domingo, 29 de diciembre de 2013

La sangre llama

Hay algo mágico en mis tías. En muchos momentos de mi vida fungieron como segundas madres, cómplices y testigos de mi vida y sus ires y venires. Los genes que ellas comparten con mi padre, les otorgan una ligera variación en la sonrisa, en la mano que me acaricia, en la voz que conduce y en la melodía que cantamos juntas. Mis tías me traen la sonrisa, los dichos y hasta las pecas en los mismos sitios que los de mi difunto padre y los de sus padres, mis abuelos.
Mis tías y al extremo derecho, yo. 


Creo que así es el amor: no importa el tiempo que pase sin verlas, no importa la distancia que nos separa, el pensar en ellas y luego verlas me llena de regocijo y contento. Siento que me quieren y que son correspondidas.
Poseen la magia de burlar a la muerte y y me hacen sentir que mi padre y mis abuelos me siguen queriendo a través de ellas. Es un amor que fluye como un perfume sutil entre todos los cuartos de una casa, aunque algunos cuartos se hallan cerrado para siempre.
La sangre llama, y yo respondo.

lunes, 23 de diciembre de 2013

COSAS SIN CORAZÓN




Lo conoció por el Face. Era amigo de unas conocidas suyas. Uno de tantos “amigos” que anexaba por sugerencia del FB. Quería ampliar su lista, expandir sus horizontes amistosos, llegar a ver y conocer caras nuevas y diversas maneras de vivir la vida a través de la pantalla cibernética.
Duró un año viéndolo sin ver, atenta a los comentarios apreciativos de sus verdaderas conocidas, amigas, compañeras. Sin embargo, a casi nadie conocía en persona. Pero apreciaba sus “me gusta” cuando subía fotos, repetía imágenes interesantes de otros muros o subía noticias impactantes, raras o muy actualizadas, incluso cuando subía comentarios pequeños sobre su día.
Él se mantenía al margen, ahora lo recuerda ella. Un “me gusta” entre tantos, a veces decenas de ellos cuando se trataba de fotos de viajes o visitas a exposiciones de escultura. Porque esa era su pasión, la escultura y las formas nuevas de expresión plástica y en tercera dimensión.
Al parecer también eso le gustaba a él. Y aunque fuera muy tradicional en sus creaciones, versiones semicreativas del gran público, había cierto toque personal en sus cosas que a ella le atrajo,  eso  después, cuando ella se asomó a su muro con cierto interés.
Después de haber trabajado varios meses en arreglar y organizar su taller en la recámara que su hijo dejó al irse de casa, ella escribió en su Muro la posibilidad abierta de invitar a sus amigos (desconocidos o no, de su ciudad o no) a una sesión abierta de taller. Solo dos respondieron casi instantáneamente que ahí estarían. Él y otro amigo, al que no recordaba haberlo visto comentando nada ni dándole “me gusta” a ninguna cosa posteada por ella.
Pero no era de extrañarse. De sus cientos de amigos, sólo alrededor de cincuenta eran activos participantes de su vida filtrada a través de esa red social. Los otros no existían, o sólo estaban para mirar sin ser vistos, pensar sin escribir nada, navegar a través de un espejo sólo visible de un lado y reflejante del otro, en secreto. Sabía que por ahí andaban porque se aparecían donde menos los esperaba. Entonces daban sorpresas, como el segundo.
El primero llamó su atención. Era de su ciudad y, revisando su historial común, la había estado siguiendo de manera discreta pero no secreta, desde hacía meses. Ella no le había tomado importancia. Hasta ahora.
Su soledad la alcanzó, su falta de pareja por la escondida timidez que la hacía no salir cuando la invitaban a exposiciones masivas, a encerrarse a dormir temprano y levantarse con el canto de los pájaros de su jardín, a veces antes de que los rayos del sol iluminaran las cortinas. Sólo clareando. Y a trabajar con los materiales en vez de estresarse con el tráfico imposible de ciudad adolescente, en una etapa de exagerado crecimiento que la hacía adolecer de todo: falta de espacios para caminar, escuelas demasiado atestadas, rentas subidas hasta el cielo, comida cara en los supermercados, filas hasta para los cajeros bancarios alejados del centro, falta de agua por las mañanas, súbitas bajones de electricidad, entre los signos más evidentes.
Es un escultor como yo, pensó, quiere venir a mi casa a ver cómo trabajo y vive en mi ciudad. Entonces ella se interesó.
Entró en su Muro. Su súbito salto a la pequeña fama citadina se debía a una serie de figuras tersas de niños y adultos en pacíficas posiciones domésticas: niño jugando con un velero en un charco, madre tarahumara con su pañoleta ondeando al viento arrullando a un minúsculo bebé, joven sentado frente a una imprenta tradicional, con su mano sobre un juego de logotipos de plomo. Todo en madera de pino,  fácil de tallar y  limar. Situaciones típicas que era seguro venderían. También una mujer madura frente a un comal lleno de gruesas tortillas llamó la atención de ella. Era de cara fina, joven y de firmes carnes a la vez. A diferencia del resto de las piezas publicadas, no había gustado tanto en el FB. A ella fue lo que más le gustó. Evidenciaba constancia y trabajo disciplinado.
Entre otras cosas que ella encontró en su FB, se dio cuenta que en unos días más inauguraría una exposición de piezas en su ciudad natal. Ella dio un “me gusta” en el anuncio, como iniciando un diálogo que ella pensó podría ser fructífero entre ambos.
Pero no pudo dejar de observar que la mayor parte de los “me gusta” que había en sus fotos eran de mujeres, no solo de su ciudad, también de otras partes del país,  e incluso de lugares tan lejanos como Turquía y Estonia. Y no eran lugares inventados, pues las mujeres hablaban en su idioma nacional en los comentarios que le hacían.
Bueno, pensó la escultora, todos tenemos amigos. Y nos gusta que nos comenten. Anotó la fecha de su próxima exposición y se prometió acudir, no tener timidez ni miedo a la gente extraña ni a la gente conocida que siempre tenían cosas qué preguntarle que ella no quería contestar: ¿cuándo vas a tener tu próxima presentación, Rosaura? ¿es cierto que tienes muchas sorpresas qué enseñarnos? Le gustaba y al mismo tiempo rechazaba las exposiciones públicas de sus más íntimos sentimientos de temor y alegría, aunque ella misma trataba de ubicarse indicándose que las expresiones plásticas de sus pensamientos y emociones convertidos en arte adquirían otra dimensión, al exhibirse dejaban de ser personales para convertirse en colectivas, compartidas en la humanidad de quienes accedían a ellas.
Y Roberto, su “nuevo” amigo escultor, ¿qué trasmitía con sus piezas? Cierta serenidad, miedo a innovar, ojos para la belleza y cierta habilidad técnica. Y ganas de vender, sobre todo.
Ella pensó en sus deseos siempre relegados de conocer las Islas del Pacífico. ¿Se le harían realidad algún día con las ventas de sus esculturas que realizaba para expresarse, con materiales reciclables, con un lenguaje que ella a duras penas se entendía? Quizá no las vendería, pero no podía hacer las piezas de otra manera. No podía repetir, ni siquiera sus propias obras, no podía mentir para halagar y ser comprada para finalmente servir de pisapapeles en algún escritorio elegante o detenedor de libros en un librero con pocos libros y un gran aparato de sonido.
Ella esculpía para asombrar, impactar, deleitar, poner a pensar, mandar mensajes escondidos de sí misma, atraer, incluso excitar. Nunca para complacer o ser pasada por alto.
Roberto era diferente a ella, quizá podrían hacer buena pareja e irse a viajar juntos por varios meses a Papúa Nueva Guinea para aprender ella a hacer esculturas ella con cáscara de coco y él con alguna madera fina nunca descubierta por ningún artista plástico hasta entonces.
Hasta entonces, el plan estaba casi terminado. Ahora sólo tendría ella qué acercarse a él y serían la pareja perfecta. Él la valoraría en sus cualidades especiales, él la promovería junto con sus propias y bien difuminadas redes de promoción cultural a las que se veía tenía acceso. Hasta beca de producción sin dar cuentas de nada, solo para producir obra, le podría ayudar a conseguir.
Se sintió amada, feliz de un futuro promisorio, lejos de la soledad que la rodeaba en su casa y animada para acudir a la presentación de su futuro amado.
Se fue a hacer una comida llena de verduras. Se compró una cerveza y, relajada, durmió a pierna suelta toda la tarde. La noche llegó lenta y salió a caminar alrededor de los condóminos en donde ella habitaba.
No tardaría en hablarle su hermana, a quien feliz le platicó de su nuevo casi pretendiente.
Unos días después, recibió una invitación a un Evento.  Era de Roberto: “La gente y sus cosas”, ya tenía más de mil invitados.  200 dijeron el mismo día que irían. Eso no quería decir que irían todos los que decían, muchos decían que sí sólo para halagar al artista y poder felicitarlo en el mismo muro del evento por sus actividades. Sí, “Felicidades” era la palabra más repetida en los comentarios. La mayor parte de los invitados eran de fuera de la ciudad.
Ella se fijó en eso. Menos mal, pensó, así no habrá tantas mujeres con quién competir. Además, yo seré especial porque ya quiere venir a mi taller a conocer cómo trabajo.
Pasaron los días, ella se metía seguido al muro de él y empezó a comentar con frases halagadoras y cortas, las piezas que él mostraba. Les hizo compañía a las otras amigas, pero no le importaba, ella se sentía halagada cuando, entre tantas respuestas que él otorgaba a sus comentaristas, a ella le dedicaba un post especial. “Gracias”, era la palabra que más se repetía por parte de él, y con ella no era nada distinto. Pero entonces no se dio cuenta.
Llegó el día de la exposición. Él agradeció de antemano en el Muro del Evento, pocas horas antes de inaugurarla, el apoyo otorgado por la Gran Benefactora del Museo donde presentaría su obra. Y la fina distinción de la compañía de vino blanco que donaba la caja de botellas junto con exquisitas copas, a cargo de la administradora del viñedo X, ubicado a 40 km de la ciudad. Y la atención prestada por la reportera del programa cultural de la mañana en la TV local, la más vista en la ciudad.
Rosaura dejó las noticias del FB y se dio dos horas para arreglarse concienzudamente. Pensó hasta en pintarse las uñas, pero era algo que no sabía hacer, pues nunca las traía crecidas de forma pareja. Se peinó con secadora el largo cabello crespo, puso especial énfasis en sus sensuales labios, usualmente despintados y resecos, se puso un blusón brillante que anchaba su delgada figura, se perfumó con el perfume más fuerte y sensual que casi no toleraba y salió a tomar un taxi, media hora antes de la fijada por el Evento.
Tenía qué encontrar lugar, de seguro se iba a llenar la sala y no alcanzaría a ver primero las obras, al lado de Roberto.
Llegó diez minutos antes. Roberto no la saludó, quizá no la reconoció por la desvencijada y maltrecha foto que había ella subido al FB. Andaba ocupado platicando con las autoridades y otros escultores más, que comentarían brevemente su obra, suponía ella, antes de cortar el listón inaugural. Esperó a que Roberto pasara cerca de ella para que la saludara. Él pasó de largo, dejando una estela de aroma a pino mezclado con musk.  Con barba bien recortada, los ojos verdes más brillantes que nunca y su cabello en una coleta, además de sus inconfundibles pantalones de mezclilla, aunque con saco tweed para la ocasión, se veía realmente atractivo, más que en la foto del perfil.
Ella vio otras mujeres, elegantemente arregladas junto a ella, la mayoría solas o platicando unas con otras. Y dos o tres artistas masculinos, conviviendo entre ellos. Decidió esperar a que el relajo pasara. Reconoció a Marisela, una vieja conocida y asidua participante de todos los eventos de artes plásticas de la ciudad
-¡Qué milagro que te dejas ver, gusto de saber de ti!- Marisela comentó.
Platicaron de todo y de nada, Rosaura sintió cómo el agujero en su corazón iba haciéndose cada vez más filoso. Quizá hablar la hiciera olvidar la decepción, aunque no se desencadenaba del todo, pues el escultor era el centro de la atención y no podría agradecerle que hubiese estado ella ahí para él, especialmente ataviada, especialmente alejada de su casa y de su taller y sus condominios.
La inauguración estuvo pletórica de aplausos, se repartieron las copas y el vino blanco corrió en abundancia. Rosaura bebió tres copas al hilo, ya se sentía más relajada. Las piezas escultóricas fueron lo último que le llamaron la atención a ella. Comunes, vendibles, brillosas, vendidas a precios altos.
De su puta madre, pensó, además de que no me hace caso, vende más que yo. Y además expone en este lugar tan selecto. Yo merezco estar aquí, no él, siguió. Le dieron ganas de orinar.
En el camino al baño, se encontró con Roberto. ¿Rosaura? ¡Qué bueno que viniste! Mucho gusto en conocerte, me alegra que estés aquí. ¿Vas al baño, verdad? ¡Adelante! Por aquí estamos…
Se alejó para perderse en un grupo de señoras que lo esperaba para las fotos. Cuando Rosaura regresó, una tras otra se dejaba abrazar por el expositor, haciendo refulgir sus joyas con el flash de las cámaras digitales. Lo rodeaban y las besaba, una a una.
Era demasiado para Rosaura. Se había acabado el vino, además. Se enfiló a la puerta de salida.
-¡Rosaura! ¿A dónde vas?- le dijo Marisela, alcanzándola.
-A mi casa, ya me dio sueño-  fingió.
-Vamos, hay una reunión en un bar cercano, Roberto nos invitó, vienes conmigo.
A duras penas accedió, luego de insistirle varias veces.
Fueron diez los que se sentaron en un bar que estaba a la vuelta. Rosaura recuerda haberse sentado lejos de Roberto, quien muy animado comentaba haber sido invitado a llevarse sus obras a una exclusiva galería del Distrito Federal. Roberto la invitó a tomar algo, junto a los demás, pero Rosaura se negó a tomar nada, alegando estar tomando medicinas.
Rosaura fingió una plática animada con una pintora y promotora de arte de San Miguel Allende, mientras escuchaba con dolor la alegría de Roberto.
Pasó una hora, y cuando la sanmiguelense decidió marcharse debido a lo largo del camino hacia allá desde la ciudad adolescente, Rosaura se levantó con ella. Entonces tres artistas más se despidieron también, incluida la patrocinadora del viñedo que no disimulaba su completa atención hacia el artista.
Marisela hablaba más alto de lo normal, ahora platicaba aparte con uno de los escultores, sus rodillas se tocaban. Roberto se levantó, las acompañó a la puerta y regresó.
Rosaura caminó a su coche. Me lleva la chingada, por qué me quedé en el bar. Son casi las doce de la noche y mañana estaré  emputada todo el día, tanto que tenía qué hacer en el taller, tan mal que me fue con este cabrón.
Llegó a su casa. Un mensaje de su hermana la felicitó por salir de su casa alguna vez. “Imagino que te fuiste a la expo de tu amigo, espero que te diviertas mucho”, le dijo.
A su pesar, durmió profundamente. Despertó entera, contenta de haberse dado cuenta de lo que en realidad Roberto quería, que ella sólo fuera una de sus muchas fans, que a ella le doliera ver cómo le iba bien a él, o… ¿qué era lo que él realmente quería?
Acudió a su taller. Dibujó con trazos rápidos un boceto. Armaría un corazón con aserrín de pino, le incrustaría un gran anzuelo de pescar y lo colgaría de alguna computadora inservible. Al montaje le llamaría “Un corazón sin gente”.


sábado, 2 de noviembre de 2013

Pajarea la neblina

Pajarea la neblina el azul
húmedo el canto lila
amanece.

Un ladrido toca la puerta
se trenza con los trinos
el nido busca pájaros
vuelan   no lejos
solo la tarde verá al perro libre.

Llueven el frío y la pertenencia
buscan un lugar dónde olvidarse.

domingo, 27 de octubre de 2013

Fue Neruda, fue el vino chileno, fue meditar mientras nadaba.

Fue la meditación en la nadada matutina, ya no tenía cosas en qué pensar y surgieron penas pendientes de la nada. O los pedacitos de "Confieso que he vivido" , de Neruda, hablando de México y sus espinas y sus mercados. en radio universidad hoy en la mañana . O el cuadro que hago, cuyo nombre me ronda en la cabeza: "yo sólo quise quererte". O los poemas nerudianos leídos por distintos autores, entre ellos la "Oda a las cosas", en donde ama los (mis) tejidos, las (mis) mesas de madera... como si me hubiese conocido antes de morir, cuando yo tenía apenas once años de edad y practicaba el piano con una maestra que adoraba a Hitler. O esas ganas locas de lo chileno, que siempre reprimo y que ha salido a flote ahora que mi amiguísima Carmen Coello llegará a ¡mi casa!, con sus fantasmas y gustos y ánimos a cuestas, para llenarla de ánimos y corazón valiente. O que decidí entrarle al toro por los cuernos e irme a comprar vino chileno cuando era hora de que estuviera en mi casa frente a la estufa, cocinando alguna vianda mexicana. Lo cierto es que tomé vino chileno, me rehusé a comer la carne asada con tortillas y sí con pan (integral, ni modo), y lloré por Pablo Neruda.
LLoré por su dolor al ver caer a Salvador Allende, lloré (lloro) por su amor a las cosas hechas por el hombre (o mujer), por su amor a México y su inextrañable esencia llena de cenotes con huesos de vírgenes, por su palabra llena de mar con marineros y mástiles y olas gigantes, por su amor a la mujer que aunque no está, aunque esté, ya se fue y llegó la otra con ojos grandes y pies pequeños.
Sé que deben escribirse estas cosas en privado, esperar a que se pase la inusitada borrachera y luego corregir, borrar las expresiones exageradas y fuera de lugar, los errores de ortografía y de sintaxis, limar las exageraciones emocionales y presentar brilloso y pulido el texto al público, aunque sea del FB.
Pero me honro en escribir esto, lo siento y lo escribí tan dentro que temo se me olvide cuando despierte, agitada y cabezadolorida, sin nada más que sentir que un alivio pasmoso, después de dos horas de llorar frente al vino chileno y frente al trozo de carne asada, mientras me consuela Emiliano con referencias al Jesús al que, según él, me debo de encomendar.
Pablo, Pablito Neruda, creo que eres más valioso que Jesús, pues a él lo han beatificado y puesto en un altar y a tí, solo te escuchamos y leemos y sentimos los latinoamericanos, con esa herida abierta, profunda, de cuyas venas emana riqueza que no repartimos, solo el corazón dividido en cachitos lo dejaste en tus poemas, y se reproduce como panes y peces, o mejor, en panes y carnes. El vino lo tomé a tu salud, y de todos los chilenos, esforzados, sufridos, valientes, que no acaban por tener su patria generosa para todos.
Esta media botella de vino fue por ustedes, amigos chilenos.

sábado, 19 de octubre de 2013

Luna callejera

Desperté con la luna
llena iluminando la sombra
que deja la lámpara de mi calle
luna sin eclipse
a través de los cables de luz
ya sabes, del registro de la regadera
la peste aflora.

Había ido a la calle a caminar
las leves cuadras llenas
de gente en el parque
lleno de gente que escapa de su casa
llena de gente y peste leve.

En el parque juegan sus niños
sobre el concreto que protege
un módulo de electricidad
que pusieron y quitaron
unos árboles pequeños que con mucho trabajo
plantaron en el parque
que pelearon mis vecinos porque ya
lo estaban construyendo
en una transa que hicieron los del municipio
vendieron el área verde común a los empleados
del sindicato ferrocarrilero que ya casi
no existe porque vendieron
Ferrocarriles Nacionales a los gringos.

Jugaban   decía
en el pedazo de parque peleado
por la gente de mi colonia
y el nuevo habitante de la calle
que eligió vivir en la banqueta con
sus plásticos y cartones
duerme borracho
en cuclillas en una esquina del parque
apenas veo su cara morena sin afeitar
tan delgado que parece niño
duerme  y sus cosas ordenadas
a media cuadra del parque, en la banqueta
sostienen un plato recién vaciado
no se cubre en las noches frías
vive bajo el techo de un árbol mediano
callejero y podado
duerme sin sueños y nadie
se atreve a correrlo.

Caminé   decía
y la gran luna amarilla me siguió
entre los techos de las casas
pensé que esa luna reflejaba el mar
e iluminaba las espinas de las choyas
o podía brincar charcos
de alguna lluvia cerrada y neblinosa
en el París de Carmen o el Vancouver de Alice
la misma luna amarilla podía ser
la filtrada entre cercas de cárceles
apaisajar alguna plática de
enamorados en una casa pequeña
a través de una ventana apenas abierta.

Iba por el pan    decía
y el parque y el teporocho
y la piedra de río en mis calles
y las tiendas abiertas
y la luna que me seguía
y el parque lleno de gente con perros
jugando, atados a su correa
y la vida que se escapa entre
las casas y los parques peleados
a medio construir
y el tufo de baño que nunca
se va, solo se tapa
y mis ventanas pequeñas a medio abrir
y el día que siempre llega
y la luna que no se queda, se va
está en el bosque    en el desierto
en el mar con desierto y espinas
y la vida que no es vida porque
encierra, en la mañana
abrimos puertas a la calle llena
cerramos puertas porque ya nos fuimos
sacamos basura
compramos    transitamos     saludamos
mi colonia vivió la noche
con una luna amarilla
entre cables de luz, en el parque peleado
el teporocho dormido y sus cajas
ordenadas y plato recién
usado de comida que le regalaron
no se va a ir     no se quiere ir
apesta pero lastiman sus ojos huecos
qué desecho de hombre
iluminado por la luna
brillante y amarilla.

La tarde se fue
la noche está a la mitad
y no amanece
entre el frío
y la ventana pequeña a medio abrir
y una luna llena
reflejando el mar.



jueves, 10 de octubre de 2013

Y pinto. Para experimentar, divertirme, exponerme, animarme, expresarme, jugar... Y se van la melancolía, la tristeza, las ganas de nomás ver tele por las tardes jugando SUDOKU, o hacerme la ilusión de estar acompañada en el Facebook. Me despojo de la sensación de abandono y solo pienso en colores, texturas, formas, mi lógica se desgrana en componer y descomponer, armar y desarmar, mientras mis emociones quieren contrastes que brillen, espinas que sobresalgan, formas cactáceas que disimulen formas humanas, quiere espinas que hieran y a la vez que sanen, drenando la savia por sus orificios, abriendo surcos de su cerrado tejido, descubriendo la fuente de la vida, el agua, en lo profundo mío.
Me trasculzco con los fondos, juego con las posibilidades de texturas y la inmediatez del óleo fresco me dice que mis locos padres impresionistas jugaban, muertos de la risa, con pinceles y formas y colores mientras en secreto su mente organizada las proponía acertijos que, al solucionarlos en una pintura, los hacía brincar de alegría y gozo. Veían entonces que el día era bueno, era su mundo, su tiempo, su lugar los indicados para que ellos estuvieran ahí haciendo lo que hacían y dejando que su creación los alejara de la muerte.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Mi mesa nueva

Dispareja, con agujeros no remendados de los nudos, con los tornillos medio salidos algunos y otros medio chuecos, mi mesa de trabajo de 1.80x.90 ya es una realidad en mi taller. Y digo las irregularidades primero porque son los que la hacen más bella, más mía, así como los defectos nos hacen más humanas. Y si, regresé el berbiquí que había comprado porque ya casi nadie vendía las brocas especiales, y un guapo y agradable señor de una ferretería me convenció de comprar un taladro. Mis antiguas brocas y un juego de nuevas, me ayudaron a consolar mis doloridas muñecas de tanto torcer la mano para meter con pura fuerza los tornillos.
Mi bellísima mesa es una realidad, solo le falta su segunda mano de barniz. Lista para albergar mis libros en proceso de secado, lista para detener los bastidores recién imprimados para secarse, lista para albergar mis hojas de guardas pintadas con agua y esmalte de aceite, lista para sostener mis sueños creadores.
Gracias, madera preciosa y olorosa, nueva y vieja, gracias pinos y cedros. Gracias tecnología que me ahorraste la friega de clavar, gracias acero de los tornillos tan precisos. gracias brazos y cuerpo que no me fallaron. Gracias cerebro por la concentración. Gracias estaciones de radio que pusieron canciones románticas y modernas.
Gracias fonda de mi colonia por alimentarnos a mí y a mis hijos. Gracias precioso clima que no dejaste que se inundara de calor el taller, y me acompañaste con lluvias en la tarde, para refrescar mi cuarto donde descansaba. Gracias cama por tu firme soporte.
Gracias vida por esta magnífica experiencia. Sí puedo, pero no me dedicaré a hacer más mesas. Mis bastidores de madera me esperan para seguir pintando.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

"Arte-Sanías y Trans-migraciones" : la vida desde la tierra negra. Relatos de Gisela Sánchez Díaz.



Escribir desde la ternura
la fragilidad
las ausencias inexplicables y siempre presentes
eso haces tú, Gisela
con textos que me hablan
del dolor y la tristeza
combinados con la alegría de ver erguirse
la vida desde la tierra
alumbrada por una luna rojiza
como de otro planeta

Encuentros y reencuentros
coronados por un azul solo
de Van Gogh y un verde fragante
al lado de un necesario negro
que convierte a su entorno
mas luminoso y perfecto

Estuve contigo con tus amores
tu trabajo colectivo y tus recuerdos
siempre relatando desde tu corazón
desde tu olor propio perfecto

Me tocas con tu libertad
con tus insomnios puros
anhelando el amor del mundo
unos pasos propios
y un abrazo
en la más oscura noche

(estoy contigo
desde que leí tu libro
te conocí antes  pero ahora sé
un poco
lo que tu sonrisa oculta
y celebro y comparto
tu decisión de cerrar lallave
cuando hay sequías internas)

Afortunadamente escribes
y eres río que fluye de ida y de vuelta
y las tormentas
nunca fueron tan fértiles
como cuando fuiste tierra
para absorberlas y generar
este libro

Gracias por compartirte
por Sanar con tu Arte
por Migrar en la Transformación
y documentarlo
y sanarnos contigo
y cambiar mientras nos Transportas
a un día de luz.