jueves, 28 de julio de 2022

COVID19 llegó a mi cuerpo.

 

A mí, como a una parte importante de la humanidad, me dio Covid19 junto con mi hijo menor.

Lejanos estaban los días en que nos aislaron y quitaron todo contacto humano cercano con extraños, allá por marzo del 2020, mientras veía con horror, por las redes sociales, las escenas de los enfermos acumulándose fuera y dentro de los hospitales de todo el mundo.

Un domingo de este julio me invitaron a una conferencia. Éramos más de mil personas en un espacio hecho para una fiesta de unos cientos de personas. Yo, confiada en la reducción de los casos y en mis vacunas, durante las tres horas que estuve en el salón, me quité el cubrebocas para tomar agua, botanear unos cacahuates garapiñados y tomarme una selfie.  Estaba demasiado emocionada por regresar a un ambiente político de fiesta, y apagué todas las  alarmas deberían de haber estado prendidas en mi (casi) siempre alerta de contagio. Ya estaba vacunada tres veces, además.

La variante Omicron de Covid19,
predominante en 2022. 

Y me dio calentura lunes por la tarde, fiebre el martes, con dolor de cabeza. Fui al IMSS a hacer fila en el aire libre junto con cientos de otros probables enfermos. Y a las cinco horas de espera, en donde hasta amigos hice, supe la realidad: positivo de Covid19. A los trabajadores les daban cinco días de descanso, a mí me dieron medicamento para la fiebre, me ofrecieron oxímetro que rechacé por ya tener uno en casa, y para los síntomas del resfriado, que no tenía todavía: mocos, flema y estornudos. No se me quitaron el olfato y el gusto. De seguro fue Omicron, que es la variante predominante en todas partes.

Vine a casa en cierta forma aliviada, ya sabía más o menos lo que podía esperar y cómo cuidarme, o eso pensaba yo. La medicina que me dieron resultó muy efectiva para tumbarme, noquearme y no dejarme despertar sino hasta horas después. Una tarde abrí un ojo y vi a Emiliano sin cubrebocas en la entrada de mi cuarto, tratando de averiguar cómo estaba yo.

Mis parientas de Querétaro se ofrecieron a traerme víveres y de paso regalarme un desinfectante que me aseguraron quita los virus del aire, para que no se enfermara mi otro hijo también.

Esa tarde las esperé en la sala, viendo una serie de documentales de hackers, fraudes y espionaje cibernético. Como me tomé la pastilla noqueadora, tuve sueños extraños. En uno de ellos, tenía sed y tomaba del desinfectante (que me dieron en una botella de dos litros de agua mineral) creyendo que era agua mineral, me supo como ligeramente a amoniaco y traté de vomitar, pero solo me salieron flemas.

En otro sueño le hablaba por celular a mi cuñada y le decía que si había venido a la casa a dejar los víveres. Ella me decía que sí había salido, con Emiliano detrás de mí y que les decía, señalando a las nubes, que iba a llover, que mejor se fueran. En el sueño, yo no recordaba haber salido ni recogido las bolsas que me trajo.

En otro sueño regresaba a otro capítulo de la serie de hackers, pues no recordaba haber visto el que estaba en ese momento.

En otro sueño me levantaba y veía los litros de leche en la despensa y me preguntaba cómo habían llegado ahí.

Al día siguiente, empecé a investigar qué había de real en mis sueños y qué no. Resultó que sí salí a recibir los víveres, platiqué y regresé a dormir frente a la tele. Luego volví a despertar, tomé del desinfectante pensando que era agua mineral, traté de devolverlo y como no pude, me volví a dormir. Luego le hablé varias veces a mi cuñada a preguntarle siempre lo mismo: que si había venido, que si qué le había dicho y que había tomado del desinfectante. Y me volvía a dormir.

Es la única vez que he tenido una especie de sonambulismo semiconsciente, con muchos testigos. Creo que una parte de mí no se despertaba bien aunque me levantara y caminara. Esa medicina para la fiebre, Metamizol, fue la causante de estas extrañas transiciones que hice entre el sueño y la vigilia y sus estados intermedios.

Emiliano se contagió y dos días después de mí, presentó síntomas aunque más leves que los míos. Yo he tardado en estar completamente sana, en parte debido a mi acelere por retomar mi rutina de natación y caminatas de madrugada, en parte porque mis defensas no están pertrechadas por las amígdalas, que me retiraron de niña pensando que iba a enfermarme menos de las vías respiratorias. Después dejaron de extraerlas, viendo que resultaba contraproducente, pero a quienes nos quitaron esa importante protección respiratoria, no hubo forma de reponerla.

Van tres semanas y no me siento bien al cien por ciento, pero ahí la llevo. He visto que debo cuidarme como evitar enfriarme, andar descalza y respirar frío. Que debo respirar profundo siempre que recuerde (para ejercitar mis pulmones), tomar propóleo y tés de ingredientes naturales con miel, dormir bien, asolearme un rato (por la vitamina D) y hacer ejercicio moderado, aunque no sienta que me canso demasiado haciendo el que hacía antes (como nadar). Anoche me puse Vikvaporub en el pecho y espalda y me sentí mucho mejor. En resumen, me cuido como cuando era niña y me andaba aliviando de alguna bronquitis o laringitis que me daban muy seguido.

Esta semana no había agua caliente en las regaderas de la alberca, me bañé con agua fría y me sentí como resfriada otra vez. Volví a estar ronca y con cierto malestar corporal, aunque no  fiebre.

Sí quedé delicada y estoy aprendiendo a cuidarme, viendo qué debo y no hacer. Al contrario, Emiliano ya está recuperado. La ventaja de ser joven y tener anginas.

 

 

 

 

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