miércoles, 15 de octubre de 2014

De hogar en hogar, viajo por fuera y por dentro.

Qué rico es regresar a mi hogar queretano y ver mis hábitos, rutinas y pertenencias con nuevos ojos.
Qué hermoso empaparse de mi ciudad natal, ver lo mucho y lo poco que ha cambiado. Quererla de nuevo con ojos llenos de nostalgia.
Qué alimento tan nutritivo para mi corazón el ver a mi mamá rejuvenecida, llena de nuevos planes y energías, siempre con un contagioso ánimo de vivir.
Qué ternura encontrarme de cuerpo presente con mi hermana y renovar nuestro amor de sangre entre nosotras y nuestros hijos.
Fue estupendo reencontrarme con mis tías abuelas y con mi tía paterna, renovar así los vínculos familiares que me hacen pertenecer a ese pedazo gigante de tierra, aire y mar que es Sonora.
Qué gusto el volver a ver a mis compañer@s de las escuelas de mi juventud, conocer cómo les ha ido en sus vidas y reconocer las pautas comunes de comportamiento a partir de haber compartido educación escolarizada. Se convirtiron en un motivo más de regreso.
Qué maravilloso llorar al bañarme, por vez primera este año, en el mar de Kino y encontrar que los cardúmenes de pecesitos me dejan espacio para entrar, casi sin inmutarse.
Qué espléndido ir a nadar entre las rocas, con mis sobrinos y hermana pescando, y con solo una inmersión con gogles al agua, ver una enorme variedad de peces: mantarraya pequeña, pargo, peces aguja pegados a la superficie, todo el alcance de mi vista. Entré al acuario del mundo, según Cousteau.
Qué preocupación y gusto al mismo tiempo de ver cómo se está construyendo al otro lado de Cerro Prieto. ¿Resistirá el medio ambiente casi prístino, la entrada de viviendas pegadas al mar? ¿Serán capaces de convivir y resistir el asedio de las empresas de Bienes Raíces, el territorio y población kunkaak (seris)? Me dio gusto también porque tanto Mormor como mi papá soñaban con que algún día Kino se desarrollara y llegara más bonanza para todos sus habitantes. No vivieron para verlo, y ahora esa bonanza parece amenazar lo que hace precisamente más rica y atractiva la región: su casi intocada biodiversidad y la pluriculturalidad.
Disfruté sobre  mi piel el sol desértico de octubre. Mis sentidos agradecieron el calor y los rayos, que penetraron hasta mis -a veces- doloridos huesos. Siento que me faltó sol, y lo extraño.
Paladeé el mar salado  (Emi hasta un traguito de mar se echó), con la seguridad de que no está contaminado con drenaje del mismo pueblo, como sí sucede en la mayor parte de las playas de Guerrero, Michoacán y Nayarit que he visitado. 
El agua tibia, transparente, llena de vida, es única.
¡Qué privilegiada me siento por haber crecido con padres de amaban la naturaleza, en especial mi papá, cuyo gozo por estar en el mar lo compartió con nosotros!


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