchos minerales en un equilibrio que no tiene la sal común.

Mis hijos, urbanos de nacimiento, querían ir a conocer Manzanillo, ubicado a 45 minutos de Cuyutlán, por la misma carretera de cuota. Acudimos el miércoles en la tarde, decididos a conocer el muelle internacional y la ciudad.  El camino de entrada era muy bello, rodeado de agua marina, con manglares y muchos puentes.

No alcanzamos a dimensionar la extensión del puerto, aunque sí en unas partes, alcanzamos a ver barcos gigantes desembarcando contenedores, graneros inmensos con grúas-aspiradoras para guardar los granos de importación. Y todo el tiempo escuchamos las bocinas estruendosas de los trenes, llevando y trayendo los grandes contenedores de todo el mundo.

Alan y Cabezadepollo en el malecón, al fondo el puerto marítimo. 


Llegamos a uno de los malecones, con un faro al final y vista panorámica al mar; un mar tranquilo, sin oleaje, que fue nuestra envidia sobre todo porque estaba lleno de niños bañistas, disfrutando las últimas horas de luz y de juego. Fui a sentir la temperatura del agua y era agradable, fresca y se notaba bastante limpia, cosa que me agradó mucho. A un lado del primer malecón, cerrando el acceso directo al muelle, estaban las oficinas de la Secretaría de Marina, ahora a cargo de la administración de ese puerto marítico. Cuando llegamos, iban saliendo muchos empleados de trabajar, de lo más relajados. A lo lejos, se notaban varios barcos gigantes, esperando entrar o de salida a sus puertos de origen.

Preguntamos a un señor que cuidaba la playa, y tenía baños para los visitantes (eso siempre tiene Colima, personas como salvavidas y baños a un lado de las playas), que si sabía de algún tortugario en la ciudad y nos dijo que sí había uno en el mero centro, pero que soltaban tortugas a las 6pm, que había que llegar con tiempo para que nos dieran lugar. Y lástima, ya faltaba poquito para las seis, no alcanzábamos.

El faro estaba montado sobre una saliente del mar, construida con piedras gigantes. Alcanzamos a ver otros faros, ya que el puerto tiene varias entradas, y al fondo se veían los hoteles frente al mar. Era extraño pero entre las piedras vimos  gatos, chicos y grandes, como protegidos por los mismos habitantes y cuidadores.

Emi con gato y barcos al fondo en Manzanillo. 

Decidimos tomar el Boulevard Miguel de la Madrid (hay que recordar que este presidente fue colimense), que recorre toda la parte pegada a la playa, para conocer. Nos dimos el gusto de conocer la parte “nice” de Manzanillo, con su larga cadena de las consabidas marcas como Autozone, Burguer King, Aurrera, la Comercial, entre otras, y muchos hoteles de varios pisos. También alcanzamos a ver los letreros de varios casinos.  A diferencia de otras ciudades porteñas, la playa no tiene camino que la recorre, sino sólo accesos entre cuadras desde este citado boulevard, lo que le da cierta privacidad a quienes se acercan a ellas. Por eso el tortugario podía estar en el centro de la ciudad, pues el tráfico y movimiento humano están retirados de la playa. Nosotros no nos acercamos al mar en el centro de la ciudad porque ya era tarde.

Nos regresamos a Cuyutlán ya entrada la noche. Fue difícil manejar por la gran cantidad de tráilers y camiones de una y doble carga, luchando también para salir de Manzanillo. Llegó un momento en que me sentí rodeada y muy vulnerable por la lentitud y desesperación por adelantar camino para salir de todos los que transitábamos, pero no es lo mismo el espacio y la fuerza de un camión de carga que de un carro chico como el mío.  Fue muy estresante para nosotros, además de la oscuridad de la carretera de cuota y las luces altas que lanzaban los vehículos del sentido contrario, pues no estoy acostumbrada a manejar de noche: no me gusta y no lo hago, por la inseguridad, precisamente esta cuestión de las luces y porque casi siempre cuando nos llega la noche manejando, ya estoy cansada y con pocos reflejos. Pero no había de otra. Agradecí llegar sanos y salvos al pueblo de Cuyutlán, la tranquilidad, el espacio abierto y la amabilidad de la gente. Nos prometimos no volver a Manzanillo de tarde-noche y dejar la visita al tortugario para otra ocasión, otras vacaciones, otro tiempo.  

La entrada principal al mar en Cuyutlán. 


El jueves sí entré bien al mar,  estaba lo más tranquilo que podía estar aún con sus olas grandes, me quedé un buen rato y disfruté, con mucha precaución. Y en el último atardecer avistamos desde la playa varias ballenas saltando fuera del agua. Nos platicaron que ahí entre las sillas y mesas de los restaurantes en la playa, habían nacido tortuguitas y las habían ayudado en su camino al mar. Me gustó mucho que aún entre la invasión humana, estos seres marinos sigan con sus ciclos naturales. 

En la siguiente crónica platicaré el tremendo regreso a Querétaro.

8 comentarios:

  1. Quee bien, me sigo sintiendo con uds. y con el mar!

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  2. Berenice St.Clair Castro16 de enero de 2024, 16:35

    Anna te imaginé nadando en comunicación con la naturaleza. No es común nadar y ver cerca ballenas !!! Toda la alegría completa 😍

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    1. Ay, esa nadada fue cardíaca, la verdad. Tenía miedo de que me volvieran a revolcar las olas, pero no sucedió. Gracias por comentar, Bere!

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  3. Recuerdo Manzanillo, un lindo viaje con mis hijos y amigos con su hija. Son lindas sus pequeñas playas. Felicidades Anna, saludos para Alan y Emi 🌊🌄🌈

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    1. Qué padre que te trajeron recuerdos mis palabras, amiga Alicia. Un abrazo!

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  4. Atentamente Alicia Ruano López

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  5. Me encanta que hasta hiciste “hablar” al perro, para avisar a los canes de la región que había llegado el visitante “cabezadepollo” 😃

    Saludos

    Pina

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    1. Ay si, Pina... conviviendo tan de cerca con mi perro y con muchos otros cuando salimos a caminar, ya les entiendes lo que quieren decir... gracias por tu comentario!

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