lunes, 27 de agosto de 2018

Destellos naturales en San Joaquín, Querétaro.


Salir a recuperar el espacio, el cielo. A desdecirle a la rutina el aburrimiento por lo mismo y asombrarme de nuevo que a dos horas de carretera se encuentra el paraíso para los que quieren ver flores en lugar de cemento, oler rumores del viento entre pinos en lugar de motores, escuchar chicharras vibrando el aire como minúsculos temblores.

Me recosté y el cielo se mostró detrás de un oscilante pino,  su gigantesco tronco se convertía en una minúscula punta arañando el cielo. Fue un alivio que mis ojos no tropezaran con el techo protector de mi casa o las líneas de electricidad que surcan por doquier las calles.
Caminé y las piedras refulgían los colores de las eras geológicas. Me atrajeron las plantas que gozosas retoñaban, brotaban, me regalaban sus colores en su pequeñez altiva.
Me extasié en una telaraña perfecta, en el tronco de una cerca y su alambre. Saludé con alegría a un sapito, tan grande como mi pulgar, perfectamente camuflado en una hoja, tomando plácidamente el sol. No se inmutó con mi cercanía, se sentía seguro conmigo, y lo estaba.

Reconozco la flor del diente de león, de un amarillo tan puro y brillante, toda despeinada. Encontré un diente maduro, con una parte de sus semillas echadas al viento, tan espectacular en su ligereza, tan trasparente y tan fuerte al mismo tiempo. Amo los dientes de león.

Todo San Joaquín está lleno de manzanas cargando sus árboles. Señoras manzanas, la reina de las frutas, decorando como esferas de navidad cada casa, cada esquina, cada páramo del camino, cada patio.

Es agosto, mes que ha regalado lluvia en dondequiera, la tierra lo agradece, y  como siempre, sin importarles los asuntos humanos, las plantas cumplen sus ciclos de vida.  Es tiempo del retoño, de la floración, ya del fruto en el caso de las manzanas.  El verde inunda el horizonte y las nubes corren a lo lejos, perseguidas por vientos pasajeros, vientos de tormenta, vientos de cambio.
No me quedé para ver si la lluvia regalaba su vida, regresé con mi compañera en este viaje relámpago que fue asomarme a un paraíso natural que está así porque citadinas como yo no se quedan, no invadimos, no compramos y construimos. Solo admiramos, fotografiamos, bendecimos a la vida por tantos regalos, y regresamos a la seguridad del hogar.