domingo, 20 de julio de 2025

Mi mastografía en el IMSS

 Fui porque hacía 28 años que no me la hacía y porque ya era justo saber si tenía o no algún bultito al cual poner atención. Y por eso no iba, no me había sentido nada antes ni ahora. Y también porque me dieron la cita en el seguro, después de que verificaron que no tenía mastografía reciente.

Estuve casi cuatro horas esperando ahí dentro, y les puedo decir que fue una experiencia memorable, por muchas razones.

Estábamos como quince mujeres de todas las edades en unas batas médicas color lavanda, unas de algodón y otras de felpa, con la abertura hacia adelante, sin nada debajo de la cintura para arriba, anudadas con cintas de la misma tela. Era un cuarto amplio medio oscuro, con grandes sillas metálicas, en la mera entrada de esa sección, a un lado de la recepción de los estudios radiológicos.  

Me senté con el grupo que habían nombrado una por una afuera,  y fijé mi atención en una puerta que tenía un foco rojo en la parte superior, que se prendía de repente. Imaginé que era cuando se tomaba la “foto” radiográfica.

Creí que sería rápido. Pero el proceso fue muy lento, y yo era de las últimas de las quince. Se nos nombraba, una por una, entraban al dichoso cuarto, al rato salían y se volvían a sentar.

Después de salir, todas esperaban afuera sentadas a que saliera otra técnica, de un cuarto a un lado, y dijera su dictamen, ya sea a la enfermera encargada o mandaba llamar a la recién estudiada a su oficina.

Poco a poco entendí cómo funcionaba el sistema. Después de tomada la mastografía la técnica (de la puerta vecina) revisaba las “fotos”. Si no veía problemas, nos mandaba a cambiar e irnos, se harían llegar los resultados al médico familiar.

Yo me sentía mal por aquellas a quienes la técnica llamaba para platicar con ellas, un ratito. Me explicaron que era cuando les habían encontrado "algo".  

Después vi que también entre nosotras había mujeres a las que ya se les habían encontrado bultos o anormalidades en sus mamas. A ellas un joven doctor les pedía los análisis anteriores y a veces, después de las placas, las metían al otro cuarto para tomarles “muestras” con jeringas (lo platicamos y así lo imaginamos) inyectadas específicamente en el lugar problemático. Por eso las hacían entrar a la segunda puerta.

Cuanto más tardábamos en pasar, más conocíamos las historias de las demás, y más nerviosa me ponía yo.

Estábamos en el Hospital General de Especialidades del IMSS de La Pradera, en el municipio de El Marqués, Querétaro.

A una de las que ya habían entrado le pregunté  por qué se demoró tanto.

— Es que entra uno y luego el otro, así le hacen, por eso se tardan.

—¿Entra uno y luego el otro? — pregunté, azorada porque no entendí bien. Todas nos reímos fuerte al mismo tiempo, era un exquisito doble sentido. Las risas se prolongaron y a mí hasta lágrimas me salieron. Fue una tremenda descarga de energía nerviosa que tuvimos todas, que a mí me relajó y me hizo sentirme más agusto. Ya no éramos extrañas, íbamos a hacernos un estudio obligado y difícil.

Explicó que era porque estaban enseñando a un muchacho a tomar las muestras, así fue como empecé a entender el porqué de la tardanza. Vi mi reloj, ya llevábamos más de dos horas ahí e íbamos pasando muy despacio. A unas que salían, las volvían a regresar al cuarto, que porque habían salido mal las placas . Pensé en el ayudante y cómo estaba entorpeciendo el proceso.

Luego salió uno de los radiólogos y dejó abierta la puerta del cuarto, que porque estaba muy caliente (el cuarto). Y se fue. A mí me desesperó pero entendí que podía ser debido a la máquina. Pero comentaron que a la mejor se fue a almorzar. Y nosotras ahí semidesvestidas esperando.

Comentamos la lata de esperar, los nervios de no saber si tenemos algo o no, el dolor que se siente al aplastar la máquina cada seno, para la condenada foto. Yo pensé que no me había hecho la mastografía por el dolor, la vergüenza y lo que había leído, que cuando la hacen sin un protector para el cuello, como es radiación, ha habido casos de cáncer de tiroides, situada encima de la tráquea.

Saqué mi manzana y extrañé el agua que dejé en el carro. Yo era la única que llevaba un lunch, ellas no, supongo que esperaban salir temprano.

Para esto, ya habían dejado entrar a otro grupo como de diez mujeres. Entre ellas una señora alta, de altos y grandes pechos. A ella no le quedó ninguna de las batas que había, que eran casi todas pequeñas. Yo agradecí que luego luego la enfermera me consiguió una bata grande. Esa señora nos comentó que ella iba porque le habían encontrado un bulto dentro del músculo detrás de una mama, muy difícil de acceder. Al ratito llegó el doctor que pedía los análisis para que después de la imágenes, sacarle su biopsia.

Cuando regresó el radiólogo, empezamos a pasar más rápido. Le llegó el turno a mi vecina de silla, supongo que un poco más joven que yo. Salió rápido y le pregunté cómo le había ido, me dijo que bien. Le indiqué que quizá no le habían dolido mucho porque tenía los pechos chicos.

—Chicos o grandes, duele igual— me dijo, mientras esperaba los resultados.

A los cinco minutos la enfermera le indicó que podía ir a cambiarse, que ya le pasarían sus resultados a su doctor. Lo cual significaba que no habían encontrado nada.

Luego seguí yo. Entré al cuarto y vi que efectivamente hacía calor, incluso tenían un abanico mediano dirigido al área de la máquina, supongo para enfriarla y para que nosotras no sudáramos tanto.

Fue una lata acomodarme para la máquina, que parecía un robot con unas manos en forma de láminas plásticas, que las hacían subir, acercarse, y aplastar cada seno como si fuera una tortilla. Y más lata tolerar al nervioso  muchacho que hacía lo que el maestro le indicaba desde unos metros más allá, desde lo que parecía un centro de control, con una pantalla. Pero el “robot” también tenía controles en el suelo, como para que el tomador de la muestra pudiera acomodar con el pie el aparato dependiendo de las características físicas de cada mujer.

Me tomaron cuatro placas, dos por cada seno. Y sí pregunté que si no me iban a dar un protector del cuello. El radiólogo titular dijo que no lo daban porque era estorboso para la toma de las “fotos” y porque la radiación que se enviaba en la mastografía era “mínima”. Pero a la hora de que tomaban la “foto”, el muchacho practicante se iba a refugiar a un cuartito que se supone es para cambiarse, pero que sólo ahí nos metíamos a dejar nuestras cosas. Aunque fuera poca la radiación, ellos sí se cuidaban de ella.

Ya lo había leído, y lo expresé antes con las mujeres mientras esperábamos. El tejido blando “cavernoso” de las mamas es el mismo que el del miembro de los hombres, y si ellos tuvieran que estárselo aplastando  cada dos años, de seguro ya hubieran encontrado el modo de hacerlo menos doloroso. Pero como las mujeres venimos a sufrir y aguantamos todo, pues no se ha hecho nada mejor para estos necesarios estudios.

Puse lo mejor de mi parte para acomodar cada uno de mis pechos y músculos como querían, fue rápido y salí aliviada. Habían pasado casi cuatro horas desde que entré. Y mi amiga Josefina ahí estaba, haciendo fila fuera de otro cuartito que habían acondicionado para cambiarse. Ahora me tocaba esperar. Pensé muchas cosas. En la suerte que tenía de que me hicieran gratuita y obligatoriamente este estudio, en mi país, con tanta incidencia de este cáncer que hay.  

Al ratito la enfermera dijo mi nombre, y me dijo que mis resultados se los enviarían a mi médico familiar, lo cual significaba que no habían encontrado nada “sospechoso”. Con euforia mal disimulada casi corrí a hacer fila junto a Josefina, para cambiarme. Indagó  cómo me había ido y le dije que bien. “A mí también”, comentó, y agradecí a mis “chicas” con sendos besos mandados con mis manos, por portarse bien y no descarrilarse y andar creciendo de más.

El aire era fresco afuera del hospital, mi paso ligero y hasta el lodazal donde dejé el carro, me emanó un agradable vaho. La vida puede continuar, me aseguré. Y me abracé del gusto.

 

#mastrografíaIMSS

domingo, 18 de mayo de 2025

A Yautepec


Una alegría afilada por los años

cruza montañas con turquesas

                          en el corazón

la selva llama en su clamor caliente

humedad trastornada en canto

baile del corazón expandido

                    que atrapa el polvo
Durante la presentación de "Conjuros para seguir" y
la exposición de "Flores, café y fuego" en Yautepec,
Morelos. 10 de mayo 2025.

el café rasga caretas

risas que burbujean la tarde




Chinelos de barba puntiaguda

burlan conciencias

la vida exhibida en un atuendo

somos lo que no pudimos ser

plumas acarician tradiciones

danza que invoca

otro mundo posible




Un desierto corrió a tu río, Yautepec

Zempoala fue testigo presencial

la neblina arropó mi cambio

fui sequía y regresé selva

el canto ahondó sedimentos

los colores bullen melodías

traigo tu flujo despierto

y su caudal    recién llovido

ha reverdecido mis días





#yautepec
#poesiafemenina
#poesiamexicana


miércoles, 20 de noviembre de 2024

Vela que guías

 Vela que guías en la oscuridad

irradia hacia adentro

pon razón donde antes tanteaba

convierte en palabras el momento

despójame de caminos circulares

y déjame

lo esencial.


(c)Anna Georgina St.Clair 2024