sábado, 31 de octubre de 2015

Vacío

Luna llena rumbo al estero en Bahía de Kino, México. (c) AGS

Todo es algo trastocado
toco algo y no es vacío
aunque nada encuentre
 busco todo 
 y
de nada me lleno.

martes, 27 de octubre de 2015

Viaje a la sierra sonorense: Cuarta y última. Dinosaurios, rayos gama inesperados y una Cananea familiar.

Me fui para el Agua Prieta a ver si me conocían... Me dijeron que era más rápido llegar a Cananea por Agua Prieta, así que la casualidad, causalidad, se hizo presente. No extrañaría recorrer el camino del río Sonora pues mi afortunada equivocación ya me había llevado por allá. A la salida de Nacozari una cuadrilla arreglaba con fruición los rieles del ferrocarril, puestos quizá en su primer momento en la época exportadora de Porfirio Díaz, ya un siglo atrás. Seguí viendo más en todo el trayecto, la vía férrea remozada y aceitadita para que rápido siguieran sacando los minerales del país,  para eso la pusieron desde antes, pues.
Atardecer rumbo a Ímuris.Emiliano Rangel St.Clair, fotografía.
Nos siguieron acompañando en el mejor camino de Sonora los camiones de carga, de ida y de vuelta. Al tiempo que subíamos y bajabamos suaves pendientes en torcidas curvas, los cerros  se fueron alejando a la derecha e izquierda y dejaban lugar a planicies que me recordaban las pinturas y fotos del famoso oeste americano, pensé en que la tierra era la misma, que la frontera México-USA era una línea imaginaria solamente. Los imaginé llenos de manadas de búfalos. Llegamos a Fronteras y la denominación que pusieron en su letrero acrecentó más mi imaginación: "Tierra de dinosaurios", entonces les agregué mamuts, tigres dientes de sable y osos gigantes de larguísimas garras. Supongo que dentro del pueblo tienen su museo, que será interesantísimo conocer en otra ocasión que circule por ahí.
En cada pueblito había, entre otros productos, en venta directa al público, ristras de chile colorado,  y vi calabazas gigantes como las que hervía mi Mami con piloncillo para dárselas a mis tías, papá, Papi y a mí, ¿con leche o sin leche? en platitos de postre, por favor quiero mas. O pintadas por mi Mami: un cuadro de una calabaza gigante estuvo en la casa de mis papás durante toda mi infancia y ocupa ahora un lugar preponderante en la sala de mi casa. Y los pastizales brillaban en diversas tonalidades de verde, desde el oscuro hasta el limón, cuando ya se estaban empezando a secar. Seguíamos en la misma altura, transitando durante dos horas por una bella meseta, dejando atrás por fin la vegetación espinosa y cactácea. Mira, hijo, los campos... no mamá, yo quiero fotografiar vacas y caballos. Tómale a esos cerros, cuida de que no se te atraviese el espejo o la ventana. Rápidamente Emiliano se fue haciendo más diestro con la cámara, aunque no se dejaba dirigir  por mi, su foco de atención era diferente que el mío. ¡Mira las calabazas! Mejor la gasolinera, mamá, está más bonita.
Un letrero me avisa que habrá retén militar y que nos estamos acercando a la frontera con EUA. Me ubico entre dos camiones de carga en una fila, pero no hay nadie que revise. Los sigo y al salir, un militar me hace desesperadas señas. Me le acerco y me dice que si no estoy enferma del corazón, claro que sí, se me sube a veces la presión, pues le pueden haber hecho daño los rayos, ¿cuáles? los rayos gamma con los que se escanean los camiones. ¿Qué afectan el corazón? Nomás si tiene marcapasos ¿tiene marcapasos? ¡No! , pero ¿qué tal si lo hubiera tenido? ¿Por qué no avisan antes de pasar? Usted no es de aquí, ¿verdad? Porque todo los que son de aquí saben que por ahí no pasan. (Otra señal palpable del poco turismo recreacional que hay por allá, tan bello y limpio que está el cielo, el aire, la tierra, así como el carácter de los serranos).
¡No! Soy turista... deberían tener un letrero antes, o de perdida ubicar a uno de ustedes antes para avisar. Ay señora, si con trabajos compraron ese escaneador, nos van a andar poniendo letreros. Pensé en los millones de dólares que, según las investigaciones publicadas por NatGeo, entran diariamente por la vía terrestre de drogas a EUA a México, que  todos sabemos que están arreglados con los militares, para qué tanto gasto si de todas maneras dejan pasar lo acordado. Pero fui prudente y no dije nada.
Mi coraje iba en aumento, y el joven militar recuperó su gallardía y dejó la cara de niño apenado y me hizo bajar del carro, revisó la cajuela mientras me miraba de reojo, creo que para ver si no me desvanecía o algo parecido. Me fui asustada pendiente de mis latidos, aunque al final el muchacho me dijo que no me tocaron rayos gama, mire, cuando pasa un camión grande se apaga la luz anaranjada, ahí pasó usted.
Llegué rápido a Agua Prieta y en pocos kilómetros más de una carretera de doble carril llegué a Cananea. Mi tía abuela María Eva me estaba esperando con la mesa puesta estilo mis abuelos, con una tele y su respectivo control para Emiliano y muchas memorias que entretejimos de mis abuelos, mi papá, el devenir de sus hijos, nietos. Me sentí en familia otra vez, en su casa ubicada en el inicio de un barranco de laderas verdísimas, con casas que me recordaron a las de ambos lados de la frontera en San Luis Río Colorado,  Mexicali,  Yuma, Nogales. Casas de techo plano, con cercos bajos y muchos trebejos de cartón o metal en sus patios.
Después me condujo mi primo a dejar libros míos a la biblioteca pública "Buenavista del Cobre", con la coordinadora y amiga Josefa Rojas. En uno de los cerros que rodean a esa pequeña ciudad, avizoré otra vez laderas amarillentas y deslavadas, desechos de las entrañas de los cerros vecinos.
Salí de Cananea con el atardecer y tras empinadas pendientes y subidas y bajadas cerriles, algunas llenos de ocotillos y otras de pinos y fresnos, llegué a Imuris de noche, sintiendo que entraba a la zona baja de mi querido estado, cuyo final fue Hermosillo, pueblito sencillo en donde viví, las noches aquellas tan claras y bellas que están siempre en mí.

lunes, 26 de octubre de 2015

Viaje a la sierra sonorense: Parte tres. Jesús García y la música pilareña.

La mañana nos sorprendió con un delicioso sol acompañado de  poca neblina, en Nacozari de García. Salimos a desayunar al mercado, cuyos locales lucían abandonados menos uno, con dos activas señoras. Todo tenían, cómo no, papas con huevos estrellados para el joven, para usté su huevo con mucha verdura. ¿Por qué están abandonados los locales? Están muy caros, oiga. Bueno, a las de al lado les va bien, pero si viera que no está buena su comida.
Desayunamos agusto y encaminé a Emi a su extrañada televisión, y regresé a caminar con más atención el centro. Me encontré con un camión de la basura... donado por Grupo México, como si fuera de lo más natural regalar camiones que debieran ser municipales, organizados por el gobierno local con los impuestos limpiamente administrados por un grupo de  notables erigidos en una colonial institución que llamamos ayuntamiento. Pero me generó rechazo y desconfianza ver que en lugar de impuestos, o quizás además de, donen camiones, limpien las calles, cierren colonias enteras con policías o militares, arreglen los museos históricos y se encarguen además de dotar de mercancías baratas a la población. ¿En cuál siglo vivimos? ¿Será la organización civil y comercial de Nacozari, una premonición de lo que le espera a los pueblos que se dejan invadir y controlar por las compañías mineras? ¿Por eso muchas compañías mineras se la llevan matando y desapareciendo líderes antiminas, con la esperanza de erigirse en las amas y señoras de la región, dueñas de las personas, del agua, del subsuelo, de los terrenos habitables, del aire,  así como en Nacozari?
Shhht, no hablemos de más, se le puede acabar el ingreso al pueblo, y entonces todos sufrimos, nos quedamos sin trabajo y deberemos migrar, así como lo hicieron mis abuelos con mi papá y mi tía chiquitos en los años cuarenta de Pilares. Grave situación que les sucedió, no ser autónomos, no tener otro ingreso que el de la minera. La fiebre de los buenos sueldos, de la bonanza gambusina trasladada a los designios regios de una S.A. de C.V. Si está bien el precio del mineral, abro y contrato gente, les doto de prebendas y levanto un pueblo. Si está mal el precio, tolero huelgas, incluso las auspicio, y si de plano me llega tremenda una caída estrepitosa, pues me voy con todo y maquinaria, que la gente que se queda se las arregle como pueda, al cabo que son libres y pueden trabajar donde sea.
Con el mal gusto de boca me costó tomar fotos de la máquina 501, en pleno proceso de relimpieza y rebrillo, pues el 7 de noviembre habrá un evento para conmemorar el heroico sacrificio de Jesús García, gallardo, altivo y amado por el pueblo que no se destruyó al llevarse a cuesta arriba, el carro de dinamita, y antes de llegar al seis, terminó su vida.
Y luego de leer y fotografiar las placas agradecidas y conmemorativas del pasado, entre ellos del, oh desaparecido y de dolida historia, Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, encontré que también tuvo su detalle el Kansas City Southwestern de México, ganón de la subasta que el expresidente Zedillo realizara de las vías y trenes y lo que encuentren a su paso, en todo el país. Culpable de que ya no podamos viajar baratísimo o confortablemente en tren por todo México. Venta neoliberal que duele y se siente como puñalada todavía, como parte de mi conciencia nacionalista que obedientemente aprendí en mi escuela primaria con mis libros de texto recién estrenados desde la época de López Mateos.
Vaya a ver el museo de Silvestre Rodríguez, me dijo don Constantino Romero, ese sí está abierto. Fui y para llegar me tuve que apoyar en unas niñas que salieron al recreo, de su escuela a una placita lateral, créanmelo, no cercada, abierta al pueblo y al aire. Se va derecho, pasa por un callejón que no es, ni para arriba ni para abajo, luego va a ver una pared blanca, blanca, y enfrente más allá está el museo.
Una casona estilo Nacozari me recibió, brillante, limpia y con unas escaleras bien cuidadas, con un letrero que me indicaba que la secretaría estatal de Cultura había aportado para arreglar y cuidarlo. Vaya, qué bueno.
Entrar fue más triste para mí. Y yo muy obediente a la prohibición oficial de no tomar fotos, ni de las viejas imágenes, ni de las explicaciones. Una sala dedicada a Jesús García, con una foto gigante tomada después de la explosión en el centro de la primera sala, me recibió. Varios poemas sentidos y exquisitos alababan su sacrificio, también pinturas y dibujos le hacían homenaje. Solo de ver cuánto honor le hacen, me terminó de conmover. Si vieras, Jesús García, cómo tienen maniatada y cercada con militares a tu gente y sus descendientes que salvaste, no estarías tan contento. Si vieras que solo extraños se quedan y se van con los mejores empleos, que siguen abriendo las entrañas de tu pueblo, a tal grado que deben desaparecer pueblos aledaños. Si vieras que todo está tan bonito pero de nada son dueños. Y que el gremio ferrocarrilero que tanto te quiso, peleó con su sangre no desaparecer, para terminar deshecho en nombre del libre comercio y el adelgazamiento del estado que mejorarían -a largo plazo, claro- la situación social de los mexicanos. ¡Mentiras!
Pasé a la siguiente sala, dedicada a Silvestre Rodríguez, nacido en Michoacán y llevado por varias partes del país por sus padres, para terminar en la bonanza de Nacozari. Compositor de "La pilareña", entre otros valses e himnos, "incluso de varios más que no se le reconocen pues por falta de recursos económicos no pudo registrar a su nombre y vio con dolor cómo otros se llevaban el crédito". Sé que mis abuelos bailaron en su juventud con las orquestas organizadas por don Silvestre, sé que mi bisabuela gozó con sus amigas de la música en vivo que les alegraba el corazón mientras subían o bajaban por las escaleras de Pilares, que te enamoraron al compás de sus valses, que bailaste jubilosa por muchos días. Lo sé porque mi Mami (abuela paterna) tarareaba las viejas canciones mientras pintaba flores del campo pilareño, agobiada por el calor hermosillense, entre olor de café recién hecho y los perennes chorizos con huevo y tortillas de harina, todo hecho en casa.
¿Podré terminar alguna vez de llorar el pasado de quienes ya se fueron, de llorar sus melancolías, de vivir sus alegrías, de cantar sus canciones, de revivir su primera infancia? Supe que había llegado hasta Nacozari para rendir tributo a su pasado, para decirles desde el corazón que no, no los he olvidado, que sé de dónde fueron tan alegres, tan bailadores, tan musicales. Que sé que tus dolores de cabeza, Mami, eran de tristeza y nostalgia de un tiempo y una vida que nunca retomaste ni regresaste a despedir. Quizá a eso fui, a despedirme de todo por tí, a decirte desde mi corazón que nada es igual, que tu pueblo será destruido, que ni siquiera puedo ir a él sin un salvoconducto, pues estaban sobre una riqueza maldita, Mami, que en su momento no los dejó quedarse en su paraíso.
Salí sin ver bien las escaleras de piedra por las lágrimas, abonadas por las partituras a mano de Silvestre Rodríguez, la vieja mandolina, el piano de dos siglos de antigüedad... Mayela, la amabilísima encargada del museo, me escuchó moquear y no se sorprendió. ¡Cuánta gente habrá visto triste por un tiempo que no regresará!





domingo, 25 de octubre de 2015

Viaje por la sierra sonorense: Parte dos. Nacozari y su gente ¿de quién son?

Ahora sí, hijo. Guarda la cámara y nada de fotos porque esto se está poniendo difícil. Eran las dos y media de la tarde y enfilábamos rumbo a Nacozari. Las suaves pendientes se convirtieron en colinas más escarpadas. Nunca apareció ni un pino, ni un cedro a pesar de que lentamente íbamos subiendo. Parecía que el desierto dominaba hasta en las montañas, o lo más parecido a él, el matorral bajo.
Pasamos por Cumpas y no vi el famoso Moro, inmortalizado en una estatua ecuestre, dicen, a la entrada del pueblo. Me urgía llegar aunque sea para dar un vistazo de día al pueblo minero. El camino estaba excelente, muy bien asfaltado y sin ningún bache, a diferencia de lo que tuve qué sortear entre Mazocahui y Huépac, lo peor entre Baviácora y Huépac.
Mientras manejaba, comimos la botana que compramos en Baviácora, bebimos el agua adquirida en Moctezuma y aspiramos el aire que cada recoveco del camino nos traía, cada vez más liviano y frío.
Recuerdo haber dado vuelta en una curva y ver una bola gigantesca de piedra en la parte superior de un cerro, pegado a la carretera. Los destellos rojizos me decían que entraba en otra parte del estado, riquísima en minerales y de sus respectivos saqueadores desde el siglo antepasado.
Entonces las montañas y sus laderas siguieron siendo rojizos, haciendo más pronunciado el contraste con los verdes matorrales, los infaltables mezquites y el zacatito verde claro que por doquier se asomaba, agradecido de las lluvias otoñales. Pero nada de fotos, estas curvas están de miedo, hijo. Pásame unas papitas mejor, y el té frío empacado con limón.
Lo que más me sorprendió fue la cantidad de camiones de carga que había, de ida y de vuelta, además de pickups oficiales de diversas dependencias federales y estatales. Si los lugareños tenían autos, de seguro estaban estacionados en sus casas o en sus lugares de trabajo. Creo que fui la única turista en muchos kilómetros a la redonda en ese miércoles cualquiera de octubre.
Cerros rojos cortados en sus cumbres, con tierra amarilla apilada en sus laderas me dijeron a lo lejos que ya estaba llegando a Nacozari, además de un mayor tráfico de camiones de carga, vacíos o llenos.
Entré a la derecha, un monumento a un minero con un carrito de rieles lleno de piedras, en formato que por lo menos brillaba como el cobre, me indicó que estaba en el famoso pueblo minero, origen de mi familia paterna y de donde mi padre y abuelos me dejaron incontables y tiernos recuerdos de su infancia, acaecida en un pueblo que ya está abandonado, cerca de ahí, Pilares.
Con la ayuda de las indicaciones de unos muchachos, que otra vez me dicen que se va derecho, al topar con pared da vuelta a la izquierda, sigue hasta encontrar el centro, pude llegar a la plaza principal. Ya el pueblo era de otro tipo, con casas que tenían  tejados de lámina en v estilo gringo o de pueblo donde neva, hace frío y mucha lluvia y casi nada de sol.
El centro era el mismo que recordaba cuando lo visité hace treinta años, con su jardín que enmarcaba una máquina 501, la que corrió por Sonora por eso los garroteros el que no suspira llora.
Dos grandes construcciones con techo en v, forradas de piedra y con grandes porches, albergan uno el museo, el otro el H. Ayuntamiento del pueblo. La cuadra larga que le da aire al centro, tiene además un bello obelisco en donde descansan los restos de Jesús García, un bellísimo kiosko de hierro y metal forjado, lleno de arabescos y dotado de preciosos escalones en redondel y una fuente -vacía- con la escultura metálica (¿cobre, bronce, estaño repujado?)  de unos niños asomados al agua, jugando. ¿Realmente será seguro que jueguen en el agua de cualquier estanque de por ahí?
Me fijé en el edificio que después supe era el museo: "Grupo México rehabilita la Casa de Nacozari". Muchos albañiles, un plástico que impide la salida de los polvos de la construcción, movimiento.
Fui a buscar a un pariente lejano, no está, me dijeron en la presidencia. Lo ubiqué y platicamos rápido, yo quería conocer a sus padres. No se puede ir hasta su colonia, me indicó, hay varios retenes para llegar y no vas a poder pasar. Sí, retenes militares o policíacos, nunca supe bien, cercan las colonias aledañas a la mina,  muy cerca ya del pueblo.
Fui a un hotelito que me indicaron sería apropiado para nosotros, me perdí en cuadra y media pues las indicaciones otra vez fueron vagas y referidas a elementos que yo no reconocía, claro que sin decirme nombre de las calles, pues casi nadie se las sabe.
Allá abajo está el cronista del pueblo, puede ir a visitarlo, me dijeron, ojalá y la pueda atender, a veces se pone malito.
Dejé a Emiliano emocionado por cambiar de posición corporal frente a una tv con cable, y me fui a platicar con el cronista, que resultó ser el presidente municipal que andaba buscando, que entrevisté cuando fui a Nacozari a una huelga en 1983, don Constantino Romero. En ese entonces él se acordaba de mi papá, de mi familia, me dio bastantes datos y me comentó incluso de una huelga acaecida en 1978.
De nada de eso de acordaba, ni siquiera de mí. Ni de la huelga del 1983, ni de la 1978, ni de mi papá. Si recordaba que había sido presidente municipal en ese entonces, y regidor muchas veces más.
¿Hay alguna publicación que precise los acontecimientos históricos recientes de Nacozari? Tengo textos, me dijo, una cronología. ¿Y fotos? Están en resguardo con el Grupo México, encargado de remozar nuestro museo. ¿Y quién me puede platicar de la huelga en donde yo reporteé? No creo que gente del sindicato o de la mina, pues tienen miedo, los que se puedan llegar a acordar. De la que sí se acordaba era de la huelga del 68, ¿no será de esa que se refiere?, que duró dos años, protagonizada por Cota Sáenz, comunista de Cananea. Al final, agarraron a los revoltosos, se los llevaron y apenas así se pudo terminar la huelga que le dejó mucho daño al pueblo. Desde entonces, me dijo, la minera (Grupo México) ya no contrata como mineros a gente de aquí.
Pero ha puesto tiendas, le alegaron su esposa e hija, y son tiendas que están dondequiera, mucho más baratas que Soriana y Santa Fé. Hasta aceptan como pago los vales que les dan a los mineros.
¿Qué memoria puede tener un pueblo cuando su historia y los papeles que la recuerdan están en manos de la compañía que le da empleo a la mayoría de los fuereños, y es la que extrae millones de dólares al año de mineral para cubrir la necesidad mundial de cableado y electrificación?
Resultó que una prima de la esposa de don Constantitno, está casada con un medio tío segundo mío. Su cara se dulcificó y casi nos sentíamos parientes. ¿Por qué no nos avisó con tiempo que venía?, me dijo mientras apoyaba a su esposo con los recuerdos y comentarios.
Comentó que cuando fue encargada del DIF, abrió un CAM (escuela para niños con necesidades de educación especial) en Nacozari y que batallaron mucho para sacar a los niños de sus casas y convencer a las familias para que los llevaran a la escuela. Ese CAM, me dijo, tiene cerrado año y medio y los niños especiales se quedaron sin atención. Claro que platiqué mi situación en relación con Emiliano, lo que he vivido y los logros que hemos tenido.
Con mucha pena empecé a bostezar y sentir el peso de los más de mil metros de altura, así como las siete horas de camino y me fui a descansar, no sin recibir las buenas vibras, las risas y recuerdos que se volvieron personales con esta familia adorable. Cuando salí, cerré mi chamarra hasta el cuello. Volteé hacia arriba y ellos me despidieron en mangas de camiseta: lo que es vivir en el paraíso climático, pensé. 
 Hubiera querido una chimenea como la que construyeron mis abuelos en su casa de Hermosillo,  pues no se me quitó el frío en toda esa noche.





sábado, 24 de octubre de 2015

Viaje por la sierra sonorense: Parte Uno. Despertar de mi regionalismo.

Fue un repaso de los caminos frecuentados de niña, cuando Sonora se me hacía chico y grande a la vez. Fue un despertar del regionalismo, una cercanía a  mis orígenes, una necesidad viva, apremiante, de oler ese aire puro, ver las montañas suaves y caminar esos rumbos que recorrí en la semiinconciencia cuando mi Papi manejaba, mi papá manejaba, don Norman Krekler manejaba, el chofer del autobús manejaba, y yo usaba las lejanías para descansar de los conflictos familiares, de las rutinas laborales, de las escuelas que muchas veces me daban tiempo de más, entre vacaciones y puentes y huelgas.
Treinta años hacía que yo no recorría los caminos de la sierra sonorense, aunque me llegaban hasta Querétaro noticias escalofriantes, como el derrame del vertedero de la presa de Cananea y sus nefastas consecuencias en el Río Sonora.
Me adentré al camino rumbo a Ures y la función de los recuerdos no fue necesaria, pues todo estaba igual como hacía treinta, cincuenta años, quizá con el agregado de las televisiones de pantalla plana y los anuncios de telcel en los restaurantes del camino.
Se sirven los mismos menudos, pozoles y tacos de carne machaca. El mismo café y se venden los mismos coricos, coyotas y jamoncillos. La gente es igual de amable y platicadora que como la recordaba tristemente cuando, ay, trataba de trabar comunicación con ALGUIEN en el atestado e indiferente metro defeño.
Es cierto, las muchachas y mujeres siguen siendo bonitas, también los hombres, qué diré, hombrones con los que tropezaba cada rato en mi camino al carro. Dios mío, dirían mis amigas queretanas, ¿por qué me hiciste mujer?
Transité por el camino a Mazocahui,  unos cerros impresionantes nublaron mi atención y mi apremio hacia ellos, allá mijito, toma esas montañas, ¿las ves? traen un río abajo, alamos a los lados, ahí se ve un poco soleado, así Emiliano, muy bien. Y me fui de paso... Emiliano estrenó por su cuenta mi cámara y andaba maravillado con ella una vez que aprendió a usarla. Y yo maravillada con su asombro, asombrada con su descubierto gusto por ver en dos dimensiones el objeto de su preferencia: señales de curva, unas piedras, ramas, chiles puestos a secar, vacas, potrillos con sus madres, un sonriente muchacho desde un segundo piso de madera...
Dicen que  no existen las casualidades, ¿será? Llegué a Baviácora, recordé el puente y la entrada al pueblo, que me pareció pequeña... Ahí recordé el verano de 1976 cuando acompañé a Mindita, mi querida tía, a sus prácticas de servicio social que realizó por conducto de la SARH. Me encantó que todos los pueblos de la ruta del río Sonora registren en su señal metálica su nombre y fecha de fundación, todos alrededor de 1600... Me gustó la carretera curveada, con pocos baches, cosa que en cada pueblo me lo recordaba el letrero de que el gobierno federal había rehabilitado 1315 km de caminos locales. ¿Será que les duele la conciencia de ver cómo se deterioran los bienes naturales (pozos, tierras de cultivo, personas) merced a los desafortunados escurrimientos mineros? ¿Que no hallaban qué hacer para paliar tamaño desastre ecológico y lo primero que se les ocurrió fue arreglarles las carreteras?
En Baviácora me detuve a tomar fotos, y un señor de edad corrió, pese a su cojera, gritándome de lejos, para ofrecerme salsa de chiltepín y miel pura de abeja, de una mesita que tenía al otro lado de la calle principal. Era tal su insistencia que no pude seguirlo viendo: no podía gastar en comida un dinero que no sabía si me alcanzaría o no para el viaje que tenía planeado. Emiliano se asustó y se encerró en el carro, yo lo tranquilicé al tiempo que le suplicaba me abriera, mientras el señor seguía insistiendo.
Lllegamos a Huépac, que había propagandizado en todo el camino unas carreras parejeras de caballos, con pósters estilo grupos norteños, muy coloridos, lástima que hacía una semana se habían llevado a cabo... Pero algo me dijo que , además de tomar fotos y descansar mis ojos en los increíbles paisajes que la afectada tierra me ofrecía, debía revisar el mapa. Según mi poca lógica mapística, si seguía derecho, llegaría a Moctezuma para torcer hacia mi primer destino. El mapa me dijo que estaba lejos de donde quería llegar, que si seguía derecho llegaría hasta Cananea...
Regresé más apurada que cuando salí, ya era la una de la tarde y la carretera mojada me anunciaba que las estupendas nubes blancas y grises habían dejado su cargamento mientras yo me alejaba al norte... Me tocó un poco de lluvia fresca y el pavimento ligeramente húmedo, sin quererse secar pues en la sierra no pega el sol, no se seca todo en la primera hora, llueve ligerito seguido y la gente anda más en la calle.
Al regresar a Mazocahui (tierra del famoso ladrillo rojo, grande, resistente y de extremada dureza) me di cuenta que por estar viendo los cerros entre las nubes, no vi el letrero que desviaba hacia Moctezuma, puerta de entrada para el segundo camino que abre al norte entre la sierra sonorense.
En el camino que sí dio más curvas y subidas y bajadas, avizoramos otro río, muchas veces habitado, ahora sí, por vacas que tranquilamente hacían lo que saben hacer. Me detuve para dar raite a una pareja de personas locales que iban a Moctezuma, y su susto fue mayúsculo cuando paré el carro a media carretera, que estaba vacía, para tomar una rápida foto de la visión que teníamos del pueblo entre las montañas. ¿Por qué no ponen miradores en los lugares que abarcan esplendorosamente panoramas épicos y poco comunes? Turismo estatal debería sacar mejor provecho de esos panoramas grandiosos que todos los turistas queremos mantener en nuestras cámaras, tomarnos la selfie obligada, o la parejera, o la grupera.
Pero nada de eso se podía hacer, las caras de los serranos manifestaban asombro y preocupación, habían cambiado radicalmente de opinión cuando al principio alababan mi pericia para atacar las curvas, "y eso que es mujer". Bueno, me dije, es hora de continuar el camino, no vaya a ser que se quieran bajar a media carretera.
Llegamos a Moctezuma y ahí empecé a conocer el lenguaje de los serranos: se va más allá, se da vuelta donde está la curvita, va a encontrar tierra y una casa blanca, más allá luego no se va a dar vuelta, sino antes... Mejor me llevaron a la salida del pueblo, ahí amablemente me dejaron y se regresaron al centro de su poblado. ¿Que si a qué nos dedicamos? A trabajar en los ranchos. ¿Qué hay en los ranchos? Vacas, caballos, siembra... La gasolinera tenía una tienda que en su interior guardaba un apartadito de farmacia, otro de ferretería, exhibía unas preciosas tehuas de números mayores a mi pie, y la nevera de las nieves Holanda, vacía: "tiene varias semanas que no vienen a surtirnos". Pero sí tenían coyotas, jamoncillos, cocadas, pan Bimbo, Cocacolas, cervezas comerciales y chicles.
Salimos luego al baño y la niña jubilosa nos cobraba, creo que éramos los primeros clientes que ella y su mamá veían en el día. Un letrero a un lado de la gasolinera me advirtió que no dejara ahí el carro todo el día.
Entonces nos enfilamos hacia Nacozari. La carretera estaba mejor que la de Hermosillo-Kino.




viernes, 16 de octubre de 2015

Viento

Un viento insistente
me aleja del mar
deja de buscar, me dice
agita las olas desesperadas
de dejar su espuma en la arena
y regresar.

Nada puede contra mí
solo debes anclarte y esperar, agrega,
quizá mañana se calme el impulso
retome su paz la marea
o quizó zozobre los barcos
y en las profundidades                       


haga renacer la vida
como si fuera
el primer día.

Un atardecer solo para mí
pájaros luchando contra el viento
buscan refugio en las rocas
pájaros huyendo de los perros
y yo observo un atardecer
detrás de un alambre de púas
solo para mí.