Te acompañé, siempre, en tus esperas y en tus arribos a lugares antaño conocidos ahora cambiados. Busqué contigo a la mujer-niña delgada, de cabellos negros y ojos grandes, negros también. Sentí tu soledad, tu desasosiego, tu nostalgia por aquellos momentos que nunca fueron y que nunca vendrán. Tus adioses interminables, tus pueblos interminables, tu búsqueda por tu abuelo a través de alguien que lo acompañó y no te habló, aunque te reconoció.
Lamenté tu decisión, en parte involuntaria, por ser parte de la tropa rebelde, dizque revolucionaria, para atropellar vilmente a esa muchacha que se les atravesó por el camino. Lo mismo lamenté el atropellamiento de los rebeldes por parte de la tropa oficialista, en la que tú estabas presente. Rebeldes es decir una familia, niños incluidos. Qué lamentable naturaleza, qué dureza y qué animalidad el estar en una organización castrense, del signo que sea.
Me llevaste y me trajiste, me asustaste y, sobre todo, me dejaste con un sabor nostálgico en mi imaginación. Así debe ser el exilio, pensé; luego entendí que yo también soy exiliada de mi propia tierra y que por eso, antes del invierno, quiero ir y no encuentro el camino de salida.
Nepomuceno, Eric. Antes del invierno (cuentos) Martín Casillas Editores. México 1984.