martes, 27 de diciembre de 2016

Amor en la Era Glacial: Los Hijos de la Tierra, de Jean M Auel.



Terminé por fin la saga de “Los hijos de la tierra”, de Jean Auel. Y me quedé huérfana de prehistoria y de  Era Glacial, huérfana de la gran Madre dadora de vida a la que adoraban. Y me falta la familia extendida a la que finalmente la heroína se integró, con una hija recién nacida.

Extraño sus campos llenos de herbívoros gigantes, que les surtían de carne durante todo el año. Un mundo ideal en donde todo se resuelve con las buenas gestiones de los líderes naturales por clan o por caverna. Los bosques con sus ríos, poblados de peces gigantes. Las llanuras con granos salvajes, antecedentes de nuestros consumidos trigo, centeno, cebada.


Entendí los albores de lo que somos y de lo que fuimos definido con la domesticación de los animales, el arte de la curación del cuerpo y del alma, el conocimiento milenario de las hierbas y sus efectos medicinales, las herramientas, la elaboración de prendas de vestir, los utensilios para cocinar, el uso del fuego y la organización familiar.

Un mundo ideal, donde el hombre durante miles de años –se supone que esta historia sucedió hace veinte mil años –convivió en paz y respetando la naturaleza, su medio ambiente.

Integré toda la información suelta que tenía acerca del devenir humano de ese tiempo. Incluso, su mezcla con los neandertal, cuyos genes perviven todavía en las personas de origen europeo.

Asimismo, le dio vida a un clan de Neandertal, con quienes la heroína fue criada, con una visión libre de prejuicios, dedicada más bien a entender la dinámica interna de estos prehumanos que poblaron Europa en pequeños grupos antes que nuestros ancestros directos.

El trabajo de la escritora fue admirable. Fue convertir un cúmulo gigante de información antropológica, geológica, botánica, zoológica, incluso astronómica, en una historia vivible, suspirable, amable. No exenta de dolor y sufrimiento, con una heroína que busca su pertenencia a una comunidad,  a través del amor sin reservas a un joven igual de valiente y hábil que ella.

 Aunque a veces se excedió en explicaciones, la historia logró tenerme en vilo durante más de dos mil páginas, distribuidas en sus cinco libros: El clan del oso cavernario, El valle de los caballos, Los cazadores de mamuts, Llanuras en Tránsito y Los refugios de piedra. Aprendí de las costumbres de los diversos grupos humanos asentados desde el mar negro, en la actual Rusia, hasta las cuevas de Francia, pasando por Checoslovaquia, Suiza y Alemania, por darles los nombres actuales.

Me capturó la humanidad observada en estos ancestros nuestros, que a pesar de tener precarias condiciones de vida –según nuestro punto de vista- llegaban a elaboradas formas de explicación de su mundo y de integración en él. Me condolí por prácticas añejas que la mayor parte de la humanidad ha abandonado, prácticas que nos mantenían cerca de nuestros orígenes y de nuestra sobrevivencia elemental, muy lejanas al hecho de acudir todos los días a un trabajo, recibir una paga por él y de ahí comprar lo necesario para subsistir.

En síntesis, es una excelente obra literaria para adentrarnos en el mundo de los humanos de la Era Glacial. Y para reconocer nuestros orígenes: venimos de la tierra y a ella debemos volver. Vivos o muertos.