domingo, 22 de noviembre de 2015

A pedacitos

Cuando vives tu vida
a pedacitos
no hay recuerdos que arrastren fotos
cada hora persiste repetida
el clamor de lo perdido no lo escucho

Cuanto cantas tu vida
despacito
se encienden las luces solo a tu paso
decir nadie es decir quien
un suspiro no atrae las miradas
te fuiste y sola se quedó tu silla
quizá yo la levante por tí

Cuando sueñas tu vida
en un instante
los rezos no son suficientes
alguien encendió una vela en tu tumba
y solo fui yo
y solo fui yo

Las piedras lisas

Las piedras lisas
tornan aristas en brillos
lentas en su caminar al fondo
se enseñan y sonríen
tocadas por el agua 
olas que lamen    restos de volcán

Las piedras lisas
deshacen las más falsas sonrisas
candorosas reciben los pasos
absorben viento mientras
     poco a poco
entregan su polvo
a cambio de
      un poco de cielo

viernes, 20 de noviembre de 2015

Los hombres solos

"So give me all the love I see in your timid eyes
but give it gently
Please".
Rod McKuen

Los hombres solos
buscan sonrisas entre la arena
bullen codiciosos del tiempo ajeno
se cocinan películas

Los hombres solos 
encaminan recuerdos
hasta la entrada de las casas
enarbolan banderas que
    son esos brazos
cantan cuando todos cantan
y no duermen hasta que
     un ángel negro les agita las alas

Quisieran beberse todas las chimeneas
       habitar las más amplias caderas
negarle vacaciones a la rutina
recibir lágrimas como regalos
enfermar con trastes y té incluidos

Los hombres solos
espían los balcones
      aman cuando otros lo hacen
olvidan los cumpleaños
       de nadie
ordenan sin orden las macetas y los discos
construyen con palitos
     un muro de sueños

Cuando una mujer solitaria
se acerca a un hombre solo
sonríe para evitar vacíos
una densa nube le impide pensar
el corazón se le agita de miedo y lástima

Ella busca hombres enteros
        mitad humanos     mitad animales
solitarios sin ser nunca solos
pues la tristeza aburre
la necesidad atolondra
la exigencia se vende
y no habrá fuerza con dientes
capaz
de desalojar de su palacio
a los instalados hombres solos
de una mujer solitaria

jueves, 12 de noviembre de 2015

No me busquen qué hacer

No me busquen qué hacer
sé que les puede molestar
que pase horas observando las palmeras
dibujando metáforas
haya creado una rutina de caminar sin rumbo fijo
independientemente de que haya luces
espectaculares o no
                                                                                                    


He decidido ser productiva
de ideas
mezclar palabras y dibujos
sin ganancia alguna
mirar la misma isla
gozar siempre el vuelo
de las gaviotas depredadoras
y no lamentar la suerte ingrata de los perros

Yo lo sabía
dejar la tele era entrar a la melancolía
de las tardes
hacer mucho sin significar nada me llenaba el día
las cosas se amontonaban sin arreglar
los asuntos tan urgentes terminaban
siempre en el cesto de la basura
el encierro me provocaba
ganas de salir gritando

Y salí despavorida
me seguían la rutina y la flacidez
llorando
llegué a donde siempre quise estar
y estoy con una tristeza muy mía
no aderezada con clases de ningún tipo
ni reuniones absurdas ni
coloquios fantasmas

Por eso les pido
por favor
que no me busquen
inútilmente
cosas qué hacer
quizá las quieran hacer ustedes
o les moleste
que ahora vuele en círculos
y termine tan contenta

Si no hiciera frío en el mar

Si no hubiera viento en el mar
estaría tirada en la arena
pensando en tí y en lo que te falta
lo que podrías ser y no eres
lo que no fui para tí
y en lo que tienen de espesos mis pasos
que rompen luces y
no van a ninguna parte

Si no hiciera frío en el mar
me hundiría en sus fauces
sin más pelea que la mía
sin ilusión de salir a flote
pero es tarde
sólo cayó el sol sin aspavientos
y tú estás
sin mí
y con frío


Si no hubiera lluvia en el mar
caminaría por sus olas
desplegaría mis alas de marina tensa
convertiría tus labios
     en barco en dónde renacer mi sed
pero no hay más que lágrinas
una cortina de velas apagadas
      nubla el camino
hacia mi puerto vestido de andrajos
nadie dijo que sería imposible
la eternidad en un hijo
      sin tí
 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Réquiem de unísonos

Atardecer en Arizona. (c) AGS .2013.
Enamorarse y desenamorarse
están en el mismo tono
de un audaz concierto
los graves acompañan
                    a un placer quisquilloso
presto debió ser después
de un adagio de cuerdas
                     de lenguas
la sonata se instaló en un abrazo
de los cuerpos penetrados
                     mansamente

Se reúnen los instrumentos
     en un denso finale
que ilumina con su estruendo
               velas     sudor    ósmosis
para quedar temblorosos deseando
siempre sonar así
 
Mas en todo evento
de humanos
el drama aparece
queriendo tener su espacio
réquiem de unísonos
la muerte encuentra lugar
cambia todo para reinar
resuena potente su poderío
la vida palpita desde su ciclo
los vivos lloran su victoria
lo perdido goza su tumba
y una melodía suave
espera estar sola
para vibrar de nuevo

jueves, 5 de noviembre de 2015

Banquete marino











Caracolas en tu cabello
olas de tu playa a la mía
(conchas humedecidas)
un tiempo sin aire
donde tú ni yo existimos
solo el deseo submarino
y mi vida detenida
 al compás
de un barco llamado lujuria

Fue la tormenta
o quizás la arena invadiendo
      cada resquicio de la roca
algo sonó en el ulular espumeante
       tu voz arquea la nube rosa
       tu voz invita palabras
       de un mar tranquilo sin tiempo ni sol
voz sedienta de paz
voz salina de picos agitados
marea de sombras y piel
tómame como si te hundieras
bucea en este mar
       que suena a sal
       que se mueve en lunas
que te espera como si
nunca se hubiese quedado sola

sábado, 31 de octubre de 2015

Vacío

Luna llena rumbo al estero en Bahía de Kino, México. (c) AGS

Todo es algo trastocado
toco algo y no es vacío
aunque nada encuentre
 busco todo 
 y
de nada me lleno.

martes, 27 de octubre de 2015

Viaje a la sierra sonorense: Cuarta y última. Dinosaurios, rayos gama inesperados y una Cananea familiar.

Me fui para el Agua Prieta a ver si me conocían... Me dijeron que era más rápido llegar a Cananea por Agua Prieta, así que la casualidad, causalidad, se hizo presente. No extrañaría recorrer el camino del río Sonora pues mi afortunada equivocación ya me había llevado por allá. A la salida de Nacozari una cuadrilla arreglaba con fruición los rieles del ferrocarril, puestos quizá en su primer momento en la época exportadora de Porfirio Díaz, ya un siglo atrás. Seguí viendo más en todo el trayecto, la vía férrea remozada y aceitadita para que rápido siguieran sacando los minerales del país,  para eso la pusieron desde antes, pues.
Atardecer rumbo a Ímuris.Emiliano Rangel St.Clair, fotografía.
Nos siguieron acompañando en el mejor camino de Sonora los camiones de carga, de ida y de vuelta. Al tiempo que subíamos y bajabamos suaves pendientes en torcidas curvas, los cerros  se fueron alejando a la derecha e izquierda y dejaban lugar a planicies que me recordaban las pinturas y fotos del famoso oeste americano, pensé en que la tierra era la misma, que la frontera México-USA era una línea imaginaria solamente. Los imaginé llenos de manadas de búfalos. Llegamos a Fronteras y la denominación que pusieron en su letrero acrecentó más mi imaginación: "Tierra de dinosaurios", entonces les agregué mamuts, tigres dientes de sable y osos gigantes de larguísimas garras. Supongo que dentro del pueblo tienen su museo, que será interesantísimo conocer en otra ocasión que circule por ahí.
En cada pueblito había, entre otros productos, en venta directa al público, ristras de chile colorado,  y vi calabazas gigantes como las que hervía mi Mami con piloncillo para dárselas a mis tías, papá, Papi y a mí, ¿con leche o sin leche? en platitos de postre, por favor quiero mas. O pintadas por mi Mami: un cuadro de una calabaza gigante estuvo en la casa de mis papás durante toda mi infancia y ocupa ahora un lugar preponderante en la sala de mi casa. Y los pastizales brillaban en diversas tonalidades de verde, desde el oscuro hasta el limón, cuando ya se estaban empezando a secar. Seguíamos en la misma altura, transitando durante dos horas por una bella meseta, dejando atrás por fin la vegetación espinosa y cactácea. Mira, hijo, los campos... no mamá, yo quiero fotografiar vacas y caballos. Tómale a esos cerros, cuida de que no se te atraviese el espejo o la ventana. Rápidamente Emiliano se fue haciendo más diestro con la cámara, aunque no se dejaba dirigir  por mi, su foco de atención era diferente que el mío. ¡Mira las calabazas! Mejor la gasolinera, mamá, está más bonita.
Un letrero me avisa que habrá retén militar y que nos estamos acercando a la frontera con EUA. Me ubico entre dos camiones de carga en una fila, pero no hay nadie que revise. Los sigo y al salir, un militar me hace desesperadas señas. Me le acerco y me dice que si no estoy enferma del corazón, claro que sí, se me sube a veces la presión, pues le pueden haber hecho daño los rayos, ¿cuáles? los rayos gamma con los que se escanean los camiones. ¿Qué afectan el corazón? Nomás si tiene marcapasos ¿tiene marcapasos? ¡No! , pero ¿qué tal si lo hubiera tenido? ¿Por qué no avisan antes de pasar? Usted no es de aquí, ¿verdad? Porque todo los que son de aquí saben que por ahí no pasan. (Otra señal palpable del poco turismo recreacional que hay por allá, tan bello y limpio que está el cielo, el aire, la tierra, así como el carácter de los serranos).
¡No! Soy turista... deberían tener un letrero antes, o de perdida ubicar a uno de ustedes antes para avisar. Ay señora, si con trabajos compraron ese escaneador, nos van a andar poniendo letreros. Pensé en los millones de dólares que, según las investigaciones publicadas por NatGeo, entran diariamente por la vía terrestre de drogas a EUA a México, que  todos sabemos que están arreglados con los militares, para qué tanto gasto si de todas maneras dejan pasar lo acordado. Pero fui prudente y no dije nada.
Mi coraje iba en aumento, y el joven militar recuperó su gallardía y dejó la cara de niño apenado y me hizo bajar del carro, revisó la cajuela mientras me miraba de reojo, creo que para ver si no me desvanecía o algo parecido. Me fui asustada pendiente de mis latidos, aunque al final el muchacho me dijo que no me tocaron rayos gama, mire, cuando pasa un camión grande se apaga la luz anaranjada, ahí pasó usted.
Llegué rápido a Agua Prieta y en pocos kilómetros más de una carretera de doble carril llegué a Cananea. Mi tía abuela María Eva me estaba esperando con la mesa puesta estilo mis abuelos, con una tele y su respectivo control para Emiliano y muchas memorias que entretejimos de mis abuelos, mi papá, el devenir de sus hijos, nietos. Me sentí en familia otra vez, en su casa ubicada en el inicio de un barranco de laderas verdísimas, con casas que me recordaron a las de ambos lados de la frontera en San Luis Río Colorado,  Mexicali,  Yuma, Nogales. Casas de techo plano, con cercos bajos y muchos trebejos de cartón o metal en sus patios.
Después me condujo mi primo a dejar libros míos a la biblioteca pública "Buenavista del Cobre", con la coordinadora y amiga Josefa Rojas. En uno de los cerros que rodean a esa pequeña ciudad, avizoré otra vez laderas amarillentas y deslavadas, desechos de las entrañas de los cerros vecinos.
Salí de Cananea con el atardecer y tras empinadas pendientes y subidas y bajadas cerriles, algunas llenos de ocotillos y otras de pinos y fresnos, llegué a Imuris de noche, sintiendo que entraba a la zona baja de mi querido estado, cuyo final fue Hermosillo, pueblito sencillo en donde viví, las noches aquellas tan claras y bellas que están siempre en mí.

lunes, 26 de octubre de 2015

Viaje a la sierra sonorense: Parte tres. Jesús García y la música pilareña.

La mañana nos sorprendió con un delicioso sol acompañado de  poca neblina, en Nacozari de García. Salimos a desayunar al mercado, cuyos locales lucían abandonados menos uno, con dos activas señoras. Todo tenían, cómo no, papas con huevos estrellados para el joven, para usté su huevo con mucha verdura. ¿Por qué están abandonados los locales? Están muy caros, oiga. Bueno, a las de al lado les va bien, pero si viera que no está buena su comida.
Desayunamos agusto y encaminé a Emi a su extrañada televisión, y regresé a caminar con más atención el centro. Me encontré con un camión de la basura... donado por Grupo México, como si fuera de lo más natural regalar camiones que debieran ser municipales, organizados por el gobierno local con los impuestos limpiamente administrados por un grupo de  notables erigidos en una colonial institución que llamamos ayuntamiento. Pero me generó rechazo y desconfianza ver que en lugar de impuestos, o quizás además de, donen camiones, limpien las calles, cierren colonias enteras con policías o militares, arreglen los museos históricos y se encarguen además de dotar de mercancías baratas a la población. ¿En cuál siglo vivimos? ¿Será la organización civil y comercial de Nacozari, una premonición de lo que le espera a los pueblos que se dejan invadir y controlar por las compañías mineras? ¿Por eso muchas compañías mineras se la llevan matando y desapareciendo líderes antiminas, con la esperanza de erigirse en las amas y señoras de la región, dueñas de las personas, del agua, del subsuelo, de los terrenos habitables, del aire,  así como en Nacozari?
Shhht, no hablemos de más, se le puede acabar el ingreso al pueblo, y entonces todos sufrimos, nos quedamos sin trabajo y deberemos migrar, así como lo hicieron mis abuelos con mi papá y mi tía chiquitos en los años cuarenta de Pilares. Grave situación que les sucedió, no ser autónomos, no tener otro ingreso que el de la minera. La fiebre de los buenos sueldos, de la bonanza gambusina trasladada a los designios regios de una S.A. de C.V. Si está bien el precio del mineral, abro y contrato gente, les doto de prebendas y levanto un pueblo. Si está mal el precio, tolero huelgas, incluso las auspicio, y si de plano me llega tremenda una caída estrepitosa, pues me voy con todo y maquinaria, que la gente que se queda se las arregle como pueda, al cabo que son libres y pueden trabajar donde sea.
Con el mal gusto de boca me costó tomar fotos de la máquina 501, en pleno proceso de relimpieza y rebrillo, pues el 7 de noviembre habrá un evento para conmemorar el heroico sacrificio de Jesús García, gallardo, altivo y amado por el pueblo que no se destruyó al llevarse a cuesta arriba, el carro de dinamita, y antes de llegar al seis, terminó su vida.
Y luego de leer y fotografiar las placas agradecidas y conmemorativas del pasado, entre ellos del, oh desaparecido y de dolida historia, Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, encontré que también tuvo su detalle el Kansas City Southwestern de México, ganón de la subasta que el expresidente Zedillo realizara de las vías y trenes y lo que encuentren a su paso, en todo el país. Culpable de que ya no podamos viajar baratísimo o confortablemente en tren por todo México. Venta neoliberal que duele y se siente como puñalada todavía, como parte de mi conciencia nacionalista que obedientemente aprendí en mi escuela primaria con mis libros de texto recién estrenados desde la época de López Mateos.
Vaya a ver el museo de Silvestre Rodríguez, me dijo don Constantino Romero, ese sí está abierto. Fui y para llegar me tuve que apoyar en unas niñas que salieron al recreo, de su escuela a una placita lateral, créanmelo, no cercada, abierta al pueblo y al aire. Se va derecho, pasa por un callejón que no es, ni para arriba ni para abajo, luego va a ver una pared blanca, blanca, y enfrente más allá está el museo.
Una casona estilo Nacozari me recibió, brillante, limpia y con unas escaleras bien cuidadas, con un letrero que me indicaba que la secretaría estatal de Cultura había aportado para arreglar y cuidarlo. Vaya, qué bueno.
Entrar fue más triste para mí. Y yo muy obediente a la prohibición oficial de no tomar fotos, ni de las viejas imágenes, ni de las explicaciones. Una sala dedicada a Jesús García, con una foto gigante tomada después de la explosión en el centro de la primera sala, me recibió. Varios poemas sentidos y exquisitos alababan su sacrificio, también pinturas y dibujos le hacían homenaje. Solo de ver cuánto honor le hacen, me terminó de conmover. Si vieras, Jesús García, cómo tienen maniatada y cercada con militares a tu gente y sus descendientes que salvaste, no estarías tan contento. Si vieras que solo extraños se quedan y se van con los mejores empleos, que siguen abriendo las entrañas de tu pueblo, a tal grado que deben desaparecer pueblos aledaños. Si vieras que todo está tan bonito pero de nada son dueños. Y que el gremio ferrocarrilero que tanto te quiso, peleó con su sangre no desaparecer, para terminar deshecho en nombre del libre comercio y el adelgazamiento del estado que mejorarían -a largo plazo, claro- la situación social de los mexicanos. ¡Mentiras!
Pasé a la siguiente sala, dedicada a Silvestre Rodríguez, nacido en Michoacán y llevado por varias partes del país por sus padres, para terminar en la bonanza de Nacozari. Compositor de "La pilareña", entre otros valses e himnos, "incluso de varios más que no se le reconocen pues por falta de recursos económicos no pudo registrar a su nombre y vio con dolor cómo otros se llevaban el crédito". Sé que mis abuelos bailaron en su juventud con las orquestas organizadas por don Silvestre, sé que mi bisabuela gozó con sus amigas de la música en vivo que les alegraba el corazón mientras subían o bajaban por las escaleras de Pilares, que te enamoraron al compás de sus valses, que bailaste jubilosa por muchos días. Lo sé porque mi Mami (abuela paterna) tarareaba las viejas canciones mientras pintaba flores del campo pilareño, agobiada por el calor hermosillense, entre olor de café recién hecho y los perennes chorizos con huevo y tortillas de harina, todo hecho en casa.
¿Podré terminar alguna vez de llorar el pasado de quienes ya se fueron, de llorar sus melancolías, de vivir sus alegrías, de cantar sus canciones, de revivir su primera infancia? Supe que había llegado hasta Nacozari para rendir tributo a su pasado, para decirles desde el corazón que no, no los he olvidado, que sé de dónde fueron tan alegres, tan bailadores, tan musicales. Que sé que tus dolores de cabeza, Mami, eran de tristeza y nostalgia de un tiempo y una vida que nunca retomaste ni regresaste a despedir. Quizá a eso fui, a despedirme de todo por tí, a decirte desde mi corazón que nada es igual, que tu pueblo será destruido, que ni siquiera puedo ir a él sin un salvoconducto, pues estaban sobre una riqueza maldita, Mami, que en su momento no los dejó quedarse en su paraíso.
Salí sin ver bien las escaleras de piedra por las lágrimas, abonadas por las partituras a mano de Silvestre Rodríguez, la vieja mandolina, el piano de dos siglos de antigüedad... Mayela, la amabilísima encargada del museo, me escuchó moquear y no se sorprendió. ¡Cuánta gente habrá visto triste por un tiempo que no regresará!





domingo, 25 de octubre de 2015

Viaje por la sierra sonorense: Parte dos. Nacozari y su gente ¿de quién son?

Ahora sí, hijo. Guarda la cámara y nada de fotos porque esto se está poniendo difícil. Eran las dos y media de la tarde y enfilábamos rumbo a Nacozari. Las suaves pendientes se convirtieron en colinas más escarpadas. Nunca apareció ni un pino, ni un cedro a pesar de que lentamente íbamos subiendo. Parecía que el desierto dominaba hasta en las montañas, o lo más parecido a él, el matorral bajo.
Pasamos por Cumpas y no vi el famoso Moro, inmortalizado en una estatua ecuestre, dicen, a la entrada del pueblo. Me urgía llegar aunque sea para dar un vistazo de día al pueblo minero. El camino estaba excelente, muy bien asfaltado y sin ningún bache, a diferencia de lo que tuve qué sortear entre Mazocahui y Huépac, lo peor entre Baviácora y Huépac.
Mientras manejaba, comimos la botana que compramos en Baviácora, bebimos el agua adquirida en Moctezuma y aspiramos el aire que cada recoveco del camino nos traía, cada vez más liviano y frío.
Recuerdo haber dado vuelta en una curva y ver una bola gigantesca de piedra en la parte superior de un cerro, pegado a la carretera. Los destellos rojizos me decían que entraba en otra parte del estado, riquísima en minerales y de sus respectivos saqueadores desde el siglo antepasado.
Entonces las montañas y sus laderas siguieron siendo rojizos, haciendo más pronunciado el contraste con los verdes matorrales, los infaltables mezquites y el zacatito verde claro que por doquier se asomaba, agradecido de las lluvias otoñales. Pero nada de fotos, estas curvas están de miedo, hijo. Pásame unas papitas mejor, y el té frío empacado con limón.
Lo que más me sorprendió fue la cantidad de camiones de carga que había, de ida y de vuelta, además de pickups oficiales de diversas dependencias federales y estatales. Si los lugareños tenían autos, de seguro estaban estacionados en sus casas o en sus lugares de trabajo. Creo que fui la única turista en muchos kilómetros a la redonda en ese miércoles cualquiera de octubre.
Cerros rojos cortados en sus cumbres, con tierra amarilla apilada en sus laderas me dijeron a lo lejos que ya estaba llegando a Nacozari, además de un mayor tráfico de camiones de carga, vacíos o llenos.
Entré a la derecha, un monumento a un minero con un carrito de rieles lleno de piedras, en formato que por lo menos brillaba como el cobre, me indicó que estaba en el famoso pueblo minero, origen de mi familia paterna y de donde mi padre y abuelos me dejaron incontables y tiernos recuerdos de su infancia, acaecida en un pueblo que ya está abandonado, cerca de ahí, Pilares.
Con la ayuda de las indicaciones de unos muchachos, que otra vez me dicen que se va derecho, al topar con pared da vuelta a la izquierda, sigue hasta encontrar el centro, pude llegar a la plaza principal. Ya el pueblo era de otro tipo, con casas que tenían  tejados de lámina en v estilo gringo o de pueblo donde neva, hace frío y mucha lluvia y casi nada de sol.
El centro era el mismo que recordaba cuando lo visité hace treinta años, con su jardín que enmarcaba una máquina 501, la que corrió por Sonora por eso los garroteros el que no suspira llora.
Dos grandes construcciones con techo en v, forradas de piedra y con grandes porches, albergan uno el museo, el otro el H. Ayuntamiento del pueblo. La cuadra larga que le da aire al centro, tiene además un bello obelisco en donde descansan los restos de Jesús García, un bellísimo kiosko de hierro y metal forjado, lleno de arabescos y dotado de preciosos escalones en redondel y una fuente -vacía- con la escultura metálica (¿cobre, bronce, estaño repujado?)  de unos niños asomados al agua, jugando. ¿Realmente será seguro que jueguen en el agua de cualquier estanque de por ahí?
Me fijé en el edificio que después supe era el museo: "Grupo México rehabilita la Casa de Nacozari". Muchos albañiles, un plástico que impide la salida de los polvos de la construcción, movimiento.
Fui a buscar a un pariente lejano, no está, me dijeron en la presidencia. Lo ubiqué y platicamos rápido, yo quería conocer a sus padres. No se puede ir hasta su colonia, me indicó, hay varios retenes para llegar y no vas a poder pasar. Sí, retenes militares o policíacos, nunca supe bien, cercan las colonias aledañas a la mina,  muy cerca ya del pueblo.
Fui a un hotelito que me indicaron sería apropiado para nosotros, me perdí en cuadra y media pues las indicaciones otra vez fueron vagas y referidas a elementos que yo no reconocía, claro que sin decirme nombre de las calles, pues casi nadie se las sabe.
Allá abajo está el cronista del pueblo, puede ir a visitarlo, me dijeron, ojalá y la pueda atender, a veces se pone malito.
Dejé a Emiliano emocionado por cambiar de posición corporal frente a una tv con cable, y me fui a platicar con el cronista, que resultó ser el presidente municipal que andaba buscando, que entrevisté cuando fui a Nacozari a una huelga en 1983, don Constantino Romero. En ese entonces él se acordaba de mi papá, de mi familia, me dio bastantes datos y me comentó incluso de una huelga acaecida en 1978.
De nada de eso de acordaba, ni siquiera de mí. Ni de la huelga del 1983, ni de la 1978, ni de mi papá. Si recordaba que había sido presidente municipal en ese entonces, y regidor muchas veces más.
¿Hay alguna publicación que precise los acontecimientos históricos recientes de Nacozari? Tengo textos, me dijo, una cronología. ¿Y fotos? Están en resguardo con el Grupo México, encargado de remozar nuestro museo. ¿Y quién me puede platicar de la huelga en donde yo reporteé? No creo que gente del sindicato o de la mina, pues tienen miedo, los que se puedan llegar a acordar. De la que sí se acordaba era de la huelga del 68, ¿no será de esa que se refiere?, que duró dos años, protagonizada por Cota Sáenz, comunista de Cananea. Al final, agarraron a los revoltosos, se los llevaron y apenas así se pudo terminar la huelga que le dejó mucho daño al pueblo. Desde entonces, me dijo, la minera (Grupo México) ya no contrata como mineros a gente de aquí.
Pero ha puesto tiendas, le alegaron su esposa e hija, y son tiendas que están dondequiera, mucho más baratas que Soriana y Santa Fé. Hasta aceptan como pago los vales que les dan a los mineros.
¿Qué memoria puede tener un pueblo cuando su historia y los papeles que la recuerdan están en manos de la compañía que le da empleo a la mayoría de los fuereños, y es la que extrae millones de dólares al año de mineral para cubrir la necesidad mundial de cableado y electrificación?
Resultó que una prima de la esposa de don Constantitno, está casada con un medio tío segundo mío. Su cara se dulcificó y casi nos sentíamos parientes. ¿Por qué no nos avisó con tiempo que venía?, me dijo mientras apoyaba a su esposo con los recuerdos y comentarios.
Comentó que cuando fue encargada del DIF, abrió un CAM (escuela para niños con necesidades de educación especial) en Nacozari y que batallaron mucho para sacar a los niños de sus casas y convencer a las familias para que los llevaran a la escuela. Ese CAM, me dijo, tiene cerrado año y medio y los niños especiales se quedaron sin atención. Claro que platiqué mi situación en relación con Emiliano, lo que he vivido y los logros que hemos tenido.
Con mucha pena empecé a bostezar y sentir el peso de los más de mil metros de altura, así como las siete horas de camino y me fui a descansar, no sin recibir las buenas vibras, las risas y recuerdos que se volvieron personales con esta familia adorable. Cuando salí, cerré mi chamarra hasta el cuello. Volteé hacia arriba y ellos me despidieron en mangas de camiseta: lo que es vivir en el paraíso climático, pensé. 
 Hubiera querido una chimenea como la que construyeron mis abuelos en su casa de Hermosillo,  pues no se me quitó el frío en toda esa noche.





sábado, 24 de octubre de 2015

Viaje por la sierra sonorense: Parte Uno. Despertar de mi regionalismo.

Fue un repaso de los caminos frecuentados de niña, cuando Sonora se me hacía chico y grande a la vez. Fue un despertar del regionalismo, una cercanía a  mis orígenes, una necesidad viva, apremiante, de oler ese aire puro, ver las montañas suaves y caminar esos rumbos que recorrí en la semiinconciencia cuando mi Papi manejaba, mi papá manejaba, don Norman Krekler manejaba, el chofer del autobús manejaba, y yo usaba las lejanías para descansar de los conflictos familiares, de las rutinas laborales, de las escuelas que muchas veces me daban tiempo de más, entre vacaciones y puentes y huelgas.
Treinta años hacía que yo no recorría los caminos de la sierra sonorense, aunque me llegaban hasta Querétaro noticias escalofriantes, como el derrame del vertedero de la presa de Cananea y sus nefastas consecuencias en el Río Sonora.
Me adentré al camino rumbo a Ures y la función de los recuerdos no fue necesaria, pues todo estaba igual como hacía treinta, cincuenta años, quizá con el agregado de las televisiones de pantalla plana y los anuncios de telcel en los restaurantes del camino.
Se sirven los mismos menudos, pozoles y tacos de carne machaca. El mismo café y se venden los mismos coricos, coyotas y jamoncillos. La gente es igual de amable y platicadora que como la recordaba tristemente cuando, ay, trataba de trabar comunicación con ALGUIEN en el atestado e indiferente metro defeño.
Es cierto, las muchachas y mujeres siguen siendo bonitas, también los hombres, qué diré, hombrones con los que tropezaba cada rato en mi camino al carro. Dios mío, dirían mis amigas queretanas, ¿por qué me hiciste mujer?
Transité por el camino a Mazocahui,  unos cerros impresionantes nublaron mi atención y mi apremio hacia ellos, allá mijito, toma esas montañas, ¿las ves? traen un río abajo, alamos a los lados, ahí se ve un poco soleado, así Emiliano, muy bien. Y me fui de paso... Emiliano estrenó por su cuenta mi cámara y andaba maravillado con ella una vez que aprendió a usarla. Y yo maravillada con su asombro, asombrada con su descubierto gusto por ver en dos dimensiones el objeto de su preferencia: señales de curva, unas piedras, ramas, chiles puestos a secar, vacas, potrillos con sus madres, un sonriente muchacho desde un segundo piso de madera...
Dicen que  no existen las casualidades, ¿será? Llegué a Baviácora, recordé el puente y la entrada al pueblo, que me pareció pequeña... Ahí recordé el verano de 1976 cuando acompañé a Mindita, mi querida tía, a sus prácticas de servicio social que realizó por conducto de la SARH. Me encantó que todos los pueblos de la ruta del río Sonora registren en su señal metálica su nombre y fecha de fundación, todos alrededor de 1600... Me gustó la carretera curveada, con pocos baches, cosa que en cada pueblo me lo recordaba el letrero de que el gobierno federal había rehabilitado 1315 km de caminos locales. ¿Será que les duele la conciencia de ver cómo se deterioran los bienes naturales (pozos, tierras de cultivo, personas) merced a los desafortunados escurrimientos mineros? ¿Que no hallaban qué hacer para paliar tamaño desastre ecológico y lo primero que se les ocurrió fue arreglarles las carreteras?
En Baviácora me detuve a tomar fotos, y un señor de edad corrió, pese a su cojera, gritándome de lejos, para ofrecerme salsa de chiltepín y miel pura de abeja, de una mesita que tenía al otro lado de la calle principal. Era tal su insistencia que no pude seguirlo viendo: no podía gastar en comida un dinero que no sabía si me alcanzaría o no para el viaje que tenía planeado. Emiliano se asustó y se encerró en el carro, yo lo tranquilicé al tiempo que le suplicaba me abriera, mientras el señor seguía insistiendo.
Lllegamos a Huépac, que había propagandizado en todo el camino unas carreras parejeras de caballos, con pósters estilo grupos norteños, muy coloridos, lástima que hacía una semana se habían llevado a cabo... Pero algo me dijo que , además de tomar fotos y descansar mis ojos en los increíbles paisajes que la afectada tierra me ofrecía, debía revisar el mapa. Según mi poca lógica mapística, si seguía derecho, llegaría a Moctezuma para torcer hacia mi primer destino. El mapa me dijo que estaba lejos de donde quería llegar, que si seguía derecho llegaría hasta Cananea...
Regresé más apurada que cuando salí, ya era la una de la tarde y la carretera mojada me anunciaba que las estupendas nubes blancas y grises habían dejado su cargamento mientras yo me alejaba al norte... Me tocó un poco de lluvia fresca y el pavimento ligeramente húmedo, sin quererse secar pues en la sierra no pega el sol, no se seca todo en la primera hora, llueve ligerito seguido y la gente anda más en la calle.
Al regresar a Mazocahui (tierra del famoso ladrillo rojo, grande, resistente y de extremada dureza) me di cuenta que por estar viendo los cerros entre las nubes, no vi el letrero que desviaba hacia Moctezuma, puerta de entrada para el segundo camino que abre al norte entre la sierra sonorense.
En el camino que sí dio más curvas y subidas y bajadas, avizoramos otro río, muchas veces habitado, ahora sí, por vacas que tranquilamente hacían lo que saben hacer. Me detuve para dar raite a una pareja de personas locales que iban a Moctezuma, y su susto fue mayúsculo cuando paré el carro a media carretera, que estaba vacía, para tomar una rápida foto de la visión que teníamos del pueblo entre las montañas. ¿Por qué no ponen miradores en los lugares que abarcan esplendorosamente panoramas épicos y poco comunes? Turismo estatal debería sacar mejor provecho de esos panoramas grandiosos que todos los turistas queremos mantener en nuestras cámaras, tomarnos la selfie obligada, o la parejera, o la grupera.
Pero nada de eso se podía hacer, las caras de los serranos manifestaban asombro y preocupación, habían cambiado radicalmente de opinión cuando al principio alababan mi pericia para atacar las curvas, "y eso que es mujer". Bueno, me dije, es hora de continuar el camino, no vaya a ser que se quieran bajar a media carretera.
Llegamos a Moctezuma y ahí empecé a conocer el lenguaje de los serranos: se va más allá, se da vuelta donde está la curvita, va a encontrar tierra y una casa blanca, más allá luego no se va a dar vuelta, sino antes... Mejor me llevaron a la salida del pueblo, ahí amablemente me dejaron y se regresaron al centro de su poblado. ¿Que si a qué nos dedicamos? A trabajar en los ranchos. ¿Qué hay en los ranchos? Vacas, caballos, siembra... La gasolinera tenía una tienda que en su interior guardaba un apartadito de farmacia, otro de ferretería, exhibía unas preciosas tehuas de números mayores a mi pie, y la nevera de las nieves Holanda, vacía: "tiene varias semanas que no vienen a surtirnos". Pero sí tenían coyotas, jamoncillos, cocadas, pan Bimbo, Cocacolas, cervezas comerciales y chicles.
Salimos luego al baño y la niña jubilosa nos cobraba, creo que éramos los primeros clientes que ella y su mamá veían en el día. Un letrero a un lado de la gasolinera me advirtió que no dejara ahí el carro todo el día.
Entonces nos enfilamos hacia Nacozari. La carretera estaba mejor que la de Hermosillo-Kino.




viernes, 16 de octubre de 2015

Viento

Un viento insistente
me aleja del mar
deja de buscar, me dice
agita las olas desesperadas
de dejar su espuma en la arena
y regresar.

Nada puede contra mí
solo debes anclarte y esperar, agrega,
quizá mañana se calme el impulso
retome su paz la marea
o quizó zozobre los barcos
y en las profundidades                       


haga renacer la vida
como si fuera
el primer día.

Un atardecer solo para mí
pájaros luchando contra el viento
buscan refugio en las rocas
pájaros huyendo de los perros
y yo observo un atardecer
detrás de un alambre de púas
solo para mí.

martes, 29 de septiembre de 2015

Florecer

Cuando llega el tiempo de 
abandonar la certeza
      de saber el lugar de la pala de freir
no perderme el Discovery de los jueves
       pues es jueves de aventura
        desde mi cama
mi ojos se resecan de ansiedad
el corazón suspira agitado
emerge un grito
     que no quiere ahogarse 
      " lo prometiste", " lo prometiste"
entonces
quiero escuchar la sal
     palpar el vaivén de las olas
los pies desean 
    la humedad omniciente de las conchas

Es tiempo de partir
aunque la grava pueda usarse
todavía haya comida fresca

Ven, me dice
y agita su cola revoloteando las estrellas
el camino sólo está cerca
       de mi corazón
las piedras se apartan a mi paso
y ellos me esperan
       el rey y la reina rojos
su hálito de viento y fulgor matutinos
sus cerros morados
        campos amarillos
        dunas repletas de espinas
esperan mi presencia
       para florecer
       conmigo

jueves, 20 de agosto de 2015

Calida e inspiradora, la presentación en San Juan del Río de mi poemario.

Fue emocionante, cautivador. El intercambio que tuvimos los asistentes y yo a la presentación de mi poemario en San Juan del Río, me ha dejado energizada, entusiasmada, agradecida con la vida por estos momentos.
Llegué cuando acababa de azotar una tromba a San Juan del Río. Vimos desde la carretera, mi amiga Ivonne y mi hijo Alán, los relámpagos lejanos que daban indicios de lo que estaba pasando. Luego, al acercarnos más, atravesamos la tormenta, creo que iba corriendo a Querétaro antes de que se le vaciara el agua, tanta falta que le hacía a mi ciudad.
Pasados dos arroyos citadinos, con el agua hasta las puertas del coche, llegamos a Matamoros 54, sanos y salvos.  Armando Cisneros, de Procultura Ópalo A.C., me acababa de decir por celular que el local se había inundado y que estaban mojados hasta las rodillas. Creí que la presentación se iba a suspender.
Pero llegué a través de una sencilla puerta y un pasillo doméstico a un jardín esplendoroso, amplio, oloroso a humedad, con su piso de granito color barro y unas ramas que, inclinadas por la lluvia, daban una bienvenida cálida y hermosa.
Me recibió de inmediato el señor José Luis Peña, orgulloso anfitrión y luego el señor Armando, encabezando un equipo de personas que secaban sillas, mesas, pisos. El salón que nos acogió era blanco, iluminado por su piso blanco, paredes blancas, alto techo con canaletas transparentes que dejaba entrar a raudales la luz vespertina. De una larga pared, los espejos multiplicaban nuestros sueños, emociones, interacciones.
Es aquí donde el poeta encuentra que las palabras resuenan en los seres humanos sensibles a los significados, a la música, a las imágenes de la naturaleza, seres humanos que llegaron sacudiéndose el agua de sus cabellos, ropas, zapatos, pantalones.
Iniciamos con sendos vasos de un excelente vino tinto que se sirvió para amenizar el ambiente y calentar las almas. Luego de la presentación formal de la autora, dimos paso a la participación de los asistentes en el audiovisual que incluyó música de Rachmaninoff, la famosa sonata en do menor.
Para mí fue una experiencia nutritiva escuchar otros poemas, que no eran míos sino de quienes los leían, que los hacían suyos y les infundían sus propias emociones a través de sus gestos y voz, para el disfrute colectivo.
Después, las interesantes preguntas y reflexiones de los participantes. Luego me pidieron declamar mis poemas. Para entonces, ya estaba entonada también con el vino, cuyo efecto me soltó la histrionicidad por ahí aprendida de presenciar cuando mi padre exaltado contaba sus historias de buceo o de exitosas auditorías, indistintamente.
Leí  buscando reflejar el sentido que deseaba en mis inflexiones de voz, cosa que logré aunque no como hubiera deseado: falta de práctica, como en toda actividad humana. Pero algo pude expresar más allá de lo escrito.
Luego, las botanitas acompañaron el resto de los comentarios y preguntas, convirtiendo la reunión en una tertulia. Acto seguido, hubo acercamiento y generosa adquisición de mis libros. Me encantó además que escribieran en hojas sueltas su impresión del evento: son hojas que conservaré y encuadernaré para llevarme tambien pedacitos de sus pensamientos surgidos a partir de nuestra interacción literaria.
Llegaron las dedicatorias a los libros, a las hojas con poemas sueltos, los inspiradores comentarios personales y los abrazos cálidos, emocionados, cercanos.
Y claro, la foto grupal. Nos vimos contentos, satisfechos, emocionados, ubicados en el cielo neuronal del lado derecho, donde están las más puras sensaciones que no se piensan pero que, al ser tan agradables, nos llenan de alegría para vivir muchos años más.

jueves, 13 de agosto de 2015

Para Anna Georgina St. Clair (soneto)

Por Jorge Humberto De Haro Duarte

Presentación del libro "Enamorarme de mí"
Dolores Hidalgo, C. I. N., Gto.
23 de mayo de 2013

Hay una tarea intensa que se prende
en el afán ingrato de la lucha
de seducir a aquellos que la escuchan
y en la nada mostrar que algo se enciende.

Una dama en Dolores hoy presenta
vendiendo ideas de sueños de mujeres
que quieren de este mundo los haberes
de iguales privilegios en contienda.

Pedimos a la audiencia aquí presente
le preste su atención de buen hermano
y se deje cautivar con frenesí

que se le dé un calor de atenta gente
por este digno libro hecho a mano
titulado: Enamorarme de mí.

lunes, 27 de julio de 2015

Leer a Anna Georgina St. Clair es introducirse a un tobogán del cual no nos arrepentiremos de habernos subido (comentario a "Tacones en el Jardín").



Por Pina Saucedo*


Conocí a Anna St. Clair un verano, no aquí, no en este siglo. No en una fiesta ni en la escuela. La conocí en algún lugar buscando notas para un periódico. En Hermosillo fue, sin embargo. Desde entonces, un ala de mi cometa imaginario ha volado con ella y quizá está de más que lo diga, pero somos amigas desde siempre, desde antes de conocernos.
Pina Saucedo junto a la autora, en el ITG.

Viene esto a colación porque sucede que hoy debí hacer una presentación formal de su obra. Un escrito que no fue posible. ¿Por qué? ¿burocracia?, trabajo arduo?, ¿noches llenas de trabajo que me llenan la agenda? ¿Días en los que no llega el agua a la tubería de la casa y hay que esperar a que llegue y hacer más alta la montaña de ropa sucia y eso nos estresa porque representa un pendiente extra y nos da menos posibilidades de redactar un buen texto? ¿O es simplemente que no soy la que quisiera ser: esa crítica que puede hablar con fluidez y llenar páginas y páginas para hablar del escritor de visita y atinar en mis comentarios o dar más luz a su obra? No lo sé. Sólo puedo afirmar con honestidad que estoy feliz de que Anna Georgina St. Clair se encuentre aquí, a un lado mío y que su motivo sea para algo parecido a repartir dulces en una piñata, cerveza en una carne asada en un día caluroso, un trozo de pan cuando el hambre nos hace casi desfallecer, la medicina que alivia nuestro dolor insoportable; pues viene a compartir su obra, lo que hace con sus manos, su corazón y su mente, eso que le quita noches de sueño, pero que a cambio le regala las más gratas satisfacciones: hacer lo que sabe y que más le gusta hacer: escribir, vivir, compartir eso que vive.

Es obvio entonces que al no tener elementos para dejar en esta página el texto que su espacio espera, tendré que aventarme un rollo que no sea suficiente para complacer a los asistentes. Sin embargo, me disculpo por esa falta y prometo que quien se asome a los textos de Anna se convertirá en un pasajero más en el vehículo por el cual nos lleva a pasear, como el de Catalina, personaje femenino en la novela Tacones en el Jardín, quien desde su bicicleta, nos lleva por distintos sitios de una de las ciudades más calientes del mundo y su modo de vivir nos hace partícipes de todas las batallas tiene que enfrentar una reportera con un sueldo miserable, al tal grado que sobrevive “a costa de sus amigos que a regañadientes no le cobraban renta y no le decían nada cuando tomaba de su comida” Y sin embargo es también la chava cuya mente “estaba en la calle, en lo que pasaba todos los días en las manifestaciones, con lo que pensaban los funcionarios y lo que pasaba en su periódico..."

"Despertó tarde. Carlos y Gisela ya se habían ido a trabajar. Como siempre, dejaron el lavatrastes limpio y el refrigerador lleno. Tomó agua de la llave con un vaso todavía húmedo, decidió bañarse ahora que no estaban. Últimamente se sentía mal de estar allí, pues Gisela le reclamaba no aportar a la casa. Y es que no tenía nada qué dar, y cuando traía dinero, lo usaba para comer o para comprarse libros. Pero estando sola, podía utilizar el shampú que olía a manzanas y el jabón de baño que dejaban ahí.

Jamás pensó que algo así podría cobrarse, aunque en los últimos años había visto a su mamá cobrar renta. El salirse de su casa había sido un gesto de dignidad contra sus padres, pero hasta ahora que vivía aparte consideró que debía comprarse sus propios productos de higiene y hasta su desodorante y perfume, acostumbrada como estaba a tomarlos del baño de su mamá cuando ella no estaba..."

Ese simple fragmento me hizo recordar el lado más frecuente de los humanos. Quién no ha sentido la necesidad de comprar un jabón de baño, un champú o hasta una pasta dental? En ese detalle giró mi mente cuando leí esa novela y tuve la sensación de querer abrazar a ese personaje que tan fielmente nos retrata.

Sobra decir que ese no es el tema de esta novela, pero quise dar una probadita de esta novela que en realidad nos podemos leer en una sentada, así como lo hice mientras esperaba en la sala de Urgencias de un hospital.

Sólo agregaré que acercarse a leer a Anna Georgina St. Clair es introducirse a un tobogán del cual no nos arrepentiremos de habernos subido.

Gracias, Anna, por haber regresado a este lugar y regalarnos la posibilidad de vivirlo.



Auditorio del Instituto Tecnológico de Guaymas, Sonora. Miércoles 25 de marzo del 2015.
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*Pina Saucedo. Periodista, poeta, fotógrafa y escritora.  Responsable del Departamento de Comunicación Social del Instituto Tecnológico de Guaymas. 

“LA TORMENTA”, una obra bien lograda, narrada y entretenida.

Por Fernando Pérez Valdez*

Cuando se presenta una obra, se tiene el compromiso moral de hablar con honestidad de la misma, lo cual, en algunas ocasiones, no es nada fácil y en algunas otras, nada agradable.
El escritor Fernando Pérez Valdez a la izquierda, junto a la autora


.
Sin embargo, cuando se está ante una buena obra literaria, no es necesario inventar nada, ni divagar en trivialidades.
Por ello, en esta ocasión, es muy satisfactorio constatar que la novela de “La tormenta” es una obra bien lograda, bien narrada y entretenida.
La trama lo va llevando a uno de la mano, de manera que no puede dejar de leerse y, como buena novela negra o "thriller", tiene las vueltas de tuerca necesarias para sorprender al lector, quien al final de la lectura, queda satisfecho.
Anna Georgina nos entrega, así, un relato muy humano, muy real, en el que los buenos no son totalmente buenos, ni los malos lo son del todo. Es una novela en la que las pasiones se entrelazan con los vicios. En sus personajes, podemos ver reflejada una parte de nuestra sociedad, quizá la menos deseada, la menos glamorosa, aquella que inconscientemente queremos esconder.
El lenguaje es muy directo y a veces crudo. Algunas expresiones que utiliza parecerían demasiado fuertes y soeces, pero sirven para ubicarnos en el sórdido ambiente en el que se mueven los personajes.
Como en toda novela corta, los personajes no están totalmente delineados, pero el bosquejo que se hace de cada uno de ellos, cumple perfectamente para describirlos.
No voy a mentir diciendo que es una obra perfecta. Pero en ella descubrimos la madurez que como autora, va logrando Anna Georgina.
De hecho, estoy convencido que, con mayor paciencia, podría haber hecho un muy buen papel en algún concurso de novela negra.
Tampoco voy a engañar a nadie afirmando que soy fan de las ediciones cartoneras, pero también en ese sentido, debo confesar que en estos últimos trabajos, se descubre un trabajo mucho más artístico, más acabado si se me permite la expresión, dentro de lo imperfecto que por definición, es una obra cartonera.
Felicito a la autora por la presentación de esta novela y le deseo que siga por ese camino en el que, seguramente, en el futuro habrá de brindarnos gratas sorpresas.
Enhorabuena.
Presentación leida el 8 de febrero de 2015 en Santiago de Querétaro, México.




[*]
Fernando Pérez Valdez
Desde hace seis años se dedica a escribir de tiempo completo. Ha publicado tres novelas históricas: “Morir en Japón”, editada por la Arquidiócesis de Acapulco y “Espinas” y “Siempre adelante”, publicadas por Editorial Temacilli. Es egresado del Diplomado en Escritura Creativa del Claustro de Sor Juana. Ha sido alumno de la Escuela de Escritores de Madrid, España y de los talleres de creación literaria de los maestros Arturo Santana y Verónica Llaca.