sábado, 24 de octubre de 2015

Viaje por la sierra sonorense: Parte Uno. Despertar de mi regionalismo.

Fue un repaso de los caminos frecuentados de niña, cuando Sonora se me hacía chico y grande a la vez. Fue un despertar del regionalismo, una cercanía a  mis orígenes, una necesidad viva, apremiante, de oler ese aire puro, ver las montañas suaves y caminar esos rumbos que recorrí en la semiinconciencia cuando mi Papi manejaba, mi papá manejaba, don Norman Krekler manejaba, el chofer del autobús manejaba, y yo usaba las lejanías para descansar de los conflictos familiares, de las rutinas laborales, de las escuelas que muchas veces me daban tiempo de más, entre vacaciones y puentes y huelgas.
Treinta años hacía que yo no recorría los caminos de la sierra sonorense, aunque me llegaban hasta Querétaro noticias escalofriantes, como el derrame del vertedero de la presa de Cananea y sus nefastas consecuencias en el Río Sonora.
Me adentré al camino rumbo a Ures y la función de los recuerdos no fue necesaria, pues todo estaba igual como hacía treinta, cincuenta años, quizá con el agregado de las televisiones de pantalla plana y los anuncios de telcel en los restaurantes del camino.
Se sirven los mismos menudos, pozoles y tacos de carne machaca. El mismo café y se venden los mismos coricos, coyotas y jamoncillos. La gente es igual de amable y platicadora que como la recordaba tristemente cuando, ay, trataba de trabar comunicación con ALGUIEN en el atestado e indiferente metro defeño.
Es cierto, las muchachas y mujeres siguen siendo bonitas, también los hombres, qué diré, hombrones con los que tropezaba cada rato en mi camino al carro. Dios mío, dirían mis amigas queretanas, ¿por qué me hiciste mujer?
Transité por el camino a Mazocahui,  unos cerros impresionantes nublaron mi atención y mi apremio hacia ellos, allá mijito, toma esas montañas, ¿las ves? traen un río abajo, alamos a los lados, ahí se ve un poco soleado, así Emiliano, muy bien. Y me fui de paso... Emiliano estrenó por su cuenta mi cámara y andaba maravillado con ella una vez que aprendió a usarla. Y yo maravillada con su asombro, asombrada con su descubierto gusto por ver en dos dimensiones el objeto de su preferencia: señales de curva, unas piedras, ramas, chiles puestos a secar, vacas, potrillos con sus madres, un sonriente muchacho desde un segundo piso de madera...
Dicen que  no existen las casualidades, ¿será? Llegué a Baviácora, recordé el puente y la entrada al pueblo, que me pareció pequeña... Ahí recordé el verano de 1976 cuando acompañé a Mindita, mi querida tía, a sus prácticas de servicio social que realizó por conducto de la SARH. Me encantó que todos los pueblos de la ruta del río Sonora registren en su señal metálica su nombre y fecha de fundación, todos alrededor de 1600... Me gustó la carretera curveada, con pocos baches, cosa que en cada pueblo me lo recordaba el letrero de que el gobierno federal había rehabilitado 1315 km de caminos locales. ¿Será que les duele la conciencia de ver cómo se deterioran los bienes naturales (pozos, tierras de cultivo, personas) merced a los desafortunados escurrimientos mineros? ¿Que no hallaban qué hacer para paliar tamaño desastre ecológico y lo primero que se les ocurrió fue arreglarles las carreteras?
En Baviácora me detuve a tomar fotos, y un señor de edad corrió, pese a su cojera, gritándome de lejos, para ofrecerme salsa de chiltepín y miel pura de abeja, de una mesita que tenía al otro lado de la calle principal. Era tal su insistencia que no pude seguirlo viendo: no podía gastar en comida un dinero que no sabía si me alcanzaría o no para el viaje que tenía planeado. Emiliano se asustó y se encerró en el carro, yo lo tranquilicé al tiempo que le suplicaba me abriera, mientras el señor seguía insistiendo.
Lllegamos a Huépac, que había propagandizado en todo el camino unas carreras parejeras de caballos, con pósters estilo grupos norteños, muy coloridos, lástima que hacía una semana se habían llevado a cabo... Pero algo me dijo que , además de tomar fotos y descansar mis ojos en los increíbles paisajes que la afectada tierra me ofrecía, debía revisar el mapa. Según mi poca lógica mapística, si seguía derecho, llegaría a Moctezuma para torcer hacia mi primer destino. El mapa me dijo que estaba lejos de donde quería llegar, que si seguía derecho llegaría hasta Cananea...
Regresé más apurada que cuando salí, ya era la una de la tarde y la carretera mojada me anunciaba que las estupendas nubes blancas y grises habían dejado su cargamento mientras yo me alejaba al norte... Me tocó un poco de lluvia fresca y el pavimento ligeramente húmedo, sin quererse secar pues en la sierra no pega el sol, no se seca todo en la primera hora, llueve ligerito seguido y la gente anda más en la calle.
Al regresar a Mazocahui (tierra del famoso ladrillo rojo, grande, resistente y de extremada dureza) me di cuenta que por estar viendo los cerros entre las nubes, no vi el letrero que desviaba hacia Moctezuma, puerta de entrada para el segundo camino que abre al norte entre la sierra sonorense.
En el camino que sí dio más curvas y subidas y bajadas, avizoramos otro río, muchas veces habitado, ahora sí, por vacas que tranquilamente hacían lo que saben hacer. Me detuve para dar raite a una pareja de personas locales que iban a Moctezuma, y su susto fue mayúsculo cuando paré el carro a media carretera, que estaba vacía, para tomar una rápida foto de la visión que teníamos del pueblo entre las montañas. ¿Por qué no ponen miradores en los lugares que abarcan esplendorosamente panoramas épicos y poco comunes? Turismo estatal debería sacar mejor provecho de esos panoramas grandiosos que todos los turistas queremos mantener en nuestras cámaras, tomarnos la selfie obligada, o la parejera, o la grupera.
Pero nada de eso se podía hacer, las caras de los serranos manifestaban asombro y preocupación, habían cambiado radicalmente de opinión cuando al principio alababan mi pericia para atacar las curvas, "y eso que es mujer". Bueno, me dije, es hora de continuar el camino, no vaya a ser que se quieran bajar a media carretera.
Llegamos a Moctezuma y ahí empecé a conocer el lenguaje de los serranos: se va más allá, se da vuelta donde está la curvita, va a encontrar tierra y una casa blanca, más allá luego no se va a dar vuelta, sino antes... Mejor me llevaron a la salida del pueblo, ahí amablemente me dejaron y se regresaron al centro de su poblado. ¿Que si a qué nos dedicamos? A trabajar en los ranchos. ¿Qué hay en los ranchos? Vacas, caballos, siembra... La gasolinera tenía una tienda que en su interior guardaba un apartadito de farmacia, otro de ferretería, exhibía unas preciosas tehuas de números mayores a mi pie, y la nevera de las nieves Holanda, vacía: "tiene varias semanas que no vienen a surtirnos". Pero sí tenían coyotas, jamoncillos, cocadas, pan Bimbo, Cocacolas, cervezas comerciales y chicles.
Salimos luego al baño y la niña jubilosa nos cobraba, creo que éramos los primeros clientes que ella y su mamá veían en el día. Un letrero a un lado de la gasolinera me advirtió que no dejara ahí el carro todo el día.
Entonces nos enfilamos hacia Nacozari. La carretera estaba mejor que la de Hermosillo-Kino.




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