miércoles, 15 de marzo de 2017

Camino de Querétaro a Hermosillo: prejuicios, corajes y calor. Primavera 2017.

Un jueves de mañanita queretana, salimos con el Chevy empacado hasta sus espacios más recónditos. Como somos tres (Emi mi hijo, yo y mi perrito Cabezadepollo), reservamos la mitad de la parte trasera del carro para la cama del perro, pero ese espacio no lo ocupó: prefirió esconderse  debajo del asiento del copiloto, o sea de Emi. Supongo que sentía menos calor ahí. (Huelga decir que me traje TODOS los libros que tengo, para hacer mis presentaciones en Sonora).
En el camino...
El plan era que por supuesta seguridad y mejores carreteras, tomaría sólo las de cuota y ninguna libre. Ese fue el primero de los prejuicios que tuve que apartar.
El primer día me fui a Guadalajara vía León, Gto. Fue muy rápida y expedita, cinco horas más tarde estábamos en Guadalajara, en donde paramos a comer. De ahí, fue manejar y cantar hasta Acaponeta,  llegamos en la húmeda tardecita. Buscamos el hotelito de paso que ya nos había dado cobijo en otras tres ocasiones. Me dio trabajo porque lo pintaron, porque lo busqué con luz y porque no me acordaba de su nombre. Lo hallamos, con la novedad de que le subieron cien pesos a la cuota y no nos dieron el cuarto de siempre, pues a su lado estaba ocupado por alguien que seguramente le daba el uso que se les da a los hoteles de paso.
Haciendo cuentas, me dí cuenta que llevaba gastados 600 pesos de gasolina (un tanque lleno) y ¡1000 de casetas! Así que me propuse no volver a tomar ninguna carretera de cuota. Recorrimos  Nayarit y Sinaloa metiéndonos,  para empezar, a Escuinapa; ahí  desayuné un delicioso taco dorado gigante de camarón con la preparación en caldo y verduras de las tortas ahogadas de Guadalajara.  Creí que ya no me faltaban platillos mexicanos por conocer y probar por el rumbo del Pacífico, lo que se convirtió en el segundo prejuicio descubierto.
Aunque la libre en Sinaloa está plagada de señales y salidas para la de cuota, no cedí a la tentación y seguí sin pagar. Fue un acierto, pues hubo tramos en que ambas carreteras circulaban paralelas y la única diferencia era que la de cuota estaba vacía y la libre,  tenía bastante tráfico, ¡obvio!
El rico taco dorado de camarón en caldillo, en Escuinapa, Nay.
Llegamos a Culiacán a medio día, y como es mi costumbre, me perdí en esa ciudad. Ahí fue donde me pegó de lleno el calor, pues traíamos el sol de frente, en un bulevar atascado de carros. Con ventanas abiertas (éramos los únicos sin refrigeración, en Querétaro no se necesita) anduvimos durante quince minutos a vuelta de rueda a un lado de unos tubos gigantes, de seguro estaban instalando drenaje nuevo. Lo bueno es que recordé el uso que se le puede dar a Google Maps y con su ayuda salimos hacia la libre a Los Mochis. En la salida, en una gasolinera, me mojé la gorra rosa de lona, le mojé el pelo a Emi y hasta a Cabezadepollo le tocó remojón, pues como buen queretano, se le había subido hasta las orejas el calor.
Pedro Infante en Guamúchil, Sin.
Antes de llegar al siguiente pueblo, Google Maps me advirtió que la carretera estaba bloqueada. Me dio un poco de miedo pues pensé que pudiera ser una balacera, digo, Sinaloa tiene su fama. Pero al llegar a Guamúchil, en lugar de balacera nos recibió la estatua de Pedro Infante con su infaltable guitarra; me hizo recordar la leyenda que dice que Pedro Infante no ha muerto. Puede ser, tocaya Ana Georgina, pero de que su pueblo está orgulloso de ser su cuna, lo está. En una taquería cobijada del sol por láminas y lonas, buscamos la mesa con menos luz. Después de comer, nos prestaron la manguera y nos mojamos enteritos los tres, lo cual nos refrescó bastante. Lástima que a la hora ya estábamos secos otra vez, pero no era mediodía y el aire del camino no permitió que nos volviéramos a acalorar tanto.
Casi de noche llegamos a Estación Don, en la mera frontera entre Sinaloa y Sonora. Como siempre, son muy estrictos . Me pidió las llaves de la cajuela y rápido fue y la abrió. Yo le había asegurado que solo traía comida del Oxxo, que no traía nada fresco. El aplicado vigilante antiplagas se encontró con ollas, tapetes de yoga y ropa echa bola. La tapa de la olla presto no lo dejó cerrar, me pidió ayuda para ello. Luego se asomó al asiento de atrás y dijo "¡tiene bien lleno de cosas!" Ahí cayó otro prejuicio: no siempre los de sanidad vegetal hacen acuciosas inspecciones, tienen sus excepciones, como en mi caso. Pero no metí a mi estado nada ilegal, se los juro.
Mi primer atardecer sonorense, rumbo a Navojoa, Son.
Ahí empezó otra sorpresa. Resulta que Sonora NO tiene carreteras directas libres. Los de la SCT fueron más prácticos:  en lugar de concesionar a la IP la construcción de una carretera alterna a la libre (la 15) ya existente,  y con las cuotas recuperaran la inversión,  mejor concesionaron la carretera pública y dejaron el paso gratuito solo para los residentes (que fue después de mucho pleito, tengo entendido). Así que en cada caseta de cobro yo les decía que pensaba que en las libres no se cobraba. En la caseta de Navojoa, les dije lo mismo y me dijeron que podía irme vía Huatabampo (a donde me dirigía), pero esa entrada ya la había pasado (sin señal de que era la libre, por supuesto). Les dije que estaba muy mal ese camino, hacía dos años lo había transitado y estaba como bombardeado, por eso iba a Navojoa para entrar a Huatabampo por otro acceso, aunque diera mucha vuelta. "No, la acaban de arreglar", me dijo el empleado de CAPUFE. Así que me regresó el dinero, di reversa y me fui por un lindo camino para quedarme en la segunda noche de viaje con mis tíos y primos de Huatabampo. Llegué a su casa sin perderme, gracias a Google Maps. Huelga decir el gusto de ver a mis tíos y primos, como siempre su hospitalidad rebasa mi capacidad de agradecimiento.
Por cierto, desde que abrí esa aplicación, con el GPS encendido en el celular, cada vez que tomaba una foto, , por los pueblos que iba pasando, me preguntaban que si no quería integrarlas al archivo de esa aplicación, para que les pudiera servir de referrencia a otros viajeros. Les di autorización, así me convertí en colaboradora y guía de viajes.
Músico norteño, vendiendo artesanías de cuero. Huatabampo, Son.
Al día siguiente, salí de Huatabampo con varios libros vendidos (sospecho que siempre me compran para ayudarme con la gasolina) hacia la 15, la madre de todas las carreteras del Pacífico mexicano. Pasé rápido por Navojoa, ahí cargué gasolina y me di cuenta de las mentadas zonas gasolineras: más cara que en el centro de la república, unos cuantos centavos pero me volvió a dar coraje el incremento. Sabía que en Ciudad Obregón me esperaba una calle también bombardeada, la que atraviesa la ciudad de sur a norte, para salir a Guaymas. Me encontré con la novedad de que, por fin, la están arreglando. Ojalá la terminen pronto.
¡Por fin el mar! En Empalme, Son.
Decidí no pagar cuota para cortar viaje antes de Guaymas hacia Hermosillo, y llegamos el puente de Empalme, sobre el mar. Mis lágrimas de dicha  le agregaron sal a la que se me pegó a la cara cuando me dio la brisa del Golfo de California por primera vez. Era mi meta, mi destino carretero y de vida.
La carretera Guaymas-Hermosillo me retó la paciencia, recordé los dichos de Pina Saucedo cuando comentaba en el FB de un accidente mortal en ese tramo: "no pudieron esperar, hay que llevarla tranquila". Así que me la llevé tranquila.
No sé hasta cuándo terminarán de arreglar los caminos que vienen desde Sinaloa hacia Hermosillo. Los veo demasiado lentos, siempre arreglándolos, ¡y eso que cobran cuota en la libre!
Llegué el sábado a las 3 pm a Hermosillo con miedo, vi en el cel que Hermosillo tendría 40 grados. Pero no volví a sentir tanto calor como en Culiacán; será que el aire nos pegaba rico, o porque la emoción de estar en mi ciudad que me vio crecer me hizo olvidar la incomodidad. Todavía me sorprenden un poco las grandes avenidas de un solo carril, cuando antes todas eran de dos carriles y sin tantos semáforos.
Pero llegué a mi casa de la infancia, y mi mamá me esperaba con la comida caliente y con muchas novedades qué platicar.
Bahía de Kino, Sonora. 
Tres días después, con mi sobrino Mike de copiloto (Emi se fue en el carro de mi hermana), transité a media tarde, con el sol de frente, el camino a Bahía Kino. El aire fresco de la colina de entrada y la vista esplendorosa del azul más azul del acuario del mundo, me dijeron que por fin había llegado a mi destino.
Abrazos, besos, pláticas, risas: mis hermanos y yo nos reencontramos. Mi corazón rebosa.
Ahí cayeron los últimos prejuicios: nunca me acostumbraré a no tenerlos cerca, la distancia no cambia las costumbres, entre más viejos estamos más unidos.