irradia hacia adentro
pon razón donde antes tanteaba
convierte en palabras el momento
despójame de caminos circulares
y déjame
lo esencial.
(c)Anna Georgina St.Clair 2024
irradia hacia adentro
pon razón donde antes tanteaba
convierte en palabras el momento
despójame de caminos circulares
y déjame
lo esencial.
(c)Anna Georgina St.Clair 2024
Concéntrate y tu realidad adquirirá una profundidad astronómica.
Recordamos en base a las emociones que nos generaron ese hecho, así es como se quedan en la memoria.
Por eso lo que más recuerdo de este último día, ya de regreso a casa, es el asalto.
![]() |
Flores de Tepoztlán, Morelos. |
Cuando ya empacadas nuestras cosas salimos del hotel en Yautepec, encontré un recado de Alejandra, del Cofeellez, que quería comprarme un libro antes de que me fuera. Fuimos a su casa y le recomendé el "Enamorarme de mí", porque es chico y tiene poemas cortos y concisos, además de que fue mi primero. Lo compré, me dijo que debía quedar una huella de mi paso por su establecimiento, y se lo agradecí con el alma.
![]() |
Alejandra del Cofeellez, con "Enamorarme de mí". |
Después de encontrar un vulcanizador que nos puso las llantas al tiro, fuimos en el angosto y precioso camino, lleno de maizales en esplendor, a Tepoztlán. Mas adelante desayunamos unos ricos chilaquiles y luego luego llegamos.
Nos vimos en un cafecito cerca del centro y emprendimos la platicada, con nuestros hijos al lado, durante dos horas, que hubieran podido ser más si no le cortamos, yo tenía un largo camino de regreso.
Tomé la carretera alternativa, sin casetas ni cuotas por favor, Googlemaps , que resultó un viejo camino que se llama, según algunos carteles que todavía quedaban en pie, "Carretera libre a Toluca". Angosta, cruzando pueblos y carreteras de cuota, entramos de lleno a la Laguna de Zempoala. Me di cuenta porque di de frente con una entrada que decía eso, "Laguna de Zempoala", Parque Nacional, en miércoles con su puerta abierta y un letrero grande con todas las precauciones relativas a no encender fuego, salirse del camino, no nadar en el lago, etc. Para la otra, me dije, me quedo y entro a conocerlo.
Pero seguí de frente en curvas frente al majestuoso bosque, pegada al cerro que tenía bastantes deslaves, producto de las últimas lluvias de verano, imaginé. Esos deslaves que a veces ocupaban un cacho del camino, también incluían troncos y raíces de árboles, pedazos de troncos y tierra anaranjada que se me antojó barrosa y muy fértil. Lo bueno era que no estaba tan desolada, un poco menos que el lunes.
Seguí manejando y más adelante se detuvo el tráfico, vi que el camión que traía adelante prendió sus intermitentes y me detuve también. Avanzamos lento y vi las luces de una torre de policía, puede ser un accidente, le dije a Emi. Cuando pasó frente a la policía, que ya venía de regreso, le preguntó desde mi ventanilla que si qué había pasado, pues un camión de pasajeros verde estaba detenido en la carretera. Me dijo el policía que los acababan de asaltar. Le cuestioné que si estaban por aquí los asaltantes, que si se podía seguir por ese camino y me dijo "Fue en Santa Martha, no aquí", y "sí puede seguir sin problema". Avancé tantito y vi corriendo a lo que entendí era el chofer del autobús, rumbo a los policías, como que olvidó decirles algo. Era un señor bigotudo, panzón, con camisola blanca y pantalón de vestir.
Yo como soy muy confiada en las autoridades le seguí. Confié en que mi carro está viejito, en que me veo pobre y canosa, en que Emi está grandote, es hombre y no ando sola. Soy gallina vieja, pensé, no apetecible para los coyotes. Con esa confianza metafísica seguí manejando, presta a vivir la neblina, la montaña alta, el frío y... la falta de señal ni para hablar por teléfono.
Caí en la cuenta que se puede asaltar por ahí y ni quién lo supiera hasta salir de la zona cero para los celulares. ¡Qué "Todo México es Telcel" ni qué ocho cuartos! Pasé por una curva y avizoré rápido un Atos descolorido estacionado en una curva, con alguien adentro, como viendo quién pasaba y con qué carro. Como los halcones de Sonora, pensé, grabando una peligrosa travesía que hice por terracería entre Puerto Peñasco y Caborca.
Y cuando llegué a unas casitas, bajé al baño a comprarnos elotes recién cortados, cocidos para comer, me fijé en el Googlemaps: Santa Martha, que la acababa de pasar, precisamente sin señal de nada. Platiqué poquito con el señor de la tienda que tenía los baños, me pareció muy amable, así como las mujeres que me vendieron los elotes. Nos subimos rápido al carro ya darle pata, para salir de esa tierra de nadie, o más bien de gente especial que se aprovecha de los bienes y el trabajo de los demás.
Ya teníamos hambre. Pasé, en Tlacomulco, por un puesto de tacos que los ofrecía de moronga y otros ingredientes, una exquisitez de hierro y proteína que nadie hace. Nos bajamos y muy amables también los señores, que exprimieron sus guisos y quesos a punto de acabarse para hacernos una rica comida casera. Les platiqué lo del asalto y no preguntaron nada, ni siguieron el tema, más bien cambiaron de conversación. Eso me indicó que ellos sabían y no querían agregar nada.
"Son cosas que suceden y no salen en los periódicos", afirmé. Ellos solo asintieron y me ofrecieron agua de piña, riquísima.
![]() |
Flores de Tlacomulco, a un lado de la carretera Libre a Toluca. |
Unos metros más adelante, el camino tenía unas preciosas flores rosas que me emocionaron. Cómo es posible que no tome fotos de las flores del camino, me dije. Detuve el carro en la carretera de dos vías, me bajé y usé mi cámara para lo que la traje. Vino un carrito viejo en el camino desde lejos y frente al mío se detuvo, por más señas que le hice de que me rodearan. El chofer se acercó y me preguntó que si me podía ayudar, le dije que estaba tomando fotos solamente, muchas gracias.
Ahora lo pienso y él debe haber sido uno de los cuatro arcángeles que me envió Luz Angélica con sus pensamientos hechiceros para ese día de camino. Gracias por aparecer, no me hiciste falta.
Seguí la huella del camino trazado hasta que di con una gran desviación de cuota que rodeaba Toluca, esa sí la tomé, no quería tiempo enredada en un tráfico pasar que me recuerda al de la Ciudad de México hace treinta años.
Ya estaba oscureciendo cuando emprendí el último tramo Atlacomulco-San Juan del Río, dejó el Googlemaps a un lado, esa parte ya me la sabía. Es un camino bello, pero peligroso, sobre todo pasando Acambay. No tiene iluminación y sí mucho tráfico de alta velocidad, aderezado por altos topes que solo dificultan el avance.
Ya para llegar a la 57, de noche, alcancé a sacar la vuelta a media llanta hundida en el carril de alta velocidad que apareció de la nada, y no pegarle al carro que andaba rebasando. Ese fue el arcángel de mis reflejos. Pensé en qué hubiera pasado si me dedico a ver el mapa en el celular y no la carretera. Volteé y por única vez, Emi no se había puesto el cinturón de seguridad. Con el espejo vi que la habían puesto para señalar un gran agujero en la carretera, aunque no sé qué sería peor, un agujero con el que brincas y golpeas la llanta, o una llanta que te atora y puede volcar.
Arribamos a la 57 y todo fue manejar rápido hasta San Juan del Río y despacio en la entrada a Querétaro, están arreglando tres de los cinco carriles.
Hogar dulce hogar, nos dijimos cuando nos saludaron el CabezadePollo y las tres pollitas que vimos crecidas.
Vi el mensaje de Luz Angélica: "te mandé cuatro arcángeles para que los cuiden en el camino". No sé cuáles fueron los otros dos, pero hubo peligros y llegamos sanos y salvos. Gracias.
#yautepec
#tepoztlán
#lagunazempoala
#tlacomulco
#atlacomulco
Calle principal con canastos en Yautepec. |
En el segundo día, vi que la lagartija pequeña que habíamos encontrado la noche anterior en el techo, había dormido en el baño. Salí temprano del hotel, Emi se quiso quedar a ver su cablevisión y acordamos que yo regresaría si encontraba un lugar dónde desayunar, estábamos en Yautepec.
El río Yautepec, enmedio del pueblo. |
Me habían dicho en el hotelito que no había restaurantes abiertos tan temprano. El gym sí abrió, y como estaba ubicado en el mismo terreno que los cuartos, cuando pasé sobre el zacatito (muchos patios tienen zacatito verdísimo allá) estaban forzudos y forzudas con su rutina, ambientados con música vivaz y energética, mientras hacían sonar sus aparatos.
En eso pensaba mientras caminaba al centro, cuando un letrero en un pizarroncito en "A", asentado en la calle-banqueta, llamó mi atención:
Alejandra hija en su café Cofeellez, con mis libros. |
Resultó que habían abierto hacía dos semanas apenas. Alejandra hija, gerenta y fundadora, además de artista plástica, tiene el plan de exhibir exposiciones pictóricas cada mes, vender productos de artesanos y productores del pueblo, además de presentaciones de libros. El próximo 2 de noviembre inaugurarán con bombo y platillo (literal porque estará una banda musical). Quedé de regresar en mayo de 2025 con mi exposición pictórica y presentaré al mismo tiempo mi(s) libro(s). Esto último no lo acordé con ella pero espero que leyendo este texto, se entere y acceda.
![]() |
Cartel Inauguración Cofeellez |
Regresé por las veredas del río y me encontré con vacas y caballos pastando en sus empinadas laderas. Dos caballos jóvenes se rascaban mutuamente con los dientes el cuello: solidaridad. Me llevé a Emi en el carro al café, ahí desayunó él y les mostré una colección de mis libros, qué suerte que Alicia había ido por ellos y guardado para mí.
Salimos luego con la promesa de regresar en mayo, conducidos a Taxco. ¿Y por qué no a Las Estacas? "Hace frío, chispeó durante la noche y el río se enfrió", afirmaron sabiamente tanto mis nuevas amigas como las muchachas encargadas del hotelito. Y hasta Emi se adelantó a la cancelación, pues "olvidó" nuestra maleta de buceo en Querétaro. Hasta los olvidos tienen razón de ser.
Cambiamos de rumbo mental como quien pone otro destino en Googlemaps y nos dirigimos a Taxco, que yo quería conocer. Claro, el camino lo elegí libre de cuotas hasta donde se pudiera.
Manejando recordé la sierra de entrada a Guayabitos, playa de Nayarit. Escarpada, selvática, con muchas curvas muy pronunciadas, subidas y bajadas con solo dos carriles. Pueblos pequeños ofrecían a los lados del camino tacos, barbacoa, queso fresco...
Lo nuevo era el patrullaje de la Guardia Nacional en caravanas, junto con militares. Algo pasó o pasa en esta región, pensé, y dolorosamente recordé el letrero inmenso que vi en la entrada a Guerrero, con muchas fotos de muchachos y una pregunta: "¿Los has visto? Se ofrece recompensa por ellos". Primero pensé ¡cuántos forajidos juntos! Y luego recordé a los 43 jóvenes de Iguala, desaparecidos hace diez años. Eso recordaba cuando pasé a un lado de una desviación que señalaba el camino a esa población.
Rosas en el camino a Taxco, ordenadas en cuadrícula. |
Se veía Taxco desde las curvas de bajada, casas trepadas en cerros o peñascos verticales, con las características tejas rojas sobre techos de dos aguas. Entramos al pueblo y empezó el asedio en cuanto bajamos de velocidad en la única callecita que serpentea el centro, hacia arriba. Guías turísticos amontonados para llevarnos a un estacionamiento, comprar plata, ir a la Catedral... Una y otra vez me negué a sus servicios, no vengo por plata señor, gracias. Hasta que apareció un estacionamiento de diez plazas, con lugar, metimos el carro. Al caminar por el único camino de piedra de entrada, sorteamos motos y vehículos, pues no hay banquetas.
![]() |
Taxco con pijama. (Foto tomada por Emiliano). |
![]() |
Huazontle relleno en salsa macha. |
De regreso entramos a la iglesia de Santa Prisca. Otro asedio afuera de vendedores, esta vez mujeres y niñas, ofreciendo imanes, rosarios, dulces. Se veían muy pobres algunas. Me dio tristeza ver enfrente las boutiques elegantes de la plaza central, y su contraste con la pobreza de la región. ¿De qué sirve ser Pueblo Mágico si sólo se beneficia a unos cuantos? Debe Taxco estar gentrificado, aunque no tanto como Querétaro, observé para mí.
Total que dentro de la iglesia, por dentro muy bella y barroca y churrigueresca (dijo Luz Angélica Colín). La atracción principal la señalaban: una Virgen de Guadalupe toda de plata, a un lado del altar principal. Se veía rara con el resto de la iglesia tradicionalmente bañada en oro.
Escuché de algún guía la existencia de un funicular y nos dijeron que estaba en la entrada a Taxco, o la salida. En unas bajadas espeluznantes para el carro, salimos de ese único camino y llegamos.
Al notar los cables-rieles , vi que estaban muy empinados y nos acercaban a un risco que estaba frente a nosotros, subían en unos carritos pequeños. Dejé mi miedo a un lado y pensé en Emi y su probable reacción. Pero no lo preparé mucho, pagué y nos subimos. El grueso cable que nos conducía desde el techo, casi en vertical, nos jalaba y rápido alcanzamos vista de halcón sobre Taxco.
Emi y el funicular. |
Ofrecí a Emi ponerse de espaldas al precipicio y dejarme a mí la vista para tomar fotos. Emi respiró otra vez profundo, menos asustado, y yo con él. Bajamos con el estómago revuelto, que no devuelto, y con la adrenalina a tope, gustosos de haber sobrevivido y contarlo. Hasta foto nos tomamos con la capsulita que tantas emociones albergó, ya en tierra firme.
Sin mediar otro descanso de pie, subimos al carro para regresarnos a Yautepec. Emi tomó una bolsita de plástico y la sopló varias veces para acabar de tranquilizarse. "Mucho mejor", me dijo. Saliendo llegamos a una desviación que decía "Grutas" y recordé que yo quería acudir a las Grutas de Cacahuamilpa, que en mi infancia visité varias veces. "La próxima vez que vengamos vamos a ir a las grutas", avisé a Emi. Y éste volvió a soplar en la bolsita... yo olvidé que también le tiene pánico a las grutas. Al verlo tratando de recobrar la compostura con las respiraciones, no pude dejar de reir a carcajadas en ese momento y después en el camino cuando me volvía a acordar.
El regreso fue más rápido, con los patrullajes consabidos de la Guardia Nacional. Hogar dulce hogar, pensé cuando llegamos al tranquilo hotelito junto al río. La cachorita se había ido. Mañana sería nuestro regreso.
En la noche medité que no hay miedo o vergüenza que dure toda la vida, si se enfrentan. Las coincidencias no existen, sólo es el deseo reconocido el que marca el camino hacia su concreción.
Para desear y concretar algo, requiero saber qué quiero y luego sentir que lo merezco.
#Yautepec
#Taxco
#Cofeellez
Creyendo es como pasan las cosas que quieres, y no al revés, es decir, no esperes a que te pasen para creer.
Así lo comprobé en mi viaje relámpago al estado de Morelos y Taxco, Guerrero, acompañado por Emiliano, mi hijo especial y adorado.
El problema era convencer a Emi de salir de la casa. Nunca le atrajo la posibilidad de echarse un chapuzón al agua fría de Las Estacas, por más lanchitas de hule, plantas y pecesitos que yo le agregara. No entendía cómo podía ser emocionante nadar en un río de aguas cristalinas, de lento arrastre, rodeado de verdísimo paisaje y cascadas, salir al zacatito y dejarse calentar por el sol para volver a entrar a nadar y bucear. No, eso no lo convenció de acompañarme.
Le convencieron las promesas de llegar a un hotel con televisión y cable y poderse comprar una camiseta bonita. Porque no íbamos en autobús sino en mi carrito y le gustan más los primeros. Le dije un día antes de salir que si no íbamos esta semana, ya no iríamos porque tiene muchas piñatas qué hacer, viene la temporada fuerte con las posadas.
Así que empacados y el carro por fin sin detalles qué componer, salimos el lunes temprano. Yo le corto a pensar qué me falta llevar porque atasco el carro de cosas y tardamos mucho en salir. Pero según yo estaba lo principal y enfilamos a la carretera 57. Lo primero que recordé fue que ¡olvidamos sacar dinero del cajero! Y ya estábamos en el centro de los cinco carriles de alta velocidad... me hice a la derecha, tratando de visualizar en las gasolinaras laterales si había o no señal de banco. Pensamos que había qué concentrarnos en encontrar un cajero, Emi se concentró también... A la tercera sin señal, me detuve y en una placita con diferentes comercios, abrí la puerta y ¡ahí había varios cajeros automáticos! , incluido de mi banco.
Pide y se te concederá, piensa, desea y aparecerá, me dije maravillada.
![]() |
La que esto escribe, feliz con el paisaje. |
Google Maps me trazó un camino atravesando mucho verde y sin casetas qué pagar, así que me lancé. Después de atravesar varios pueblos, Acambay lo recuerdo, entramos esa zona, que le denomina Lagos de Zempoala. Un policía local, estacionado al lado del camino, nos saludó y no nos detuvo. Él vigila quién entra, murmuré para mí, para ver si sale.
Ese camino, solo y hermoso, era un bosque con muchos cerros, atravesando una meseta amplia con algunas vacas y caballos pastando. Idílico. Se notaba con mucha altitud, con neblina y ocupada por pinos gigantes. A la orilla del camino, puestos cerrados con letreros que prometían mojarras, mariscos, tacos de carne, barbacoa.... Ah, pensé, la Laguna tiene peces, debe estar limpia.
Desde la casa llevamos, como en cada viaje, un garrafón de 20 litros lleno de agua. Ahí fue donde recordé que no lo habíamos llenado y tenía sed. Emi, piensa en que tenemos que llenarlo, un lugar donde la vendan por unas monedas... Como también quería ir al baño, encontré una chocita abierta que vendía elotes ya un lado, "Baños limpios". Aparqué en el pastito el carro. La señora me señaló unos cuartitos de madera y subí las escaleras del cerro, hechas sobre la tierra, llenas de musgo. Me recibió una muchacha que me dio el paso. Cuando salí, le preguntó que si sabía dónde podía comprar agua. Me dijo que ellos tomaban agua de la llave. Ah, ¿es de manantial?, le dije. "Pues es del cerro", dijo la muchacha, "y no nos hace daño, es buena". Me trajo un vaso y de una llave de plástico adherida a un tubo ancho de plástico negro, sacó un potente chorro y me la dio a probar, llena de burbujas. ¡Deliciosa! Le dije que eran afortunadas por poder tomar agua de la llave todavía, y me remití a mi Hermosillo de hace 35 años, así era en nuestras casas. Era la primera ocasión desde entonces que lo veía.
Llenamos nuestro recipiente y me fui convenciendo. Piensa y aparecerá, pide y se realizará, concéntrate y lo encontrarás.
Era demasiado hermoso para no tomar fotografías. Detuve el carro y tomé varias, después de ponernos los impermeables, pues la neblina mojaba el parabrisas. No vimos lagunas pero el paisaje era espectacular.![]() |
Vista con neblina en Laguna de Zempoala, Edo. de México. |
Avanzado el camino emprendimos una bajada espectacular, por Huitzilac. El paisaje pasó de bosque a selva, pasó por Cuernavaca y finalmente llegamos a Yautepec, entrada la tarde. Conseguí un cuarto barato a un lado del río que cruza varias veces el pueblo, del que sentía y alcanzaba a ver sus reflejos en la noche temprana.
Emi encontró dónde cortarse el pelo, él tenía días diciéndome que se lo quería cortar... y entró a una peluquería que todavía no cerrraba; Yo pasé por él una vez localizado y apartado el cuarto, que estaba detrás de un gimnasio. Una vez instalados, fuimos caminando en un clima templado, por unos ricos tacos, también a un lado del mismo río.
Así terminó nuestro primer día, lleno de deseos cumplidos, sincronicidades y paisajes. Pero faltaban muchos más. Se las plástico en la siguiente crónica.
#lagunadezempoala
#sincronicidades
#Yautepec
* Los Amigos fue una organización cuáquera con fondos principalmente de EUA que emprendía campamentos multinacionales con jóvenes, que realizaban organización y trabajo social en diferentes comunidades del centro de México. Ya no existe como tal pero se quedó La Casa de Los Amigos, un lugar sede de diversas organizaciones cívicas y hostal internacional, ubicada en Ignacio Mariscal # 132, en la CDMX.
Es un pueblo fantasma, dijo Alán. Sí lo parecía, sin turistas casi. Con casas sacadas de Cien años de Soledad, de García Márquez, grandes ventanas, pasillos exteriores y balcones contenidos por balaustradas. Todo blanco enmohecido y techos a veces de madera inclinada, signos de lluvia y humedad casi constantes. Así se ven los pueblos playeros turísticos sin visitantes.
![]() |
La calle principal de Cuyutlán. |
Le dimos la despedida en Cuyutlán a los árboles de mango jóvenes, sembrados pegados a las banquetas. Al chanate que desde arriba de nuestro árbol respectivo, observó nuestros juegos de cartas en la banqueta, sentados en el comedor de equipales (muebles de madera forrados de cuero, típicos de la zona) que sacamos del departamento para que nos diera el aire y poder ver, oler y escuchar el mar. A los perros negros que se acercaban con cuidado a olernos y sólo nos ladraba la negra, de noche. A los trabajadores que escuchábamos arreglar las casas, departamentos, cuartos, pagados con la derrama económica que seguramente dejaron los turistas en las pasadas vacaciones. A sus habitantes tan amables y platicadores, de quienes recibí mucha atención y cordialidad.
A todos ellos ya sentía extrañarlos cuando nos encaminamos a lo que sería el más tremendo regreso del que tengo conocimiento.
Salimos de madrugada, despertamos demasiado temprano y no podíamos dormir por la premura de partir. A medio camino a los volcanes nos amaneció, y oportunamente Emiliano puso en su celular “Buenos días señor sol” que cantamos con un brío y emoción inigualables. Salimos por una desviación que buscábamos para irnos por la carretera libre a Guadalajara, pero encontramos un puesto de tacos y atoles de muchos sabores: probamos el de coco y el de tamarindo, ¡una delicia! Ahí nos informaron que por la libre sólo nos íbamos a ahorrar ochenta pesitos.
Regresamos ya resignados a pagar cuota hasta Guadalajara, a donde mis hijos urbanos querían entrar, aunque luego se arrepintieron.
Madrugada en el camino. (Foto Alán Rodríguez). |
Ya metidos en el tráfico mañanero de viernes en Guadalajara, decidimos irnos por la carretera libre, que ubicamos al norte del lago de Chapala, la cual casi no veríamos. Hay varias retenciones en el camino, anunció la señorita de googlemaps, provocadas por accidentes. A vuelta de rueda, otra vez entre muchos tráilers desesperados, enfilamos rumbo a Chapala-aeropuerto. A la hora y media respiramos, ya con más fluidez y velocidad. Nos fuimos rumbo a Ocotlán-La Barca-La Piedad, pasando a un lado de Jiquilpan, la tierra de Lázaro Cárdenas. Una vuelta que nos ahorraría cuotas hasta Irapuato.
El camino, ahora enfilado al este, estaba bastante tranquilo. Me extrañó no ver elementos de la Guardia Nacional o militares, como siempre están cuidando por esta región en las carreteras de cuota. Igual tampoco observé vigilancia al sur del Lago de Chapala, pero no me percaté entonces, será que estaba entretenida con los sembradíos y la vista al lago. Recorrí con mi memoria las constantes noticias de enfrentamientos y muertes en Jalisco y Michoacán por bandas delictivas, y me pregunté si eso tenía algo que ver. Todo pasa en la noche, me consolé, pero era mejor meterle pata al camino y tratar de pasar ese tramo lo más rápido posible.
Alán, copiloto y guía, manejador experto del googlemaps, que no requiere indicaciones sino que se va guiando por el trazado de carreteras digital, siempre me anda diciendo que exagero en mis preocupaciones y señalamientos de cosas fuera de lo común en los caminos, de las que me avisan el instinto y la experiencia de transitar por bastantes carreteras de mi país. Ya había notado la falta de vigilancia. Fuera de ello, todo bastante normal hasta que entramos a Ocotlán.
Un militar con casco nos hizo señas con una bandera naranja, de bajar la velocidad, y la bajé. Pensé que nos iba a detener, pero nos dejó pasar. Vi estacionados en una fila como de una cuadra, al lado izquierdo, apostadas camionetas militares con soldados en posición de disparar, guarecidos en torretas metálicas de las que sobresalían un rifle y arriba un casco verde oscuro. De nuestro lado derecho, una serie de patrullas de la policía municipal, con ellos adentro, y después en una larga fila, motos de la misma policía, bien alienadas, sin pilotos. Me impresionó tal organización de fuerzas del orden, parecía que estaban esperando a alguien.
“Qué impresionante, qué raro”, exclamé sin que alcanzara a darme miedo. Entonces mi copiloto me increpó, me dijo que exageraba, que de seguro era su lugar normal. ¿Cómo va a ser normal que estén así, todos juntos? Quizá vaya a venir algún personaje de la política, un gobernador o alguien así, le dije. Circulamos por el centro de Ocotlán, yo cada vez más convencida de que algo no andaba bien, pero ya sin alegar con el terco de mi hijo, que es igual que yo. Visualicé la moto de un policía, pensé en preguntarle qué estaba pasando (curiosidad de periodista, le dije a Alán, no lo puedo evitar) cuando más cerca noté que hablaba con una persona y que el policía llevaba pasamontañas y un rifle de alto poder.
Ahí si me asusté. Desistí en mi intento de satisfacer mi pregunta y agradecí a mi carrito el poder subir la velocidad sin miramientos, con toda la obediencia y firmeza del mundo. Ahí tampoco Alán alegó nada, era obvio que andábamos en terreno peligroso que hasta las fuerzas del orden decidían no andar solos sino siempre estar agrupados. ¿O sería que habían recibido aviso de algún grupo delictivo que se acercaba a ese pueblo?
Ya ni quise saber, sino alejarme lo más pronto posible. Nido de cárteles, en unos pueblos antes florecientes por el paso obligado de los viajantes desde Guadalajara, Morelia, Guanajuato, en disputa por el control del territorio… Era algo que yo no quería presenciar. Mi copiloto coincidió conmigo.
Con el sol siempre de frente llegamos a la Piedad, Michoacán, la del corrido el Perro Negro, que siempre cantábamos con mi papá, y que por supuesto cantamos al llegar. Similar suerte le tocó a Guadalajara cuando llegamos, cómo no, su respectiva melodía cantada a grito pelón. ¿Sabían que una parte de la Piedad está en Guanajuato?
Ya cansada de ocho horas de manejo con el sol de frente y de las situaciones tan estresantes, paramos en un Pollo Feliz a comer, yo quería sombra, no manejar, comer y descansar, cosa que todos hicimos, incluso el CabezadePollo, aunque no quiso ni probar tantita comida sí descansó bajo un árbol afuerita del restaurant.
Decidimos llegar a Irapuato y tomar cuota de ahí hasta Querétaro, por el propio cansancio que yo ya cargaba. No fue tanto el peaje, pero la entrada a Querétaro fue nefasta, tardamos más de una hora y media en llegar a la casa porque era viernes en la tarde, con más tráfico que Guadalajara.
A las ocho de la noche, catorce horas después de salir de Cuyutlán, llegamos a casa por fin. Sobra decirles que hace cuatro días que llegamos y todavía no nos recuperamos. Pero estamos sanos y salvos, y con muchas más anécdotas y experiencias qué contar.
¡Gracias por leerme y seguirme!
Ya teníamos departamento, estábamos casi frente al mar. Nos decidimos a disfrutar lo máximo posible durante tres días nuestra estancia.
Amanecer con las olas de Cuyutlán |
Salimos a caminar en la mañana en la playa, nos compramos comida en un restaurant frente al mar, mirando las olas, y descansamos por la tarde las copiosas viandas. Conocimos a los perros callejeros del pueblo, tres negros que dondequiera se hacían presentes… hasta en la noche, desde la primera, una de ellas fue a ladrar frente a nuestro cuarto, avisándole a todo el pueblo que había otro perro (el mío) y que quería conocerlo… Cabezadepollo contestaba con un grfff a cada ladrido externo. Esa primera noche no dormimos bien, aunque salí del cuarto a hacer la faramaya de que le tiraba una piedra y ella corrió, la desvelada de todos modos la tuvimos.
También conocimos a los dueños de la tiendita de la esquina, que nos surtió de todo lo imaginable que nos hizo falta.
El departamento estaba muy amplio, con cinco camas y una cocineta más grande que la mía. El precio muy accesible, que incluso rebajó aún más pues el flujo turístico era casi nulo. Lo que me sorprendió es que dejó la puerta abierta para cuando fuéramos a verla, le pregunté por la inseguridad y me dijo que estábamos en un lugar seguro, que todos se conocían y no había robos. Cuando pasamos por los locales de los restaurantes frente al mar, también sus cosas, verduras, condimentos, los habían dejado así, a la vista y a la mano toda la noche. Quedé sorprendida, yo no había visto esa confianza desde hacía muchos años, en ninguna parte, ni siquiera en otros pueblos donde había estado. Así éramos en Hermosillo, cuando yo estaba muy chica, las casas ni los cercos no se cerraban con llave, sobre todo si había gente adentro.
Decidí meterme a nadar después de la caminata diaria, pero sólo me metí dos veces, la primera me revolcó una ola y como pude me salí, pues sí había viento y estaba picado el mar. La segunda vez me interné con más cuidado, no duré mucho porque era muy fuerte el arrastre de regreso y me dio miedo, máxime con la experiencia que había tenido en ese lugar. Mis hijos tampoco quisieran entrar, y menos el perro, que le tiene miedo a las olas.
![]() |
Nadar a través de los traumas... y no morir en el intento. |
El dueño de los departamentos nos dijo que en Armería, un pueblo vecino, vendían pescado y mariscos para cocinar. Fuimos ahí y nos llevamos camarón, ceviche (lisa molida cruda) y marlin (atún) de la costa de Manzanillo, recién fileteada. Nos cocinamos tres opíparas comidas, por doscientos pesos, que nos alcanzaron hasta para comer en Querétaro.
![]() |
La verdadera sal natural de mar. |
Mis hijos, urbanos de nacimiento, querían ir a conocer Manzanillo, ubicado a 45 minutos de Cuyutlán, por la misma carretera de cuota. Acudimos el miércoles en la tarde, decididos a conocer el muelle internacional y la ciudad. El camino de entrada era muy bello, rodeado de agua marina, con manglares y muchos puentes.
No alcanzamos a dimensionar la extensión del puerto, aunque sí en unas partes, alcanzamos a ver barcos gigantes desembarcando contenedores, graneros inmensos con grúas-aspiradoras para guardar los granos de importación. Y todo el tiempo escuchamos las bocinas estruendosas de los trenes, llevando y trayendo los grandes contenedores de todo el mundo.
Alan y Cabezadepollo en el malecón, al fondo el puerto marítimo. |
Llegamos a uno de los malecones, con un faro al final y vista panorámica al mar; un mar tranquilo, sin oleaje, que fue nuestra envidia sobre todo porque estaba lleno de niños bañistas, disfrutando las últimas horas de luz y de juego. Fui a sentir la temperatura del agua y era agradable, fresca y se notaba bastante limpia, cosa que me agradó mucho. A un lado del primer malecón, cerrando el acceso directo al muelle, estaban las oficinas de la Secretaría de Marina, ahora a cargo de la administración de ese puerto marítico. Cuando llegamos, iban saliendo muchos empleados de trabajar, de lo más relajados. A lo lejos, se notaban varios barcos gigantes, esperando entrar o de salida a sus puertos de origen.
Preguntamos a un señor que cuidaba la playa, y tenía baños para los visitantes (eso siempre tiene Colima, personas como salvavidas y baños a un lado de las playas), que si sabía de algún tortugario en la ciudad y nos dijo que sí había uno en el mero centro, pero que soltaban tortugas a las 6pm, que había que llegar con tiempo para que nos dieran lugar. Y lástima, ya faltaba poquito para las seis, no alcanzábamos.
El faro estaba montado sobre una saliente del mar, construida con piedras gigantes. Alcanzamos a ver otros faros, ya que el puerto tiene varias entradas, y al fondo se veían los hoteles frente al mar. Era extraño pero entre las piedras vimos gatos, chicos y grandes, como protegidos por los mismos habitantes y cuidadores.
Emi con gato y barcos al fondo en Manzanillo. |
Decidimos tomar el Boulevard Miguel de la Madrid (hay que recordar que este presidente fue colimense), que recorre toda la parte pegada a la playa, para conocer. Nos dimos el gusto de conocer la parte “nice” de Manzanillo, con su larga cadena de las consabidas marcas como Autozone, Burguer King, Aurrera, la Comercial, entre otras, y muchos hoteles de varios pisos. También alcanzamos a ver los letreros de varios casinos. A diferencia de otras ciudades porteñas, la playa no tiene camino que la recorre, sino sólo accesos entre cuadras desde este citado boulevard, lo que le da cierta privacidad a quienes se acercan a ellas. Por eso el tortugario podía estar en el centro de la ciudad, pues el tráfico y movimiento humano están retirados de la playa. Nosotros no nos acercamos al mar en el centro de la ciudad porque ya era tarde.
Nos regresamos a Cuyutlán ya entrada la noche. Fue difícil manejar por la gran cantidad de tráilers y camiones de una y doble carga, luchando también para salir de Manzanillo. Llegó un momento en que me sentí rodeada y muy vulnerable por la lentitud y desesperación por adelantar camino para salir de todos los que transitábamos, pero no es lo mismo el espacio y la fuerza de un camión de carga que de un carro chico como el mío. Fue muy estresante para nosotros, además de la oscuridad de la carretera de cuota y las luces altas que lanzaban los vehículos del sentido contrario, pues no estoy acostumbrada a manejar de noche: no me gusta y no lo hago, por la inseguridad, precisamente esta cuestión de las luces y porque casi siempre cuando nos llega la noche manejando, ya estoy cansada y con pocos reflejos. Pero no había de otra. Agradecí llegar sanos y salvos al pueblo de Cuyutlán, la tranquilidad, el espacio abierto y la amabilidad de la gente. Nos prometimos no volver a Manzanillo de tarde-noche y dejar la visita al tortugario para otra ocasión, otras vacaciones, otro tiempo.
![]() |
La entrada principal al mar en Cuyutlán. |
El jueves sí entré bien al mar, estaba lo más tranquilo que podía estar aún con sus olas grandes, me quedé un buen rato y disfruté, con mucha precaución. Y en el último atardecer avistamos desde la playa varias ballenas saltando fuera del agua. Nos platicaron que ahí entre las sillas y mesas de los restaurantes en la playa, habían nacido tortuguitas y las habían ayudado en su camino al mar. Me gustó mucho que aún entre la invasión humana, estos seres marinos sigan con sus ciclos naturales.
En la siguiente crónica platicaré el tremendo regreso a
Querétaro.
Semana Santa, 1989. Recuerdo la fecha porque fue cuando dejé
de fumar. Decidimos salir de vacaciones el papá de Alán, Alán chiquito y yo, a
Colima. Él era diputado local y yo reportera del AM Querétaro en la primera incursión a Querétaro que tuvo desde
Guanajuato. Nos fuimos en camión, llegamos a Manzanillo, muchas horas después.
Fuimos a la playa allá un día y al siguiente tomamos un taxi a Cuyutlán.
Recuerdo que leí en alguna parte que era el hogar de “la famosa ola verde”. Mi
pareja se instaló en la orilla del mar con una hielera llena de cervezas, con
mi hijo a un lado jugando en la arena y yo, muy valiente, decidí rentar una
tabla de surfear porque sí, había surfeado sobre colchones inflables en Kino y
sí, me había atrevido a meterme allá cuando el mar estaba picado, con olas
grandes y todo.
Vi el mar con olas grandes, me armé de ese valor que te da la
ignorancia y me metí. Había muchos bañistas en la orilla, jugando con la espuma
y las pequeñas corrientes que dejan las olas después de haber estallado unos
metros adentro. Yo decidí internarme más, y desde ahí, dejarme llevar por el impulso
de las olas cuando tronaban, acostada sobre la tabla surfeadora; era divertido y emocionante, pero el mar tenía más fuerza que en Kino. Volví a entrar y observaba yo a mi pequeña
familia, tranquilos en la playa, cuando vi que al unísono todos los bañistas corrían
hacia la arena. Me dije “qué raro” y cuando volteé a ver lo que señalaban
detrás de mí, entendí de qué se trataba esa famosa Ola Verde. Una mole inmensa
se levantaba detrás mío, sin darme tiempo de tomar distancia o de bucearla
atravesándola. Lo que hice fue soltar la tabla, y meterme lo más profundo que
pude dentro de la ola, con la esperanza de que no estallara sobre mí,
llevándome revolcada consigo. Lo logré a medias, pero el vuelco que dio por
encima de mí me rotó el brazo derecho en
360 grados desde el hombro. Escuché debajo del agua un tronido, como cuando te
truenas los dedos pero más fuerte.
La ola pasó, salí del agua y caminé lo mejor que pude a la
playa, con todo y corrientes. Busqué la tabla, ya estaba en la orilla. Me di
cuenta que no podía mover el brazo, así que como pude salí del agua con un
dolor insoportable en el hombro. Fuimos al IMSS de Manzanillo, me tomaron
radiografías, me auscultaron varios médicos y no me encontraron nada: ni
rotura, ni esguince. Mi pareja, enojada porque "eché a perder" nuestras
vacaciones, decidió que regresáramos a Querétaro esa misma tarde. Casi no me
habló de regreso.
En mi casa en Querétaro, duré dos semanas sin poder usar el
brazo, siempre con dolor intenso. Sólo un señor grande, sobador de El Lobo,
municipio de El Marqués, me “compuso”. Me dijo, cuando me llevaron a verlo, que
lo tenía zafado y cuando menos lo pensé, me lo acomodó.
Todo eso recordaba yo cuando iba entrando con el carro a
Cuyutlán, treinta y cinco años después, con mis hijos, mi carro y mi perro: mi actual familia. Yo estaba cansada después
de ocho horas de camino, y sabía que por lo menos tendría menos tráfico que en el
puerto de Manzanillo, del que sé que es una de las aduanas de entrada con más movimiento de la costa del Pacífico.
Entramos inmediatamente después de la carretera. Nos recibió un anuncio de un vivero ecológico, atravesamos unas vías del tren, entre altas palmeras y un anuncio de protesta contra la instalación de una planta de amoniaco y urea en Cuyutlán.
Me estacioné a un lado de un restaurant sin paredes, con mesas y sillas de madera pintadas de blanco. Hotel Morelos, decían varios letreros. El Hotel tenía cuartos desocupados, cómo no, si ya casi todos los paseantes se habían ido, con el fin de las vacaciones de invierno. A un precio módico nos quedamos en una esquina, el Hotel abarcaba casi una cuadra completa. Tenemos ventilador, me dijo el responsable, que después me dijo se llamaba Gil. Con dos grandes ventanas protegidas por mosquiteros, y la parte superior del cuarto, bastante alto, con aberturas simétricas que dejaban entrar la fresca brisa del mar, me dije que no habría necesidad ni en verano ni invierno de refrigeración alguna. El clima era ideal para nosotros: 28 grados máximo de día, y 18-19 de noche, decía el termómetro del celular para Cuyutlán. Ni demasiado calor o frío.
![]() |
La arena volcánica de Colima. |
![]() |
Felices de arribar al mar. |
Así nos recibió el mar del Pacífico, con todo su atemorizante
esplendor, en uno de tantos pueblos turísticos que su belleza crea y atrae.