“Escribes como mujer”,
me dijo un vez una amiga cuando por primera vez leyó mis escritos.
- ¿Y cómo es eso?- le dije.
- ¿Y cómo es eso?- le dije.
Sentí en su gesto cierto desprecio. -No sé, se nota que eres una-.
Traté de imaginarme
cómo sería escribir en abstracto, sin que se notara el género.
Escribir desde una
supuesta parte andrógina del cerebro, como nota Virginia Wolf, “reinvidica la posibilidad
de poder masculino desde sí misma”. En un excelente artículo, Rocío Silva
Santiesteban*, parafrasea a Wolf al indicar que se asume
que la mujer se debe ocultar como tal para evitar caer en el “guetto cultural”
que define a la literatura y cultura femenina con sus más peyorativos
calificativos: sentimental, banal, superficial, florida, pomposa.
Así, "una literatura que
atrae y marca los sentimientos debe ser femenizada, (aún cuando haya sido
escrita por hombres, agregaría yo), como táctica, y así invisibilizarla mejor y
confirmar su ausencia de los verdaderos escenarios del poder, en este caso del
poder de la palabra”, retoma Monsiváis, citado por Santiesteban en el mismo texto.
De esa manera hemos sido excluidas de la historia de la literatura.
De esa manera hemos sido excluidas de la historia de la literatura.
¿Y qué pasaría si
la literatura “sentimental”, definida como describidora profunda de las
emociones humanas, invadiera el poder de la palabra?
Sería poderosa,
estremecedora, vinculante, olorosa a tierra y a humedad.
“Artesanías y
transmigraciones”, de Gisela Díaz de León, profundiza su conexión con sus
orígenes terrestres y genéticos, estableciendo vínculos que se realizan con
el latir más leve de una hoja de girasol, hasta con la irritación del tío que
por un accidente lingüístico, recuerda y sufre a la mujer que siempre amó y con
quien nunca pudo unirse.
¿Buscamos algunas
mujeres escritoras ser diferentes, dando importancia a lo que la cultura
dominante y patriarcal desdeña? Gisela sí, retomando las historias cotidianas e
invistiéndolas de significados propios, con esa mirada llena de imaginación y
fantasías que nos puebla, principalmente en las relaciones amorosas (para explicarnos esto, es interesante leer a Marcela Ugalde).
¿Y a qué llega el amor?
A establecer esos enlaces con lo otro, con el/la otra, con el tiempo, con la
vida propia que es un regalo impregnado de sentidos.
Y lo cercano,
cotidiano, doméstico, tan vituperado por el tradicional mundo literario
masculino, cobra fuerza y se convierte en lo único palpable, porque eso es en
realidad: el presente. La maceta, la calle, el viento, la luna, el abrazo, son
lo único que nos lleva a establecer un verdadero puente de amor, ternura,
compasión, entre el cuerpo propio y el mundo, la vida, el universo latientes.
El libro muestra dos géneros literarios y uno trans, intercalados entre sí: poemas en verso, textos
poéticos y relatos, en una secuencia sin saltos temáticos que nos lleva de la
mano suavemente. Pretende diferenciar los poemas de la prosa, con fuente itálica, sin ser necesaria. Brinca un poco un texto en inglés,
que por ser importante filosóficamente hablando en su definición de las
conexiones amorosas –en un caso de baile de pareja- debería haberse escrito
como los demás, en nuestro idioma.
De ahí en fuera, el resto
del texto merece leerse en una noche clara, con luna sonriente, en una
habitación propia y con una naranja jugosa lista para ser engullida, gajo a
gajo, mientras se disfrutan hoja por hoja.
Casa del Obrero Queretano, a 2 de marzo del 2014. Santiago de Querétaro, Qro.
Casa del Obrero Queretano, a 2 de marzo del 2014. Santiago de Querétaro, Qro.
*Santiesteban, Rocío. "Escribir como mujer". http://www.lainsignia.org/2001/febrero/cul_023.htm
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