viernes, 9 de diciembre de 2011

Quiero enamorarme de mí misma

Quiero enamorarme de mí misma
perdonarme las faltas
mandarme flores
sacarme a bailar
pasearme por el parque
y en la oscuridad
darme cálidos y tiernos
abrazos

Regalarme la paz
a costa de otros
ponerme en primer lugar
de todos los pendientes del día

Y húmeda de amor
desearme
perdidamente

sábado, 19 de noviembre de 2011

Las anónimas de la Revolución Mexicana

Las anónimas de la Revolución

La otra mitad de la población, la oculta entre rebozos y canastos. Indispensable pero invisible. Como siempre, como antes, como ahora.

Sin tiempo para sí misma, se dedica a los demás. A los padres, hermanos, luego al esposo, a los hijos. Más adelante, la suegra, los padres, los enfermos. Esto es y ha sido en tiempos de paz, ¿y de guerra?

No sabemos cuántas se fueron "a la bola" al principio de la Revolución Mexicana, ni cuántas terminaron vivas. Si murieron en la misma proporción que ellos o no, y de qué. El tercer censo de población del país reportó, en 1910, la existencia de 15 millones 160 mil 369 habitantes, 70 por ciento de ellos en poblaciones rurales. En 1921, el cuarto censo, había 14 millones 334 mil 780 habitantes, es decir, 825 mil 589 personas menos (1). No se desglosó, en ese tiempo, cuántos hombres, mujeres o niños.


¿Qué pasó en el tiempo de la Revolución con las mujeres? Se ha investigado, se han retomado historias, experiencias (2).

Unas se quedaron en sus casas, otras acompañaron a sus parejas a la guerra, a la fuerza o voluntariamente. Ya en el frente, unas empuñaron fusiles o fueron espías. Las más, simplemente siguieron atendiendo a “sus” hombres como en casa, pero en el frente. Se fueron con “la bola”.

¿Famosas? Las hubo, se ha hecho un esfuerzo especial para rescatar sus historias, sus aportaciones, sus acciones. Pero las mujeres revolucionarias, la inmensa mayoría, se integraron a la causa de sus compañeros, a su modo. Sin aspavientos, sin búsqueda de fama o de riquezas, sólo siguieron la pasión de los ideales tan simples como “muera el mal gobierno”, “mueran los federales” y “la tierra para quien la trabaja”. Y por qué no, se contagiaron de la idolatría que embargaba a los alzados por su caudillo: Villa, Zapata, Carranza, Obregón…

Esa fe ciega ellas la compartieron Pocas empuñaron fusiles, pero muchas convertían el grano sagrado en tortillas, atole, tamales. Ponían las hornillas en un hueco o en piedras y después de prender leña, los comales y los calderos de barro se instalaban para dotar de la comida del día. Quizá a su paso recolectaron de los campos ajenos el chile, la calabaza, el frijol. De sus nopaleras las tunas y de los magueyes cortaron las puntas para jalarlas y así tejer con sus durísimas hebras la bolsa, los sacos, los sombreros.

Hay fotografías de ese tiempo, tomadas quizá por equivocación, pero que han perdurado hasta hoy.


Una mujer joven sobresale, entre otras, en la parte izquierda de esta fotografía tomada a un tren en reposo. Está inclinada, viendo expectante hacia fuera del cuadro, probablemente hacia los andenes o a las salidas de otros vagones del mismo tren. ¿A quién veía, buscaba, despedía? Su cabello está escondido en el rebozo, que aunque está echado para atrás, se ahueca con cierto viento; ella está pálida, ojerosa.

El tren de la historia se va de ese pueblo y ella alcanzó a subírsele. Ahora ella será, a su modo, protagonista de su propia vida. Es a la única que se le ven zapatos, y parece portar una pistola en la cintura.

En primer plano a la derecha, una niña mira de frente, extrañada quizá por el fotógrafo mismo. No entiende lo que pasa ni tiene idea de lo que le espera. A su lado, una mujer un poco más grande voltea a ver hacia dentro del vagón, quizá uno de sus hijos lloró o la llamó; ambas descalzas. Atrás de ellas, dos mujeres, una encanecida y otra de mediana edad ven con gesto de piedra al frente, ya vivieron la guerra, saben a lo que van. Más atrás, otras dos también portan gesto adusto, altivo, sereno.

Ellas traen sus cosas que acaban de acomodar en el tren: canastos, cobijas, ropa. Listas para la salida que no saben si tendrán regreso.


En esta, se ven mujeres instaladas junto a soldados, arriba de un tren, al modo como se transportan ahora los desgraciados centroamericanos a través de nuestro país.

En el primer plano izquierdo, un soldado de espaldas a la cámara, mantiene una familiar cercanía con una mujer, seguramente su pareja, tapada con su rebozo y con un canasto a su lado. Atrás de ella, otra mujer luce sus blancos dientes con gusto, también porta un canasto de víveres consigo. Le da el aire, el sol y ella va cómodamente sentada. La acompaña incluso un perro, que se frota familiarmente en sus piernas. Más atrás, otra acompañante esboza una gran sonrisa también.

Salen del encierro del jacal, de ver siempre el mismo pedacito de tierra. Se van a recorrer el país, como gitanos al amparo de los ideales que los mueven. La aventura les recorre las venas y ese día olvidan los horrores de la guerra, que ya presenciaron o los de las historias que ya han de conocer.

A la derecha, detrás de dos soldados, viaja una mujer tapada con su rebozo. Después de ella, una jovencita, mostrando sus pies descalzos, abraza con una mano a su bebé mientras con la otra mano maniobra para detener un sombrero. Entre las cosas, unos sacos seguramente llenos de maíz o frijol forman parte de la comitiva viviente que pobló las rutas del ferrocarril revolucionario.
Ellas, al llegar a algún punto y hacer campamentos de varios días, quizá caminaron a algún arroyo y trajeron agua acomodándose las vasijas en un hombro. Quizá ya estaban embarazadas o cargaron a su escuincle con la mano libre.

Indispensables, invisibles. Comida, calor de hogar, familia. Las mujeres de la tropa ahí estuvieron, ahí anduvieron. No las contaban como tropa pero si alguno salía herido, ellas le lavarían la herida, aplicarían hierbas para así salvar a los salvables y consolar a los que sufrieron hasta morir. Y los enterraron y los lloraron como debía de ser, para consuelo de los vivos: irían gustosos al frente, pues sabían que si la muerte los encontraba, tendrían quién les abriría con su llanto los caminos hacia el mas allá.

Tan anónimas como la tropa, su número no contó a la hora de anotar los “efectivos”. Y no las contaban como no contaban para la vida pública, para votar, para las decisiones importantes. Pero sí participaban en todo. La mujer escuchaba, aconsejaba al hombre, opinaba en la intimidad. Como antes, como ahora.


Al final de la película “Enamorada” (1946) de Emilio Fernández, la protagonista Beatriz Peñafiel (María Félix), decide irse con el General Bernardo Reyes (Pedro Armendáriz) a la Revolución. La escena incluye la caminata de muchas mujeres, detrás de “su hombre”, con un fusil en la espalda, su rebozo y un canasto en una mano y agarrándose de la montura de “su hombre” con la derecha.
Beatriz deja un matrimonio arreglado y una vida cómoda en su pueblo, Cholula. Una vez que el general Reyes decide retirarse, ella lo sigue, a pie, igual que las otras. Refiere Poniatowska que, Más bien se sabe que se les dotaba de sus propios caballos, andaban en carretas o en tren.

El va a la guerra, ella a acompañarlo, hacerle de comer, esperarlo en el
campamento, calentarle la cama y hacerle los hijos, mientras pelea. Si muere, ella regresará con sus padres o tomará o será tomada por otro soldado. Esa vida errante, que cubre distancias a caballo, que se establece en donde cae la noche en aquel despoblado territorio nacional, no pudo ser sin las mujeres , que en grupos aparte estaban ahí, indispensables, invisibles.

¿Cuántas fueron robadas, cuántas se fueron voluntariamente, cuántas fueron forzadas y terminaron acomodándose a su suerte? En la novela “Los de Abajo”, de Mariano Azuela (3), Camila es robada con engaños por Anastasio para cumplir el capricho de Demetrio, oficial villista de bajo rango. Camila al principio deja su ranchito con gusto, creyendo que se irá con Anastasio, al que dice preferir. Una vez “tomada” por Demetrio, Camila es incitada por la prostituta del pelotón, la
Pintada, a huir y regresar a su casa. Camila se niega, es que ya le está “tomando voluntá” a su nuevo dueño (4).
Azuela refiere cómo tanto los villistas como los federales, tomaban de las rancherías lo que requerían, incluyendo a las mujeres. Violadas, convencidas o robadas, las mujeres vivieron así la vorágine social que trajo consigo ese movimiento.
Su papel fue muy importante como cocineras, enfermeras, acompañantes y sexoservidoras, ya sea exclusivas para “su” hombre o como prostitutas. Indispensables e invisibles, esa presencia femenina todavía resta de ser reconocida cabalmente en su importancia histórica, económica, social. Entonces como antes, como ahora.


NOTAS
(1) www.inegi.gob.mx
(2) Elena Poniatowska ha realizado una extensa investigación testimonial sobre las “soldaderas” mexicanas, mujeres que combatieron durante la Revolución Mexicana y en otras guerras internas. Dos libros tocan el tema: Hasta no verte Jesús Mío, Ed. Era 1977 y Las soldaderas. Ed. Era-INAH, México, 1999.
(3) Azuela, Mariano. Los de Abajo. FCE . México, 1982.
(4) Ibíd., p. 101.
Fotografía Película "Enamorada" : Youtube.
Resto de las fotografías: Archivo Cassasola.

lunes, 8 de agosto de 2011

In memoriam Pedro Garbey

Has muerto, Pedro Garbey, y toda una historia conjunta entre tu vida y la de nuestra familia se ha quedado en mi memoria. Este escrito quiere ser una lucha contra el olvido que representa la muerte, la tuya y luego la nuestra.
Te recordaré con tu amplia sonrisa y vivaces ojos, con la voz estridente y grave que definía con certeza sus opiniones; con un corazón grande, generoso; con un ánimo alegre, dicharachero y gentil.
Discreto cuando fue necesario, al frente cuando se te necesitó, nunca dejaste de acercarte a nosotros cuando vivías con mi mamá. Fuiste segundo padre de mi hermana, abuelo sustituto de sus hijos y también de los míos. Incluso donaste sangre a mi abuelo paterno cuando él más la necesitó en su hospitalización por cáncer, y si no donaste cuando mi mamá lo requirió fue porque ya te lo habían prohibido los doctores por tus problemas físicos.
Mi memoria te coloca en la casa de mi mamá, cuando iba yo de visita con mis hijos. Me esperaba un delicioso Congri cubano (puerco horneado con misteriosas especias) acompañado de frijoles negros con arroz, mojitos, ron o cerveza, lo que quisiera. Sin faltar la música salsa, chachacha, la bailada, con todos reunidos alrededor de la alberca. Y ahí se soltaba la plática continua llena de dichos, consejos, preguntas, risas, chistes. Esa era la fiesta que eras cuando te enfiestabas.
Y tu cuerpo altísimo, fuerte, cargando cada vez más volumen, se imponía en cualquier lugar que se presentaba. Fuiste lanzador de disco y bala en las Olimpiadas de Moscú, me platicaste, representando a tu país, lo decías con mucho orgullo. Y luego, a estudiar Educación Física, "con método, con sistema, con ciencia eh", decías con tu tono didáctico de entrenador cariñoso y exigente, agitando el índice regordete.
Me tocó despertar tarde en la casa de mi mamá, entrar a la cocinita a desayunar y preguntar por Pedro. "Uh, hace mucho que se fue a entrenar a los muchachos, a las cinco de la mañana", me decía ella. Y yo pensaba qué afortunados ellos, tener un entrenador que ponía el ejemplo de disciplina, que los cuidaba, checaba, que revisaba su cuerpo y también cuidaba su espíritu, porque con alto espíritu y emociones equilibradas es como se gana, decías.
Y orgulloso los presumías como si fuesen hijos tuyos, te involucrabas en sus problemas, dabas consejos de padre, de amigo, de maestro, y tus muchachos respondieron aportando triunfos que pusieron en alto a México, a Sonora, a la Universidad de Sonora.
Cuba te perdió hace más de veinte años, Pedro; Sonora y quienes tuvimos la fortuna de estar cerca de tí te perdimos antier en lo físico; pero tu ánimo, tus dichos, tus buenos y generosos gestos se quedarán en cada uno de nosotros, sí, burlando la muerte con la memoria agradecida.
GRACIAS

lunes, 18 de julio de 2011

El español sobrevivirá al futuro

En el futuro, el español será de los únicos tres idiomas más hablados del mundo, junto con el chino y el inglés, vaticina Juan Ramón Lodares en su libro Gente de Cervantes (Taurus, 2001). De manera anecdótica y amena, expone que, a pesar del bajo nivel de vida que ostentan la mayor parte de los hispanoparlantes, este idioma ha cobrado importancia como unificador de todo tipo de transacciones económicas, comerciales, sociales y culturales en el mundo.

Lodares presenta una historia, como su título lo dice, humana del idioma español. Yo, que tenía vaga noción de la historia del idioma español, de su situación en el presente en relación con otros idiomas y de sus retos a futuro, tuve acceso de manera cordial y humorística a las bases históricas, políticas y culturales del conocimiento y comprensión de mi idioma en el extenso territorio que actualmente abarca.

Está dividido en tres partes. La primera, que va desde el descubrimiento de América por “un marino genovés” hasta la independencia de las colonias españolas, relata lo sucedido con las colonias, emigraciones, políticas públicas educativas y el desenvolvimiento del idioma relacionándolo con la evolución económica de América frente al mundo y el de España frente al resto de Europa. La segunda parte trata del estado actual del idioma frente al resto, las variantes existentes en el mundo y su historia. La tercera parte narra la historia del castellano en la península ibérica desde el S. XII, la integración de los usos dialectales y el impacto de las invasiones sufridas: la romana y la árabe-musulmana.

El enfoque de la expansión del idioma en Lodares es contrario a quienes ven como catastrófica y negativa la desaparición de los dialectos con menor número de hablantes. Observa ese fenómeno como algo natural, necesario para la creciente integración de los humanos.

El autor deriva de diversas circunstancias el hecho de que un idioma permanezca o no en el cotidiano; la necesidad manifiesta de un lenguaje común para hacer negocios entre personas de diversas culturas, la voluntad manifiesta de la clase dominante de preservar o no un uso lingüístico, el aislamiento de comunidades hablantes y la fortaleza económica de o los países hablantes. Si no sirve para sobrevivir, dice, se pierde. De ahí que vaticine la constante pérdida de casi todos los más de tres mil idiomas existentes en el mundo, pues las transacciones económicas y comunicacionales, propiciadas por la globalización, demandan cada vez menos idiomas comunes que faciliten el entendimiento a través de las fronteras.

Para aquellos que vemos como una pérdida irreparable para la cultura humana el que cada vez más los grupos indígenas del mundo dejen de hablar su lengua originaria y acudan a las dominantes –español, francés, inglés, alemán- para interrelacionarse con el mundo, Lodares lo ve como una transición necesaria para que precisamente esos grupos eleven su nivel de vida, se integren a la sociedad en condiciones igualitarias y tengan mayor capacidad de mejorar su nivel de vida. De la preservación en cajas de cristal de numerosas lenguas indígenas, plantea que a sus hablantes se les coloca en una gran desventaja social si no adquieren la lengua dominante desde pequeños. Este proceso, apoyado por las escuelas bilingües como las existentes en nuestro país, México, más se ha dado de manera “natural” que inducido, al emigrar estos grupos a las grandes ciudades.

Lodares explica cómo fue la evangelización de los misioneros venidos de España durante la colonia americana, la que preservó en su propia lengua a gran parte de la población indígena de las colonias: fue más fácil que los misioneros aprendieran el lenguaje indígena y evangelizarlos en ella, que enseñar a los grupos originarios el español y además la nueva religión. Es interesante la acotación de que fueron los misioneros los impulsores del aprendizaje de tres idiomas indígenas en diversas partes de América entre los mismos indígenas: náhuatl, maya y quechua.

Apunta que el español posee soberanas ventajas frente a otras lenguas globales: se escribe como se pronuncia, posee una rica tradición literaria que se remonta al siglo XIV y está abonado por culturas de muy variada raíz, tanto desde su natal Castilla como en su propagación por las colonias americanas.

El idioma español presenta retos de gran magnitud: es importante modernizarlo para convertirlo en útil herramienta de las ciencias, pues ahora el idioma universal de éstas es el inglés. Hay toda una serie de nuevos vocablos científicos, producto del avance impresionante de las ciencias, que no tienen definición específica en español.

Advierte además que falta mucha promoción de la enseñanza del idioma español en el mundo no hispanoparlante, en donde la demanda supera con creces a la oferta. Incluso puede llegar a ser un fructífero negocio: por ejemplo, la enseñanza del inglés, indica, representa para Inglaterra la quinta fuente de ingresos económicos. En ese sentido, ha hecho falta visión para desarrollarlo como una industria sin chimeneas.

Algo parecido ha sucedido con la industria editorial. Lodares acota cómo en el siglo XIX, Francia se dedicó a realizar impresiones en español para satisfacer la demanda editorial de América. Y otro tanto hizo Estados Unidos de América en ese siglo y en el XX, dada la relativa escasez de ediciones por los propios hispanoparlantes.

Mientras valoremos poco la riqueza y la historia de nuestro idioma otros países seguirán cubriendo nuestras necesidades futuras de comunicación. El nuestro es un idioma con futuro.

Lodares, José Ramón. Gente de Cervantes, Historia humana del idioma español. Madrid. Taurus, 2001

martes, 17 de mayo de 2011

Las Jitanjáforas de Alfonso Reyes

Desde que vi la lista de sus artículos, el vocablo me llamó la atención; al llegar al penúltimo de La experiencia literaria me lo encontré de frente. ¿Qué es?, o más bien ¿qué son?
Y Reyes, en su magnífico manejo de la tensión –como asiduo lector de género policíaco que fue- no me lo decía todo; primero me platicó de dónde sacó el vocablo, luego, a través de sus páginas plagadas de sonidos, ritmos y clasificaciones de los onomatopéyicos y trabalingüísticos sonidos versificados, cantados, rumiados y tartamudeados, entendí lo que de genial tenía esta definición. O mejor un ejemplo:
A mo a tó
Matarile rile ron

En tránsito entre el gorjeo y el rebuzno, la versión popular de las Jitanjáforas de Reyes, dicen y no significan, se dirigen al oído que palpita con los tambores y se sublima con los violines.
En plena época moderna de la literatura –décadas treinta y cuarenta del S. XX-, plantea que los experimentos surrealistas, dadaístas y otras, de usar sonidos para crear poesía y entrar a la subterránea mezcla de neblina, lenguaje y recuerdos del Finnegans Wake joycianas, las Jitanjáforas ya se escribían siglos atrás, y en todos los idiomas. Exhibe la existencia de ellas en inglés, francés, portugués, italiano, idiomas que dominó.
Las Jitanjáforas reyesianas abarcan no sólo los sonidos sin sentido aparente sino también los versos en donde se cultiva la ilogicidad, el torcimiento de la palabra para hacerla entrar en la rima o nomás porque sí, sin llegar a ser una metáfora pulcra o una sabia referencia. Esta fue propia de algunos escritores que precedieron la explosiva libertad artística que rodeó a Reyes en la gestación del texto que nos ocupa. Solo se requería hacer arrullar a un niño inquieto por parte de una madre cansada, u oir hablar a un loco en una obra molierana de teatro (ejemplos formalmente citados en el artículo original) para darnos cuenta de la amplitud que las Jitanjáforas abarcaban.
Gracias a Librolandia , tuve en mis manos durante mi niñez, una traducción literal de Alicia en el País de las Maravillas, con sus ilustraciones originales. Lewis Carroll me confundió y obligó a releer varias partes, de lo disparatadas que eran. Recuerdo el monólogo de una lagartija, escrita en letras de tipo grandes, que se iban reduciendo al tiempo que dibujaban en el papel una ondulante cola. Ese fue mi primer encuentro con el manejo tipológico y gráfico de las palabras. El monólogo era una sarta de nostálgicos dislates. Recuerdo haber pensado cómo sería posible que EN UN LIBRO eso pudiera escribirse, no producto de errores tipográficos, y que finalmente todo el texto se integrara en una extraña lógica, fuera de la simple formalidad directa de las palabras a la que yo estaba acostumbrada. El libro, por enigmático, me absorbió un tiempo, pero luego lo dejé, enojada por el sinsentido.
¿Palabras inconexas? ¡Ejercicio levreriano de mi maestra Simón, que a quienes tratamos de realizar nos hacía entrar a los terrenos de Artaud y Breton! Simular locura, era un trabajo harto difícil, pero una vez encontrada la hebra y enredándola a propósito, el chiste (¿o tormento?) era no dejar que se desenredara demasiado pronto (y surgiera lógica evidente en donde no queríamos que la hubiera) o nos metiéramos tan profundo que, al modo de Verne del Viaje al Fondo de la Tierra, ya no encontráramos salida al sol y mientras más avanzáramos, más cerca del infierno (perdón Sagan, al núcleo hirviente). Y ahí olvidáramos el hilo ante la quemadura de neuronas.
Quizá por la amplitud de significados que Reyes otorgó al concepto de Jitanjáforas, el vocablo no es usado más que como una rareza culta. He buscado en Internet y encuentro que el término, además de ocupar un espacio en las definiciones literarias mexicanas, en Colombia es más recurrido: incluso hay un programa de radio titulado “La hora de las Jitanjáforas”, así como varios blogs literarios que lo ocupan.
En fin, yo quería comentar todos los artículos de La experiencia literaria, pero sus Jitanjáforas me dieron risa, atrajeron, provocaron e inspiraron emociones en mí que no todos logran. Termino con una equivalente sueca al tin marín de do pingüé:

Uble duble dof
Kinke nane kof
Kofe nane dinke nane
Uble duble dof



Querétaro, Qro., a 18 de febrero del 2011.