sábado, 28 de abril de 2012

Enamorarme de mí. La imagen sugerente.


Texto leído durante la presentación del libro de poemas “Enamorarme de mí” en la Casa de la Cultura “Ramón López Velarde” en México D.F., el 26 de abril del 2012, por la poeta, académica y actriz Roxana Elvridge-Thomas.


Roxana Elvridge-Thomas

La poeta Roxana dando lectura al texto.
Enamorarme de mí es el título del libro que nos presenta hoy Anna Georgina St.Clair. No se trata de un libro común y corriente, sino de uno artesanal, hecho cada uno de sus ejemplares con las propias manos de la autora, dotándolos así de una energía especial y de un toque único que los convierte casi en un libro objeto, ya que además de los poemas que contienen, están compuestos también por reproducciones de pinturas de la autora. En mi caso, tengo la obra Esperanza, una sinfonía de toques azules con amarillos sobre las sinuosas formas de los nopales, curvas y atrayentes pero potencialmente peligrosas por sus púas, como los poemas mismos de la autora, sensuales y seductores, pero eventualmente amenazadores para quien los lee.
Así como en la pintura, en los poemas la naturaleza es una constante. La encontramos en árboles, hojas, frutos, hebras de pino, frutas. Y es que la naturaleza procura un sustento atmosférico y sensual para la autora, donde el cuerpo se transforma en materia vegetal y los frutos de la naturaleza se hacen carne del deseo, de la ausencia, de la ira o la ilusión.
Uno de los recursos retóricos más utilizados por Anna Georgina St.Clair es la sinestesia, que confiere a sus poemas una dimensión sensorial muy profunda involucrando las variadas percepciones de los sentidos con referentes novedosos como por ejemplo el poema “Me invitas a que pase” cuando dice: “Esos árboles altos derramando olor” o más adelante, “cuando tocas con tu mirada”.
Y aunque en ocasiones encontramos su poesía muy denotativa, otras veces destaca el empleo de la imagen poética, inspirada en la definición que dio de ella Pierre Reverdy en 1918: “La imagen es una creación pura del espíritu”, a lo que agregó: ”Lo propio de la imagen fuerte es surgir de la aproximación espontánea de dos realidades muy distintas, cuyas relaciones sólo las ha captado el espíritu”[1] . Como podemos observar, ya la creación de la imagen conlleva en si misma el acoplamiento sensual de la pareja, la reunión de contrarios que exalta la vida del amor erótico. Esta definición de Reverdy fue retomada por André Breton y los surrealistas y llevada a extremos en los cuales se le sacó el máximo partido a la eclosión de los dos términos, que se acoplaban en ella.
La poeta Roxana Elvridge-Thomas, con la autora del libro y con Ana Georgina Segura, organizadora del evento.




Los asistentes se acercan a los libros y los comentan.
Octavio Paz toma del surrealismo el concepto de la imagen poética y lo desarrolla, no solamente en su poesía, también le dedica un capítulo en El arco y la lira, donde teoriza acerca de la misma, y escribe, entre otras cosas, que la imagen “resulta escandalosa porque desafía el principio de contradicción”[2].  En cuanto a las dos realidades distantes que se relacionan entre si dentro de la imagen, Paz las examina y dictamina los casos que se puedan dar al realizarse este acercamiento de términos: “Algunas veces el primer término devora al segundo. Otras, el segundo neutraliza al primero. O no se produce el tercer término y los dos elementos aparecen frente a frente, irreductibles, hostiles” [3]. Más adelante, aplaude la riqueza semántica de las imágenes, que se acreciente al unirse los dos términos, aportando cada uno todos sus distintos significados. “La imagen es una frase en la que la pluralidad de significados no desaparece. La imagen recoge y exalta todos los valores de las palabras, sin excluir los significados primarios y secundarios” [4]. Como podemos observar, el acoplamiento de los dos términos de la imagen es similar, nuevamente, al acoplamiento de la pareja en el acto sexual y el comportamiento que pueden tener entre sí, es también un comportamiento sumamente cargado eróticamente.
La imagen poética, para Octavio Paz, no solamente tiene su propia lógica, sino que también posee poderes que podrían situarla en el espacio de los ritos propiciatorios, ya que “la imagen reproduce el momento de la percepción y constriñe al lector a suscitar dentro de sí al objeto un día percibido. El verso, la frase-ritmo, evoca, resucita, despierta, recrea”. Y no sólo eso: “El poema nos hace recordar lo que hemos olvidado: lo que somos realmente”[5]. Si ponemos atención a esta frase, es muy similar a la que el mismo Paz elabora sobre el amor cuando dice que “nos recuerda lo que realmente somos”.
La imagen viene a ser también como la piedra filosofal de los alquimistas: “La imagen trasmuta al hombre y lo convierte a su vez en imagen, esto es, en espacio donde los contrarios se funden. Y el hombre mismo, desgarrado desde el nacer, se reconcilia consigo mismo cuando se hace imagen, cuando se hace otro[6]. La imagen, así, no es únicamente una herramienta para crear poesía, se convierte en un ente con poderes  mágicos que ayuda al ser humano a reconciliarse consigo mismo, en una fórmula que fusiona contrarios, esto es, que nos acerca a la plenitud, como el amor erótico.
Es una epifanía y un objeto ritual. Hace posible que quien se acerca a ella se transporte al instante, al illo témpore de los hombres arcaicos y de quienes aman.
Es este concepto de imagen poética el que recupera nuestra autora cuando escribe:

cuando tocas con tu mirada
ese bosque traspapelado
que oculto en mi silencio
se niega a morir
            de sed

O cuando más adelante, y recordándonos al Valéry del Cementerio Marino, nos dice, en el poema “Los ríos que pueblan mi cuerpo”:

La fruta no se pela                 se deshace cuando la hueles
y nos arroja una gota de deshecho
esperando ser tocada  engullida        mordida

O el hermoso final del poema “Esa búsqueda”:

Deseo
un corazón ligero
la niebla sin tocarme
el fuego oscuro
y una luz
suavemente
brillando
entre mis piernas

O finalmente, la bien creada imagen del poema “La tarde empedrada se hunde”, que dice “una piedra cayó y me hizo añicos la garganta”.
Podemos ver, en conjunto, como en este libro de Anna Georgina St.Clair se conjuntan las palabras con el goce sensual para ofrecernos a los lectores que en muchos niveles podemos apreciar.


[1] Marcel Raymond, De Baudelaire al Surrealismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 245.
[2] Octavio Paz, El arco y la lira”, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 99.
[3] Ibid, p. 99.
[4] Ibid, p. 107.
[5] Ibid, p. 109.
[6] Ibid, p. 113.
 

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