La
escuela de monjas a la que iba, tenía un horario doble. Íbamos en la mañana a
clases, de 8 a 1 de la tarde, y luego a las 3 debíamos regresar a hacer
“educación artística” o para terminar de estudiar y los ejercicios que habíamos iniciado en la
mañana. Casi no llevábamos tarea a casa.
Cada
año escolar tenía su “educación artística”, que en realidad eran “labores”. El
primer año de primaria fue de bordado en tela, el segundo año fue de punto de
cruz, y en el tercero tocaba tejido en gancho.
La
monja que me enseñó, la madre Hortensia, inició mi aprendizaje enseñándome a
hacer lo más simple del tejido, la cadena. Cada tarde que regresaba a la
escuela me ponía a tejer con ella, después de hacer mis tareas pendientes. El
hilo amarillo que mi mamá me compró en una mercería, se convirtió rápidamente
en una bolita de cadena. El meter el gancho en un arito y sacar el hilo con el
gancho fue un placer. Llegué a hacerlas bien rápido.
Entonces
mi abuela paterna, mi Mami, cuando supo que yo estaba haciendo mis pininos en
la clase de labores en mi escuela, me
llevó a conocer a doña Genoveva, vecina y tejedora profesional, surtidora de los mantelitos y adornos tejidos
en gancho que tan bonito adornaban su casa.
Desde
sus canas e inamovible lugar, un sillón
ubicado en la esquina más iluminada, doña Genoveva, como vio que ya sabía hacer
cadenas, me enseñó a tejer los medios puntos,
los pilares completos y después empecé a hacer mantelitos. Yo quería
hacer manteles coloridos. Me ponía la
muestra en cada vuelta y yo trataba de hacerla.
Tejía
leyendo en mi casa. Tejía camino a la escuela, tejía cuando veía la tele, en
clases –cuando no se daba cuenta la profesora- y, oh descanso, tejía en misa, a
la que debíamos ir, por lo menos, el
primer viernes de mes. Entonces
dejábamos las clases y acudíamos a la iglesia que estaba pegada a la escuela,
en fila india, con nuestros uniformes de falda azul marino (obligatoriamente
debajo de la rodilla), zapatos negros y calcetas blancas. La falda tenía un
peto cuadrado que nos cubría el pecho y espalda, dejando sólo las mangas y el
cuello de la blusa blanca a la vista.
Las
misas me parecían monótonas y no comprendía las lecturas de los evangelios, lo
único diferente de todas las repeticiones y oraciones. Con 8 años cumplidos me
daban sueño los comentarios del sacerdote. A mí sólo me gustaba ir porque
cantábamos. Algunas canciones eran muy alegres y amaba cantar con mis
compañeras a grito pelón.
En
esos días, el tejido, que me llevaba
escondido en el peto de la falda, me alivió del aburrimiento eclesiástico.
El
hilo amarillo de algodón terminó café
veteado, pues lo traía por todas partes, y se ensuciaba aunque estuviera metido
en una bolsa de plástico. Tejer me sacaba de la monotonía, se convirtió en una
obsesión y en un escape fantástico.
Ya
tenía en qué ocuparme en esos larguísimos sermones y a veces aburridas clases.
Pero al regresar con Doña Genoveva, ella tomaba mi tapetito con sus flacas
manos y lo deshacía diciéndome que me había equivocado. Mi frustración era
enorme, pues yo lo veía bonito. Pero esa maestra tejedora, rodeada de ventanas
y ya incapaz de caminar, era exageradamente estricta conmigo. El tejido debía
quedar parejo, los dibujos simétricos, los terminados de cada vuelta definidos
y la forma perfecta.
Con
los dientes apretados, me volvía a poner la “muestra” y me iba diciendo en cada
vuelta cómo debían de ir. Yo no le entendía, tampoco me aprendía los pasos de
las vueltas futuras, aunque pusiera toda mi atención.
En
ese tiempo, en cada visita a la casa de mi Mami, tenía qué ir también con su
vecina. Creo que el plan secreto de mi abuela era suplir a la señora conmigo,
pero esos inmensos y garigoleados tejidos
que cubrían cada mesa, mueble, sillón de su casa, jamás fueron igualados
por mí, pues ella había encontrado el modo de aparentar enseñarme cuando en
realidad lo que hacía era frustrar a una posible sustituta.
Yo
de todas maneras tejía dondequiera. La madre Hortensia vio los esfuerzos que
hacía para hacer mis mantelitos y sacó unas mantelitos suyos para que los
copiara. Me fue diciendo paso por paso y para mi gusto, pude terminar un
mantelito sencillo que orgullosa enseñé a todas mis familiares.
A
mi Mami no le gustó, pero como ya tenía quién me enseñara, no quise regresar a ver a doña Genoveva, por
más que me insistió. Eso no me importó, pues mi mamá y luego Mormor empezaron a
gustar y adornar sus casas con mis creaciones.
Una
vez que visité a Mormor en Kino, encontré que me había recortado de varias revistas
suecas algunas instrucciones de tejido. Me platicó que su mamá Greta, viva en
ese tiempo, gustaba mucho de tejer,
bordar, punto de cruz y hasta hilar para adornar su casa. Me ayudó a traducir
las instrucciones de los tejidos a gancho e inicié el tejido de los bellos
modelos suecos que se mostraban en las Damernas
Värld (“El mundo de las damas”). Sus cuñadas mandaban a Mormor esas
revistas atrasadas desde Suecia.
Mormor
me ayudó a escribirle a su mamá una
carta en sueco - de manera rudimentaria-, e incluir en el sobre un mantelito hecho por
mí. Sé, por mis tías abuelas suecas, que
mi bisabuela Greta atesoraba entre sus más preciadas cosas, el mantelito que
atravesó la mitad del mundo.
En
ese tiempo Mormor y yo celebrábamos la llegada de más material para tejer en
cada paquete las revistas. Largas horas de convivencia común con ella en Kino
fueron de descifrar las instrucciones. Si no las terminaba, me las llevaba a Hermosillo.
Ese
año, en diciembre tejí furiosamente para que cada abuelo, tía o
primo tuviese un regalo hecho por mí, además de mis padres y mis hermanos. Mi
mamá me dotaba de ganchos, hilos y después de estambres. Soñaba con usar sólo
ropa tejida y forrar de mantelitos cada espacio libre de encima de los muebles
de mi casa.
Sólo
las lecturas de libros interesantes y la llegada de la secundaria detuvieron
esa obsesión, pues entonces me gustó ocupar más mis tardes en jugar volibol y luego basquetbol, además de que las
tareas escolares eran muchas y más pesadas.
Pero
realmente nunca he dejado de tejer, ahora también con agujas, hasta la fecha.
que hermoso, ... me acuerdo que tomaba el estambre de mi madre, gustaba de encontrar lanas, linos, y cañamos, con texturas, y jugabamos de niños a sentarnos en circulo y enlazarnos, ... madre nos veia y se reia diciendo que bien se pueden tejer lazos, con miradas y abrazos asi como lo hacemos con estambre, ... se te quiere profundamente Georgina
ResponderEliminarRealmente son hermosos esos recuerdos tuyos, Nobux. Tu aprecio por mi persona me alimenta espiritualmente.
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