lunes, 2 de julio de 2012

El voto de la esperanza nula


Voto agradecido, voto insultante, voto de esperanza por más regalos, voto de la esperanza nula para el futuro, pero convertido en un billete para hoy. Voto sin conciencia, sin interés y empujado. Voto de la nostalgia por un pasado abundante y seguro que no regresará. Eso fue lo que encontré ayer cuando cuidé una casilla rural cerca de la ciudad de Querétaro.
Acudí a mi casilla con el ánimo de observar, participar y cuidar una casilla por parte de Morena. Traje mi nombramiento y el nombre de mi Representante General, Alondra.
El día anterior había acudido a conocer el pueblo, que ni en Google está: San Isidro Buenavista. A un lado de la presa Santa Catarina, saliendo de Santa Rosa Jáuregui, rumbo a San Luis Potosí. Lo que primero me llamó la atención es su aislamiento, pues pese a estar a un lado de la carretera federal Qro-SLP, no tiene acceso directo. Un camino de terracería sin señalamiento, a la que peligrosamente debí entrar bajando a gran velocidad de la carretera, me dio la entrada.
Vi casas pequeñas y calles empinadas pues San Isidro se encuentra localizado sobre un cerro lateral a la carretera. Y si, del otro lado, la Presa Santa Catarina vacía, con su fondo tapizado de plantas verdes. Un reflejo de agua en el fondo me dijo que poco a poco se estaba llenando con las últimas lluvias. Unas vacas flacas pastaban entre las hierbas.
Calles angostas, empedradas. Pregunté por la escuela y me condujo una calle empinada al este y luego de bajada al sur. Una barda descuidada de adobe y una puerta de cerco cuadriculado sostenían el letrero:
“Aquí se instalará la casilla 0526 para las elecciones federales: IFE, casillas B1, C1 y C2.” Mi nombramiento decía representante de casilla suplente,  iba a cuidar los votos federales y principalmente los emitidos para AMLO.
El enemigo está afuera y está adentro.
El sábado 30 de junio localicé a mi Representante General en la búsqueda de mi constancia de representante de casilla perdida. Habían mandado mi nombramiento a las oficinas del SUPAUAQ así que me dirigí allá. Lo tenían y las últimas instrucciones me las dieron eficientemente un grupo de chavos con camisetas puestas del #yosoy132.
Fue cuando acudí a San Isidro Buenavista a conocer la localidad.
Hablé con Alondra, mi RG. Ella me dijo que iba al DF ese día y que en la noche llegaba.
El primero de julio bien tempranito ya estaba a las afueras de mi casilla. Me encontré con seis representantes más del PT, partido que nos prestó el registro para poder cuidar los votos federales.
Llegó Alondra toda despeinada y ojerosa. Nos pidió los nombramientos y nos presentamos. Luego acudimos a donde sería nuestra casilla.
Primero fue la tinta. Una vez instalada la casilla, acudí a votar en primer lugar y acto seguido me limpié el dedo entintado con un algodón que llevaba preparado con cloro. Se borraba. Avisé y  el presidente de mi casilla buscó los lápices gordos de tinta café verdaderamente endeleble en la caja de papelería. Resultó que la tinta que empezaron a usar era  para el cojín de donde salía el sello que se pondría en la lista nominal para decir que “votó”. Para mi casilla éramos tres, dos propietarias (Lupita con su suegra Alfonsina) y yo de suplente, pero Alondra decidió que yo entraría como propietaria y Alfonsina se quedaría afuera, checando y apoyándonos en todo momento. Pero terminó que las tres nos quedamos adentro, Alfonsina sentada en los  pequeños escritorios al fondo en segunda fila, a un lado de la puerta, y Lupita y yo del otro lado. Lupita requería ayuda porque siempre tuvo a su bebé de tres meses en su sillita-mecedora portátil a un lado de ella.
Al ratito llegó María Luisa, una señora que era representante de casilla en la Contigua 1, nosotras ya estábamos en la básica 1. No encontraba su nombramiento. Recordé que Alondra se lo había empacado en su carpeta, así que la llamé diciéndole que faltaba un nombramiento. Alondra se presentó hasta el rato, toda confundida. María Luisa tenía, en cambio, cinco juegos de escritos de incidencia que erróneamente Alondra le había dado a cambio de su nombramiento. Total que el asunto se arregló a media mañana y María Luisa entró a vigilar la votación tal y como ella quería y para lo que se había preparado.
Cuando salí por primera vez vi mucho movimiento de taxis frente a la escuela. No me extrañó, aunque también vi muchas señores con celulares . Y a una señora gritona con la mano derecha enyesada que entraba y salía de las instalaciones de la escuela acompañando a los electores.
A media mañana, esa señora gritona vino al aula donde estaba mi casilla a decir con voz autoritaria: “esa señora dueña del carro rojo, retírelo por favor, no debe existir propaganda a 100 metros de la casilla”. Yo tuve qué salir a moverlo a dos cuadras del lugar,  pues sabía de la ley electoral.
La gente se agolpó a votar. Campesinos, muchachas y muchachos de escasos recursos, madres jovencísimas con uno o varios hijos pequeños, señoras de mediana edad acabadas por el trabajo y la miseria… Ancianas acompañadas de hijas y nietas que apenas podían caminar, ancianos que casi no veían o caminaban. Se notaba la escasez de comida, de educación, de oportunidades. Pregunté que si les convenían las lluvias por el campo. Me dijo Lupita que les daba igual, pues ya casi nadie tenía tierras del pueblo, todos las habían vendido.
Rosaura, primera escrutadora, a media tarde se andaba durmiendo. Nos platicó que trabaja de noche en una fábrica de frenos y embalajes , que había salido a las siete de la mañana de su turno y se había ido directo a la casilla. La señora representante del PRI en lo federal, del mismo pueblo, traía los ojos rojísimos y resultó que también trabajaba en la misma fábrica, de noche.
La fila de gente para votar seguía. Solo una familia, a todas luces adinerada, entró a votar. Por la lista nominal vi que eran los hijos, tía y padres. Se fueron tan juntos como llegaron, sin hablar ni mezclarse para nada con el resto de la gente.
Dieron la una, las dos de la tarde. La casilla estaba vacía, sin gente. Aprovechamos para ir a comer y yo me fui a mi carro a sacar la comida que había traído. No podía esperar que Alondra  me fuera a traer lonche ni tortas ni nada por el estilo, pues a todas luces se veía bastante distraída y además nunca nos lo prometió. En la salida me fui a platicar con los propietarios de un puestecito de chicharrón, en una casa frente a la escuela. El chavo responsable del IFE platicaba con ellos también. Les compré café y ahí fue cuando me empezaron a decir que la señora de la mano enyesada, conocida priísta del pueblo, andaba trayendo gente de Korea, un pueblo vecino, en taxis. Que andaba haciendo eso desde la mañana.
Una calcomanía en la puerta abierta de “Josefina diferente” denotaba la filiación panista de los puesteros, pero finalmente coincidimos en un punto: estaba mal que anduvieran acarreando gente, ofreciéndoles quién sabe qué, aunque era obvio que algo les dabano les dieron para ir a votar. Gente pobre, desfavorecida del sistema, sin educación, sin tierras… vendiendo su voto por una despensa, por un desayuno, por un billete de cien pesos.
Me puse en lugar de la gente. ¿Por qué creer en un líder, en un proyecto de nación, para votar por ellos cuando votando por el PRI se embolsan una despensa, un billete, que les resuelve hoy su necesidad? ¿Cómo no estar agradecido a quienes los toman en cuenta y les regalan cosas, cuando el resto de la sociedad no cuida de ellos, no ve por sus necesidades y los tiene en el completo abandono?
Fui a mi carro, tomé mis cosas y regresé a la casilla. Comí y después volví a salir. La señora de la tienda, al regresarle su taza,  me dijo que la priísta de la mano enyesada había vuelto en un taxi a dejar gente y había regresado en el mismo taxi. Entré, le hablé al chavo del IFE y le notifiqué lo sucedido. El chavo del IFE y yo salimos a ver llegar el siguiente taxi. Cuando llegó con más gente, el del IFE le preguntó que si quién le pagaba… Salió al paso un señor que dijo que él coordinaba la flotilla de taxis, que su patrón, dueño de los taxis, le habían pagado por traer gente de Korea , que tenían un lugar en dónde esperar los taxis para venir a votar.
El chavo del IFE lo dejó ir. Me dijo que nada se podía hacer, que no se sabía quién les había pagado, que estaba en su derecho de usar el transporte a su disposición.  Que no se podía comprobar acarreo alguno.
Hablé a Alondra y a los diez minutos llegó. Me dijo que no tomara fotos, que ella lo haría.
¿Cómo detener el acarreo si ya se había notificado al IFE y yo a la Representante General, que se supone que interpone escritos de protesta?
Entré de nuevo a mi casilla. Ya estaba llena de gente otra vez, ancianos tan ancianos que no podían ni ver, señoras recargadas en sus hijos y jóvenes delgados y demacrados . Vestidos con ropa vieja, mujeres portando los pantalones de sus maridos, con cabello reseco, lleno de canas y con caras cubiertas de arrugas adelantadas.
Voto agradecido, voto insultante, voto de esperanza por más regalos, voto de la esperanza nula para el futuro pero sí para un billete para hoy. Voto sin conciencia, sin interés y empujado. Voto de la nostalgia por un pasado abundante y seguro que no regresará.
Vigilantes electorales viciados, atados de manos por el dinero, la ignorancia o el simple apego a la chamba.  Dejaron hacer el fraude y manipulación más grande de los últimos tiempos en el país. Yo lo vi. Era la última pieza del engranaje perfecto de creación de una presidencia hecha a la medida de la más mediocre telenovela. Manipulación mediática y luego manipulación económica.
Y la compra de la conciencia tiene dos partes, como un mensaje: el que compra y el que vende. El que compra, manipula con dinero proveniente de una fuente inacabable, para que ese flujo no se detenga. El que vende su voto, solo observa con beneplácito cómo el simple hecho de cruzar un emblema en la casilla, que además se parece a la bandera mexicana, le da derecho a seguir gozando de los regalos que nadie más se precia en darle uno de cada tres años.
Terminó la jornada electoral. Hubo una copiosa asistencia, aproximadamente dos terceras partes del padrón votaron. Claro, la mayoría por el PRI. Mi Representante General, aduciendo que en esa casilla podía ganar AMLO y no debía ser impugnada, no me permitió entregar mi escrito de incidencia al presidente. “Que nomás te la firme, no se la entregues, mejor dámela a mí”, me dijo.
Pero yo gané mucho también. Me di cuenta cómo es la gente que vende su voto, que permite el acarreo y vota por el PRI por agradecimiento y no por convicción, o quizá también por convicción por ese candidato de telenovela, después de estárselo mostrando por televisión como el próximo presidente de la república desde hace dos años .
Elaboré mi escrito de incidencia, cosa que no me quiso recibir el presidente de casilla y el IFE lo apoyó. Olvidé que debo reclamar que acepten mi escrito diga lo que diga. Olvidé que debía firmar las actas finales con protesta. Olvidé que debía acompañar el paquete electoral hasta su distrito. O quizás me desanimé.
Les dije a Lupita y Alfonsina que se fueran si querían, la bebé de Lupita estaba bien inquieta y además su esposo había pasado a dejarle al otro niño, de tres años, para irse a trabajar. Se resistían a irse, su responsabilidad y sentido del deber me conmovieron.  Finalmente se fueron cuando les aseguré que yo recogería las actas; ellas le pidieron el visto bueno a Alondra y se fueron.
Eran las diez de la noche y me fui luego de firmar los sellos que contenían las boletas para presidente, senadores y diputados. Alondra me esperaba afuera.
Me pagó cien pesos después de hacerme firmar un recibo de honorarios. Quizá esos cien pesos eran los que Lupita y Alfonsina querían, por eso no se querían ir.
-Ya vámonos, -me dijo Alondra. -Yo me tengo qué ir a la otra casilla, a ver si no se fueron ya los representantes. Le entregué las actas de mi casilla y el escrito de incidencia que no metí.
Afuera era de noche, de suerte no llovió pero la carretera lateral de regreso estaba llena de lodo y agujeros tapados por agua.
Me fui a casa con un sabor agridulce en la boca. Deber cumplido, aunque sólo hubo 59 votos para AMLO y 125 para Peña,  110 para Josefina.
Me habló mi hijo por celular, casi a las once de la noche.
-Voy para allá-, le dije. -No quiero saber qué pasó en el país, me lo imagino.






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