Una
tarde calurosa y agitada, avista entre las olas una caja de madera. Tiene
muchos días solo en esa playa. La recorre en las mañanas y por las noches, buscando
algo que le traiga el mar.
Alcanza
a distinguir cómo la marea la acerca hacia la orilla. Un regalo, salta… Y él con
tanta hambre.
Cuando
por fin las olas la arrastran hasta la arena, la toma desesperado con sus
largas uñas sucias. Su cabello lleno de
sal, le estorba para verla bien. De un manotazo se lo echa a la espalda, cubierta con una camiseta transparente de tanto
sol y agua.
Te embarcas para no regresar pero eso no
lo sabes. Sales una mañana de otoño de ese puerto, quieres aventuras y dinero,
lejanía y nuevas amistades. Todo eso te lo da el trabajar de día y de noche en
el barco pesquero. No sabes que perdería
la brújula y se quedaría a la deriva en el mar, con las corrientes tan bravas
hacia el sur, hacia el calor, hacia el Caribe…
La
caja de madera cabe en sus dos manos. Puede tomarla con ellas y pesarla. Del
alto de un pulgar, sus maderas de pino se aprietan entre sí debido a la humedad.
Con sus uñas trata de despegar sus tablitas, no puede. Corre a la sombra de las palmeras. Golpea su esquina
con una piedra. La tablita cede. Lo que encuentra dentro lo
deja perplejo.
Un
conjunto de bolsitas de plástico, llenas de pequeños huevitos cafés, medio
pardeados. ¡Huevos de pájaro! se dice, sin esperar a examinarlos más de cerca.
Su mente le juega bromas pesadas sutiles, dirigidas todo el tiempo a encontrar
comida más apetitosa que los malditos
peces muertos que de vez en cuando la marea le trae.
Un barco de pesca. Trabajo durísimo, que
sólo resistes con pastillas de todos colores que te pasan tus compañeros. Una
tormenta bota el timón, moja el radio y se lleva a la mitad de tus compañeros sobre
la borda. Los demás sobreviven con la alacena del barco. Ajenos a la ruta que
las corrientes eligen para ellos, cinco de los siete que quedaban se aventuraron
en un bote de goma… No los ven más.
Saca
una bolsita. Cabe en la palma de su mano. Intrigado, rompe una bolsa con los
dientes. Alcanza a tocar con la punta de su lengua una de las bolitas.
El
sabor, tan inusual, lo conmociona. La resinosa sensación lo remite de golpe a
los bosques de su nativa tierra, donde los pinos invadían con su olor las
caminatas entre las ramitas secas.
Se
queda impactado. No se puede mover de su lugar bajo la palmera.
De golpe los recuerdos te hieren. No te
dejan pensar. Quisieras no haber vivido tan bien pues ahora sólo debes sobrevivir,
y sobrevivir implica no pensar en lo pasado, sólo escoger con cuidado los
frutos maduros, para que no se acaben…
Acerca
con cuidado la bolita mordida, prueba a darle un pequeño mordisco, sólo para
que su lengua retome el sabor adherido a
su colmillo. Una semilla, piensa. Ante
el acoso de sus dientes la bolita misteriosa truena y, como ráfaga cruza por su
cabeza una tabla de hornear llena de
galletas que emitían calor y ese mismo aroma, entre otros. Desaparece la escena
pero trata de regresar a ella. ¿Galletas con resina de pino? Su abuela aparece junto con la Navidad y las galletas
crujientes de tanta miel y mantequilla, con un toque picante y amable a la vez,
que daba calor a esos inviernos.
Está
cubierto de sudor. La ola de recuerdos lo abruma y se siente terriblemente solo
y hambriento.
Recuerdas que decidiste deshacerte de tu
compañero. Por mera sobrevivencia. El agua escaseaba y la comida también.
Además, ya se estaba convirtiendo en una carga con su continua tristeza y quejas
de todo. Si lo mato, pensaste, alcanzará más la comida. Esa misma noche lo decidiste.
Esperaste un descuido, la nostalgia de
su tierra que lo hacía quedarse por horas en la borda. Simplemente le diste el
último empujón a su destino.
Pero
su abuela regresa, había escogido un modo especial para estar con él. En esos recuerdos sí quería vivir. Su
infancia, su familia tan apegada a las tradiciones nórdicas, ese entrar a la
casa y aspirar los vapores de la carne molida frita en mantequilla, la col
morada hirviendo en vinagre y vino tinto, las famosas galletas de pimienta.
Mastica
con ahínco toda la bolita resquebrajada. Su mente sigue en el Gran Día de la Gran
Cena. Cómo amasaban la bola de harina
con miel y mantequilla y especias. Los moldes con los dibujos de las cuatro
figuras de la baraja, los juegos de cartas durante tardes enteras…
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