Escribir acerca del Mar de Cortés es, para
mí, tocar las fibras más sensibles de mi ser. En él crecí, hacia él me dirigía
en la menor oportunidad con mis padres, o más adulta, yo sola. El área de Bahía
Kino y las playas circundantes eran el destino familiar de cada fin de semana.
¿Por qué? Mi papá, a diferencia mía, no creció
con el mar. Nació en la sierra nacozarense, y de niño grandecito conoció el
mar, que lo cautivó. Debido a su gusto por el buceo, las fogatas a la orilla
del mar, el pescado fresco, nos llevaba cada fin de semana desde Hermosillo a
variadas playas por la costa sonorense.
Mi abuela sueca, Inga o Mormor como le
llamábamos todos, sí creció junto al mar, en Gävle, pueblito pegado al mar en
su tierra. Cuando llegó a Sonora, le sedujo Kino y su soledad, más que
Hermosillo y sus costumbres acartonadas y su falta de independencia viviendo
con nosotros.
Mi papá y Mormor murieron viviendo en Kino.
Sus hogares fueron mi refugio, mi consuelo, mi descanso durante muchos años,
incluyendo mi vida adulta aún viviendo en Querétaro. Las cenizas de mi papá
fueron vertidas en el mar de Kino, frente a su casa. Los restos de mi abuela
reposan bajo una hermosa lápida de piedra, en el cementerio del mismo pueblo.
Por eso me es tan difícil hablar de la novela
de Manolo, pues me vienen recuerdos y los pedazos de corazón que dejé allá, se entristecen cuando salen a la luz a
1800 km de distancia.
El submarino amarillo* crea o recrea una
leyenda que se resiste a abandonar el fondo. Durante la segunda guerra mundial,
un escuadrón de submarinos japoneses arribó a varios puntos de las playas
continentales frente al golfo californiano, dejó militares o samurái japonenses
altamente entrenados, con el fin de servir de vigías y guiar a las tropas para
invadir los EUA desde mares y tierras mexicanas.
Uno de los militares se enamora de una
mujer mestiza sonora-sinaloense y termina por quedarse cerca de un pueblo,
estando éste tan aislado que ignora que la guerra terminó y que perdieron.
La historia política de este intento bélico
se entrecruza con la personal; ambas son tocadas con una prosa florida,
marítima y filosófica, plena de variados sentidos, cuyo narrador omnisciente se
pasea por los pasados y futuros de cada personaje, de los ancestros y
descendientes de los mismos.
Para Santillana, la realidad está llena de
augurios que son detectados o no por sus personajes, aunque muchas veces
intuidos. Las señales inadvertidas se convierten en señales que sólo en el
futuro se reconocerían su valor. Los gustos, costumbres y prácticas cotidianas
encuentran su ciclo en vidas vividas siempre cumpliendo su razón de ser. No
existe el caos, ni la suerte o la casualidad, sino siempre la causalidad
dictada por una escondida Divina Providencia a la que denomina Destino. Kundera
con su absoluta negación de la predestinación le es totalmente ajeno, por
supuesto.
La tesis de la novela incluye una
descripción de los signos aparecidos a lo largo de diversos encuentros y
pláticas que tuvo el autor con personajes nipones o sus descendientes, con
pescadores a lo largo de la costa sonorense del golfo, con personajes emigrados
de la tierra del sol naciente que se asentaron en ese estado, cuyas historias o
motivos para quedarse son tan variadas como cada ser humano.
El conocimiento del erotismo humano también
se evidencia en este texto, incluyendo el femenino, aunque no tan profundamente
como el masculino. Esa parte tan importante y negada de nuestra humanidad es
forma y fondo de la narración, clave de la historia
central. No es gratuito que el primer capítulo sea una falocéntrica sesión de caricias entre los
personajes principales.
Palabras y descripciones claves de la historia
me hicieron creer que la historia terminaba a la mitad del libro, con la separación
de los amantes-amancebos y que la otra mitad era una serie de rellenos para
engordar la obra. Sin embargo, todos los capítulos tuvieron su razón de ser y
comprendí que sólo sería cuestión de una relectura para entender en qué frases se fundó mi sensación de término anticipado y
cómo fue que llegué a esa conclusión.
Pero el tema del Golfo de California es
sensible y doloroso para mí, y a pesar de su gran riqueza temática y los
variados niveles de lectura, la novela no la pude volver a abordar.
Sólo felicito a Manuel por este esfuerzo y
le pido que aborde con sana distancia y alta autoestima mis apuntes, que son de
una simple lectora que gusta de comentar personal y ligeramente sus impresiones
y emociones de los libros que la conmueven, para bien o para mal.
*Santillana, Manuel. El Submarino amarillo. Ed. Garabatos. Universidad de Sonora. México 2019.
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