Llegué cuando acababa de azotar una tromba a San Juan del Río. Vimos desde la carretera, mi amiga Ivonne y mi hijo Alán, los relámpagos lejanos que daban indicios de lo que estaba pasando. Luego, al acercarnos más, atravesamos la tormenta, creo que iba corriendo a Querétaro antes de que se le vaciara el agua, tanta falta que le hacía a mi ciudad.
Pasados dos arroyos citadinos, con el agua hasta las puertas del coche, llegamos a Matamoros 54, sanos y salvos. Armando Cisneros, de Procultura Ópalo A.C., me acababa de decir por celular que el local se había inundado y que estaban mojados hasta las rodillas. Creí que la presentación se iba a suspender.
Me recibió de inmediato el señor José Luis Peña, orgulloso anfitrión y luego el señor Armando, encabezando un equipo de personas que secaban sillas, mesas, pisos. El salón que nos acogió era blanco, iluminado por su piso blanco, paredes blancas, alto techo con canaletas transparentes que dejaba entrar a raudales la luz vespertina. De una larga pared, los espejos multiplicaban nuestros sueños, emociones, interacciones.
Es aquí donde el poeta encuentra que las palabras resuenan en los seres humanos sensibles a los significados, a la música, a las imágenes de la naturaleza, seres humanos que llegaron sacudiéndose el agua de sus cabellos, ropas, zapatos, pantalones.
Iniciamos con sendos vasos de un excelente vino tinto que se sirvió para amenizar el ambiente y calentar las almas. Luego de la presentación formal de la autora, dimos paso a la participación de los asistentes en el audiovisual que incluyó música de Rachmaninoff, la famosa sonata en do menor.
Para mí fue una experiencia nutritiva escuchar otros poemas, que no eran míos sino de quienes los leían, que los hacían suyos y les infundían sus propias emociones a través de sus gestos y voz, para el disfrute colectivo.
Después, las interesantes preguntas y reflexiones de los participantes. Luego me pidieron declamar mis poemas. Para entonces, ya estaba entonada también con el vino, cuyo efecto me soltó la histrionicidad por ahí aprendida de presenciar cuando mi padre exaltado contaba sus historias de buceo o de exitosas auditorías, indistintamente.
Leí buscando reflejar el sentido que deseaba en mis inflexiones de voz, cosa que logré aunque no como hubiera deseado: falta de práctica, como en toda actividad humana. Pero algo pude expresar más allá de lo escrito.
Luego, las botanitas acompañaron el resto de los comentarios y preguntas, convirtiendo la reunión en una tertulia. Acto seguido, hubo acercamiento y generosa adquisición de mis libros. Me encantó además que escribieran en hojas sueltas su impresión del evento: son hojas que conservaré y encuadernaré para llevarme tambien pedacitos de sus pensamientos surgidos a partir de nuestra interacción literaria.
Llegaron las dedicatorias a los libros, a las hojas con poemas sueltos, los inspiradores comentarios personales y los abrazos cálidos, emocionados, cercanos.
Y claro, la foto grupal. Nos vimos contentos, satisfechos, emocionados, ubicados en el cielo neuronal del lado derecho, donde están las más puras sensaciones que no se piensan pero que, al ser tan agradables, nos llenan de alegría para vivir muchos años más.
¡Magnifìca experiencia! Màgica, càlida...
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