viernes, 10 de marzo de 2023

Los conjuros de Anna St.Clair, de Yolanda González Gómez .

 Leido durante la presentación de "Conjuros para seguir", reciente poemario de Anna Georgina St.Clair, en Hermosillo, Sonora, el 11 de noviembre de 2022. 

Como un abracadabra que nos abre la caja de pandora o nos hace frotar una botella para que salga el genio que nos cumplirá algún deseo, las 240 páginas de este poemario nos catapultan hacia un desfiladero que se recorre con los ojos abiertos y el corazón despabilado, porque nos trae de vuelta las añoranzas de la realidad que se nos pausó durante la “nueva normalidad”, la misma que nos hizo sentir extraños, borrosos, frágiles, nostálgicos, que nos enclaustró y obligó a ver la vida y el sol pasar por las ventanas; que nos avisaba de muertes cercanas y temores, que traía incertidumbres. La vorágine de la vida sucedía ahora tras las puertas, hubo tiempo y espacio para remendar recuerdos y sazonar recuentos de aquella nuestra historia anterior a ese marzo del 2020.

Yolanda González Gómez, 2022. 
 La palabra desde el corazón.
Gran amiga y compañera. 


En esa rendija del presente surgieron los “conjuros para seguir”. Había que continuar viviendo, aunque apenas entendiéramos qué pasaba afuera y fue cuando se vino el vendaval de entender lo que pasaba dentro. Afloraron las nostalgias de la gente, de otros cielos, de los afectos, del mar, de otras pieles, de la libertad. Revivíamos los pasados, podíamos cantar, llorar, filmar, meditar, soñar, reír solos de cualquier cosa, arrebatándole tal vez algunos jirones a la vida en la encerrona. Seguir, aun cuando seguir pareciera una artimaña.
Un conjuro para la Real Academia Española es una fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea o un ruego encarecido. Por eso, con estos conjuros entramos a un laberinto de palabras que van hilvanando las ternuras que todos buscamos en un verso y en la vida, van apareciendo las imágenes que nos arrojan a aquel mar de Kino que se quedó en tu historia, Anna, y al que siempre regresas. Nos traen al querido padre tuyo y a tu abuela Mormor que te vio crecer, dices, como un lento pino nórdico o un palo verde en plena duna desértica, entre otros muchos personajes encontrados en tu camino.
Veo y leo a la mujer en “Rutinas” que regresa al color, a su casa perro ciudad y a sus rutinas cultivadas con esmero, frágiles como un corazón de cristal y sólidas como un camino andariego que se abre entre espinas y abismos. Avizoro a la mujer con la añoranza eterna a sus raíces que la jalan, aunque la ahoguen, más fuerte que su apego a la nueva tierra que ahora habita en “Volar con las alas rotas”. Siempre regresa. A pesar de que asegure que “me fui para dejar atrás espinas, regreso y encuentro que tampoco cambiaron de lugar”. Y vuelve a su lugar de origen, porque “estar donde el desierto es vida, aunque me cocine en mi jugo todas las noches”, escribe, a sabiendas de que “deambular por calles hasta la puerta de mi madre es mi destino”.
La leo confesando que ella trae el universo por dentro y que cuando alcanza a tocarlo, estalla. Por eso lanza conjuros para sí misma: “he decidido dejarme arrastrar sin pensar, como cuando dices sí a un amante largamente rechazado, mañana lamentaremos, pero también seremos victoriosas sobre la lógica y el miedo y el plan. Desea con esperanza, elimina los detalles, crea la felicidad de lo obtenido, antes de llegar a cualquier atisbo de futuro, regodéate de lo que vivirás, aunque no sepas cómo ni cuándo, alguien será tu maga, hada hechicera adivina, vidente sacerdotisa diosa, te llevará de la mano en la neblina y presentará el más añorado paisaje en tus manos. Solo cabalga las acciones, decide lo imposible y llegarás al amanecer de siempre, con felicidad y orgullo, porque fueron tus sueños los que te trajeron a la más bella vida de todas las que has vivido”. Y promete seguir viva e impredecible, respetar la corriente del río de la vida. Para los demás, destinó los conjuros de “Navidad”: que cada quien siga su vida, que nadie sufra por eventos ajenos, pero luche cuando sea necesario, que el desahogo llegue con consuelo, que el paréntesis que me he abierto me dé tregua y aliento y me regenere, que regrese ligera a mis enseres, que el tráfico me valga y el sol me llene, que se diluya la frustración y renazca el encanto y todo sea vivo pensado disfrutado.
No puede dejar de lado a las chicas adolescentes que desaparecen por la trata, cuando ella tuvo la suerte de que el tiempo la pusiera en un jardín que era sólo para bailar y platicar, la tranquilidad de dormir en catres bajo las estrellas sin cooler ni refri ruidosos, en casas de puertas abiertas, mesas llenas de comida y caminar por calles polvorientas como si fueran suyas. Aparecen otros necesitados de conjuros como los migrantes, esos expulsados por la guerra, el hambre, la sequía, el narco. También los desaparecidos, que la miran desde el cartel que los busca en el poste esquinero y ante los que dice: “no tengo cara, solo rabia lágrimas y unas pocas palabras para no olvidarlos”.
Y leo sobre tantos saguaros y espinas, las mismas que nos han achacado amantes fracasados que no obtenían la sonrisa de Mona Lisa las veinticuatro horas en nuestros rostros o no les gustaban nuestras opiniones políticas. Las espinas que a los cactus les salvan su existencia en la aridez total muchas veces. Analogía entre ambas, ya que por provenir de este desierto de donde salen los conjuros entre búhos y jaguares, con palomas perdices entre los cerros y los mezquites, es donde anida el corazón estable que siempre los ha amado..., dice, y los “soles fulminantes voraces que alimentan y corroen y hacen crecer y no dejan huella más que un reguero de huesos polvorientos”.
En su poema “Conjuro”, la mujer nopal, la mujer espina, es la que pide: saca tus picos puntiagudos al aire, llénalos de colores circulares, matízalos de niebla, de noche, de sol enrojeciendo el horizonte, permíteles frenar de mi alma lo podrido y de mi espíritu el mal aliento...Y ahí brota la voz de la niña del desierto, del mar de Kino, de su mar, a la que le ordenaban que no pelara los ojos o no se le vieran los calzones, que liberaba a pájaros y canarios, la que se refugiaba en los cuentos y los libros, en la que también se asoma un monstruo agazapado que se alimenta de evasivas, de infancia de sumisión y terror, la hija de la madre rabiosa hecha de fuego y plomo, que se consuela ahora con poemas y colores brillantes, con caminatas, con su jardín y su Emiliano, con ir a retratar árboles a los parques y el azulejo azul tan bonito de su barda, con cocinar en el fogón de afuera o colocarse esa pañoleta hippie en el cabello, que se consuela con el merecimiento de su paz y su felicidad para avanzar, para ser ella, para crear, para seguir...
-Yolanda González Gómez. 
Periodista y Dra. en Ciencias Sociales por el Colegio de Sonora. 

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