viernes, 7 de marzo de 2014

En el rancho (de mi libro de relatos).



Ofelia me invita al rancho de sus papás. Iremos con sus dos hermanos mayores, que acostumbran cazar.  Mis papás me dejan ir. Después de unas polvosas horas de camino en la parte de atrás de su troca,  llegamos en la noche a una casita abandonada, en medio del desierto. Ofelia baja sus mochilita,  yo también.
Trini y Beto nos señalan el cuarto donde dormiremos Ofelia y yo. Es una cama con un colchón sin sábanas, todo gastado pero no roto. Yo lo veo y descubro con horror que está manchado. Me acerco y veo con el débil resplandor del foco de la entrada que son líneas gruesas y delgadas de sangre seca. No tienen cobijas y debemos acurrucarnos ahí. Ellos se irán de cacería y dormirán afuera.
Yo no me puedo acercar, ni siquiera animada por Ofelia, que parece acostumbrada a dormir ahí. Beto, desde su altura, le dice a mis asustados diez años que la sangre seguramente la escurrieron vampiros de paso por la recámara. Me asusto más, pues no sabía que escupieran sangre y menos sobre los muebles. Quedo pegada a la pared por mucho tiempo, viendo a Ofelia dormir como si nada, hasta que el sueño me vence y me acurruco en la orilla del colchón, en donde hay menos rastros de sangre.
Duermo mal, despierto seguido. Espero ver volar los vampiros por el cuarto, abierto por  sin puerta hacia un amplio porche. Peor aún, escurrirme la sangre que me habrían de chupar mientras estoy dormida. Por eso quiero estar alerta a cualquier aleteo, rumor, viento o líquido que pudiera caer del techo. El desierto tiene ruidos extraños, me asusta hasta el cantar de los grillos.
De mañana, salimos y vemos a Trini y Beto dormir en catres en el patio, no sé si cazaron algo. Yo observo el colchón: se ve más horroroso de día que de noche. Cuántos vampiros, pienso, para tanta sangre.  Y yo en medio de ella.

domingo, 2 de marzo de 2014

Un puente de amor entre el cuerpo y la vida en una escritura femenina: "Arte-sanías y trans-migraciones", de Gisela Díaz de León. (segunda parte).



“Escribes como mujer”, me dijo un vez una amiga cuando por primera vez leyó mis escritos.
- ¿Y cómo es eso?- le dije. 
Sentí en su gesto cierto desprecio. -No sé, se nota que eres una-.
Traté de imaginarme cómo sería escribir en abstracto, sin que se notara el género.
Escribir desde una supuesta parte andrógina del cerebro, como nota Virginia Wolf, “reinvidica la posibilidad de poder masculino desde sí misma”. En un excelente artículo, Rocío Silva Santiesteban*, parafrasea a Wolf al indicar que se asume que la mujer se debe ocultar como tal para evitar caer en el “guetto cultural” que define a la literatura y cultura femenina con sus más peyorativos calificativos: sentimental, banal, superficial, florida, pomposa.
Así, "una literatura que atrae y marca los sentimientos debe ser femenizada, (aún cuando haya sido escrita por hombres, agregaría yo), como táctica, y así invisibilizarla mejor y confirmar su ausencia de los verdaderos escenarios del poder, en este caso del poder de la palabra”, retoma Monsiváis, citado por Santiesteban en el mismo texto. 
De esa manera hemos sido excluidas de la historia de la literatura.
¿Y qué pasaría si la literatura “sentimental”, definida como describidora profunda de las emociones humanas, invadiera el poder de la palabra?
Sería poderosa, estremecedora, vinculante, olorosa a tierra y a humedad.
“Artesanías y transmigraciones”, de Gisela Díaz de León, profundiza su conexión con sus orígenes terrestres y genéticos, estableciendo vínculos que se realizan con el latir más leve de una hoja de girasol, hasta con la irritación del tío que por un accidente lingüístico, recuerda y sufre a la mujer que siempre amó y con quien nunca pudo unirse.
¿Buscamos algunas mujeres escritoras ser diferentes, dando importancia a lo que la cultura dominante y patriarcal desdeña? Gisela sí, retomando las historias cotidianas e invistiéndolas de significados propios, con esa mirada llena de imaginación y fantasías que nos puebla, principalmente en las relaciones amorosas (para explicarnos esto, es interesante leer a Marcela Ugalde).
¿Y a qué llega el amor? A establecer esos enlaces con lo otro, con el/la otra, con el tiempo, con la vida propia que es un regalo impregnado de sentidos.
Y lo cercano, cotidiano, doméstico, tan vituperado por el tradicional mundo literario masculino, cobra fuerza y se convierte en lo único palpable, porque eso es en realidad: el presente. La maceta, la calle, el viento, la luna, el abrazo, son lo único que nos lleva a establecer un verdadero puente de amor, ternura, compasión, entre el cuerpo propio y el mundo, la vida, el universo latientes.
El libro muestra dos géneros literarios y uno trans, intercalados entre sí: poemas en verso, textos poéticos y relatos, en una secuencia sin saltos temáticos  que nos lleva de la mano suavemente. Pretende diferenciar los poemas de la prosa, con fuente itálica, sin ser necesaria. Brinca un poco un texto en inglés, que por ser importante filosóficamente hablando en su definición de las conexiones amorosas –en un caso de baile de pareja- debería haberse escrito como los demás, en  nuestro idioma.
De ahí en fuera, el resto del texto merece leerse en una noche clara, con luna sonriente, en una habitación propia y con una naranja jugosa lista para ser engullida, gajo a gajo, mientras se disfrutan hoja por hoja. 



Casa del Obrero Queretano, a 2 de marzo del 2014.  Santiago de Querétaro, Qro.

*Santiesteban,  Rocío. "Escribir como mujer". http://www.lainsignia.org/2001/febrero/cul_023.htm