viernes, 18 de abril de 2014

A propósito de una crítica feminista a la literatura de Gabriel García Márquez: la libertad de escribir y la política.

Posteé en Facebook una crítica feminista a la literatura de Gabriel García Márquez. Decía que sus textos eran patriarcales, que incitaba a la pedofilia y que las mujeres en sus textos son sumisas, sacrificadas y matronales (en caso de ser adultas). Puedes leer toda la crítica aquí: http://revistareplicante.com/cien-anos-de-misoginia/
Mi tutora de taller levreriano, la escritora Carmen Simón, comentó que "cómo podemos juzgar moralmente al hombre que escribe por lo que escribe. Vamos, se les ha olvidado la palabra "ficción". Si no te gusta, no lo leas. Pero de ahí a saltar a la persona, está fuera de lugar. Recuerdo cuando a Bukowski lo quisieron linchar un grupo de mujeres por maltratador, ficticio, claro. Qué ignorancia".
Estos comentarios me dejaron pensando. Creo que hay varias libertades que debemos defender aquí, y en eso estamos todos de acuerdo.
La primera, y la fundamental, es la libertad del escritor. ¿Debe servir la literatura a un fin "exterior" determinado, o solo a ella  misma? ¿Debe coartarse  el escritor en su libertad de expresión, para hacerla coincidir con alguna ideología a la que sea afín? Creo que no. 
El escritor, al expresarse está reflejando su realidad personal y social, solo con el ánimo de crear un objeto atractivo artísticamente hablando, como fin prioritario. Si con eso se transforma la visión del mundo del lector, será como consecuencia de la sinceridad y de la habilidad de expresión del artista. 
Si se tratara de transformar la realidad, nada mejor que la actividad política directa, sin necesidad de hacer pasar por literatura los manifiestos políticos. Y cuando ello se pretende, aparecen obras falsas, lacrimógenas o de plano muy malas. El realismo socialista es un buen ejemplo de este fracaso de alienar arte e ideología. 
La segunda libertad que necesitamos tener es la de los críticos. Una crítica que desde alguna -cualquiera- posición política o ética que se haga de una obra literaria, debe tener absoluta libertad. Libertad para juzgar, evaluar, comentar o analizar una obra literaria. Con la misma que tiene un escritor al escribirla. Ya estará en los lectores de los críticos, y en los autores de las obras literarias, juzgar si están o no de acuerdo con lo asentado. Pero ya lo decía mi amigo Julio Caballero, los críticos son necesarios, para bien o para mal, para la literatura. Nos dan pistas, nos enseñan recovecos, nos analizan o nos censuran, y, a los escritores, nos señalan que existimos. Más vale ser criticados que ignorados.
Y finalmente la libertad del lector, que aunque está condicionada por la accesibilidad y conocimiento que pueda tener de la producción literaria en general, es la que más se ejerce. Los medios informáticos nos han puesto en una increíble disposición de muchísima literatura a la que se accede gratuitamente o mediante un arreglo económico. Los lectores, entonces, nos guiamos por nuestro soberano gusto y es difícil que se nos coarte en nuestra libertad de elección. Quizá es, hasta ahora, la libertad que más se ha ampliado en esta era cibernética.
Otro punto interesante que me interesa resaltar es el vínculo que pudiera existir entre el contenido de las obras literarias y la filiación política del escritor. No se puede juzgar una obra a partir de la actividad política de su autor, como tampoco una actividad "políticamente congruente" (lo que sea que signifique) es garantía de una buena producción literaria.
Son dos ámbitos de acción y creación humanas que se tocan en varios puntos pero que poseen códigos distintos.
 Juan Bosch, pionero en la literatura localista de la R. Dominicana y autor de uno de los más bellos decálogos en el arte de escribir cuentos ( http://www.literatura.us/juanbosch/apuntes.html ), planteó que la política y la literatura no pueden mezclarse, que son dos pasiones de tiempo completo muy celosas. Lo dijo alguien que, al vivir exiliado por motivos políticos de su patria, se dedicó a escribir una importante obra. Varios años después, al ser llamado a su país para ser proclamado presidente, dejó de hacer literatura para siempre. Se dedicó a implementar valiosísimas políticas a favor del desarrollo social, democrático y ecológico de su país. Para conocer a fondo la historia de este gran personaje, consulta http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Bosch .
Foto tomada del sitio http://www.almomento.net/articulo/161118/
Por cierto, Gabriel García Márquez fue alumno tallerista de Bosch en Caracas Venezuela y se hicieron amigos desde entonces. Un artículo interesante al respecto lo puedes ver aquí : http://www.almomento.net/articulo/161118/Gabriel-Garcia-Marquez-en-los-70-anos-de-Juan-Bosch

Por mi parte, leí a García Márquez por primera vez en la preparatoria: inicié "Cien años de soledad" con dificultad, luego entré al asombro y por último al júbilo, ese que algunas obras de arte me provocan. Después leí , cursando Letras Hispánicas de la UniSon,  "El Coronel no tiene quién le escriba" y "El amor en los tiempos del cólera"; me parecieron novelas subsecuentes no tan excelsas como la primera. Veinte años después hojeé "Memoria de mis putas tristes", (que estaba en manos de un allegado que gustaba de las prostitutas, por cierto), y no me gustó, no me atrajo. 

Pero atendiendo a las doctas reflexiones de mi amiga Argentina Casanova, ya bajé de internet "La Amortajada", de la chilena María Luisa Bombal, quien junto con Elena Garro de "Los recuerdos del porvenir", fueron precursoras del realismo mágico latinoamericano. Como lectora libre, decido que ellas me atraen para leerlas ahora, más que el querido y multicitado Gabo.
Si me impactan lo suficiente, y no me siento indigna de comentarlas (que también me sucede con algunos clásicos que leo), les prometo una reseña. 


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