Este primer día del año amanecí casi eufórica. Aparte de que siempre me emociona cambiar de número de año, de que no me cargo con los mismos propósitos que el resto de la humanidad y de que siempre hemos inventado algo para pasarla y comer y beber bien, fuimos resurtidos con eso tan importante que cuando lo tenemos no lo agradecemos ni lo cuidamos, y cuando nos falta, su consecución se vuelve tan obsesiva que nada se vuelve más importante que conseguirla.
Una semana atrás ahí estaba, el fantasma de la escasez del año antepasado. Ilusa de mí, pensé que el 2022 me libraría de quedarnos sin ese vital líquido. Y no me refiero a la gasolina, a la leche o al aceite.
Pero esta vez fue diferente. Quizá con más sabiduría y
templanza, no me lancé sobre cada camión que venía ofreciéndola doscientos
veces más cara que su precio normal. Bueno, sí, los primeros días estaba
pendiente de oirlos pasar. Y salí varias veces a caminar a mediodía, y entre
calle y calle estaban los vecinos arremolinados esperando turno o investigando
si había suficiente, cuánto cobraba y si el chofer traía una lista de
solicitantes. Porque somos tan organizados que hasta listas de espera, con
nombre y calle, se elaboraron. Así supuestamente no habría disputas.
En mi casa la escasez me encontró con mi tinaco vacío, pues
lavé bastante ropa y me di un largo y cuantioso baño caliente, que mucha falta
me hacía. No imaginaba que sería el último en casi dos semanas. Contaba que en
el trascurso de las horas siguientes regresaría el suministro a rellenar mis
reservas, como siempre. Pero en nochebuena me di cuenta que ya llevábamos
varios días sin que se nos resurtiera y al hablar para informarme, dijeron no
tenían para cuándo regresarnos la normalidad del abasto y que esperáramos el
tandeo a partir de dos o tres días más. O sea nunca.
Ya para estas alturas ya deben de haber adivinado ustedes que
estoy hablando del agua potable. En total, muchas colonias de Querétaro pasamos diez días sin agua corriente, rodeados por pipas privadas que con lista en mano
rellenaban tinacos, aljibes y botes por la cantidad mínima de trescientos pesos
por casa, llegando a cobrar hasta seiscientos.
Y encontré pipas de la Comisión Estatal de Aguas (CEA), que
esperaban a que se juntara la gente con los botellones de 20 litros o con
cubetas de ese mismo volumen, para que les tomaran fotos y las subieran a las
redes sociales para presumir que sí estaban surtiéndonos. Qué risa: ¿qué puede
hacer una familia con 20 litros en una semana, si necesita lavar trastes,
bajarle el agua al baño, bañarse, por lo menos? Así me di cuenta que no
importaba cuánta agua pudiera almacenar, siempre iba a terminar en una
situación como ésta y que el año antepasado también vivimos pero mucho peor, porque entonces fueron 45
días.
Como el dinero, reflexioné, no importa cuánto ganes, sino qué
tan bien lo sepas administrar.
No fui fiel a mi pensamiento de no comprar agua carísima de
las pipas, de dudosa limpieza; en un principio mi idea fue comprar agua y no
sufrir, pero las pipas estaban todas coptadas por mis vecinos previsores que se
habían anotado en unas famosas listas que nunca supe quién las tenía. Entonces mis
hijos y yo nos estrujamos al máximo para hacer durar el agua caliente,
reciclando la de los trastes en los baños, lavándonos en lugar de bañarnos, y
cuando se nos acabó la del calentador solar, usamos la de los garrafones para
lo básico: cocinar, tomar agua, lavar trastes y los baños. Pero un día tuvimos
que ir al Oxxo a comprar el garrafón de agua purificada de 20 litros porque las
máquinas vendedoras de agua rellenable, de las de 17 pesos, no tenían agua. En
el Oxxo pagué lo inimaginable: 45 pesos por 20 litros, que nunca en mi vida
pensé que con agrado solventaría ante la perspectiva de tener agua en mi casa. También
la tenían los camiones de la Pepsi que inundaban las calles de mi colonia con
su grito de “agua Ciel”, como si supieran que en estas circunstancias daríamos
lo que fuera por agua en nuestras casas. Pero a ellos no les compré.
Fui a dejar a Emiliano a su capacitación en Juriquilla en
Manos Cafeteras y ahí les pregunté que si no se les había ido el agua. No, en
Juriquilla no les faltó ni un día. Pero pagan 300 mensuales por su recibo. Y
las máquinas surtidoras de agua para rellenar, claro que tenían y ahí fui a
llenar mis garrafones. Y luego fui a ver a mi amiga en Residencial Tejeda, otra
colonia de clase social alta, y pregunté por el abasto de agua: no, ahí tampoco
les faltó, a pesar de que tienen casas situadas en colinas bastante elevadas, y
claro, también pagan mucho más que yo por ese servicio.
Se fue el agua potable el jueves 22 de diciembre. El sábado 24 les hablé a los de la CEA, me dijeron que en tres días más iban a tandearla, y ese día en la noche nos llovió, poquito pero fue un recordatorio de que el agua de lluvia, la fuente original, siempre está disponible para todos.
El jueves 29 de diciembre leí en el Facebook oficial de la CEA que ya habían arreglado el acueducto que la compañía de cable les
había perforado, pero que encontraron otra fuga en otro acueducto y que iban
ahora a arreglar la nueva rotura. Ese día lo arreglaron y luego leí que ya iba
llegando el agua, aunque con poca presión, a algunas colonias del oriente sur
de la zona metropolitana de Querétaro. Ahí decidí que pasara lo que pasara, no
iba a comprar agua de las pipas que para entonces, ya andaban varias en la
colonia. El viernes 30 dos pipas en mi calle andaban surtiendo. Me asomé y vi
tirarse el agua café, no transparente, de un
tinaco a otro, en el techo de mi vecino. Recordé a Carlos, mi vecino plomero,
que me platicó que el año antepasado los piperos vendían agua con tierra,
seguramente recogida de bordos agrícolas, y que en muchas casas se les taparon y
ensuciaron las tuberías con piedras y tierra. Todo por el negocio de la
desesperación de la gente.
El viernes 30 en la noche me bañé con cinco litros de agua
helada de garrafón. Y empecé a investigar las cualidades del baño seco, que es
una maravilla, pero exige un cambio total de la mentalidad citadina por una más
rural y acorde al stress hídrico que en realidad afecta a la mayor parte de la
humanidad. El sábado 31 nos llegó desde la mañana, poco a poco. En la noche, subió
a los tinacos y amanecimos 2023 con los dos depósitos llenos. Agua nueva, fresca,
para el año nuevo: ¡qué lujo!
En resumen, estuve más tranquila que el año pasado, aunque duramos
menos días sin agua. Pero ya debemos de ir ideando nuevos modos de resistir
otros períodos de sequía, que para nada son deseables pero lamentablemente,
inevitables.
Y así ha sido también el enojo de los ciudadanos, que con
muchísima razón repelamos por este tipo de situaciones en los que nos
preguntamos ¿cómo puede una simple horadación de una compañía de cable óptico
deje sin agua a más un millón de personas? ¿Es “normal” que un sistema de agua
potable que surte a una ciudad de tamaño medio, sea tan susceptible a un
accidente de este tipo? ¿Puede prevenirse que esta situación no se repita?
Porque muchos ciudadanos enojados estamos listos para el voto de castigo, y sospecho que ahora sí va a ser mayoritario. Dejemos que el tiempo lo decida, si es que no les llega la amnesia colectiva, como siempre.
Quisiera pedir a quienes quieran comentar que entren a la página nopalespoesia.blogspot.com
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