domingo, 31 de agosto de 2014

Escribir para recorganizar mi caos interior

La vida es un caos, es un nudo, no tiene principio ni fin. Solo mi vida lo tiene y solo mis creencias le dan sentido. ¿A dónde voy? A donde me dicte el corazón, mi pasado, mis raíces, mis circunstancias actuales y lo que he ido construyendo dentro y fuera de mí.
Por eso he elegido escribir, pues es con el lenguaje como mejor desentraño los misterios de mi propia mente y de lo que me rodea.
El lenguaje es lógico, exige orden y disciplina. Las historias también. Sucedieron en una parte del tiempo que ya pasó, a esa parte le doy sentido, les doy razones, le doy sentimientos que vienen y van y así organizo mis recuerdos, mis emociones, mi información. Veo las historias que he logrado escribir (muchas con una buena dosis de invención) y se convierten en algo más que un recuerdo difuso o definido. Se convierten en un todo pequeño que puedo compartir con otras personas, reflexionar sobre ellas y tomar distancia. Toman vida propia.
Las hago que pertenezcan a la memoria de quienes las leen y eso me enriquece y enriquece a los demás.
En cierto modo, reinvento la realidad y la reconstruyo, tornándola más clara, más fácil de asir y menos evanescente. Así me dan menos miedo y me fortalezco para poder seguir viviendo mi vida, tal como es ahora.

Creo que estoy lista para leer "El extranjero" y "El mito de Sísifo", de Albert Camus.

viernes, 15 de agosto de 2014

Vivir con dolor

  “Una vez dentro, me acurruqué en el asiento y cerré los ojos. Sentía un extraño malestar. Un dolor agobiante que me hería por todas partes. Pensé que, si me sacaba los pesados zapatos de ciudad, auténticos monstruos torturadores, aquella agonía remitiría. Me los quité, pero el misterioso dolor no me abandonó. En cierto modo, nunca más me abandonó; nunca más lo hará”. 
Relato “Una Navidad” (1982), de Cuentos completos. Truman Capote.

Este párrafo me impactó. Ya desde antes,  los “Cuentos completos”, de Truman Capote,  habían ejercido una atracción muy fuerte sobre mí. Saber que "Una Navidad"  fue de los últimos cuentos que escribió, pues murió en 1984, me impactó más. Tenía seis años cuando aconteció lo que relata, y ese dolor lo aborda cuando su padre, borracho y dolido, lo deja en la estación del ferrocarril después de haber pasado una Navidad juntos, y lo deja regresar a seguir viviendo con unas primas lejanas con quienes se había quedado desde el divorcio difícil de sus padres.
Truman Capote en 1959 (http://es.wikipedia.org/wiki/Truman_Capote)

 
Conocer los pedazos importantes de la niñez de Capote a través de sus historias fue un reconocimiento que también rayó en el dolor. Y me convirtió en un manojo de dolor y de nostalgia que todavía no me abandona. Mi reconocimiento con él es grande, incluso con esa amistad y cercanía con una persona de la tercera edad, en ese caso su prima lejana Ms. Sook, a quien recuerda en varios cuentos con mucha nostalgia y cariño; en mi caso con mi abuela materna, la única reconociblemente  dotadora de amor, aceptación y cercanía en mi niñez.
Duele saber que Capote jamás se pudo adaptar a la vida de riqueza y liviandad social a la que aspiraba y llegó a pertenecer después de la fama adquirida por su novela “A sangre fría”. Duele saber que las adicciones hicieron presa de él y no pudo con ellas hasta su muerte, dos años después de haber escrito el texto que tengo por epígrafe.
¿Qué el dolor emocional es inherente a todo ser humano? ¿Acaso lo tienen todas las personas que vivieron infancias difíciles o pasaron malas experiencias de jóvenes? ¿Y quién no, díganme ustedes, pasó por situaciones dolorosas de niño/a?
O es acaso un temperamento sensible el que tiende a recordar con mayor dolor las situaciones difíciles de la niñez, y seguirlas recordando con igual o mayor intensidad como adultos. ¿Acaso todos nacemos con una capacidad mayor o menor de sufrimiento emocional?

Quizá por eso algun@s nos remitimos a la expresión artística, para exponer tales situaciones y darles un cauce positivo, sin lastimarnos o lastimar a otros. Pero hay gente que, aún teniendo el arte como medicina, no se puede curar del todo, y muere sufriendo.
El acto Philip Seymour.
Y esta situación me remite irremediablemente a la película estelarizada genialmente por Philip Seymour Hoffman, Capote (Benet Miller, 2005). Philip Seymour murió por sobredosis apenas este año. Desde que vi la película, en mis recuerdos gráficos confundo la imagen de Capote con la de este actor, sobre todo porque tuvieron muertes similares y la actuación de Philip fue soberbia para caracterizar a Capote.



PD.-Han pasado varios días desde que escribí lo anterior, y mi cicatriz rasguñada por Capote está tranquila. ha vuelto a la “normalidad”. Así es la excelente literatura: me abre puertas que antaño habían estado cerradas. Es una herida vieja que se drena con lágrimas y se vuelve a cerrar.
Mientras, me entero que recién falleció Robin Williams, víctima de sus adicciones y depresión. Él decidió terminar con su vida. Pienso que la fama y el dinero no necesariamente traen la felicidad, tal y como luego nos hacen creer.
Las compuertas de las lágrimas necesitan abrirse y dar paso a lo que arrastran consigo, que son emociones de todo tipo. No puedo andar contenida todo el tiempo, y no preciso emborracharme o drogarme para evadir mis sentimientos, afortunadamente no he sido presa de esas adicciones.
Ya lo decían en la película “Gracias por compartir” (Blumberg 2013), al comentar el funcionamiento del Programa de Doce Pasos: “las emociones son como niños en un coche: no los puedes poner al volante pero tampoco echarlos a la cajuela”.



Sopa caliente

-Mamá, esta sopa me quita lo nervioso.
-A mí también, hijo, a mí también.
Estábamos ante una sopa caliente de pasta, Emi la acababa de hacer. Yo traía un hambre atrasada que hacía que se me hiciera agua la boca.
Sonreímos y nos miramos gustosos frente a nuestros platos rebosantes, humeantes.
En ese momento, sentimos pleno y perfecto nuestro mundo. ¿Qué mas le podíamos pedir a la vida?