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“En la edad difusa
pero segura de la niñez, vas por la vida guiado por su magia, que es a la vez
reflexión y fuerza física. En la infancia no tienes ni idea de cuál es el
origen de la fuerza que nos permite comprender lo que nos rodea, personas,
naturaleza, animales, y la vida como visión sobrenatural y sensación misteriosa”.
(pág. 273).
Haber
nacido en Islandia a principios de los años treinta del siglo pasado no fue un
hecho fortuito para el autor. Como no lo es el nacimiento y la crianza de
nadie.
Bergsson,
“único escritor que ha recibido en dos ocasiones el Premio de las Letras
Islandesas” (según el texto de la contraportada) , invadido por la nostalgia,
retoma los eventos que más recuerda como significativos de su niñez, la de sus
padres y sus abuelos. Cómo la búsqueda de las explicaciones a partir de lo
vivido como niño, lo llevó a escribir, a preguntarse por el mundo y sus
fenómenos físicos. Ya maduro, después de haber radicado en otros países,
regresó a su casa natal y encontró a su padre en el trance de volver a su propia
casa que lo vio nacer, esa que en la ventana presenta en vivo al monte
Kirkufell.
Recuerdo
tras recuerdo, reconstruye sus orígenes en el mundo que lo vio crecer y
formarse como escritor, única vía que él encontró para accionar la magia de su
niñez. Magia que invoca poderes ocultos
en los intestinos de un borrego, en la caja de botones de su madre, en el
despertar gozoso de la ira de las ancianas y en los relatos desparpajados de la
original tía soltera e independiente que iba a visitarlos desde la única ciudad
“moderna” de Islandia, su capital Reikiavik.
“Todo lo que sientes es una iluminación
espiritual, pero lo que ves es terrenal y está atado a lo que sucede a nuestro
alrededor. Todo despierta entusiasmo, la materia también se convierte en
entusiasmo y en consecuencia no establecemos distinciones entre cielo y tierra,
entre materia e inmaterialidad” (ibid.).
¿Es
recordar parte de la imaginación? Bergsson realiza el ejercicio filosófico de
responder las preguntas iniciales de la vida que se planteó de niño, con los
mismos elementos de su realidad de entonces. Visualiza su vida y la de sus
padres también a la luz de la discusión del
“modo de ser” islandés, tendiente a la autosuficiencia e independencia
personal, con habilidad manual para la construcción de enseres y muebles para
el uso común, y un gusto casi autista por ensimismarse en el trabajo físico.
El autor
reconoce cómo los relatos de su madre conformaron visión original de su mundo
emocional y racional. Platica las historias que se contaban y exageraban acerca
de su madre, su abuela y la madre de su abuela, que con el correr de los decires
terminaban convirtiéndose en leyendas.
“En la niñez
creemos habitar de manera natural en la magia misma. Todo es obvio. No
rebuscamos para intentar comprender mejor lo que sucede, sino que avanzamos en
la atemorizadora proximidad de todas las cosas aunque al mismo tiempo estemos
muy lejos de todo. La infancia está llena de contradicciones naturales” (ibid.).
En esta
novela me conmovió la visión tan empática de los trabajos y sufrimientos de las
mujeres, a quienes la sociedad islandesa les
adjudicaba la tarea de ser las responsables de la manutención y cuidado de todos
los miembros de la familia, tanto ascendientes, como marido e hijos. Define
especialmente a su madre como la raíz y motor de su afición y posterior entrega
de la literatura.
“Quien en su infancia recibe suficiente de su
madre, conseguirá en su vida tal saciedad que nunca volverá a tener hambre; y
aunque tenga apetito de algo, su apetito también se verá saciado” (pág. 213).
Ficha
bibliográfica:
Bergsson,
Gudbergur. La magia de la niñez. Tusquets
editores, Colección Andanzas. Trad. del islandés, Enrique Bernárdez. Barcelona
2004.
se antoja leer el libro, gracias por la invitación
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