sábado, 10 de febrero de 2018

Anna Georgina St.Clair, una cronista completa


Prólogo de Manuel Murrieta* a Mientras crecen los árboles, Crónicas y recuerdos de una migrante. 



Durante la década de 1980, conocí a Anna como sagaz periodista en Sonora preocupada no solo por los asuntos políticos, sino también por los problemas que afectaran a los sectores marginales. Creo que ahí, y no en épocas recientes, radica la génesis de este libro de crónicas. No solo porque maneja con destreza este género periodístico-literario, sino además porque las miradas que desarrolla se gestaron en su época de reportera en Hermosillo, la capital sonorense. Si la crónica es el oficio de la mirada, Anna lo desarrolla aquí con habilidad y dando voz y espacio a multitud de sectores sociales, no limitado a uno solo o a unos cuantos. Desde aquella sensibilidad periodística, surgen ahora varias miradas para ofrecernos un Querétaro del pasado reciente y del actual, una urbe diversa pero compleja, moderna pero tradicional, problemática pero disfrutable.
Y así va Anna absorbiendo y seleccionando la realidad utilizando sus sentidos, su mirada, con vitalidad y pasión por unaciudad que la ha cautivado e impactado, yo diría incluso que la ha enamorado. Por eso, en algunos párrafos, es presa de un lirismo que convierte su crónica en prosa poética, rompe los planos sintácticos y temporales, texto que trasciende como en la “Tarde queretana”. En este sentido, no es una cronista que se apoye en el ensayo o en teorías frías y engorrosas, sino en anécdotas y tramas, contadora de historias claves. Además, nos ubica en sus orígenes, hace también viajes retrospectivos a su natal Sonora, para explicar y darle sentido a su presente queretano (como los cronistas españoles que hacían referencia a su terruño de España para poder explicar las nuevas realidades americanas). Y los regresos al pasado, no son solo espaciales, sino temporales, a su infancia sonorense como para indicarnos la nostalgia por el calor intenso y el reacomodo de sus raíces.

En otras ocasiones, la mirada de Anna es más descriptiva, con un ojo arquitectónico o pragmático que describe plazas y calles populares. Y no es pomposa ni ceremoniosa, sino que inserta dosis de humor y, como los líricos del siglo XIX, vislumbraretazos de su vida íntima y personal alcanzando la crónica toques más humanos. De esta manera, el lector cuidadoso se entera que Anna ha sido, además de periodista, activista política, maestra y al menos ha tenido dos esposos y dos hijos. Pero a su ojo curioso no le basta la urbe y es entonces que nos pasea por los alrededores para cronicar lugares emblemáticos, como el Tlacote y el Mercado Santa Rosa, enmarcando la vitalidad de la cotidianidad queretana de manera más amplia y reveladora.
¿Y qué decir de su mirada de mujer, de su mirada feminista?...mucho, aquí y allá, detectamos toques de quejas, de luchar por su género, de identificarse con la ciudadana común a la cual muy bien conoce porque Anna se acepta como una de ellas, es una de ellas. La diferencia es que escribe y denuncia lo que ve, lo que sufre y goza. Ésta es, pues, una obra escrita desde lo alternativo, no solo por esta visión feminista, sino por reflejar también a la masa queretana.

¿Qué hace falta entonces para concluir que estamos ante una cronista muy completa? Agregaríamos que incluye lo bucólico, no olvida a la naturaleza, lo cual deriva en perspectiva ecológica dentro del Querétaro industrial y consumista que también resalta. Pero además, como la típica cronista oficial de pueblos y ciudades mexicanas, Anna cumple este papel al narrar acontecimientos históricos como la introducción del transporte público, anécdotas sobre mansiones típicas, museos y lugares simbólicos que refuerzan la identidad y el orgulloso regional. Así, Querétaro surge importante en el panorama nacional gracias al ojo histórico de nuestra cronista.

Finalmente, Anna se apega a la definición clásica del género, es decir, quiere hacer cronología, dar evidencia del paso del tiempo al incluir fechas al final de cada texto; nos damos cuenta así que tenemos una obra que refleja la zona queretana de al menos los últimos 30 años. Y para reforzar este contexto, hábilmente incluye textos de terceros o información que enmarcan algunas de las crónicas y le dan una mayor dimensión, autoridad y validez a esta obra. Tenemos, pues, que Mientras crecen los árboles, es una obra cronística integral, por las diversas visiones que incluye, pero sobre todo por su mirada humana.
La mirada cálida y sensible de una mujer periodista, una mujer madre, que ama a la ciudad que le dio cobijo, realización y un nuevo terruño, pero a la que también, como a un hijo rebelde, le critica sus defectos y deficiencias, no solo para que se registre en este libro, para denunciar, sino para que se corrijan y pueda la ciudad ser aún más disfrutable.

*Dr. Manuel Murrieta Saldívar

Fundador y editor general

Editorial Orbis Press

Modesto, California

domingo, 4 de febrero de 2018

José Alfredo Jiménez, una visita sentimental.



Era el día ideal para estar ahí, con el autor de tantas canciones que me mueven tan profundo cada vez que las escucho. O sabiendo que iba a estar cerca de un personaje tan entrañable, me fui poniendo melancólica en el camino a Dolores Hidalgo.
Como todos, tengo días en donde paseo conmovida por el mundo. Algo dispara las lágrimas,  mucho tiempo guardadas. Y afloran los mismos recuerdos de lo perdido, básicamente relaciones humanas con personas que ya no están “en este mundo”, como dice Caminos de Guanajuato.
Y quién mejor para hablar de lo vano y lo importante que él, que murió prematuramente (47 años) víctima de cirrosis hepática. Y él lo decidió así, pues para sobrevivir a la afectación fue advertido que debía dejar de ingerir alcohol. No pudo y no quiso.

Yo me sabía todas sus canciones más famosas. Las tarareaba junto con otros visitantes a la casa en el centro de Dolores. Una casa vieja muy conservada, con patios interiores y cuartos que dan paso a otros. Con fotografías, ropa, documentos varios de su vida, desde sus primeros años en su pueblo hasta que la fama lo alcanzó ya viviendo en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México.
Vida meteórica al estrellato, a los reconocimientos, a las giras nacionales e internacionales. Dinero (no lo he podido contar, dijo) a puños, buscando y recibiendo lo que más ansiaba: el reconocimiento popular, el aplauso y el cariño de la gente: esos me los llevo a la tumba, dijo en Gracias.
Si, forma parte de mis metáforas cotidianas, su expresión simple y elegante de los sentimientos se integró (precisa Monsiváis en un cartel ubicado en alguna de los cuartos) a la interpretación de los más distintos momentos de mi vida, como la de millones de latinoamericanos.
Cuando me siento triunfadora, “sigo siendo el rey (reina)”. Si no quiero seguir con esa relación, “voy a dejarte el mundo para ti solita(o)”. Cuando inicio una relación “desde el día que llegaste a mi vida, Paloma querida, me puse a brindar”.
Amores profundos, duraderos o no. Serenatas que me cantaron: “deja que salga la luna”…Letras con sencillas melodías que llegan al corazón, al alma y dejan aflorar la tristeza, la valentía, el cariño, la vulnerabilidad. Esos  sentimientos que no sirven para ser ordenado, para sacar las cuentas, para llegar temprano a donde se tenga que llegar, para cumplir plazos y superar los objetivos.
La primera lápida en su tumba.
Esos que emergen con los recuerdos de quienes se nos adelantaron. Que los conocemos cuando la ausencia de alguien nos provoca dolor, extrañeza, pulsión para buscarlos y rogarles que vuelvan. Sin soberbia, sin rencor, con una Entrega total.
No son, como dicen muchos, canciones de borrachos. Lo que sucede es que provocan un estado de emotividad tal que es difícil sucumbir a él sin remitirse a la bebida alcohólica, así para terminar de dar rienda suelta a las emociones de una vez.
Yo me tomé una cervecita con la comida, pero ya andaba movida. El regreso a Querétaro fue aderezado con el streaming del cantautor. Mi papá, que lo cantaba y admiraba muchísimo, iba cantando conmigo sus canciones, bebiendo cada lágrima que me dificultaba enfocar las luces de la carretera.
De tantos muertos se va poblando el alma, que a veces le falta respirar aire de vida. Sacarla a renovar su luz, aunque arrastre recuerdos, es necesario.
Entonces, entendemos que en algo José Alfredo se equivocó: sí vale la vida, aunque lloremos.O precisamente porque la podemos llorar.