Una gatita me visitó anoche. Venía envuelta en una toalla
naranja, sus ojos azules eran pacíficos. Inusitadamente tranquila, no reaccionó
ante el brinco que dio mi perra cuando trató de agarrarla por una patita, en
un perruno gesto entre juguetón, curioso y algo cazador.
Tiene agua en los pulmones, me dijo mi amiga con voz
triste. La recogió en el estacionamiento
de la empresa donde trabaja. La veterinaria le dio antibióticos y predijo que
estaría bien, si es bien atendida.
La gatita no quería salir del regazo de mi amiga, quien la traía como
mamá cangurogato dentro de la
chamarra.
Los gatos realmente enfermos no maúllan.
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