sábado, 24 de mayo de 2014

Tras un horizonte impreciso (festejo particular de mis casi 52)

Con el café único del día
y olores remojados por la lluvia
una mañana fresca y pálida
como una cascada en las montañas
yo con (casi) cincuenta y dos
y ansias de niña con bici nueva
quería completar el mapa de mis alrededores
   verás
tengo hijos adultos y un
gen de exploradora que ya lo quisiera Dora
(me seguía una cámara de NatGeo)

Salí del pavimento y en mis dos ruedas
avisté que las calles bajan y suben
convertidas en caminos rurales
     con marcos de láminas y fierros reciclados
           como cercos
"es el cinturón de la pobreza enmedio del cerro
que antes era la frontera entre mi ciudad y el campo",
      (dijo mi socióloga urbana)
llegué al punto que buscaba
un ciego busca respuestas
         entre esencias de tortillas recién hechas
         y eucaliptos transpirados tras las bardas
         y el aroma plácido    activo    fértil
                de la tierra descubierta

Me detuve frente al inmenso valle
     poblado a la mitad de casas
torres de fábricas     finas líneas casuales
un silencio inusual acompaña a los coches
     la autopista late gasolina
mis ojos develaron la brumosa diferencia entre tierra y cielo
     cuando hay humedad

Un horizonte impreciso yo quería
un futuro no planeado
un escenario sin guías
entre la estratósfera
y los cerros llenos de caminos
    sin un término particular

Festejé así un fin del tiempo
    que siempre se oculta
         en la memoria que olvida
recuperé un amanecer tardío
como unas ocho y cuarto antes meridiano
mis hijos haciéndose el desayuno
y yo llena de anhelos
     viejos buscadores de lo nuevo

Un águila da una vuelta
por su ombligo del mundo
y su vuelo pedaleado la regresa
a su nido
   

viernes, 23 de mayo de 2014

Prosa fluida, sencilla, sin inhibiciones ni falsos pudores, en "De tejidos marítimos, viudas y tangas".



 Texto leido durante la presentación de mi libro de relatos el 9 de diciembre del 2013 en Hermosillo Son. , México. 

Por Angela Pérez Córdova

Buenas tardes, quiero decirles a ustedes que me complace mucho estar aquí, comentando el libro de mi querida amiga Anna Georgina. A ella la conocí muy joven y muy atrevida, sigue siendo joven y también muy atrevida, cosa que me da mucho gusto.
“De Tejidos Marítimos, Viudas y Tangas”, se llama el libro, un título sugerente, ¿a poco no?
Dice su autora en la contraportada del libro que es un desafío a la vergüenza, más bien yo opino que es un desafío a la verdad.
La literata Ángela Pérez Córdova y la escritora.
Anna, nos cuenta en 39 relatos, breves y concisos, historias llenas de cotidianeidad, donde la protagonista es una mujer valiente que encara con audacia y mucho valor, circunstancias y situaciones desde donde ella construye las diversas etapas de la vida de una mujer, desde la niña que aprende el lenguaje secreto del mar, la que sueña con volar, a la niña que ve con miedo las reacciones agresivas de los adultos a su alrededor, o la mirada llena de amor con la que ve a sus abuelas, o el rescatar en algún momento los ojos llenos de amor de su madre, y olvidar asuntos viejos e inacabados, que lastimaron en su momento, o la adolescente que se sorprende al descubrir su sexualidad en pleno, o la que se asombra con su primera regla y busca respuestas al respecto, o la que recuerda el primer beso, ¿quién no lo recuerda?
Vemos a través de estos relatos, como se nos explican, o mejor dicho como nos quedan un poco más claras diversas situaciones que afectan la vida de las mujeres; ahí está el alcoholismo de gente querida, el machismo siempre presente, la soledad, la doble o hasta la triple jornada que tienen muchas mujeres que luchan por sobrevivir, o el enfrentar las mujeres un embarazo no deseado en aquellos años que tenía que ser clandestino y en las peores condiciones. Nos habla también  de la constante lucha de las mujeres por encontrarle un sentido justo a la vida.
Así, cuando nos habla de la niña y de sus sueños, de la adolescente y de sus emociones intensas de cada día, de la  joven plena reconociendo su cuerpo y sus necesidades, de sus pérdidas y decepciones, del encuentro con la viudez, dejándonos entreveer ese sentimiento de vergüenza y júbilo por el que pasan estas mujeres, que dicen,  “es el estado perfecto de la mujer”,  volviendo a renacer, haciéndose dueñas absolutas de su tiempo, de su libertad y sobre todo de su independencia.
En todos estos relatos predomina una prosa fluida, sencilla, sin inhibiciones, ni falsos pudores, el estilo nos sorprende gratamente con las descripciones tan sencillas, tan breves y tan eficaces, sin adjetivación innecesaria, redundante. Podemos advertir en el nivel estilistico que la oralidad es un recurso utilizado por la autora con gran acierto otorgando con esto un valor testimonial.
Son vivencias de muchas mujeres, en cada relato nos muestra un fragmento de vida, un pequeño fragmento de vida de cualquier mujer, tú, yo, ella, nosotras, somos todas, todas nos reconocemos.

Leyendo a Anna, te llegan los recuerdos, te llenas de suspiros, de añoranzas, de querencias olvidadas, te dan ganas de escribir para llevar un registro de lo cotidiano, de lo simple que es lo esencial, escribir para aclararse lo que le pasa a una misma y entenderse, porque escribirnos es una de las formas de transformar nuestra manera de vernos.
Posiblemente, ojalá me equivoque, pero muchas de las que estamos aquí, crecimos bajo ese régimen absolutista de “ en boca cerrada no entran moscas”,  y bajo ese lema crecimos y aprendimos a callar siempre, porque se nos enseña desde niñas que no es bueno exteriorizar nuestros sentimientos, que a veces las preguntas no pueden ser respondidas por nadie, o casi nadie, y es entonces que aprendemos a respondernos desde la soledad de nuestra imaginación, y ni modo, en esta sociedad tan cerrada que es la que asigna roles, y que por supuesto a nosotras se nos asigna el  “rol pasivo”, el cual establece que ninguna mujer, en ningún momento de su vida, llámese infancia, adolescencia, juventud o madurez, pueda exteriorizar sus opiniones, hable de sus sentimientos, de sus vivencias, de sus deseos y realidades, el libro de Anna, es evidente que quiere dejar algo muy claro: si se puede!!!!!

Angela Pérez Córdova
Hermosillo, Sonora, a 10 de diciembre de 2013.

 (publicado con el permiso de su autora).

Una celebración de la libertad de expresión femenina: "De tejidos marítimos, viudas y tangas. Relatos".




Texto leido para presentar mi libro de relatos, el 9 de diciembre del 2013 en Hermosillo, Son. México. 

Por Norma Alicia Pimienta.

Este libro, "De tejidos marítimos, viudas y tangas", nos remite directamente a celebrar la libertad de expresión femenina, que tanto se intenta, pero que poco se logra.
En el caso de Anna es un gran logro y un avance de género.
A través de sus 39 relatos se identifican rasgos de autobiografía que se agradecen en su lectura por la disposición a compartir anécdotas y temas que no es frecuente exponer al aire libre, como lo hace la autora. En eso radica la frescura de las narraciones.
A no ser por la “Advertencia” que nos hace Anna al principio del libro, podríamos pensar al iniciar la lectura,  que vamos a encontrar sólo textos sencillos que narran una niñez común y vida familiar apacible.
Eso es sólo al principio y con eso se logra atrapar a quien lo lea, pues las anécdotas presumen de una firme  estructura y descripción bien lograda;  analogías entreveradas con lenguaje directo a través de las letras impresas en color sepia.
Pero cuando llegamos al título “El bote robado”, los textos empiezan a tener otra tesitura. Van aumentando de tono para dar paso a una diversidad de historias donde el tema de la sexualidad logra imponerse. A través de ellas la autora desmitifica algunas creencias mochas sobre la conducta
 femenina, sobre su sentir y su pensar.
Y no le cuesta mucho trabajo exponer esta parte “vetada” de la experiencia femenina. Las narraciones fluyen sin obstáculos, al igual que la primera parte del libro, exenta de “truculencias” de carácter sexual.
El libro cobra realce porque además de lo anterior, la autora nos sumerge en una lectura donde vamos a encontrar otros terrenos también tabú para una sociedad patriarcal donde la mujer no goza de mucha atención al momento de expresarse.
En “La viuda no quiere entrar a la iglesia” la autora ventanea la autenticidad de un personaje femenino a la hora de la muerte de su marido. La ambigüedad entre el dolor y el alivio de perder al marido, que nos hacer recordar aquella frase tan difundida de las feministas: “Es que las mujeres necesitamos unos añitos de viudez”.
Y así sucesivamente, en cada texto vamos a encontrar rasgos de mujer contemporánea, donde mitos y tabúes van quedando atrás para dar paso a una generación femenina despojada de mentes anquilosadas.
Anna Georgina St. Clair se expresa, se abre. Reta al silencio y evoca y convoca a la libertad de expresión. Y lo hace en forma natural porque siempre ha ejercido esa libertad. En cada etapa, en cada década de su vida. No es novedosa en ella su apertura, pero sí lo es en la literatura sonorense, que a nivel general todavía no da los frutos necesarios para definir a una sociedad de avances en criterios y mentalidades.
Gracias, Anna, por darnos la oportunidad de asomarnos a tu mundo, a tu visión del mundo. Tu libro es un legado tanto para tus congéneres como para las nuevas generaciones, tanto de mujeres como de hombres. Es un paso que cultiva un cambio para mejorar la percepción de la convivencia humana.

Norma Alicia Pimienta
Casa Madrid, Hermosillo, Sonora.
Diciembre 10 de 2013.- 
(Publicado con el permiso de la autora).

Los poemas abiertos como frutos al sol, de Anna Georgina St. Clair

Texto leido por su autor para la presentación del libro de poesía "Enamorarme de mí", en Hermosillo, Sonora el 9 de diciembre del 2013.

Por José Juan Cantúa.

Las palabras, como las nubes, cambian permanentemente de perfil en cada poema, las mismas letras, pero con otro significado. La poesía es un cielo con nubes desbalagadas, así un poema se desdobla paulatinamente y a la distancia es otro que sin dejar de decir lo mismo, lo transforma. Y de pronto, una nube llueve sobre nosotros y nos empapa de palabras hasta el tuétano. La poesía sucede, a veces, como la naturaleza: tierna e indómita, seductora y elusiva, piedra y rocío. Y entonces no hay vuelta de hoja porque quedamos atrapados entre dos páginas, con nuestros ojos como un par de mariposas clavadas con un alfiler. La poesía se compadece, pero no perdona. Es aún más temible que el espejo, más desgarradora que el deseo inalcanzable.
José Juan Cantúa: editor, diseñador , poeta y promotor cultural.
Merodear por la habitación de un poemario con el afán de divisar los horizontes predecibles es, casi siempre, ser sorprendido por las grietas insospechables del destino, el cierto y el incierto. Un poemario es el espejismo de la soledad del que escribe, esa soledad que puede ser una zarpa o un bálsamo. Los poemas dibujan su perfil con gotas de soledad y, sin embrago, es el acto más íntimo para finalmente desnudarse frente a los otros, para que los otros sepan cómo desvestir la mirada de la realidad improvisada, esa que oculta nuestra más profunda piel nocturna, allí donde anidan labios con alas de pájaro, alas de fuego, pájaros palpitantes: el amor es más antiguo que el paraíso.
Los poetas no escriben, por ejemplo acerca del amor para trascender, escriben porque tratan de vislumbrar un fragmento de la luna desde el fondo de un pozo o quizás recitan un conjuro para que el amante se asome y tienda el brazo, el inalcanzable, aquel que dibujó una vez el gesto del adiós irremediable o el que nos descubrió la otra cara del universo en medio del vientre. El amor y el deseo son la mayor paradoja, ni siquiera se trata del mito de  la serpiente que se muerde la cola, simplemente es la otra, la más temida, la serpiente con una cabeza en cada extremidad.  En el centro de todas las pasiones se oculta ese reptil y desgarra las entrañas con una locura ciega. Sin embargo, la poesía entreteje todas las pasiones imaginables, luego las desanuda o las incendia, las sublima o decide habitar esa madeja junto a la serpiente, para siempre, como un epitafio. Los poetas escriben, pues, para sobrevivirse.
No somos si otras manos no dibujan nuestra figura, si no deslizan su tacto por nuestra piel hasta sabernos, una turbulencia de caricias y labios y vientres, ciegos como el deseo ciego. Hasta que el naufragio nos arroja a la costa del exilio de nuestro pecho con la penitencia imposible del olvido. Allí, frente al solo mar, un poeta decide celebrar la vida con un acto sublime: enamorarse de sí mismo. Después de todo, su piel es el recuerdo del mundo, la cartografía del amor, los continentes descubiertos por el roce de su vientre.
Es entonces que ese poeta reflexiona sobre lo improbable: “Quiero entender lo que no dices/ y no temer lo que pudiéramos (ha)ser” y concluye: “La ilusión es un campo perdido/ donde las hierbas/ recuperan su humedad nocturna”. Con ese sueño perdido, Anna Georgina St. Clair enfrenta el dilema del amor indivisible en el texto “Una seducción”, página 8 de su poemario “Enamorarme de mí”. E inmediatamente continúa con “En la soledad… despierto el pensamiento/ imagen breve de mi existencia/ creo las coordenadas/ que me ubican en un punto/ de este tiempo” (pág.8).
El libro-objeto “Enamorarme de mí” es un laberinto de amor y desamor con puertas dobles o secretas, donde el tiempo es un personaje que se desliza por la cuerda floja, así en el texto de “Me invitas a que pase”, fragmento “… Raiz de fibra anclada/ en la más antigua concepción / del hombre/ en esa que no creía en los dioses/ sino en las estrellas”…” (pág. 11-12).
El erotismo es un doble filo por donde se deslizan las palabras de la poeta, descalzas, ávidas, y sin embargo, cautelosamente atrevidas; sugieren, pero no exigen, convocan al amor, al deseo del instante, y esos poemas se abren como frutos al sol, derramados de su propia carne suculenta, abiertos al goce en un escenario sin prejuicios. Anna Georgina St. Clair hace temblar las palabras como un amante indómito y, a la vez, avasallado por el placer que desconoce los límites de disolverse en el otro para ser de nuevo. De tal modo lo expresa: “…La carne no es carne si no la haces pecado…” en el poema “Los ríos que pueblan mi cuerpo” (pág. 13). Igualmente en “Éxtasis blando de sueño”, fragmento “…gritas/y juega mi lengua en tu río/ mientras azota tu origen el tiempo” (pág.15), al igual que el magnífico texto “Esa búsqueda” (pág.17).
¿Y los infiernos, los terrenales, los que arden entre las costillas, infinitos círculos indescifrables? Anna Georgina los padece y los exorciza, los nombra para expulsarlos de su paraíso en el poema “Atisbo en mis profundidades…”, concluye con el fragmento: “…En el arte de ser yo misma/ no sé/ a veces/ cómo salir sin ahogarme/ de este/ mi pozo”. También podemos acompañar los giros de un texto escrito con la cadencia del vuelo de una parvada de pájaros: “La tarde empedrada se hunde” (pág. 23), en donde los giros lingüísticos y los espacios nos dibujan también un horizonte.
La poeta St.Clair cuestiona “Todo es fácil para el que no se ha quemado/ en el infierno de las preguntas/ ¿Qué? ¿Dónde? ¿Para quién?” y continúa: “Los sueños se vuelven infierno/ el tiempo se vuelve montaña de neblina/ y la vida pasa en el tren del silencio/ yo no la vi/ ¿la viste?” y aún más “Realmente quieres compartir todo esto? La vida no es vida si no la matas un poco…”, fragmentos del poema “¿Quieres compartir?” (pág. 27). Pero la vida pasa en el tren del silencio, tal como lo describe Anna Georgina, ella no aborda ese transporte, por el contrario, su voz es un eco de navajas que degüella el silencio y se salvaguarda. “En el carrusel” (pág. 36). Y lo confirma en otro párrafo: “Soy un ave que no requiere/ de tierra en dónde /cuidar su nido”.
Anna Georgina St. Clair se pinta sola: “soy una mujer terriblemente apasionada…” (pág. 50). Después de acompañarla por su poemario y padecer con ella la memoria, comprendemos que las decisiones, eventualmente (por lo que sea), pueden ser atroces, y que después del último refugio incendiado del amor, una llama arde en la palma de la mano y su luz permite deletrear los versos siguientes en el fondo de un pozo: “Regalarme la paz/ a costa de otros/ ponerme en primer lugar/  de todos los pendientes del día”, del poema que cierra y da título al libro: “Quiero enamorarme de mí misma”.
Después, la pregunta imposible: ¿Quién podrá evitar enamorarse?
José Juan Cantúa
10 de diciembre de 2013
Hermosillo, Sonora, México

(publicado con la autorización expresa de su autor). 

viernes, 16 de mayo de 2014

Un lirismo pegado a la tierra: "La hora de la estrella" de Clarice Lispector

 "La verdad es un contacto interior inexplicable".
Clarise Lispector

Un libro extrañamente escrito, donde la voz de la autora, representada en el texto por un narrador en primera persona, se mezcla con los acontecimientos que, afirma, son inventados; lo anterior ya sabemos que sucede en cualquier ficción, pero el hecho de estárnoslo recordando siempre, provoca un desdoblamiento casi metafísico. Lleno de magia, compasión y lirismo, proyecta la vida de una débil y pobre jovencita a un plano humanista universal en pocas páginas.
Despierta el amor y el anhelo de una vida mejor para los niños desprotegidos, al plantear la realidad más cruda que cualquier exageración romántica. La pobreza y el abandono infantil vistos con una pluma que va hasta el más profundo pensamiento de la chica, que trabaja y tendrá un desdichado destino, cosa que se nos advierte desde un principio.
La vida, la muerte, la pobreza, las ansias de vivir, el fugaz amor que no lo fue sino simple ilusión, son mostrados con una sorprendente habilidad y filosofía: a partir del relato de una joven de lo más común, la escritora coloca en la mira las ilusiones, la energía, los pequeños contratiempos que se van encontrando para sobrevivir; retrata con lucidez una corta visión del mundo que, de todos modos, no alcanzará a hacerse realidad pues la muerte la acecha por todas partes, así como podría ser la felicidad.
Muerte por inanición, por amor, por tuberculosis, por asesinato, por atropellamiento, por cualquier enfermedad. Tan cerca de ver concretados sus sueños pero al mismo tiempo tan inaccesibles, pues es acechada por la pobreza, el machismo, la indiferencia, la codicia laboral.
En esta novela corta, te embelesa esa verdad contada con tanto cariño, con una delicadeza a la que quizá nunca tuvo acceso nuestra heroína.
Te conmueve el caso contado, que tiene tanto de cotidianeidad como de tragedia, y el lirismo tan apegado a la tierra que, cuando la memoria de lo leido te asalta, las piedritas te pican dentro de los zapatos, .

Clarice Lispector. La hora de la estrella. Buenos Aires, 2011. (Trad. Gonzalo Aguilar).

lunes, 12 de mayo de 2014

A propósito del Día de las Madres (mexicano)

Fui madre voluntariamente, aunque no puedo decir que es mi vocación principal. He tratado de dar lo mejor a mis hijos, pero poniéndome siempre yo primero. Claro, las circunstancias luego me han hecho que realice cosas que yo sentía luego como "sacrificios", pues es defícil pintar la raya cuando la mayor parte del tiempo no conté con el apoyo paternal total -cuando estuvieron presentes- de los padres de mis hijos.
Y estoy al pendiente. Sin menoscabo de su sobrevivencia, siempre he procurado no sacrificarme por ellos. Y cuando lo he hecho, doy marcha atrás, porque sé que en un futuro ellos lo resentirán, por lo menos al ver mi exagerado esfuerzo por ellos o, en otras ocasiones, en algún reclamo que les haga, mismo que en el momento de ser dicho me hace ver la realidad de mis supuestos "sacrificios".
¿Qué culpa tienen los hijos de que muchas madres les den "todo" de su propia vida? ¿Deben pagarlo los hijos con flores, halagos, incluso con su propia vida? ¿Acaso el 10 de mayo está hecho para recordarles a nuestros hijos que por su culpa ahí estamos, sin vida propia, con las finanzas destruidas y sin futuro económico, político o laboral?
No creo que ese sea mi caso. Por eso me da gusto ver que mis hijos no sientan que me deben demasiado, tanto que quizá no me la puedan pagar con su propia vida.
Me da gusto estar contenta a pesar de que no tengo su pleitesía, pues dentro de lo que me fue posible, he luchado por vivir mi vida, buscar mi felicidad de muchas maneras, y no descuidar su manutención, educación, etc.
A estas alturas, un abrazo de su parte podría ser suficiente. Y me dieron más. Pero eso es siempre.
Es una trampa más que la sociedad nos enaltezca exageradamente a las mamás para que sigas supliendo multitud de servicios sociales que deberían de darnos.
Y amigas que no tienen hijos, no se sientan menos o desgraciadas de no tenerlos. Cada quien debemos vivir con nuestras elecciones y con lo que el destino nos va trayendo.