martes, 15 de enero de 2019

A la que madruga, gasolina encuentra.

Llevaba toda la semana viendo las filas frente a las gasolineras y me daba algo de preocupación ver cómo los 500 pesos de combustible que le había puesto en la semana anterior, se iban desapareciendo del tanque. 
No es que use mucha gasolina. Le pongo casi a llenar y me dura alrededor de diez días. Sólo para llevar a Emiliano a su taller (son treinta kilómetros diarios), ir al Mercado de Abastos, y una que otra salida cerca de la casa, de tipo recreativo. Ya ni voy al Centro casi, pues hay tanto tráfico y tan lento que me desespero.
 Pero lo más importante es llevar a Emiliano a su taller, en la mañana los camiones tardan entre una hora y una hora y media en aparecer y otra hora para dejarlo cerca. Del regreso, él ya aprendió a regresarse solo, con dos rutas de por medio, un raite a la parada y una corta caminata.
De ida y de vuelta, veía las filas larguísimas de carros. Y las pláticas que sonaban, de que aquél esperó seis horas y cuando llegó su turno, le dijeron que se había acabado. Y ver cómo se iba disminuyendo mi carga y calcular que para el lunes ya no podría salir, me pusieron en acción.
Alrededor de mi casa hay seis gasolineras, el sábado las conté. Así que me acerqué a una vacía, y  me fui a platicar con el encargado. Me dijo que los domingos no le surten, que hasta el lunes, que cuando llegan es en la madrugada. Me imaginé dormida en el carro haciendo fila con muchos, mientras mis hijos caminaban media hora hasta la parada del camión.
Así que me fui a otra gasolinera, ahora a pie, para no gastar combustible. Esa está en Bernardo Quintana, una arteria bastante importante, al norte de mi ciudad, a cuatro cuadras de mi casa.
Me encontré con dos señores platicando, uno a bordo de una camioneta viejita, otro con uniforme de la gasolinera. Precisamente comentaban la falta de abasto. Me integré a la conversación espontáneamente. Pregunté cuándo les surtirían, y me dijo que el domingo llegarían las pipas, temprano. Que viniera a hacer fila en la mañana.
El encargado dijo que todo esto valía la pena, pues se estaba terminando ahora sí en serio con el robo de combustible. Y el señor de la camioneta y yo asentíamos.  El huachicoleo (robo de combustible a los ductos subterráneos) en realidad era lo menos, lo más grave era el robo que se hacía desde adentro de Pemex, de los peces gordos . Y eso se está acabando. Frase por frase, repetíamos lo que decía López Obrador en sus discursos de las mañanas. Realmente estábamos convencidos de que estas molestias eran para bien.
El empleado platicó que tiene un sobrino en Guanajuato, que se dedica al huachicol. Que le habló y que le dijo que la situación estaba bien difícil, pues ahora andaban cuidando soldados del ejército los ductos, que ya no se podía hacer nada. Y el señor de la camioneta (que andaba echándose sus cervezas) comentó que en Querétaro también vigilaban patrullas de la policía estatal, que detenían cualquier pipa sospechosa, o personas que traían bidones o mucha gasolina, que los detenían y pedían facturas para certificar que esa gasolina fuera legal. Platicamos que el dinero ahorrado por el gobierno ya lo estábamos viendo en nuestras familias. El empleado, indicó que su hijo iba a recibir apoyo para sus estudios y yo en el caso de mi propio hijo que iba a recibir la pensión para persona con discapacidad. Todos asentimos, contentos y emocionados a la vez. No era tan grave el problema de la escasez si el futuro lo veíamos promisorio, con esperanza para nosotros y nuestra futura generación. Platicamos un poco más de lo mismo y me despedí.
Caminé media cuadra más sobre el Boulevard, ahí estaba otra gasolinera. Curiosamente, aunque eran de la misma compañía, me dijeron que no iban a recibir gasolina hasta el lunes.
Así que regresé a casa pensando que el domingo sería cuando madrugaría (5 o 6 de la mañana), haría fila, esperaría en esa gasolinera que tenía a ese empleado tan animoso, esperanzado y amable. 
Al día siguiente, ni café tomé. Desperté a las 5:45am y medio dormida, solo subí al carro mi libro a medio leer, mi tejido, mi cel y a oscuras enfilé mi carro con la pura reserva hacia la calle principal. En el semáforo, vi a un señor con un bidón de veinte litros lleno, como esperando camión. Le pregunté que si dónde lo había llenado y me dijo que allá, en la gasolinera de la esquina (mi favorita), que acababan de empezar a despachar. Arranqué hacia ella y vi que se estaba empezando a formar la fila. Fui como la octava en ser servida. No cabía en mí de júbilo. Busqué al despachador que tan bien me había caído y vi que estaba en otra bomba, despachando a más personas en otra fila que se hizo desde Bernardo Quintana. Llegué rápido, llené tanque, le di mucha propina al empleado, y me regresé a casa sin tocar mi tejido y todavía sin luz para leer mi libro.
Llegué eufórica a casa. Mis hijos todavía no despertaban. Recordé haber visto en las noticias de Google, que el gobernador había negociado una mayor distribución de gasolina al estado. Le agradecí sus gestiones en silencio, me agradecí haber investigado, haber madrugado. Agradecí a la tierra por dotarnos de ese precioso combustible que ahora sí estamos valorando en su justa dimensión.
Ya en estos días siguientes (es martes después de ese domingo) hay pocas gasolineras sin abasto, y las filas son normales. Y hoy voy a hablar para preguntar para cuándo le entregan su tarjeta para su pensión a Emiliano, él me lo pidió porque está muy emocionado.
Así las cosas por aquí en este bello Querétaro. 

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