Quizá
cuando caen de su pedestal, es cuando más los quieres. Cuando los ves
como son y como fueron, humanos con errores y aciertos, sueños
incumplidos y cumplidos, debilidades y cobardías, y con fortalezas y
cualidades. Con necesidades insatisfechas y otras por satisfacer, con
manías y ritos que son difíciles de cambiar.
Vi a mi padre así, tal cual fue, sin negaciones ni exageradas exaltaciones, mucho
antes de que falleciera. Compartí con él el programa de Doce Pasos, él
por su cuenta y yo por la mía. Lo vi como un ser humano íntegro,
haciendo siempre esfuerzos por mejorar y siempre buscando lo mejor para
su(s) familia(s) y, principalmente, para él mismo.
Reconocí en él
mi propia naturaleza humana, mis características y mis diferencias con
sus valores, sueños, tristezas, alegrías... Reconozco ahora lo que
heredé de él, la formación de mi mamá y las características que son solo
mías.
Y me queda como conclusión que recibí muchísimo amor y
cariño de su parte. Que me cuidó cuando hubo necesidad, que me limitó
cuando también lo necesité y que me dejó libre cuando se lo pedí, lo
exigí y finalmente cedió.
Siempre tendré tu mano guiándome para ver mejor la realidad, papá.
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