lunes, 8 de agosto de 2011

In memoriam Pedro Garbey

Has muerto, Pedro Garbey, y toda una historia conjunta entre tu vida y la de nuestra familia se ha quedado en mi memoria. Este escrito quiere ser una lucha contra el olvido que representa la muerte, la tuya y luego la nuestra.
Te recordaré con tu amplia sonrisa y vivaces ojos, con la voz estridente y grave que definía con certeza sus opiniones; con un corazón grande, generoso; con un ánimo alegre, dicharachero y gentil.
Discreto cuando fue necesario, al frente cuando se te necesitó, nunca dejaste de acercarte a nosotros cuando vivías con mi mamá. Fuiste segundo padre de mi hermana, abuelo sustituto de sus hijos y también de los míos. Incluso donaste sangre a mi abuelo paterno cuando él más la necesitó en su hospitalización por cáncer, y si no donaste cuando mi mamá lo requirió fue porque ya te lo habían prohibido los doctores por tus problemas físicos.
Mi memoria te coloca en la casa de mi mamá, cuando iba yo de visita con mis hijos. Me esperaba un delicioso Congri cubano (puerco horneado con misteriosas especias) acompañado de frijoles negros con arroz, mojitos, ron o cerveza, lo que quisiera. Sin faltar la música salsa, chachacha, la bailada, con todos reunidos alrededor de la alberca. Y ahí se soltaba la plática continua llena de dichos, consejos, preguntas, risas, chistes. Esa era la fiesta que eras cuando te enfiestabas.
Y tu cuerpo altísimo, fuerte, cargando cada vez más volumen, se imponía en cualquier lugar que se presentaba. Fuiste lanzador de disco y bala en las Olimpiadas de Moscú, me platicaste, representando a tu país, lo decías con mucho orgullo. Y luego, a estudiar Educación Física, "con método, con sistema, con ciencia eh", decías con tu tono didáctico de entrenador cariñoso y exigente, agitando el índice regordete.
Me tocó despertar tarde en la casa de mi mamá, entrar a la cocinita a desayunar y preguntar por Pedro. "Uh, hace mucho que se fue a entrenar a los muchachos, a las cinco de la mañana", me decía ella. Y yo pensaba qué afortunados ellos, tener un entrenador que ponía el ejemplo de disciplina, que los cuidaba, checaba, que revisaba su cuerpo y también cuidaba su espíritu, porque con alto espíritu y emociones equilibradas es como se gana, decías.
Y orgulloso los presumías como si fuesen hijos tuyos, te involucrabas en sus problemas, dabas consejos de padre, de amigo, de maestro, y tus muchachos respondieron aportando triunfos que pusieron en alto a México, a Sonora, a la Universidad de Sonora.
Cuba te perdió hace más de veinte años, Pedro; Sonora y quienes tuvimos la fortuna de estar cerca de tí te perdimos antier en lo físico; pero tu ánimo, tus dichos, tus buenos y generosos gestos se quedarán en cada uno de nosotros, sí, burlando la muerte con la memoria agradecida.
GRACIAS